marzo 16, 2024
Así nació el libro sobre el derecho al aborto en Colombia

Fragmento de “Conversaciones fuera de la catedral. Una historia del derecho al aborto en Colombia”, en el que dos pioneras del movimiento comparten cómo se labró este camino y cuáles son los retos que las nuevas generaciones. Hoy se presenta a las 7 p.m. en la Biblioteca del Gimnasio Moderno de Bogotá.
El lunes 21 de febrero de 2022, pasadas las tres de la tarde, yo dictaba una clase llamada «Introducción al lenguaje periodístico» en la Universidad Externado de Colombia. La mayoría de mis estudiantes eran mujeres, y mujeres con pañoleta verde en el cuello y la muñeca o amarrada a sus morrales (1). Jóvenes que ya no se permiten algo distinto a ser libres, a decidir por sí mismas, así como yo pude hacerlo. (Recomendamos: Francia se convirtió en el primer país en incluir el derecho al aborto en su Constitución).
Siempre he sido muy exigente, desde que soy docente, con el uso del celular durante la clase; el acuerdo es que yo me desconecto del aparato durante esas horas para entregarme a lo que estemos conversando o aprendiendo, y espero una acción recíproca por parte de ellas y ellos. Por eso me molesté cuando comencé a ver muchas cabezas agachadas, mirando el teléfono, empezando a susurrar. Mi esfuerzo para que se concentraran en lo que estaba diciendo se revelaba tan grande como inútil, así que muy rápidamente decidí interrumpir la sesión y les pregunté qué era lo que las tenía tan habladoras esa tarde, tan fuera de la clase.
—Profe, es que acabaron de despenalizar el aborto hasta la semana veinticuatro. Eso es noticia, y usted nos ha enseñado que la noticia hay que perseguirla, déjenos ir hasta la Corte.
El lunes 21 de febrero de 2022, pasadas las tres de la tarde, yo dictaba una clase llamada «Introducción al lenguaje periodístico» en la Universidad Externado de Colombia. La mayoría de mis estudiantes eran mujeres, y mujeres con pañoleta verde en el cuello y la muñeca o amarrada a sus morrales (1). Jóvenes que ya no se permiten algo distinto a ser libres, a decidir por sí mismas, así como yo pude hacerlo.
Siempre he sido muy exigente, desde que soy docente, con el uso del celular durante la clase; el acuerdo es que yo me desconecto del aparato durante esas horas para entregarme a lo que estemos conversando o aprendiendo, y espero una acción recíproca por parte de ellas y ellos. Por eso me molesté cuando comencé a ver muchas cabezas agachadas, mirando el teléfono, empezando a susurrar. Mi esfuerzo para que se concentraran en lo que estaba diciendo se revelaba tan grande como inútil, así que muy rápidamente decidí interrumpir la sesión y les pregunté qué era lo que las tenía tan habladoras esa tarde, tan fuera de la clase.
—Profe, es que acabaron de despenalizar el aborto hasta la semana veinticuatro. Eso es noticia, y usted nos ha enseñado que la noticia hay que perseguirla, déjenos ir hasta la Corte.
Claro que estaba dispuesta a dejar salir al salón entero para que fueran hasta la Corte Constitucional, ocho cuadras al occidente de la universidad, en el corazón de Bogotá. No porque se tratara de una noticia periodística enorme, que lo era, ni porque se acomodara perfecto a nuestro programa de la clase, que también, sino porque entendí muy rápido que era un momento histórico y no podía negarles la oportunidad de celebrarlo, de estar ahí para palparlo, para vivirlo. Yo misma quería hacerlo.
Dos días después, el 23 de febrero, volví a encontrarme con mis estudiantes y casi todas seguían dispersas y eufóricas, algunas incluso llegaron sin voz a la clase.
Fue pensando en ellas que acepté cuando, en julio de 2022, Natalia García Calvo y Carolina López, dos editoras fantásticas, me propusieron sumergirme en este proyecto, que terminó llamándose Conversaciones fuera de la catedral: una historia del derecho al aborto en Colombia (2). La misma tarde del 21 de febrero, las dos editoras entendieron la importancia de narrar esa historia y contactaron a Cristina Villarreal Velásquez y Ana Cristina González Vélez, las dos pioneras del movimiento feminista Causa Justa. Muy pronto, ambas fueron conscientes de que era necesario recoger las voces de muchas otras compañeras de lucha, para que las nuevas generaciones pudieran entender de dónde venía el proceso que ese 21 de febrero llegaba a un hito importantísimo. Fue entonces cuando yo entré en escena. No iba a ser nada sencillo, tenía varios frentes de trabajo abiertos en ese momento, pero pesaron más las ganas de que jóvenes apasionadas como las que veían la clase conmigo tuvieran mejores herramientas para comprender que no era solo la marea verde, con sus muchas manifestaciones, la que estaba detrás de la decisión que convirtió a Colombia en uno de los países más progresistas del mundo en lo que a aborto se refiere.
Sí, mis estudiantes son unas «pibas» como las de la revolución que con mucha belleza describió la periodista y escritora feminista Luciana Peker, cuando el debate por el derecho a abortar de forma libre, segura y gratuita se dio con fuerza en Argentina, en 2018. Unas jóvenes con una potencia incalculable que esta vez sí sentían como suya una sentencia judicial, que por fin se la habían apropiado. De hecho, esa es una de las grandes diferencias entre el proceso de 2022 y el de 2006, cuando otra decisión histórica despenalizó el aborto en tres circunstancias muy concretas en Colombia (3), pero las calles no se llenaron de pañuelos ni de jóvenes.
Dije que sí porque quiero creer que esta historia puede servir para que esas «pibas» entiendan que sin las luchas que otras mujeres dieron varios años y décadas atrás —en épocas de prohibición total, cuando el aborto inseguro era la primera causa de mortalidad materna en Colombia, sin redes sociales, sin medicamentos abortivos modernos y con una sociedad completamente cerrada al tema— ellas no hubieran podido celebrar frente a la Corte.
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La portada del libro sobre el aborto en Colombia, sello editorial Aguilar. En «Conversaciones fuera de la catedral», las autoras, dos pioneras del movimiento por la despenalización del aborto en Colombia, de la mano de la periodista Laila Abu Shihab comparten cómo se labró este camino, quiénes formaron parte de cada paso y cuáles son los retos que las nuevas generaciones tienen por delante para conseguir la despenalización total del aborto en nuestro país.
Foto: Cortesía Penguin
* * *
En nuestras conversaciones, Cristina y Ana Cristina insistieron de muchas maneras en que este libro no era sobre ellas sino sobre una lucha colectiva. Y sí, es la historia de una lucha que para mí tiene como representación gráfica el famoso juego del whac-a-mole, en el que cuando uno cree haber aplastado todos los topos de plástico, estos asoman sus cabezas desde huecos insospechados. Pero también es la historia de ellas, de sus batallas íntimas (imperceptibles para la opinión pública), de sus miedos, sueños, aciertos y errores.
Además de sentarme en varias ocasiones con cada una, por separado, y luego con ambas, casi siempre con una taza de té al lado y en la casa de Ana Cristina, para construir este libro conversé durante muchas horas con otras veinticinco personas, hombres y mujeres, incluidas varias feministas de las llamadas «históricas», esas que en los años setenta dieron batallas fundamentales por el derecho al aborto. Todas me abrieron su corazón, en varios casos las puertas de sus casas, y hasta me mostraron algunas de sus fisuras.
—¿Ha valido la pena esta lucha de casi medio siglo? —le pregunté a la socióloga y activista Argelia Londoño en una cafetería del norte de Bogotá una tarde lluviosa. Argelia milita en la causa feminista desde la década de 1970, cuando participó de varios grupos de autoconciencia e hizo parte de la organización del primer encuentro feminista en Colombia, que se llevó a cabo en Medellín en 1979, y a su vez ayudó en la preparación del Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, que se realizó en Bogotá en 1981. En esos años se presentaron los primeros proyectos de ley que buscaban despenalizar el aborto a través del Congreso, y en todos se hacía explícito que si una mujer deseaba hacerlo, igual tenía que pedirle permiso al médico o al esposo.
Argelia acababa de contarme que recibió la noticia del 21 de febrero de 2022 en su casa de Medellín y que para celebrar abrió una botella de vino y se la tomó mientras brindaba a través de una videollamada con sus amigas. Después de soltársela me sentí como una tonta, me pareció ingenua la pregunta. Retórica.
—Es que el feminismo es una opción de vida, no se trata de decir un día «voy a ser feminista durante diez años y luego lo dejo», y tampoco es un asunto académico. El feminismo tiene una pasión vital que te mueve a hacer las cosas. Entonces, la respuesta es sí, claro que ha valido la pena, qué importa que hayan pasado como cuarenta y cinco años. Es un orgullo saber que lo que comenzamos hace tanto tiempo hace parte del camino que se ha andado para llegar a este punto.
Aunque este libro pone a dialogar a muchas de las personas que entrevisté, y en ese sentido reconstruye la historia de la lucha por el derecho al aborto a través de un coro polifónico, que se entrelaza con decenas de documentos que hallé en archivos digitales y físicos, hay dos voces que atraviesan toda la narración, que la empujan: son las de Cristina Villarreal Velásquez y Ana Cristina González Vélez.
A las pioneras del movimiento Causa Justa ya las admiraba aunque solo las conocía de lejos, por mi trabajo como periodista. Hoy, después de las largas jornadas que mantuve con ambas, después de las charlas inspiradoras y estimulantes que me regalaron, he aprendido a quererlas. No solo por sus historias de vida, sino porque cada vez que las veo regreso a mi casa con más preguntas que respuestas y porque me permitieron descubrir una forma feminista de trabajar que es hermosa, pues es colectiva y avanza contra los egos y las vanidades.
Cristina es la activista incansable desde la prestación de los servicios. Una psicóloga bogotana reservada y tímida que detesta tener un reflector encima, aunque los merece todos, y que se enfrenta a quien sea para que las mujeres sigan teniendo el derecho de asistir a instituciones como la Fundación Oriéntame, donde las escuchan, las guían, las apoyan en sus decisiones de vida y, sobre todo, no las juzgan. Estuvo en la concepción de la idea original de Causa Justa pero luego no acompañó toda la lucha porque decidió retirarse para abrirles espacio a liderazgos más jóvenes dentro del movimiento. Ana Cristina es una activista que habla fuerte y claro, y es experta en defender públicamente los derechos que en muchos ámbitos nos siguen negando a las mujeres, no solo los sexuales y reproductivos. Una médica paisa que posee la envidiable habilidad de ver la foto panorámica y conectar los brazos que, aunque se mueven muy bien en su propio espacio, logran mejores resultados gracias a su coordinación. Y a la que, a ratos, parece que le cuesta sonreír, aunque cuando lo hace, abre su corazón y da abrazos apretados, genuinos.
* * *
Para tener una mirada externa, y más desapasionada —aunque ya no estoy tan segura de que eso sea posible—, de la batalla que estas mujeres han dado en Colombia, conversé con Silvina Ramos, socióloga e investigadora titular del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES), de Argentina. Silvina, una de las activistas que participó en la redacción del proyecto de ley que en 2018 prendió la mecha por la despenalización del aborto en la Cámara de Diputados de su país, reconoce «la experiencia colombiana como una de mucha inteligencia argumentativa», a la que, por fortuna, en los últimos años se le sumó la movilización social, algo que ya es tradición en Argentina.
«El movimiento Causa Justa generó y acompañó el proceso político con argumentos y con la energía de la ciudadanía, de los grupos de mujeres, de aquellos y aquellas que se movilizan y les muestran a quienes tienen el poder de tomar decisiones que son una población que está demandando algo. Esa fuerza es única, es irremplazable. Todo eso hizo que el proceso fuera más masivo, porque al principio, años atrás, siempre me pareció un movimiento más de élite. Y la otra característica del proceso colombiano que yo resalto es que también estuvo acompañado por mucha generación de información y eso es muy importante. Por ejemplo, haber producido la investigación sobre las barreras de acceso dio lugar a mostrar que las tres causales implementadas por la despenalización en 2006 tenían su techo y no estaban siendo útiles en Colombia», me explicó Silvina desde Buenos Aires.
Allá el proceso sí que fue masivo porque la lucha por el aborto se enlazó con el #NiUnaMenos, el movimiento que protestaba contra la violencia de género. (Y dicho sea de paso, porque amerita el paréntesis, es magnífico que buena parte de la inspiración para lo que ha ocurrido en Colombia en los últimos años en materia de derechos sexuales y reproductivos haya venido de allá, del sur y no del norte. Ese también es un triunfo geopolítico).
Lo maravilloso, regresando a Colombia, es que Causa Justa no solo puso a conversar al país sobre el derecho al aborto, sino que elevó el debate a un nivel incluso científico, que ha obligado a los grupos de antiderechos a mejorar también la vara de sus argumentos. Y lo hizo juntando las fuerzas de todos los tipos de feminismos que luchaban por lo mismo, pero en espacios distintos: la academia, la calle, la prestación de servicios, las redes sociales, el activismo.
Ahora entiendo que la lucha por el aborto no es más que la lucha por la libertad de las mujeres, la libertad plena, la de decidir cuestiones tan trascendentales como tener o no tener hijos. Y ahora, después de conocer a tantas personas extraordinarias, que me dejaron aprendizajes para la vida, mi lista modificada de deseos incluye que este libro conmueva y siembre preguntas en mis estudiantes, pero también en las mujeres que nunca han querido usar un pañuelo verde y, ojalá, en muchos hombres.
Bogotá, noviembre de 2023
1 La pañoleta verde es el símbolo de la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito. Se usó por primera vez en Argentina, en los primeros años de la década del 2000, y luego se extendió por varios países de América Latina y llegó también a países como Francia y Estados Unidos. Está inspirada en los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo. Usar esa prenda se convirtió en una forma de protestar desde la primera marcha de esas madres, el 30 de abril de 1977, por los desaparecidos por la última dictadura militar argentina. En cuanto a la elección del color, activistas feministas de ese país le explicaron a CNN en Español que surgió casi por casualidad, pues para un encuentro nacional de mujeres que se realizaría en la ciudad de Rosario, en 2003, «escaseaba la tela violeta, color representativo de los movimientos feministas a nivel internacional» y «el amarillo era símbolo papal, el rojo ya lo usaban varios partidos políticos, el azul o celeste tenía que ver con la bandera argentina y el blanco era el de las Madres de Plaza de Mayo». Según Viviana Della Siega, integrante histórica de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito de Rosario, citada en un artículo del medio feminista ecuatoriano Indómita, ante esa coyuntura se escogió el «verde porque era un símbolo de vida, para contrarrestar la idea de que el aborto es muerte, por el contrario es vida y defensa del medioambiente». Hoy, de acuerdo con las investigadoras Karina Felitti y María del Rosario Ramírez Morales, la pañoleta verde es un «símbolo viajero y puente cognitivo, anuda diferentes identidades y modos de intervención política de los feminismos contemporáneos».
2 Este título surgió de una idea original de Lucy Garrido, periodista, publicista y feminista uruguaya que conoce muy de cerca la batalla que se ha dado en Colombia por los derechos sexuales y reproductivos. ¡Gracias, Lucy!
3 Se trata de la Sentencia C-355 de 2006, emitida por la Corte Constitucional.
FUENTE: EL ESPECTADOR