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noviembre 17, 2022

Un feminismo pro mujer


Como el feminismo mismo, comprender el universo de las diferencias es un proceso.

Hay tanto por hablar del feminismo y tanto por entender. Hoy las librerías, afortunadamente, tienen muchos estantes con obras literarias, textos de ensayo e investigación, o cuentos y narraciones acerca de las pioneras feministas, las luchas de las mujeres a lo largo de la historia y las visiones actuales sobre el papel femenino en los contextos de igualdad, equidad y transversalización de género.

Todo válido, todo necesario, todo urgente. Cada reivindicación es un clamor de siglos que solo en este periodo de la historia tiene un espacio. Las voces de mujeres diversas son necesarias para entender lo complejo que es ganarse un lugar donde la inequidad es la constante, y la violencia que esta genera, la raíz de problemas estructurales en cualquier comunidad.

Por eso, ver y escuchar la confrontación entre esas voces valiosas genera frustración y un poco de desencanto sobre ese papel transformador del que tanto se predica.

Los y las académicas hablan de que hoy existen muchas clases de feminismos, de corrientes, de idealizaciones. Es la palabra de la academia, que sigue siendo rectora de una gran cantidad de acciones que asumimos como seres humanos. Pero también debe ser la palabra cosida con los retazos de las realidades de la calle, del diario vivir.

La palabra de la mujer violentada por su pareja, la de la hija violada por su papá, la de la mujer transexual que es perseguida y golpeada, la de la secretaria acosada por su jefe, la de la joven ultrajada en el transporte público, la de la modelo que es condicionada y presionada para que pueda triunfar. La de la ejecutiva que nunca podrá recibir la contraprestación salarial que merece.

La palabra de la mujer que espera en una esquina un pago miserable a cambio de un trato miserable. Todas ellas, sin excepción, hacen parte de la gran ola del feminismo, crean o no en él, porque al final la esencia de esa controversial palabra es la reivindicación de derechos.

Y no solo para el bien de las mujeres. Para la construcción inexorable de la sociedad, esa misma que es implacable con quienes hablan fuerte, pero que busca refugio en esas mismas voces en tiempos de crisis.

Lo importante es que en medio del transitar que se hace de ese camino, cada quien tenga la capacidad de reconocer cómo puede aportar a la ya mencionada reivindicación de derechos.

Ponerle yerro al feminismo es multiplicar los modelos patriarcales y violentos que las mismas mujeres han rechazado por siglos pública y privadamente.

Quemar a las mujeres, y quemarse entre mujeres, en la hoguera medieval de las redes sociales es darle la victoria, si es que de contiendas bélicas se trata, a quienes han desconocido y pisoteado esos anhelados derechos.

Una actitud, una frase hiriente o una apatía pueden borrar, de un jalón, el trabajo de cientos de colectivos de activistas. Tal vez sea lo último en lo que se piensa cuando se desahoga la rabia del desacuerdo. La empatía no se busca exclusivamente entre pares.

Como el feminismo mismo, comprender el universo de las diferencias es un proceso. Lo importante es que en medio del transitar que se hace de ese camino, cada quien tenga la capacidad de reconocer cómo puede aportar a la ya mencionada reivindicación de derechos.

Lo hizo Dua Lipa al rechazar la invitación a la ceremonia inaugural del Mundial de fútbol en Catar. Lo hacen las estudiantes que se reúnen todos los martes en la plazoleta de su universidad, a recordar que allí hay víctimas de acoso y violencia sexual.

Lo podemos hacer el próximo 25 de noviembre, tomándonos las calles, para recordar que América Latina suma en 2022 el doble de feminicidios que el año pasado. Y que, en Colombia, las agresiones contra las mujeres se triplicaron, según las cifras de diferentes observatorios. La rabia nunca será una buena aliada, pero aun así hay que saber reconocerse en la rabia del otro.

Las acciones no deben ser contra nosotras, son por nosotras. No es hora de callar.

Como el feminismo mismo, comprender el universo de las diferencias es un proceso. Lo importante es que en medio del transitar que se hace de ese camino, cada quien tenga la capacidad de reconocer cómo puede aportar a la ya mencionada reivindicación de derechos.

Lo hizo Dua Lipa al rechazar la invitación a la ceremonia inaugural del Mundial de fútbol en Catar. Lo hacen las estudiantes que se reúnen todos los martes en la plazoleta de su universidad, a recordar que allí hay víctimas de acoso y violencia sexual.

Lo podemos hacer el próximo 25 de noviembre, tomándonos las calles, para recordar que América Latina suma en 2022 el doble de feminicidios que el año pasado. Y que, en Colombia, las agresiones contra las mujeres se triplicaron, según las cifras de diferentes observatorios. La rabia nunca será una buena aliada, pero aun así hay que saber reconocerse en la rabia del otro.

Las acciones no deben ser contra nosotras, son por nosotras. No es hora de callar.

FUENTE: EL TIEMPO


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