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marzo 27, 2025

Adolescencia: el performance de la masculinidad y la fragilidad humana


Una mirada a la miniserie Adolescencia de Netflix y a las conversaciones necesarias y urgentes que abre, desde la fragilidad humana.

En 2014, Elliot Rodger, de 22 años, asesinó a 6 personas en Isla Vista, California y luego se suicidó, no sin antes refrendar su odio por las mujeres y la frustración de no poder perder su virginidad en un manifiesto de 140 páginas que tituló “My Twisted World” (Mi mundo retorcido), una oda misógina explícita de principio a fin: “Todo mi sufrimiento en este mundo ha sido a manos de la humanidad, particularmente de las mujeres (…) Todo lo que siempre quise fue encajar y vivir una vida feliz entre la humanidad, pero fui expulsado y rechazado, obligado a soportar una existencia de soledad e insignificancia, todo porque las hembras de la especie humana eran incapaces de ver el valor en mí (…)”. Al final de su manifiesto, aclara: “Soy la verdadera víctima de todo esto. Soy el bueno”.

Rápidamente, Rodger se convirtió en mártir y figura de culto para la comunidad incel, una subcultura de hombres jóvenes heterosexuales involuntariamente célibes (Involuntary Celibates) que, como Rodger, culpan a las mujeres por sus frustraciones sexuales. A sus 22 años, Rodger nunca había besado a una mujer, mucho menos tenido sexo, algo mal visto y socialmente castigado bajo el mandato patriarcal de la masculinidad. No entendía por qué las mujeres le negaban el sexo y el amor que él creía merecer. Por eso decidió vengarse en lo que él mismo denominó “día de retribución”. El objetivo de su ataque era la hermandad Alpha Phi, conformada por mujeres que él consideraba las más atractivas de su universidad, el tipo de chicas que siempre deseó pero nunca pudo tener. En su ataque, Rodger asesinó a Katherine Cooper, de 22 años, y a Veronika Weiss, de 19, integrantes de otra hermandad, afuera de la casa Alpha Phi.

Cuatro años después, en 2018, otro de esos hombres, Alek Minassian, de 25 años, asesinó a 10 personas arrollándolas con una furgoneta en Toronto, Canadá, después de haber publicado en su página de Facebook: “¡La Rebelión Incel ya ha comenzado! ¡ Derrocaremos a todos los Chads y Stacys! ¡Todos saluden al Supremo Caballero, Elliot Rodger!”. Fue condenado a cadena perpetua. Al igual que Rodger, Minassian era virgen y nunca tuvo novia. En una entrevista posterior, Minassian dijo que fue “radicalizado” en línea por incels

Lo cierto es que ni Rodger ni Minassian fueron víctimas. Ambos fueron victimarios. Planearon sus crímenes con sevicia, como una venganza contra las mujeres, y los ejecutaron. No me interesa validar la victimización a la que apelan estos feminicidas, ni empatizar con ellos. Pero sí, como a muchas y ojalá también muchos, me interesa intentar entender cómo es que los entornos, círculos y las sociedades los habilitan para llegar a esos niveles de violencia. Esa misma pregunta se plantea, sin respuestas ni conclusiones taxativas, en Adolescencia, la miniserie de Netflix creada por Stephen Graham que tiene a todo el mundo hablando de incels y manosfera (o machosfera, como prefiero decirle) el término dado al conjunto de comunidades y movimientos en línea conformados principalmente por hombres heterocis que se congregan en torno a conversaciones sobre la masculinidad, relaciones, seducción y desarrollo personal, en las que predominan ideologías antifeministas y masculinistas. Hacen parte de la manosfera pero no son los únicos. También están los MGTOW (Men Going Their Own Way), aquellos que dicen preferir estar solos, los dizque activistas por los derechos de los hombres y los PUA (pick-up artists) o “artistas de la seducción”. La manosfera es el caldo de cultivo de crímenes de odio contra las mujeres como los cometidos por Rodger y Minassian Y NO SE SOSTIENE SOLA.

Si bien Adolescencia no está inspirada en los casos de Rodger ni Minassian ni en ningún otro caso similar de la vida real, bebe del mismo discurso que sostiene esos crímenes y que aglutina a millones de hombres heterocis en esas comunidades digitales. En Adolescencia, Jamie, un chico de 13 años, es acusado de asesinar a puñaladas a Katie, una compañera de clase y, a lo largo de 4 episodios grabados en plano secuencia -tremenda hazaña-, se van pelando las capas sociales, sin ánimo de justificar, sino más bien de intentar entender, cómo es que un niño de 13 años criado en un entorno “normal”, por una familia “normal”, termina siendo un feminicida. La miniserie es incómoda desde el primer momento y es precisamente esa normalidad lo que incomoda tanto y abre espacio a reflexiones colectivas necesarias, pasando por temas complejos como el bullying o acoso escolar, la confusión, vulnerabilidad y necesidad de referentes en la pubertad, la proliferación de discursos misóginos en internet, la influencia de las redes sociales, la desconexión emocional de los varones y casos como los de Rodger y Minassian que, aunque mayores de edad, empezaron a construir ese odio hacia las mujeres desde la adolescencia y en línea. Y nada de eso es ficción. 

“Es lo del celibato involuntario. Esa mierda de Andrew Tate” dicen en la serie. Quizás mucha gente que vio la serie no sabe que Andrew Tate no es un personaje de ficción, que es una persona real. No es un incel pero sí hace parte de la manosfera y del problema estructural. Es un influencer británico-estadounidense con más de 10 millones de seguidores en X (antes Twitter), investigado por tráfico sexual y uno de los mayores difusores de discursos de odio en la actualidad.

Jamie, el protagonista de la miniserie de ficción, tampoco es un incel. Es un niño llegando a la pubertad y al despertar sexual, confundido y vulnerable. Es víctima de bullying y esto le hace sentir marginado y burlado en espacios fundamentales para la construcción de identidad, como la escuela y las redes sociales. Pero esta violencia no es exclusiva de los varones. Las niñas y adolescentes también son víctimas de acoso escolar y también son juzgadas, incluso marginadas, por su físico y en función de qué tan “cogibles” son. ¿Entonces por qué los que terminan asesinando gente al crecer, como Rodger y Minassian, son en la mayoría de casos, varones? No es porque los hombres cis nazcan con la violencia en el pene como sostiene el terfismo. Tampoco es un problema de instintos salvajes incontrolables como defienden muchos. Los hombres y las mujeres reaccionamos de maneras distintas a las tensiones y provocaciones, al conflicto y a la frustración, porque así nos enseñaron a hacerlo. Porque la feminidad es performance y la masculinidad también. Y el mandato de la masculinidad es uno de violencia y dominación que incluye la urgencia de demostrarse macho y hetero (porque la homosexualidad también es castigada), teniendo sexo temprano y frecuente con muchas mujeres. Entre más encuentros sexuales tenga un hombre con distintas mujeres, más semental y macho será a los ojos de su grupo validador. Esa presión social vinculada al sexo es un asunto que sí agobia a Jamie. La sola idea de ser percibido como un incel, como alguien que no tendrá sexo, es capaz de romper su sistema de valores, aún frágil, como esa masculinidad en construcción

Otra certeza en el guion de la masculinidad patriarcal es el rol que jugamos las mujeres en esas historias que nos cuenta el patriarcado, en las que los únicos protagonistas son ellos y nosotras solo complemento o adorno. Actrices de reparto o ciudadanas de segunda categoría que existimos para que ellos brillen y destaquen, para cuidarlos y satisfacer sus deseos, independientemente de los nuestros, que al final, ni importan. Y cuando las mujeres nos rebelamos, cuando nos salimos de las márgenes, despliegan toda esa violencia aprendida para castigarnos y devolvernos al guion original. De ahí que estos chicos perdidos, jamás besados, no comprendan cómo es que las mujeres no están atendiendo su deseo sexual. Entonces se sacan teorías de la manga, como la del 80/20, que les dicen que es un asunto matemático, que el 80% de las mujeres están interesadas en el 20% de los hombres, por lo que para conseguir que alguna mujer los elija, algunos optan por engañarlas cuando estas se encuentran más vulnerables, como confiesa Jamie en la serie; otros se autoconvencen de que solo podrán lograrlo mediante el éxito, que en un mundo capitalista, se traduce en dinero, carros y músculos, así que aspiran a hacerse millonarios en la cultura del dinero rápido que les ofrecen las criptomonedas. Muchos terminan incluso cayendo en criptoestafas o esquemas dudosos (pump and dump y rug pulls) como la que promovió recientemente el presidente libertario de Argentina, Javier Milei. 

Todo esto, comunidades incels, la regla del 80/20, los criptobros y tipos como Tate que han hecho de la misoginia una bandera, un negocio y un culto, convergen no solo en la manosfera, sino en toda la internet, el lugar al que montones de chicos acuden para acceder a información, respuestas y la conexión que no encuentran en sus mundos análogos. No hace falta entrar en la dark web1, solo hay que abrir X (antes Twitter) o TikTok para encontrarnos a Tate (que ahora quiere ser primer ministro del Reino Unido con su partido BRUV (Britain Restoring Underlying Values), deshumanizando a las mujeres. Esos valores que pretende restaurar son los mismos a los que hacía referencia Rodger en su manifiesto y los que sostienen al patriarcado desde siempre, con la violencia como expresión y mediante el ejercicio de dominación y poder, pero ahora mezcladas con ideas de “superación masculina”, que van intrínsecamente ligadas al discurso de las tradwives (esposas tradicionales), de las “energías masculinas” y “energías femeninas” y de los “hombres y mujeres de valor”. Nada de esto es aislado ni fortuito. Todo es parte del mismo problema y de la misma estrategia, y está al alcance de un clic para niñxs y adolescentes en un espacio que, sin la educación necesaria, las herramientas de supervisión y el acompañamiento adecuado, es peligroso pues crea realidades a partir de esas narrativas violentas y discursos de odio que deshumanizan a las mujeres y a todas las personas que rompan con la heterocisnorma. 

Aún así, en medio de tantas reacciones por la serie, la mayoría de personas se sienten ajenas al problema, como si este asunto fuera solo responsabilidad de madres, padres y educadorxs y no de toda la sociedad. ¿Acaso no entran a X y ven el desprecio hacia las mujeres a diario? ¿Acaso lo tienen tan normalizado que no notan que también lo consumen? ¿Acaso no notan la crueldad y la agresión como mandato cotidiano? El desprecio y deshumanización está a la orden del día en cualquier red y no es un asunto exclusivo de incels ni de adolescentes. Está tan naturalizado, y en los mismos códigos de la manosfera, que hasta no hace mucho (1996) la violación conyugal, es decir el sexo forzado al interior del matrimonio, estaba permitido en Colombia, porque se asumía que la esposa estaba en la obligación de tener sexo con su esposo cuando este quisiera. Tan naturalizado ha estado en todo el mundo que por casi una década, entre julio de 2011 y octubre de 2020, Dominique Pélicot, un tipo de más de setenta años, ofreció a decenas de desconocidos violar a Gisèle, su entonces esposa, mientras la mantenía drogada, en su propia cama, en su propia casa. 80 de ellos aceptaron y de los pocos que no aceptaron, ninguno denunció porque el silencio y el pacto patriarcal también hacen parte de su guion

Aunque la narrativa no es nueva, es la misma que, generación machista tras generación machista, se ha logrado adaptar a los lenguajes de hoy y ahora enfrentamos a uno de los grandes monstruos de nuestros tiempos: una generación carente de educación emocional y con dificultades para la vinculación y conexión social, educándose y dándole sentido a la vida en comunidades y narrativas de odio hacia las mujeres y personas LGBT+. Con el agravante, además, de que actualmente la violencia es más fácil de ejercer que antes, gracias al anonimato de las redes sociales y a la normalidad con que esto opera frente a los ojos de cualquiera que tenga acceso a internet y a redes sociales ¿Acaso no vemos la crueldad? ¿La agresión como mandato cotidiano? NADA DE ESO ES FICCIÓN. NOSOTRAS LO VIVIMOS A DIARIO.

En el epílogo de su manifiesto incel tras cometer su acto terrorista, Rodger deja muy claro -por si quedaba alguna duda en el centenar de páginas deshumanizantes previas- que su problema es no poder tener el control sobre la sexualidad de las mujeres y que lo tengamos nosotras, por lo que concluye que las mujeres no deberíamos tener derecho a decidir sobre nuestra sexualidad, ni ningún derecho:

“El mal supremo detrás de la sexualidad es la mujer humana. Ella es la principal instigadora del sexo. Ella controla qué hombres lo obtienen y cuáles no. Las mujeres son criaturas defectuosas (…) Hay algo muy retorcido y erróneo en la forma en que sus cerebros están cableados. Piensan como bestias, y en verdad, son bestias. Las mujeres son incapaces de tener moral o pensar racionalmente. Están completamente controladas por sus emociones depravadas y sus viles impulsos sexuales (…) Lo he observado toda mi vida. Las mujeres más hermosas eligen aparearse con los más brutales de los hombres, en lugar de magníficos caballeros como yo. Las mujeres no deberían tener derecho a elegir con quién aparearse y reproducirse. Esa decisión debería ser tomada por hombres racionales e inteligentes. Si las mujeres siguen teniendo derechos, solo obstaculizarán el avance de la raza humana mediante la reproducción con hombres degenerados y la creación de seres estúpidos y descendencia degenerada. Las mujeres tienen más poder en la sociedad humana del que merecen, todo por culpa del sexo. No hay criatura más malvada y depravada que la hembra humana. Las mujeres son como una plaga. No merecen ningún derecho. Su maldad debe ser contenida. Las mujeres son crueles, malvadas, animales bárbaros y necesitan ser tratadas como tales”.

Suena delirante, retrógrado y extremadamente violento, pero esto es lo que muchos piensan y, en la machosfera, expresan abiertamente. También es delirante la parte en la que resume su ideología “suprema” para un mundo “justo y puro”, donde habla de campos de concentración para mujeres y de mantener a algunas vivas solo con fines reproductivos, hasta que recordamos que en países como Argentina y Estados Unidos, los actuales gobernantes están desmantelando cualquier avance en materia de derechos de las mujeres y personas trans, en perfecta resonancia además con el terfismo, que no cae tan lejos de los ideales moralistas y genitalcentristas de la comunidad incel

Recuerdo que por allá en el 2018, en algunos espacios y debates feministas sobre el lugar de los hombres en los feminismos, cuando alguna mencionaba la importancia de convocarlos a la conversación -desde un lugar de escucha activa porque la palabra, los micrófonos y el protagonismo los tuvieron siempre- decíamos que se ritasegateaba. Esto porque la argentina Rita Segato ha sido una de las pensadoras contemporáneas más insistentes en repetir que el patriarcado no son los hombres sino un orden político que se sostiene a través de la imposición de roles de dominación y subordinación, y que este orden no solo afecta a las mujeres, también a los varones, mediante el mandato de la masculinidad. En ese sentido, los hombres no solo pueden, sino que deben cuestionar y desafiar al patriarcado en lugar de reproducirlo porque ellos también resultarán beneficiados.

Este pensamiento choca con algunos feminismos que se aferran a un único sujeto político posible para el movimiento, una premisa importante y necesaria en otro contexto y momento político, pero insuficiente a la luz del mundo actual. Está más que claro que los feminismos propenden por los derechos y la liberación de las mujeres, que han sido históricamente oprimidas por el sistema patriarcal y han sido las mujeres las abanderadas y protagonistas de las luchas que han permitido las transformaciones sociales que hoy nos permiten ocupar lugares que antes serían impensables, y no hablo de espacios de poder, hablo de espacio público. Pero también es claro, a estas alturas de la conversación, que el género no es el único factor de opresión en el patriarcado. La raza, la clase y otras intersecciones y experiencias también hacen parte de la ecuación y esto, lejos de descentrar el sujeto político, lo expande, como explica la brillante Mikaelah Drullard cuando dice el separatismo ya fue.

Yo me ritasegateo duro. Quiero un feminismo al que al menos los niños y adolescentes que necesitan sentirse parte de una comunidad con la que compartan valores, puedan acercarse sin miedo y sentirse recibidos. Yo los quiero de este lado, no en la manosfera consumiendo la basura masculinista que les regurgitan Andrew Tate, el Temach o Westcol en la boca. Y quizás también quisiera a sus padres, para que la responsabilidad de que los peladitos no terminen siendo una réplica de esos que capitalizan el odio y el click-rage no siga recayendo sobre las madres feministas, en especial las de varones, que ahora cargan con más peso que el de maternar. Esto no quiere decir que los quiera en todos los espacios, ni protagonizando conversaciones ni marchas ni lugares que por tanto tiempo nos han sido negados a las mujeres, pero sí los quiero de este lado, pensando cómo romper el contrato de género del que habla Rita Segato, para que dejemos de pensar la fragilidad como un atributo femenino que los hombres deben blindar de violencia y odio y la entendamos como una realidad humana, que nos llame a protegernos entre todxs, colectivamente, a abandonar el chiste y las presiones sobre la sexualidad o falta de ella y tantas otras formas de crueldad en las que se expresa el mandato de la masculinidad patriarcal. La masculinidad no es tóxica, lo tóxico es el mandato patriarcal y más que tóxico, es violento.

Quizás, siendo una comunidad más presente, con redes de apoyo sólidas, reparando el tejido social fracturado y comprendiendo lo FRÁGILES que somos, podamos llegar a cuidarnos más y mejor, en colectivo.

  1. La Dark Web es una parte de Internet que no está indexada por los motores de búsqueda convencionales y a la que solo se puede acceder a través de navegadores especializados. ↩︎

FUENTE: VOLCÁNICAS


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