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febrero 10, 2023

Feminicidio


La violencia es el último recurso del incompetente (Isaac Asimov).

Mediante la Ley 1761 de 2015, conocida como la Ley Rosa Elvira, se logró tipificar el feminicidio en el Artículo 104A. En Colombia, comete un feminicidio “quien causare la muerte a una mujer, por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género o en donde haya concurrido o antecedido cualquiera de las siguientes circunstancias”: haber tenido relaciones actuales o pasadas de cualquier naturaleza con la víctima, habiendo perpetuado cualquier tipo de violencia contra esta víctima antes del crimen; haber ejercido sobre el cuerpo de la mujer víctima, actos de instrumentalización, dominio u opresión de género o aquellos relativos a su sexualidad; cometer la conducta aprovechándose de su jerarquía o poder sobre la víctima; ejecutar el acto criminal para generar terror o humillación de un tercero; antecedentes o indicios de violencia previa en la relación, en cualquier momento, denunciados o no; que la víctima haya sido incomunicada o privada de su libertad de locomoción.

Muy acertadamente dentro de estas circunstancias se incluyen condiciones asociadas a la violencia de género, control, opresión, instrumentalización, componentes de simetría de poder, historia de violencia previa, entendiendo este tipo de fenómenos como cíclicos y de ejercicio de control. Esta violencia es cometida justamente en razón del sexo o el género femenino que ostenta la víctima.

Lo cierto es que ni la tipificación de la conducta, ni los programas dirigidos a sensibilizar a la sociedad sobre este delito, o las campañas de promoción de la denuncia, han sido suficientes para prevenir esta violencia, ni para proteger a las víctimas de este acto criminal.

137 mujeres en el mundo son asesinadas a diario por un miembro de su familia (Fuente: Global Study on Homicide 2018).

Para el año 2020, según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF, 2020), del total de víctimas de homicidio, 11.326 casos (tasa de 22,48%), el 92,46% está representado por hombres (10.426 casos) y el 7,92% por mujeres (898 mujeres asesinadas en 2020 en Colombia). De este total de víctimas femeninas se establecieron 186 feminicidios (Fuente: Fiscalía).

Si bien las víctimas de homicidio son mayoritariamente masculinas, preocupa que para el caso de las mujeres los agresores sean mayoritariamente conocidos, parejas o exparejas, y que los espacios más peligrosos sigan siendo los más íntimos, como la vivienda y el hogar. La mayor vulneración a las mujeres se da por parte de personas en las que se depositó confianza, con las cuales se tenían lazos familiares, e incluso hijos en común, es para las mujeres un factor de riesgo la relación de pareja, y este es un componente claramente de género y del feminicidio.

Sin embargo, un gran porcentaje de mujeres son asesinadas también por hombres distintos a la pareja o la expareja, tales como cuidadores, familiares y agresores desconocidos. Dentro de los homicidios contra mujeres, en el año 2020, en Colombia fueron asesinadas 50 niñas entre 0 y 14 años de edad, y fueron asesinadas 43 adolescentes entre los 15 a 17 años de edad.

En los casos especialmente cometidos contra niñas menores de 12 años, no aparece la pareja o la expareja como agresor principal; sin embargo, muchos de estos casos siguen siendo feminicidio, pues lo que se asesina es el componente relativo al sexo o al género femenino, y no es exclusivamente relativo a las parejas o exparejas.

Más allá de los lamentables casos de conocimiento público, como el de Valentina Trespalacios, de 21 años de edad, asesinada en condiciones de indefensión y arrojada a un contenedor de basura; o el caso de María Camila Plazas, de 10 años de edad, quien suplicó a su asesino que no la matara; o la niña Elianis Valencia Ramos, de 8 años de edad, quien fue atacada con arma cortopunzante y recibió más de 33 heridas, entre muchas otras niñas, adolescentes y mujeres asesinadas en el último año en Colombia, la violencia contra las mujeres cobra diariamente nuevas víctimas, y va desde actitudes que ‘justifican’ la violencia contra la mujer, violencia simbólica, psicológica, económica, física, sexual, hasta el feminicidio o aniquilación de lo femenino.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que dentro de los factores de riesgo para cometer feminicidio están los siguientes: desempleo por parte del agresor, ser propietario de un arma de fuego, amenazas previas de muerte, forzar a la pareja a tener relaciones sexuales, consumo problemático de alcohol y uso de drogas ilícitas, problemas de salud mental, maltrato previo infligido a otras parejas.

Igualmente indica que el estar en sociedades como Colombia, con “desigualdad por razón de género, escaso número de mujeres entre los funcionarios gubernamentales elegidos, reducciones de los gastos sociales del gobierno en áreas tales como la salud y la educación” (OMS, 2012), aumenta el riesgo y la ocurrencia de feminicidio.

En mi experiencia, otros indicadores de personas con alto potencial para cometer conductas de violencia incluyen comportamientos, actitudes y pensamientos de devaluación de la mujer (tu no piensas, mujer tenías que ser, las mujeres para la cocina), personas altamente controladoras, celosas y posesivas (persiguen, vigilan, intervienen teléfono, ponen cámaras en casa, alteran la privacidad de sus redes sociales), con presencia de rasgos o características marcadamente narcisistas y egocéntricas.

Los violentos por razón de género, poseen esquemas de pensamientos sexistas, asumen superioridad sobre la mujer, devalúan a las mujeres; para estas personas, sus parejas son objetos para mostrar, ostentan poder y pertenencia sobre su pareja, instrumentalizan y cosifican a la mujer.

Otros indicadores incluyen actitudes, pensamientos y comportamientos asociados a aceptar la violencia como forma de guiar el comportamiento deseado, especialmente sobre las mujeres. Poca o nula conciencia o arrepentimiento de sus actos, tienden a responsabilizar a la víctima de su comportamiento violento (tu me provocaste, te lo buscaste, quien te manda, por algo será, eso le pasa por…), minimizan el daño cometido (tampoco fue tanto, no es tan grave, peor le pasó a tu mamá, al menos estás viva). Finalmente, la escalada en la conducta violenta, en donde la violencia es cada vez más frecuente, más intensa y más grave, tornándose más letal hasta llegar al asesinato.

No basta con reconocer estos signos e identificar que se está en una relación potencialmente violenta, o conviviendo con un agresor y posible feminicida. Es necesario que existan los mecanismos de protección adecuados, eficaces y suficientes para las víctimas que denuncian; así como un sistema de justicia capaz de proteger a otras posibles víctimas y que blinde a la sociedad de los actos crueles e inhumanos de personas con antecedentes delictivos. No se trata de hacer mediáticos los casos más dramáticos y violentos para conseguir altos niveles de audiencia, ni proclamar leyes, como si fuera la única forma de combatir, erradicar, sancionar y prevenir las violencias de género.

Modificar las arraigadas creencias que subyacen al acto criminal, implica renunciar a los aprendizajes que se erigen alrededor del control, de la misoginia, de la opresión, de la desigualdad de poderes y este ejercicio se construye a diario en la cotidianidad, mientras se hace el café, mientras se tejen las colchas, mientras se hacen las trenzas y se cocina la sopa, mientras se reparte el poder y autoridad, como madres, maestros, hermanos, hermanas.

Nos queremos vivas. Todas. Ni una menos.

FUENTE: EL UNIVERSAL


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