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noviembre 1, 2022

“No nos detendremos hasta encontrarte, Óscar”: Doris Tejada y Darío Morales


Esta historia es sobre la visita que hicieron Darío Morales y Doris Tejada al cementerio alterno de El Copey, donde se presume que está enterrado su hijo Óscar Alexander, desaparecido por el Ejército en enero de 2008.

Darío está sentado sobre un tronco en la esquina donde termina el primer lote, que colinda con un potrero espeso por la maleza que no han podado. Un alambre de púas alcanza a rozar su pierna, pero no parece importarle. Sus manos sujetan la ilustración de su hijo Óscar que hace un tiempo le regaló un artista barranquillero. Permanece en silencio unos minutos. Sus ojos están fijos en el pedazo de tierra sin podar. Acerca la foto a su pecho y la abraza. Cuando parece que en su rostro se avecina una tormenta, decide levantarse, no sin antes soltar el pedazo de alambre que se atoró en su pantalón.

Óscar Alexander Morales Tejada tenía 26 años cuando el batallón de artillería La Popa No. 2. lo asesinó el domingo 16 de enero de 2008. A él, a Octavio David Bilbao Becerra y a German Leal Pérez los hicieron pasar como integrantes de una banda criminal que, supuestamente, estaba extorsionando a la comunidad de El Copey, municipio ubicado a dos horas de Valledupar, en el departamento de Cesar.

La noche de su asesinato y posterior desaparición, Doris Tejada, la mamá de Óscar, se despertó con un dolor en el vientre. Entre sueños vio un potrero con árboles, pasto y una piedra grande por la que se filtraba un líquido a través de una fisura de la cual algunos pájaros bebían agua. Ese sueño era un presagio.

Catorce años después, Doris y Darío están en el pastal que ella vio mientras dormía. Los acompañan los familiares de Octavio y Germán, los otros dos jóvenes que compartieron con su hijo los últimos días de vida.

Un calor húmedo se condensa en El Copey. La tierra está seca. Uno que otro árbol asoma sediento. Todo lo han tumbado para hacer un camposanto. El actual alcalde, Francisco Meza Altamar, prometió durante su campaña construir bóvedas para enterrar a los copeyanos. Al llegar la pandemia su propuesta tomó más fuerza.

Cuentan los pobladores que, en este municipio, golpeado por las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) al finalizar la década de los noventa e inicios de los 2000, hay muchas fosas comunes; una de ellas es el cementerio alterno, ese potrero en el que están Óscar, Octavio y German, así como otras víctimas de la violencia paramilitar y de homicidios y desapariciones presentados falsamente como bajas en combate por agentes del Estado.

Las tres familias están sentadas bajo una carpa que las resguarda del clima. Linda, la hermana de Octavio, le pregunta a Doris si en los expedientes se señala a cuál de los tres muchachos le faltaba un dedo. “A mi hermano no, él estaba completo cuando salió de la casa”. También les cuenta que Octavio medía 1.85 centímetros, que le gustaba vestir deportivo, que era muy amoroso con su mamá, que velaba por ella y por su bienestar. Ese día Linda escucha por primera vez qué le pasó a su hermano.

A ese terreno, según contó en 2017 un sepulturero que presuntamente se habría suicidado, los militares del batallón La Popa llevaban tres, cinco o más cuerpos de supuestos “guerrilleros” o “miembros de bandas criminales”. El número de víctimas de crímenes de Estado allí inhumados es incierto, pero los familiares del sepulturero, que también enterraban personas en ese lugar, calculan que hay más de 60. También dicen que nunca llevaban un solo cuerpo, siempre eran varios, algunos vestidos de civil y otros con prendas de grupos armados.

“Entre la tumba y el camino”: el nacimiento de la familia Morales Tejada

Desde su primera infancia, Doris tuvo que hacerle frente a la guerra. En la década de los sesenta vivía con sus padres y sus 18 hermanos en una finca en Montenegro (Quindío). Tuvieron que huir del lugar por las amenazas que recibían. A su papá, que era simpatizante del Partido Conservador, lo obligaron a elegir “entre la tumba y el camino”. Fue así como salieron para Bogotá a las ocho de la noche, “sin nada, solo con lo que teníamos puesto”.

Cuando estaba joven, Doris le temía al matrimonio. Decía: “yo nunca me voy a casar, me voy a quedar soltera cuidando a mi madre”. Sin embargo, conoció a Darío. Aquel día llevaba una minifalda. Lo vio en una esquina hablando con cuatro amigos más. Él le picó el ojo y esa misma noche se encontraron en una fiesta. Al mes y veinte días ya estaban casados por la iglesia. El hombre que llevó a su casa y presentó a su madre como un primo es el mismo con el que lleva casi cincuenta años de matrimonio.

Su primer hijo fue Jhon Jairo, luego llegaron Rubén Darío, Nancy, Luz Marina, Óscar Alexander y Carlos Alberto. Todos fueron criados en Fusagasugá, un municipio de Cundinamarca cercano a Bogotá. Doris recuerda los domingos. Iban al río apretados en un carro rojo que luego vendieron. “Los vecinos decían: en esa burbuja van los Morales”.

Doris se enteró del embarazo de Óscar Alexander cuando estaba haciendo el arroz para el almuerzo. Sintió náuseas. “Pensé: Dios mío, ¿estaré embarazada?”. A los pocos días se hizo exámenes médicos y comprobó su sospecha. Su quinto hijo nació el 17 de noviembre de 1981 en una iglesia. Empezó a sentir contracciones en la madrugada. Salió con Darío para el hospital de El Tunal, pero cuando llegaron estaba inundado y no había servicio. Doris reventó fuente. Ante la angustia, Darío le dijo que estuviera tranquila, que la iba a llevar a la iglesia y que allá les ayudarían. Sin reparos, ambos aseguran que era su hijo favorito.

Óscar Alexander

A Óscar le encantaba la bandeja paisa. También le gustaba la música de Vicente Fernández. Su canción predilecta era ‘Mujeres divinas’. Cuando tenía diez años ganó un concurso, pero no le dieron el premio completo porque cantó una canción del artista mexicano y tenía que ser de un cantante nacional. Nunca llevó una novia a la casa. “Yo le decía: ¿cuándo me vas a hacer abuela? Y él respondía que todavía estaba muy joven”.

No le gustaba ver a Doris triste. “No arrugues la cara -me decía-. Luego me hacía reír”. Óscar era risueño, comelón. Evitaba las discusiones. Le gustaba trabajar y compartir con su familia. Tenía las cejas pobladas, como su mamá. Ella sonríe cada vez que alguien le dice que se parecen físicamente.

En diciembre de 2007, Óscar se fue a Venezuela para vender la ropa que había comprado con sus ahorros y con un dinero extra que le dieron su abuela y Darío. En Ureña, ciudad del estado venezolano de Táchira, estaba su hermano menor, Carlos. El 17 de ese mes se encontraron. Aunque tuvieron un disgusto, acordaron que el 28 saldrían juntos en un bus para Fusagasugá a pasar año nuevo con la familia. Sin embargo, Óscar nunca llegó.

A las once de la noche del 31 de diciembre de 2007, Óscar llamó por última vez a Doris; le dijo que estaba en el centro de Cúcuta y que los primeros días de enero viajaría, pues no le habían pagado una mercancía. “Madre, quiero que me escuches. Tú me has dicho siempre que uno debe trabajar para ganarse el pan de cada día. No te pongas triste, nos vamos a ver reunir pronto. Eres la mejor madre”. Doris cuenta que ese día sintió que él se despedía y que guarda esa llamada en el “disco duro del cerebro”.

Los días siguientes intentaron comunicarse con él. Les pareció normal que no contestara porque casi siempre dejaba el teléfono por ahí tirado. El 16 de enero de 2008, cuando soñó con el potrero, Doris supo que algo andaba mal.

En la vereda El Reposo, en la vía a Caracolicito

Se presume que los primeros días del año 2008, Óscar conoció en Cúcuta a Octavio y a German, los otros jóvenes asesinados por integrantes del Batallón La Popa. La persona que los llevó hasta Cesar y luego los entregó al Ejército fue Obed Santos Villamizar, amigo de Germán. Unos militares lo encontraron trabajando en un laboratorio de coca y lo amenazaron con delatarlo si no les colaboraba. Obed se convirtió en reclutador. Alicia, hermana de Germán, cuenta que a su mamá no le caía bien este joven y que sintió angustia cuando supo que su hijo se había ido con él.

Obed le prometió a Germán conseguirle un trabajo con el Ejército para sacar una guaca. A Octavio, que había trabajado en la Marina, le dijo que recibiría un pago por cuidar unas reses en compañía de militares. La promesa que le hizo a Óscar se desconoce.

Un día después de asesinar a Óscar, Octavio y Germán, los ochos militares que participaron en el supuesto combate informaron que en un “camino carreteable y destapado” de la vereda El Reposo, en El Copey, en la vía a Caracolicito, a las veintidós horas del 16 de enero de 2008 hubo un “enfrentamiento” que ocurrió en medio de una “operación magistral” en la que “dieron de baja a tres personas del sexo masculino”.

A Óscar le dispararon cinco veces, todas de adelante hacia atrás y de arriba hacia abajo, como describe el informe que hizo el Ejército sobre esa operación. De acuerdo con los testimonios de los militares que estuvieron en la “misión táctica estrella”, la confrontación se detonó luego de que Óscar accionara el fusil. Sin embargo, la prueba de balística demostró que él nunca disparó el arma y que en sus manos no había rastro de residuos de pólvora deflagrada.

Desde casa

Cuando Óscar desapareció, Doris acordó con Darío hacerse cargo de la búsqueda mientras que él, entre tanto, cuidaría de los hijos y de la casa. En junio de 2011, después de esperar más de tres años y de tocar distintas puertas para saber sobre Óscar, la Fiscalía de Fusagasugá le dijo que su hijo estaba muerto. También le preguntaron si él pertenecía a algún grupo armado. La mente de Doris se nubló en ese momento. Mientras salía de ese lugar se desmayó y se rompió el radio de la mano izquierda. La conmoción había sido muy grande.

Darío tiene los párpados entrecerrados. Sus ojos son pequeños y ovalados. Le gusta decirle a su esposa “Dorita”. También le gustan los perros. Cuenta que una vez tuvo a Rayo y a Trueno, pero a ambos los mató un carro. Ahora cuida de Luna, una perrita que rescató su hijo Carlos en Soacha. “Es blanquita, hay que bañarla seguido”. Es testigo de Jehová. “Cuando quiera le puedo enseñar la palabra”, dice.

Mientras cursó sus estudios de bachillerato en el colegio Carlos Lozano y Lozano en Fusagasugá, Darío participó en la construcción del periódico escolar. Le gusta leer. Dice que “la política en Colombia es con p minúscula” y admite que no votó en las elecciones presidenciales de 2022. Es topógrafo, pero también sabe de sastrería, labor a la que ahora se dedica. Tuvo un negocio en Teusaquillo arreglando ropa, pero le robaron y perdió todo. También le gusta construir. Él mismo hizo la casa en Fusagasugá. Su hija Luz Marina cuenta que la morada familiar tenía un balconcito ubicado en una montaña, que parecía estar suspendida en el aire. Allí vivieron todos, pero con la desaparición de Óscar Alexander tuvieron que venderla.

Durante los más de catorce años de búsqueda, Darío ha resistido al lado de “Dorita”. “Ver llorando a mi vieja me da impotencia”. Por mucho tiempo él guardó el dolor que le causaba la desaparición de Óscar. Cuenta que ni siquiera lloraba. Decidió dejar de lado su sufrimiento para no sumarle más angustia al momento que estaba viviendo su familia, en especial su esposa.

Hoy, luego de tantos años de búsqueda, Darío ya no esconde su dolor. Desde casa ha recorrido los mismos pasos que Doris para encontrar a su hijo. Ha repasado cada detalle de su asesinato y desaparición. Una y otra vez se ha sentado a escuchar de la mano de su esposa cómo ocurrió el supuesto combate, quiénes son los soldados implicados. Sube el tono de voz y pregunta por qué la Fiscalía no está buscando los cuerpos de Óscar, Octavio y German, así como de las otras víctimas de crímenes de Estado que reposan en El Copey.

Le pide a la Fiscalía que se haga cargo del dolor que ha enfrentado su familia, que le entregue el cuerpo de su hijo.

Desde casa, sentado en el sofá, al frente de su máquina de coser, con una herramienta en la mano, leyendo la biblia, en su mente siempre han estado Doris y Óscar, y el anhelo de encontrarlo.

La visita

En 2014, Doris y Darío visitaron por primera vez el potrero con el que ella soñó el día que asesinaron a su hijo, a Octavio y a Germán. “Óscar, tu mamá vino por ti”, dijo Doris aquel día. Ocho años después, están en el mismo lugar, siguiendo los pasos que él recorrió antes de ser asesinado, antes de que lo enterraran en esa tierra árida en la que los sepultureros de la región ponían los cuerpos dependiendo de cómo pegara el sol ese día. Los cargaban en una carretilla. No podían ser más de dos por el peso. Abrían el hueco donde estuviera la sombra.

Darío recorre el potrero mientras transcurren las diligencias de búsqueda que la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) inició en junio de 2022. Lleva en su mano la ilustración de su hijo. Se ubica frente a la retroexcavadora y permanece allí unos minutos. Luego se sienta en un tronco y mira fijamente un pedazo de tierra. “Ahí debe estar Óscar. El sepulturero dijo que a dos de ellos los había enterrado juntos y a otro, un poco más allá”.

Antes de terminar el primer día de la visita al cementerio alterno de El Copey, las tres familias se reunieron, encendieron velas y abrazaron las ilustraciones de Óscar, Octavio y German. “Vinimos por ustedes. Por favor, den alguna señal”.

La mañana siguiente, la UBPD encontró los restos de un joven en el pedazo de tierra que mencionó Darío. Recuperaron unas botas y un anillo de un equipo de fútbol. Aunque las prendas que Óscar, Octavio y Germán llevaban ese 16 de enero de 2008 no coinciden con la descripción, las tres familias se abrazan. “Nos escucharon. Se mostraron”, dice Doris.

Darío sigue aferrado a la ilustración de su hijo, a quien le decía Condorito, como el personaje de la historieta cómica chilena que se caracterizaba por su picardía y personalidad bromista. Abraza a Dorita. Sabe que nunca más escucharán el canto de Óscar, pero confía en que la despedida esté cerca y con esto el fin de la incertidumbre a la que su familia ha sido sometida durante años.

Una funcionaria de la UBPD les dice que seguirán buscando en el resto del lote, que deben ser pacientes y esperar al menos un año para que Medicina Legal haga el análisis de los restos encontrados. Antes de emprender el viaje de regreso a Bogotá, Doris se para una última vez frente al cementerio alterno. La tierra está húmeda por la lluvia de esa tarde. Abraza a los familiares de Octavio y German; les dice que se ven en unos días para acompañar el cierre de las acciones de recuperación y búsqueda de personas desaparecidas en El Copey. Se despide de Óscar y le recuerda que no se detendrá hasta encontrarlo. Antes de subir a la camioneta se sacude el barro que quedó en las suelas de sus zapatos.

La visita concluye, aunque la búsqueda no ha terminado. Hay un hasta luego de por medio. Habrá otro encuentro, ojalá con Óscar de regreso.

“Óscar, hoy te escribo estas palabras tan sentidas que salen de mi corazón. Ángel mío, te extraño mucho. Eres mi razón de búsqueda, mi anhelo de encontrarlos a todos, en especial a aquellos que están en el cementerio alterno. Quiero que sepas que mi vida cambió desde tu desaparición. Mi ángel, te quiero por siempre. Nunca te olvidaré”. Carta de Doris Tejada. 28 de junio de 2022.

Cuando finalizó el proceso de escritura de esta crónica, la UBPD encontró más restos de personas desaparecidas; sin embargo, no se puede determinar todavía si corresponden a Óscar, Octavio o German. Hace falta identificarlos y cotejar su ADN con el de sus familias, proceso que puede tomar más de un año. Doris y Darío siguen esperando una respuesta.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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