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abril 24, 2024

El ecofeminismo de Yayo Herrero: mirar distinto para imaginar


Hablamos con la referenta ecofeminista Yayo Herrero sobre los ecofeminismos, sus apuestas y la necesidad de mirar distinto para poder imaginar otros futuros.

Yayo Herrero es antropóloga, ingeniera, educadora y una de las investigadoras y voces más influyentes en el ámbito ecologista, desde la mirada ecofeminista. Conversé con la autora española a su paso más reciente por Colombia, que coincidió con el inicio de una nueva crisis ambiental, la del agua. Hablamos sobre la importancia de los ecofeminismos y de establecer diálogos desde diferentes lugares, saberes y marcos para, desde ahí poder hacer frente a las crisis presentes e imaginar otros futuros posibles. Leer y escuchar a Yayo y a las ecofeministas se hace, cada vez más, un imperativo ético de quienes creemos en futuros que tomen en cuenta y en los que quepamos la naturaleza, todas las personas y formas de vida, como escenarios posibles, deseables y sostenibles.

Hablemos de la importancia de los ecofeminismos en los contextos actuales, no sólo feministas, también en los contextos de crisis ambientales y sociales que atraviesan el mundo entero.

Yayo: Los ecofeminismos son muy importantes porque suponen una verdadera cosmovisión que le da la vuelta a muchos de los elementos de la cultura dominante. Desde mi punto de vista suponen una forma totalmente distinta de mirar la economía, la política y la cultura. Y es una forma distinta de mirarla porque la miras desde otro lugar. Y ese lugar es la propia vida, el propio sostenimiento de la vida. Digamos que la mirada ecofeminista parte de pensar qué es la vida humana y cómo se sostiene la vida humana. Y parte del reconocimiento de que la vida humana es una vida inserta en una trama de la vida en la que hay animales, hay plantas, hay tierra, hay aire, hay agua, que interactúan entre sí. Y desde la conciencia de que precisamente esa interacción entre sí de todos esos elementos, es lo que hace que podamos estar vivos y vivas. Respiramos, pero los seres humanos no fabrican el aire que respiramos; bebemos agua y somos agua, pero los seres humanos no fabrican el agua; utilizamos minerales y energías que extraemos de la tierra, pero no son fabricados por los seres humanos. Los seres humanos extraemos simplemente. Lo que quiero decir es que no hay ni economía, ni tecnología, ni vida posible fuera de esa trama de la vida. Sin embargo, tenemos políticas y culturas dominantes y economías sobre todo dominantes, que han crecido como si la vida humana y esas economías pudieran flotar por encima y por fuera de la tierra. Pero además, los seres humanos habitamos otro segundo territorio, más íntimo, más próximo, que es nuestro propio cuerpo. Somos seres encarnados en cuerpos, en cuerpos que decimos que son vulnerables porque son necesitados. Un cuerpo necesita alimento, necesita vivienda, necesita refugio y necesita cuidados adecuados para cada momento del ciclo vital. Ni una criatura recién nacida, ni una persona muy viejita, ni una persona enferma, ni una persona diversa, funcional, dependiendo de cuál sea la diversidad funcional, sobrevive en algunos momentos de su ciclo vital si nadie la cuida. Pero es más, tampoco muchos señores triunfadores, varones ricos, aparecen lavados y planchados en sus puestos de trabajo, sino que hay mucho trabajo, mucha tarea que hay por fuera de la economía y por fuera de la política, que es la que permite que todas esas vidas se puedan sostener. Esas tareas han sido históricamente realizadas por mujeres, no porque estemos mejor preparadas por la naturaleza para hacerlas, sino porque vivimos en sociedades patriarcales que asignan de forma no libre, mayoritariamente a mujeres, con mecanismos que son materiales, culturales, educativos, simbólicos y que conforman esa división sexual del trabajo propia de las sociedades patriarcales. Es decir, cuando somos conscientes de que para poder vivir necesitamos toda esa atención concreta a los cuerpos y además necesitamos esa atención concreta, inserta en una trama de la vida, es cuando nos damos cuenta o podemos ser conscientes de que la vida humana no se sostiene sola, hay que sostenerla intencionalmente. Y si queremos que todas las vidas sean sostenidas con justicia, hacen falta economías, políticas, culturas que pongan la vida en el centro. Ese es el planteamiento crucial de las miradas feministas que propugnamos. Tratamos de trabajar, de impugnar un modelo dominante y de construir otro alternativo que ponga el bienestar de todas y cada una de las personas -conscientes de que compartimos el planeta con muchos otros seres vivos- como prioridad. Ese es un poco el marco. 

¿Por qué crees que ha sido tan difícil poner las luchas y demandas ecofeministas en la agenda política de los países, e incluso, muchas veces, en la agenda feminista dominante, siendo un asunto que nos afecta a todxs y que atañe la vida misma? 

Yayo: Yo diría que parte de esto tiene que ver con la propia cultura capitalista y colonial, que se ha extendido por una buena parte del mundo, de una forma tremendamente violenta. La cultura occidental es una cultura que nació y se extendió a partir, precisamente, de la configuración o de la concepción de la vida fracturada entre una humanidad que pensaba que razonaba y una naturaleza en la que estaba todo el resto del mundo vivo y estaban, incluso, los propios cuerpos de los seres humanos. Para pensadores como Platón, Descartes, Bacon, Newton, la naturaleza era un objeto y los propios cuerpos humanos eran el soporte accidental de lo verdaderamente humano que era esa alma inmaterial o esa razón inmaterial. Esa mirada que ha enseñado a mirar la tierra y los cuerpos desde la exterioridad, desde la superioridad y desde la instrumentalidad, es una mirada que se ha extendido a partir de las propias dinámicas coloniales. Está inserta en la consideración de la economía capitalista que considera que solamente es económico aquello que tiene reflejo en las cuentas económicas de los sistemas, o que considera, incluso, que todo merece la pena sacrificarse si la contrapartida es que la economía crezca. Es como si fuera una gran religión civil que ha hecho del dinero su valor más sagrado. Por tanto, cuando estamos hablando de miradas feministas, estamos mirando de una mirada disruptiva en dos sentidos: en primer lugar, porque impugna la noción antropocéntrica que sitúa a los seres humanos como cúspide de la evolución y que sitúa a los seres humanos como dueños del resto del planeta. Y estamos hablando de impugnar también una mirada androcéntrica que sitúa al varón y en particular al varón blanco, heterosexual, supuestamente autónomo, como sujeto universal, que viene a ser el modelo al que se tendrían que acercar todos los demás sujetos humanos.Hablar de ecofeminismo en este marco supone, básicamente, apelar y denunciar privilegios, y lo que sucede es que a casi nadie le gusta renunciar a privilegios. Yo no conozco lucha que haya conseguido que los privilegios se suelten así, graciosamente. Los privilegios casi siempre hay que arrancarlos a partir de procesos de impugnación muy fuertes. Y dentro del propio feminismo nos encontramos con que hay algunos feminismos que son muy herederos de esa manera occidental, liberal, de esa huída también de la propia tierra, que tiene también su lógica porque durante mucho tiempo la excusa del patriarcado para situar a las mujeres del lado de la naturaleza era precisamente que estaban que parían, que menstruaban. Eran como cuerpos que quedaban reducidos a la condición de naturaleza, en una sociedad en la que la naturaleza no tenía valor, en la que la naturaleza era un objeto. En buena medida el patriarcado occidental objetual hizo también con el cuerpo de las mujeres lo que hace el racismo estructural, que a los sujetos que considera menos valiosos los reduce a condición de naturaleza. Una parte importante de la literatura heteropatriarcal ha pasado por poner a las mujeres, al sujeto colonizado, al sujeto racializado, en situación de animalidad, insisto, en un modelo en el que lo animal es despreciado. Entonces, por una parte está esto y luego, por otra parte, hay también cuestiones que tienen que ver con los privilegios. Puede haber tensiones dentro de los propios feminismos y situaciones de emancipación que construyen algunas mujeres que lo hacen emulando o tratando de imitar la fantasía de la individualidad propia del sujeto patriarcal. Lo que quiero decir es que hay sujetos patriarcales que se pueden insertar o encarnar también en cuerpos de mujeres y que este lugar a donde nos lleva la mirada ecofeminista, que pretende poner todas las vidas con igual valor en el centro, también, a veces, supone impugnar privilegios de mujeres. Yo creo que por eso nos encontramos con esa dificultad y ese analfabetismo ecológico que impide darse cuenta o tratar de actuar aunque veas con tus propios ojos los impactos del calentamiento global o del saqueo de la tierra. 

Ahora que mencionas esto y cómo el patriarcado también se encarna en los cuerpos de algunas mujeres, y ocurren estas disputas internas de poder y relaciones de poder y quiebres muy fuertes también al interior de los feminismos, cómo se sitúan los ecofeminismos o tu ecofeminismo frente a esas fracturas. Particularmente en torno al reconocimiento de las personas trans como sujetos políticos dentro de los movimientos. 

Yayo: Vamos, clarísimamente. Los ecofeminismos están atravesados por las mismas rupturas y las mismas fracturas que otros movimientos sociales y que los feminismos en general. Entonces puede ser perfectamente que nos encontremos con algunas personas que forman parte del movimiento, que en un momento determinado apelen a la división binaria de los sexos, incluso con argumentaciones de naturaleza para negar a las personas trans. No es mi caso. Desde mi punto de vista no me parece una buena argumentación, porque lo natural es también una construcción que debe ser sometida a disputa y a diálogoYo la verdad es que las únicas veces que a las culturas patriarcales les he oído hablar de naturaleza, ha sido siempre para delimitar, dominar o tratar de someter la forma en la que la gente vive el deseo, vive el cuerpo o vive el amor o vive la sexualidadLa literatura patriarcal ha hablado de atentados contra la naturaleza cuando ha hablado de personas gays, de personas lesbianas y ahora también de las personas trans. Yo creo que una cosa es la trama de la vida en la que todo el mundo está inserto y otra cosa es la construcción de naturaleza propia de sociedades que la han separado del resto del conjunto vivo, que no es más natural ni menos natural una persona trans que una persona que asume la división binaria normativa de los de los cuerpos.

Y es una concepción muy colonialista, y pensaría una que también contraintuitiva frente a las posturas ecofeministas, justamente porque vuelve a reducir la vida, los cuerpos, a una mirada biologicista y esencialista.

Yayo: Sí, a mí es una cosa que me llamó siempre la atención, porque el feminismo ha luchado tanto contra el esencialismo, y ahora mismo quiere visibilizar las esencias de esta de esta manera. Y luego, en cuanto a la dimensión un poco más colonial que que señalabas, yo creo que la encuentras dentro de algunas miradas ecofeministas, y no lo no lo digo desde el plano de una estigmatización o criminalización o crítica profunda a las personas que tienen estas dimensiones, sino que hemos sido atravesadas por culturas coloniales, por culturas racistas, estructurales, y es muy importante dejarse interpelar por esta denuncia que nos hacen desde otras miradas, desde los feminismos decoloniales. Yo, por ejemplo, que tengo más cerca a los feminismos gitanos, que también hacen una impugnación y una crítica profunda a los feminismos normativos, creo que es importante porque, a fin de cuentas, hay formas situadas muy diferentes de entender las cuestiones. Incluso las propias genealogías son discutibles. Por ejemplo, en Europa, la primera persona que mencionó la palabra ecofeminismo fue Françoise d’Eaubonne, en Francia, en 1974, una mujer, desde mi punto de vista, que hizo una aportación tremenda. Ahora mismo hay montones de cosas con las que no coincidiría, pero otras muchas siguen siendo plenamente vigentes, me parece valiosa, pero esto no quita que haya otros imaginarios ecofeministas en otros lugares del mundo, incluso de personas y de grupos humanos que impugnan la propia palabra ecofeminismo. Porque el prefijo eco es un prefijo también muy de la cultura colonial que ha fracturado la naturaleza y la vida humana. El prefijo eco o el sustantivo naturaleza son propios de la cultura occidental. En Abya Ayala hay movimientos que hablan más de los feminismos territoriales, de los feminismos comunitarios. Y sin embargo, cuando hacemos ese diálogo respetuoso de saberes, nos encontramos que son imaginarios ecofeministas que podemos compartir perfectamente. Pero las genealogías se construyen también en ámbitos académicos y en los ámbitos académicos, también hay lógicas muy profundas de poder, y se imponen epistemologías y miradas que vienen del norte, cuando hay otras tremendamente ricas, que modulan y que matizan, que muchas veces han sido históricamente subordinadas y silenciadas.

Claro, y de esas diferencias en los contextos, de las defensoras de la tierra, las defensoras del agua, las defensoras ambientales, las mujeres que que llevan y sostienen las luchas en los territorios en Centroamérica, a lo largo de todo el continente y las amenazas latentes contra sus vidas, también hay que hablar y cómo estas luchas se extienden y conectan con otros lugares, incluso por fuera de Abya Yala. Tú has dicho que no hay victoria final. Y esta lucha es un desgaste también de esas vidas. ¿Quién cuida a quienes cuidan la vida?

Yayo: Bueno, yo diría, y lo digo desde el pudor, porque quien debe decir cómo se han articulado los cuidados en estas comunidades son las mujeres que protagonizan estas luchas, yo no me siento en modo alguno capaz de hablar con ellas. Por tanto, lo que puedo decir son algunas cosas que les he escuchado a ellas y también aportar alguna cosa de lo que yo sí he vivido, que es lo que vivo en mí, en mi país, que son las las luchas en las que yo participo, que tienen una dimensión distinta pero que están empezando a producirse un incremento también de la represión que hasta ahora no conocíamos de la misma manera. Yo diría que es bueno, en primer lugar, decir que las personas que defienden el territorio son muchos hombres y que, cuando estamos hablando de personas asesinadas, estamos hablando de más hombres asesinados que mujeres asesinadas. Me parece importante reconocerlo, porque creo que, por lo menos las miradas feministas que yo percibo, buscan una des-feminización del cuidado, pero buscan también modelos armónicos de respeto mutuo de la colaboración entre todas las personas. Y hay que reconocer también que hay muchos hombres sufriendo las consecuencias de la violencia patriarcal, capitalista, y las sufren de otras maneras. Quiero decir que ser hombre con una masculinidad no normativa dentro de sociedades capitalistas y heteropatriarcales también es bien complicado. Dicho esto, a las mujeres que luchan y se organizan, les pasan otras cosas que no les pasan a los hombres, y es que su propio cuerpo se convierte en un territorio de conquista y en un territorio de disputa. Y cuando hablamos de las luchas de las mujeres defensoras de la tierra, lo que vemos cuando compartimos con ellas y nos cuentan, es una sistemática amenaza de violencia contra sus cuerpos, una sistemática criminalización, una sistemática desvaloración, precisamente por el hecho de ser mujeres. La amenaza permanente, cuando no se materializa, de violencia sexual. Es decir, el propio cuerpo es un territorio en disputa y es un campo de batalla que el patriarcado usa como violencia contra las mujeres que resisten y también como instrumento de violencia contra los propios hombres de esas comunidades. Dado que, aunque los patriarcados sean diferentes, hay también sociedades patriarcales locales, en las que estas mujeres se desenvuelven. Alguna vez escuché a mujeres que vivían en Barrancabermeja en una zona paramilitarizada, decir que ellas vivían permanentemente aterrorizadas, y que tenían tanto miedo que habían terminado generando como una especie de ritualización del propio miedo, y habían diseñado entre ellas una campaña política interna que se llamaba “Hagámosle el amor al miedo”. Los movimientos que yo he conocido en Abya Yala de mujeres son movimientos que tienen la característica de ser comunitarios, de tener unos liderazgos muy compartidos, de manejar muchísimo mejor los equilibrios entre lo colectivo y lo individual. Son movimientos en donde se puede hablar sobre el miedo y reconocer el miedo. Son movimientos que reconocen la vulnerabilidad y que se hacen fuertes, precisamente a partir de lo comunitario y a partir de esa inserción también con el propio territorio. Es un rasgo para aprenderles mucho. Y ahora me vuelvo a los de mi país. Por ejemplo, todo el movimiento en defensa de la vivienda en los ambientes urbanos de mi país es un movimiento liderado mayoritariamente por mujeres. Y en ese movimiento, que para mí es lo más parecido a la defensa del territorio, en el ámbito urbano, te vuelves a encontrar mujeres que no defienden la casa como si fuera solo el el lugar en el que se duerme, se cocina o se asea, sino el lugar en el que se vive, pero es el lugar que está abierto al barrio. Y se defiende la vivienda porque es el lugar en el que también te relacionas con la comunidad que tienes alrededor. Y cuando te extraen de tu casa no te sacan solo de ese cubículo, sino que te sacan de tu relación con la escuela, de tus hijos, con el médico que te atiende, te sacan del mercado, de los vecinos y vecinas. Y entonces esos rasgos que yo aprendí de las mujeres de Abya Yala los encuentro reproducidos aquí también. O por ejemplo, las jornaleras del campo en lucha de la ciudad de Huelva, que han construido un movimiento comunitario súper fuerte, en donde las trabajadoras migrantes marroquíes han establecido alianzas muy fuerte con las trabajadoras jornaleras andaluzas, a diferencia de otros movimientos de hombres en donde el trabajador migrante y el trabajador autóctono chocan entre sí por el puesto de trabajo. Aquí no. Aquí lo que están haciendo es precisamente de esa alianza obtener fuerza y además, hacer la denuncia también a un modelo de producción agrícola que envenena la tierra, que envenena los cuerpos, que envenena el agua. Por ahí es por donde veo esa dimensión más específica. Digamos que en los lugares donde se sufre de forma masiva la colonialidad, lo que hay es un extractivismo feroz que convierte la tierra en cuerpos, en sacrificios. Y estamos empezando a ver cómo el Poder Judicial empieza a detener personas muy jóvenes y a pedir condenas de cárcel por terrorismo. Las dinámicas de represión a activistas, digamos defensores de la tierra y también activistas, por ejemplo, ahora mismo defensores de la vida, como los activistas que se están oponiendo al genocidio en Gaza, está siendo más fuerte. Pero de facto, estas son luchas que están tremendamente presentes, vamos, poder aterrizar en una tierra y en unos cuerpos que han sido invisibilizados por la política, la economía, la cultura dominante.

Cuéntanos, ¿cuáles son o han sido tus referentas ecofeministas latinoamericanas?

Son muchísimas las personas de referencia para mí que podríamos decir que se acojen a los imaginarios ecofeministas, aunque ellas a lo mejor no se denominan así. Una primera a la que me quiero referir es Francia Márquez, tuve el placer de conocerla en España y compartir con ella varias mesas redondas y para mí es una mujer impresionante que refleja muy bien en ese lema de la potencia de la vida todo lo que queremos expresar. Hay otras mujeres como la guatemalteca Lolita Chávez, que es una mujer tremenda también, una mujer del pueblo Maya-Quiché que ha desarrollado una lucha impresionante y que además es una mujer con la que te ríes muchísimo, es una tremenda fuerza de la naturaleza, tremendamente divertida además de luchadora. Es para mí obligado mencionar a Berta Cáceres, hondureña, también tuve el placer de conocerla y compartir con ella, una mujer del pueblo lenca que fue asesinada, pero que como sus hijas Berta y Laura dijeron cuando la enterraron, “no la enterramos, la estamos sembrando” y muchos años después del asesinato de Berta pues esa siembra es más que evidente. Querría también decir que hay muchas personas, muchas mujeres a las que no nombraría con nombre, porque son anónimas, pero que sean anónimas no quiere decir que no existen, son las mujeres que forman parte de comunidades, por ejemplo el colectivo “Miradas críticas sobre el territorio”, de Ecuador, o muchos colectivos, muchos grupos de mujeres defensoras de la tierra, el pueblo Nasa, de muchos otros lugares de la zona del Cauca, de muchos otros lugares de América Latina, de Abya Yala, que para mí son mis maestras y mis referentes. El ecofeminismo desde el que yo trabajo y la revisión de nuestro propio colonialismo interno, porque también las sociedades europeas, la sociedad española, sufrió un proceso de colonización previo en el que fueron asesinadas millones de mujeres, quemadas como brujas, ese colonialismo interno es imposible de entender si no hubiera sido gracias a la aportación de tantas mujeres de Abya Yala.

Para terminar, ¿qué consejos le darías a aquellas personas que se quieren acercar a los ecofeminismos?

Bueno, a personas que no se hayan acercado, que no les resulte propio o próximo el término, o que incluso sientan algo de rechazo al escucharlo, les invitaría a hacerse la pregunta de ¿cómo es posible que una sociedad que se denomina sociedad del conocimiento ha podido crear una forma de entender la vida que declara la guerra a la propia vida?, y a tratar de indagar a partir de ahí, tratar de explorar en qué medida somos seres ecodependientes, cómo nuestra vida es imposible sin naturaleza? Tratar de explorar también en qué medida nuestra vida es inviable si no hay otras personas que se ocupan de nosotras y preguntarnos después entonces, si no podemos vivir sin naturaleza y no podemos vivir sin otras personas que se ocupan de nuestros cuerpos, por qué a los trabajos que ellas hacen no se les llama trabajo? ¿Por qué cuando se pagan esos trabajos, son los trabajos peor pagados y más despreciados del mercado laboral? ¿Por qué la propia naturaleza no es vista como un bien que hay que proteger y es sagrado y lo que hay que proteger siempre es el dinero? Siempre merece la pena destruir cualquier cosa si la contrapartida es que va a crecer la economía, ¿no? Es decir, invitarnos a preguntar por qué nuestras vidas no importan; por qué las vidas de las personas más jóvenes se están poniendo en riesgo a pesar de que la propia ciencia nos esté diciendo que sus vidas corren peligro si no hacemos nada; y las están poniendo en riesgo precisamente las generaciones de sus padres, de sus madres, generaciones como la mía, que nos quitaríamos la comida de la boca para dársela a nuestras hijas, pero no estamos dispuestas a cambiar nuestras formas de vivir para justificar que su vida se pueda dar y pueda ser una vida que merezca la pena vivirse. Yo creo que a partir de esas preguntas podemos aproximarnos a las miradas ecofeministas.

FUENTE: VOLCANICAS


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