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octubre 7, 2024

“Hay que hilar un discurso distinto al de la mujer víctima”: Susana Uribe


“Lobas”, más que una obra es un ritual. Basándose en el libro “Las mujeres que corren con los lobos”, el grupo La Máscara creó la pieza. Susana Uribe, hija de la fundadora del colectivo y ahora directora, se refiere al papel que han tenido por ser pioneras del teatro de género en Colombia. Eso les valió amenazas de muerte y las llevó al exilio.

“Las vamos a matar, perras hp, váyanse de este país”. Susana, de solo diez años, con los ojos desorbitados le extendió el teléfono a su mamá, la actriz y directora del Teatro La Máscara, Lucy Bolaños. La llamada se repitió varios días a la misma hora.

Lucy, Claudia Morales, Valentina Vivas y Pilar Restrepo, integrantes de la agrupación, empacaron a toda carrera lo que pudieron y abandonaron la sede en el barrio San Antonio de Cali. Así como ellas, Vicky Hernández, Patricia Ariza y más artistas, periodistas, pensadores que aparecieron en una lista negra, se exiliaron para salvar sus vidas. Era 1988. Durante ese tiempo hicieron lo único que saben: crear. Dirigidas por Ariza montaron Mujeres en trance de viaje. Regresaron cuando se aprobó la Constitución del 91.

El grupo La Máscara, creado en 1972, es el colectivo pionero del teatro de género en el país. Comenzaron en una época en que el arte se ocupaba de temas políticos y la sociedad había reducido lo que aquejaba, sentían, soñaban o les dolía a las mujeres a los temas domésticos.

Susana Uribe Bolaños ahora es la directora del grupo, hija también del actor, director y músico Gabriel Uribe. Llega al Festival Internacional de Artes Vivas, FIAV Bogotá, con la obra Lobas. Este performance dramático, donde los espectadores son convidados a una carpa estilo tipi -las viviendas cónicas de los indígenas norteamericanos que se ven en las películas del Viejo Oeste- para vivir un ritual, está basado en Las mujeres que corren con los lobos, ese libro de la psicóloga estadounidense Clarissa Pinkola que es una especie de biblia feminista.

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Lo leyó en pandemia, cuando tras separarse se volvió a la casa materna con su hijo, Matías, y sus gatas Iris y Mila. “Me estremeció en ese momento de oscuridad”. Dos años duró la investigación y montaje, acompañado de procesos terapéuticos y espirituales en los que se embarcaron ella y las otras dos actrices del reparto.

“Cuando La Máscara comenzó a hacer su teatro, incluso dentro del mismo medio artístico se preguntaban para qué hablar de las mujeres, de las cosas que nos pasan, de lo íntimo”. El colectivo abrió trocha, sufriendo miradas de sospecha y burlas socarronas, para que hoy muchas artistas tengan presencia y se hable desde la perspectiva femenina. “Tenemos maestras importantes que también han ayudado a abrir ese camino, como Carolina Vivas, Patricia Ariza. Ahora hay una ola de mujeres dramaturgas como Verónica Ochoa, Martha Márquez, más jóvenes como Jenny Cuervo que ponen su voz y mirada en el arte escénico”.

Al comienzo hubo hombres, pero las dificultades para hacer y vivir del teatro hicieron que fueran desertando a comienzos de los 80. Entonces se estableció como un grupo de mujeres que se dedicó a tratar temas desde la visión de mujer.

Susana Uribe Bolaños, directora de la compañía de teatro de género, La Máscara.

Susana Uribe Bolaños, directora de la compañía de teatro de género, La Máscara.

Foto: Compañía La Máscara

¿Por qué se creó La Máscara?

Carlos Bernal, actor del Teatro Experimental de Cali (TEC) conoció a mi mamá en Pance y la invitó a ver teatro. Entró sin saber y se quedó. Comenzó a hacer teatro con varios actores del TEC que tenían un espacio para experimentar con la dirección: Aicardo Bonilla, Carlos Bernal, Helios Fernández. Al principio se llamaba El Tinglado.

Y se volvió hippie…

No venimos de familia de artistas; mi abuela y mis tías eran costureras. Siempre ha habido muchas mujeres en la casa. Mi mamá se casó a los 17 para salir de la casa, se volvió enfermera. Veo fotos y era otra persona, como una reina de belleza, con el maquillaje y peinado perfectos. Cuando entró al teatro, la vida le dio un vuelco y se encontró consigo misma.

¿Cómo encontró la Máscara su camino?

Ahora que estamos haciendo un trabajo de archivo he encontrado cartas de mi madre en reflexiones profundas. El proceso se dio con los temas que le interesaban, pese al desdén de algunos compañeros que reclamaban que hablaran de cambios sociales, sin darse cuenta de que ella y sus compañeras estaban preocupadas justamente por cambios más internos.

Siempre se les menciona como pioneras…

Las circunstancias han hecho que el grupo sea pionero en diversos lenguajes. Fue de los primeros en hacer danza teatro en el país, montando Bocas de bolero bajo la dirección del ecuatoriano Wilson Pico, que venía con el referente de Pina Bausch. Lo mismo ocurrió con Emocionales, una obra que por falta de dinero y no tener sala se hizo por toda la casa, sin escenografía y con unos vestuarios que regalaron. Todo eso ha hecho que el grupo tenga unas apuestas estéticas y tome decisiones temáticas que han abierto camino, para tratar temas sexuales, ansiedades, necesidades de las mujeres.

¿Cómo vivió el desarraigo del exilio siendo una niña?

Fue muy doloroso. Me fui a vivir entre las casas de mi papá y mi abuela. No había celulares ni Internet. Se me desgarraba el alma cada que mi madre me podía llamar. A los seis meses, Manuela (la hija de seis años de Pilar Restrepo) y yo viajamos. Estuvimos rodando con ellas mucho tiempo en México, Costa Rica, Cuba. Es admirable cómo llegaban a cada país y gestionaban en universidades, colegios, espacios de la calle, dictando talleres, haciendo funciones. Era la manera de sobrevivir.

¿Cómo la formó ese periodo?

Éramos nómadas. Logré mucha independencia y eso me obligó a madurar rápido. Manejaba el metro sola y tomaba talleres de danza en la Universidad Autónoma siendo tan niña.

¿No odió el teatro por alejarla de ese mundo personal y conocido?

Nunca tuve esa pelea tan fuerte, aunque quería hacer cine y no teatro. Cuando volví a Cali entré en un mundo de la rumba caleña muy pronto. Me sentía grande. Era un momento social difícil, con todo el ambiente del narcotráfico.

¿Qué representa ser hija de Lucy y que su patio de juegos fueran el TEC y La Máscara?

Se veía normal porque era el día a día; pero desde la distancia no era normal para una niña ver a Enrique Buenaventura todos los días, en su casa, yendo a conversar, haciendo parte de la familia. Eso está en la piel, en el cuerpo. Es un privilegio que te hace adquirir una perspectiva hacia el teatro distinta. Ahora estamos haciendo una obra que se ganó un premio, Lo que fue. Es la historia de una actriz de esa época, las que son referentes de los inicios del TEC y la televisión. Es bello desde este lugar recordar eso.

¿Su papá, también artista, sí entendió ese camino de Lucy?

No sé mucho. Esa caja de la relación de ambos no la he querido abrir. Ahora será difícil pues ella tiene alzhéimer. Se separaron siendo yo una bebé. Sé que pese al dolor, sobre todo en ella, se mantuvo una relación muy bella desde el colegaje. Hay cartas muy profundas entre los dos, donde se hablan de momentos de crisis del TEC, reflexiones sobre la vida.

¿Qué aprende de Gabriel?

Admiro su pasión por la vida, su buen vivir, su paciencia. Verlo en escena es una exquisitez. Además fue mi profesor en Univalle y siempre lo manejamos con madurez. Tengo claro el rol de hija y la relación estudiante-maestro.

¿Ha pensado en escribir a partir de la enfermedad de Lucy?

Sí, pero no lo he hecho aún. En 2013, por primera vez mi papá dirigió una obra de La Máscara, Antígona. Actuamos los tres. Fue maravilloso sentir el respeto de uno por el otro; pero quedó un dolorcito porque ahí nos dimos cuenta de que le estaba comenzando la enfermedad. El año pasado la presentamos por última vez. Ella hace un personaje silente, una testigo de toda esa tragedia griega a la colombiana. Ya necesitaba asistentes atrás para guiarla.

¿Qué ha visto en los ojos de espectadores que le confirme que vale la pena todo el trabajo?

Con Lobas lo hemos visto muy de frente. Esta obra nos lleva a otra experiencia estética, de dramaturgia, de las mujeres pero desde otro lugar, no desde el pesimismo. Eso ha sido ha sido revolucionario para la visión del grupo. Es cambiar el lugar de mujer víctima, pues hay otro discurso que se debe hilar desde otras formas, indagar otras posibilidades desde lo femenino.

¿Qué es ‘Lobas’?

Una experiencia, porque el dispositivo lleva a la gente a tener una relación muy íntima. Quienes conocen el libro, saben es un viaje muy profundo al interior. Nos ocurre a las tres intérpretes pero también a la gente que se mete en ese recorrido. Hay un movimiento energético, espiritual, muy fuerte en esa carpa. Al final hay un espacio, antes de salir al mundo, donde hacemos pausa, silencio. Si alguien quiere conversar, lo hace. Lobas abre una nueva forma, al menos para nosotras, de conectar con el arte. Se queda en la psiquis de hombres y mujeres. Eso es posible gracias a todas las mujeres que han pasado por La Máscara, con lo difícil que en este país es tener un grupo, sala, mantener coherencia artística.

¿Se puede pensar que ha avanzado la relación hombre-mujer?

Si todos tuviéramos acceso a una misma educación, a unos procesos de sensibilización desde lo artístico desde niños, avanzaríamos mucho. Pero se siguen unos patrones familiares que se repiten durante años. Hay mucho por hacer. Cada vez hay más hombres conscientes y con mucha ternura; porque tampoco para ellos ha sido fácil pues el sistema patriarcal ha sido fuerte. Les ha dejado una tarea dura. Cuando hacemos Lobas y van hombres que se abren a esa posibilidad de sentir, de expresar, han ocurrido cosas bellas.

Hay una labor de las nuevas madres…

Es de mucha consciencia, pues en nosotras también está el tema patriarcal muy anclado. No comparto mucho ese desligar hombres y mujeres. Para mí es el desarrollo de la humanidad lo que importa. Hombres y mujeres estamos transitando por lugares que no son fáciles. Claro que nosotras estamos más abiertas y en espacios de transformación se encuentran más mujeres. Ojalá cada vez pudiéramos integrarlos más. En La Máscara ahora hacemos un trabajo que se llama Shala, Escuela Artística para la Transformación del Ser (significa casa en sanscrito). Ahí trabajamos desde tres enfoques: lo artístico, holístico y ecohumanista. Estamos en una investigación desde el arte e indagando cómo podemos ser mejores seres humanos en este ratico de vida que nos queda. Transformarse uno para poder transformar el entorno, generar ondas.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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