septiembre 5, 2022
Caldono grita S.O.S.: la historia de los cuatro jóvenes asesinados en una semana
En lo corrido del año van 22 muertes violentas de jóvenes en ese municipio, según la Asociación Indígena de Caldono. Colombia+20 visitó este municipio en medio de la disputa territorial entre el Eln y las disidencias de las Farc. Hay alerta por reclutamientos.
Desde el atrio de la iglesia, una veintena de comuneros indígenas observan el féretro gris, adornado de coronas de flores. Son las 11 a.m. del primer viernes de septiembre y los pobladores de Caldono se preparan para su cuarto entierro en tres días: el de José Alexander Poscué.
Ni en la peor época de la guerra este pueblo clavado en las montañas del Cauca -el segundo con más tomas y hostigamientos guerrilleros en todo el país- había presenciado la muerte de tantos jóvenes en una misma semana. Los caldoneños se atreven a decir que desde 1997, cuando un lanzacohetes disparado por la guerrilla penetró el tejado de una casa y le quitó la vida a una abuela de 79 años y su nieta de 19 años, no se había visto una tragedia similar.
Jefferson Dizú Nene, de 17 años, fue la primera víctima. Eran alrededor de las 2:30 a.m. del pasado domingo 28 de agosto cuando su familia se enteró que había sido asesinado. Fueron a buscar su cuerpo. Doce horas después, las autoridades se llevaron el cadáver del muchacho para hacer la autopsia en Santander de Quilichao, un municipio vecino. Después de eso vino lo peor.
“Jhon Eduar (de 24 años), uno de los hermanos, estaba sentado en la cama junto a Jherson Andrés Nene Zety, de 22 años, llorando por lo que había pasado, cuando llegaron dos hombres preguntando por un tal ‘Zorro’. No los dejaron ni siquiera hablar. Los acribillaron”, cuenta un familiar que accedió a hablar con Colombia+20 con el compromiso de no revelar su identidad para proteger su vida.
En el municipio se disputan el control territorial las disidencias de las Farc y el Eln.Foto: Julián Ríos Monroy
El anonimato es lo mínimo que piden la mayoría de los pobladores de Caldono, donde las paredes dicen más que los mismos habitantes. En el muro de una casa contigua a la iglesia del pueblo, que guarda las lágrimas por tantos muertos, los grafitis dan cuenta de la disputa por el control territorial: la sigla del Ejército de Liberación Nacional (Eln) pintada en verde aparece tachada con una equis en negro que antecede al autor de la pinta: la columna móvil Jaime Martínez, un grupo de las disidencias de las Farc que hace presencia en la zona. Algunas paredes también están marcadas con el nombre de la columna Dagoberto Ramos, y en las zonas rurales ya se habla de la presencia de la Segunda Marquetalia.
Otro de los grafitis está en la fachada de la alcaldía y sintetiza el grito de las comunidades que viven acá: “NO MÁS BALAS!!!”. El grito que Jeferson, Eduar, Jherson y José no alcanzaron a ver convertido en realidad.
“Caldono está en un S.O.S. Con estos casos, llegamos a 22 asesinatos de jóvenes en lo corrido del 2022. Estamos presenciando cómo a la juventud la matan en una masacre sistemática”. Quien habla es Jhojan Chocué, un indígena Nasa -como la mayoría de la población de Caldono– que coordina los temas de juventud en la zona Sath Tama Kiwe. Conversamos mientras teje un sombrero en caña brava en la sede de la Asociación Indígena de Caldono, donde en los últimos días el tema del que todos hablan es la crisis de orden público a la que se enfrentan los jóvenes, quienes además de sortear las amenazas están en grave riesgo de reclutamiento forzado por parte de los grupos armados ilegales.
De hecho, las estimaciones del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) indican que en el primer semestre del año desaparecieron un centenar de jóvenes de Caldono. Según el CRIC, unos 70 de ellos habrían sido reclutados por las estructuras armadas.
“Los dos hermanos estaban en grupos de danzas”
Esa crisis por el reclutamiento ha llevado a que entre la misma comunidad, en ocasiones, se estigmatice a las familias de los jóvenes que resultan asesinados o se siembren dudas sobre las razones de los homicidios. “Acá pocos se comprometen a hablar de más, pero lo que yo pude conocer de los tres jóvenes familiares que mataron es que eran de acá, de la comunidad, e incluso estaban en los grupos de danzas del municipio, que se han creado precisamente para alejarlos del alcoholismo, la drogadicción y la violencia”, dice un hombre que adelanta trabajo social con la comunidad.
Jefferson terminó el bachillerato en el colegio Ugares Cefic el año pasado y, según uno de sus familiares, estaba tratando de entrar a la universidad. Lo describen como un muchacho bajito, de tez trigueña y voz delgada. Desde hace varios meses trabajaba en cultivos de café en Piendamó, (un municipio al centro del Cauca que pertenece a Popayán) y, como varios jóvenes de la región, cuando la producción del grano se echaba a menos se iba para el municipio de Suárez (a 80 kilómetros de Caldono) a raspar coca, como método de supervivencia.
Jefferson trabajaba de la mano con su hermano Eduar, quien también fue asesinado ese domingo fatídico para la familia Dizú Nene. Los dos se iban en moto a los cultivos del municipio de Suárez a inicios de semana y regresaban los viernes o sábados a compartir con su familia. “Ellos prácticamente eran los que mantenían la casa y sostenían a los hermanitos pequeños. Llegaban, revisaban qué hacía falta en la casa y se iban para el pueblo a comprar el mercado. Hasta en eso la afectación es grandísima”, cuenta el familiar.
El riesgo es inminente
Días antes a esta tragedia familiar, otro joven de Caldono fue baleado en una discoteca en el centro del pueblo. Ese homicidio se dio a 30 metros de la estación de Policía. Según un habitante del municipio, no hubo ninguna acción de los uniformados. “Acá las autoridades ancestrales tratan de brindar seguridad, pero los jóvenes sentimos que nos maltratan psicológicamente: o nos matan o nos reclutan”, dice un caldoneño.
Para el coordinador de juventudes de la Asociación Indígena, Jhojan Chocué, ese riesgo no va disminuir hasta que no haya garantías y soluciones integrales. “Caldono necesita economías propias y productivas que les muestren a la juventud que tienen salidas y apoyos distintos para que no se vinculen a los grupos armados apenas lleguen ofreciendo unos pesos y un fusil”.
FUENTE: EL ESPECTADOR