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junio 2, 2022

Hablan las mujeres de Azov: «Tengo que traerlo a casa con vida»


Varios cientos de soldados del batallón Azov permanecen retenidos por Rusia, pese a los intentos de Kiev de intercambiarlos por otros prisioneros de guerra

Cuando Liliia Stupina recibió la noticia de que su marido había muerto en uno de los incesantes bombardeos sobre la acería de Azovstal, su mundo se derrumbó. No recuerda nada de esas 24 horas: entró en un ataque de ansiedad y en el hospital la trataron con pastillas tranquilizantes. Desde entonces, no para de tomarlas. En realidad, era una noticia falsa. Su marido, Andriy, soldado del batallón Azov en Mariúpol, no estaba muerto. Pero su destino sigue siendo incierto: es uno de los cientos de milicianos de Azovstal prisioneros de guerra detenidos por Rusia. Liliia no puede dejar las píldoras.

“Sé que está vivo. Quizás está herido, o quizás está bien. No sé si está comiendo, si está bebiendo. No sé dónde está, pero quiero creer lo mejor, y que va a volver”, asegura la joven de 25 años. A mediados de mayo y tras una defensa numantina de la acería, el Ejército ucraniano ordenó a los últimos soldados ucranianos que resistían en los túneles de Azovstal que se entregaran a las tropas rusas y salieran con vida. Moscú evacuó —como prisioneros de guerra— a los varios centenares de militares, la mayoría miembros del controvertido batallón Azov, a algún lugar sin especificar en territorio controlado por Rusia. Desde entonces, mujeres, hermanas o madres contactadas por El Confidencial aseguran que no han recibido más comunicación sobre su estado que la confirmación, por parte de Cruz Roja o las autoridades ucranianas, de que sus familiares estaban vivos y entre los detenidos. Es el caso de Liliia.

Foto: Ciudadanos caminan frente a la sede de Sberbank en Moscú. (EFE/Yuri Kochetkov)

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Andriy, del que Liliia no quiere detallar ni el apellido ni su rango dentro de la organización Azov “por seguridad”, se enroló con el batallón en 2014-2015, cuando apenas acababa de cumplir los 18 años. Según Liliia, porque, en aquel momento, el Ejército ucraniano dejado por el expresidente Viktor Yanukovych apenas tenía medios y estaba plagado de agentes prorrusos. Formado como un batallón de voluntarios con lazos nazis, desde entonces se ha profesionalizado, asimilado dentro del Ejército ucraniano e intentado alejarse de esa imagen. “No son nazis, son patriotas”, defiende Liliia, una imagen que, tras la agónica defensa de la acería, ha calado en Ucrania.

Cuando comenzó la invasión a gran escala de Ucrania el pasado febrero, Andriy estaba en Lviv en un entrenamiento de capacitación con otros compañeros de Azov. En las primeras horas de caos, lo tuvieron claro: robaron un autobús y enfilaron a Mariúpol, sede del batallón y ciudad que se convertiría en uno de los exponentes de la violencia de la ofensiva rusa sobre Ucrania.

Andriy pasó cerca de 80 días en la Mariúpol asediada, y Liliia apenas recibía noticias. “Andriy no quería que yo supiera que estaba en peligro”, cuenta, explicando que hablaban por breves mensajes. “Siempre me decía que estaba bien, para no preocuparme. Siempre que estaba bien, que estaba fuerte, que estaba resistiendo”. Liliia aplica el mismo patrón ahora que su marido está detenido por las fuerzas rusas: “No sé dónde está o cómo está, pero sé que él querría que no piense que algo malo le está pasando. No siento nada salvo una cosa: que lo tengo que traer a casa con vida”.

Foto: La planta de Azovstal en Mariúpol. (Reuters/Alexander Ermochenko)

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Ocultando su apellido y su rango, Liliia muestra la misma reserva que otras mujeres familiares de los soldados de Azov, que se debaten entre obedecer las recomendaciones que, según ellas, el Gobierno ucraniano les habría dado para mantener un bajo perfil por la “seguridad” de los detenidos y alzar la voz para que “no sean abandonados”. “Nuestros hombres han cumplido heroicamente todas sus órdenes, y la última era dejar sus armas y salvar sus vidas. Tienen que ser traídos a casa”, defendía el martes Nataliia Zarytska, esposa de otro soldado del regimiento. Otras mujeres han viajado al Vaticano a pedir la intercesión del Papa, mientras que en los últimos días ha habido protestas ante cargos del Gobierno de Volodímir Zelenski. En Zaporiyia, cuando llegaba el primer autobús de evacuados civiles de Azovstal, un buen puñado de mujeres increparon a la viceprimera ministra ucraniana, Irina Vereshchuk, al grito de “Save the heroes of Azovstal”.

Rusia prepara juicios mediáticos

Las autoridades ucranianas han afirmado en varias ocasiones que esperan recuperar a los “héroes de Azovstal” en un intercambio de prisioneros con Rusia. Sin embargo, Moscú parece estar organizando los preparativos para su propia imitación propagandística de los “juicios de Núremberg”. Los soldados de Azov son la última oportunidad para escenificar una «victoria» de la “operación militar especial” en sus primeros términos de febrero de 2014: había que «desnazificar» Ucrania. Hasta el momento, el Kremlin no ha dado señales de estar dispuesta a incluir a los de Azov en ningún intercambio de prisioneros.

Hay más señales que apuntan incluso a la posibilidad de que los de Azov se acaben enfrentando a la opción de la pena de muerte en esos presuntos juicios. El Comité de Investigación de Rusia (equivalente a grandes rasgos al FBI) estaría interrogando a los soldados como parte de una investigación sobre lo que Moscú llama “crímenes del régimen ucraniano”, según recoge la agencia Tass. La oficina del fiscal general ha solicitado a la Corte Suprema de Rusia que designe al batallón como organización terrorista (la decisión final ha sido pospuesta). En la Duma, el Parlamento ruso, algunos diputados han abogado por presentar una ley que impida que se intercambien los militares de Azov antes de ser juzgados.

Foto: Tranvía destrozado en Mariúpol tras la invasión rusa. (Reuters/Alexander Ermochenko)

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Paralelamente, altos cargos de las repúblicas separatistas prorrusas en el este de Ucrania también han incidido en un futuro juicio para los de Azov, en el que podrían enfrentarse a la pena de muerte, según declaraciones de Yuri Sirovatko, ministro de Justicia de la autoproclamada república de Donetsk, citadas por RIA Novosti.

Liliia, originaria de la región de Sumy, vive ahora en un piso en Kiev con otras mujeres familiares de soldados de Azov, como Sandra Krotevych, hermana de un miliciano. Se ayudan entre ellas, pero también la ansiedad corre como la pólvora con cada noticia, cada sospecha de que los milicianos puedan estar sufriendo malos tratos por parte de Rusia. “Mi hermano no podía ocultarse detrás de las faldas de las mujeres, como todo hombre que tiene un pasaporte de Ucrania debería hacer. [Y ahora] los chicos no están volviendo a casa, solo confiamos en que los rusos los tratarán de acuerdo con la Convención de Ginebra”, defiende Sandra, en un mantra que repiten todas las mujeres. “Esperar es lo peor. Y nos hacemos preguntas muy duras que no quiero ni pensar. Solo quiero pensar que va a volver”, añade Liliia.

Con los asaltos del Ejército ruso concentrados en el este y las primeras contraofensivas ucranianas avanzando centímetro a centímetro y aldea a aldea en el sur, la vida normal empieza a regresar a Kiev. En un centro comercial de la parte oriental de la capital, lejos de Maidán y los elegantes edificios de colores del antiguo casco urbano, unos niños corretean por entre las mesas y las parejas pasan las horas de una cita. En el mismo centro comercial, en una de esas mesas, a apenas unos metros, una Liliia de 25 años depende de unas pastillas para no romperse. ¿Es esa la nueva fase de la guerra de Ucrania? «No dejaremos que la gente se olvide de ellos».

FUENTE: https://www.elconfidencial.com/


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