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febrero 28, 2023

Dejemos de hablar del conflicto en pasado, la memoria es un asunto del presente


Hace unos días, durante una conversación con estudiantes colombianos en Nueva York, alguien se refirió a la Comisión de la Verdad y enumeró algunos de sus aportes a la búsqueda de la paz en el país y la historia de Colombia en general. El estudiante terminó lo que estaba diciendo con lo siguiente: “los hallazgos de la comisión nos permiten ver lo que el conflicto armado nos causó”. La aprobación de nuestros tertulianos fue unánime. Yo también estuve de acuerdo, pero quedé muy inquieto con la parte de “lo que el conflicto nos causó”.

Mi reparo no tiene que ver con el trabajo de la Comisión de la Verdad, pues lo que conozco es muy bueno; su aporte histórico, social y sobre todo político es inmenso. Mi preocupación está en cómo estamos interpretando los hallazgos y cómo estamos hablando del papel de la “verdad” en la historia de Colombia.

Que pensemos que el conflicto en Colombia tiene una fecha de inicio y una fecha de cierre; o peor aún, que el conflicto se acabó con la desmovilización de las FARC– o que se vaya a acabar con los acuerdos que salgan de la ‘paz total’ que está planteando este gobierno (que ojalá se lleven a cabo).

Semanalmente me llegan mensajes de amigos desde Antioquia, Montes de María, Chocó y Nariño, en los que cuentan cómo los actores armados siguen instigando con violencia la cotidianidad de sus barrios y su trabajo de liderazgo social. En la parte más alta de la Comuna 8 de Medellín, los llamados ‘combos’ están vendiendo lotes a cinco o 10 millones de pesos, además de cobrar “vacunas” a los habitantes a cambio de mantener los barrios pacificados.

El conflicto en Colombia no se ha acabado. Además, el fin de la guerra no tiene que ver únicamente con el desmonte de organizaciones armadas–como lo han concebido todos los gobiernos desde el Frente Nacional– así que la ‘paz total’ tampoco será el fin del conflicto en Colombia. Por lo tanto, los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad no pertenecen al pasado; no son únicamente “lo que nos pasó”. También son lo que nos sigue pasado y lo que nos seguirá pasando mientras no resolvamos asuntos económicos y políticos estructurales–la vulgar desigualdad entre ricos y pobres–que son el cauce del conflicto.

Cuando pienso en la “verdad” me acuerdo de lo que dijo Alfredo Molano en una charla, cuando le preguntaron que qué era la verdad para él: “la verdad es la que tienen los otros”, dijo. También he escuchado a estudiantes y gente en general decir que los hallazgos de la Comisión de la Verdad nos acercan a la verdad y que la verdad garantiza la no repetición. Lo primero es cierto, pero lo segundo no tanto.

Los testimonios que esta institución extrajudicial publicó nos permiten conocer la vida de otras personas; nos permiten acercarnos a la vida y a la verdad de otros. Nos permiten entender que vivimos en un país donde hay mucha gente que la pasa muy mal, que sufre y que de una forma u otra todos somos responsables de eso. Pero el hecho de que conozcamos esas verdades no garantiza la no repetición de las atrocidades del conflicto. De así serlo, hoy no habría guerras dado que desde muy pequeños nos enseñan sobre las atrocidades del fascismo en Europa, los horrores de las dictaduras del Cono Sur, los genocidios en Ruanda y Guatemala, entre otros horrores cometidos por los violentos.

Los hallazgos de la Comisión de la Verdad, que en muchos sectores se están dejando morir, abrieron una conversación necesaria en Colombia. Más que un trabajo terminado, son un punto de partida. Mientras retumben las balas en los barrios pobres, se mueran personas a causa de enfermedades curables, se maneje la política electoral entre clanes mafiosos y la plata del recaudo fiscal se reparta entre los parásitos que se pelean el manejo del Estado cada cuatro años, los testimonios que leímos en el Informe Final seguirán perteneciendo al presente.

La memoria y la verdad son asuntos del presente más que del pasado. Lo que cuenta la CEV es lo que nos está pasando hoy y el hecho de que sigamos teniendo esta conversación es prueba de que conocer lo que pasa en el país no garantiza la no repetición. Es por esto que el trabajo de esta institución que fue tan valiosa cada día toma más relevancia y quizás valdría la pena reactivar su mandato.

Solo cuando logremos transformar la forma en que hacemos política en Colombia, cuando entendamos que la paz no es el desarme de los grupos armados, cuando dejemos de obedecerle a los que nos mandan a odiarnos por ser liberales o conservadores, cuando el estado sirva para cuidar y no para enriquecer a los que lo manejan, dejaremos de tener esta conversación. Y entonces no será la memoria sino el olvido lo que garantizará la no repetición.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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