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julio 18, 2022

“Soy abolicionista, pero…”


Tropezamos demasiado a menudo, desafortunadamente, con gente que se dice de izquierda e incluso feminista, que declara “yo soy abolicionista, pero…”. El “pero” se convierte en una perorata poco original, por cierto, que recurre a la existencia de “un debate” al que es preciso dar espacio y atención y que, a la postre, sirve para no enfrentar, en realidad, el tema principal: cómo acabar con la esclavitud sexual de las mujeres, una realidad despiadada que nos desacredita como sociedad, como humanidad.

Ocurre esto, por ejemplo, donde quizá no cabría esperarlo, como en espacios asociativos en los que se invocan derechos humanos y principios justos de convivencia. Pues bien, en esos contextos puede pasar que algunos participantes (mientras una mayoría no sabe, no contesta) sitúen en el mismo plano cuestiones contrapuestas que no admiten parangón posible. Algo así como le ocurría al decano del Colegio de Abogados de Madrid cuando declaró hace unos meses que la justicia no debería ser ni machista ni feminista, sino independiente (¿?). Es decir, el jurista venía a considerar equiparables el patriarcado, primer sistema de poder según estudiosas como Gerda Lerner, y el feminismo, un proyecto de emancipación social que lleva siglos batallando por la igualdad de derechos de las mujeres.  En marcos como los citados sucede algo parecido con el abolicionismo del mercado de mujeres y niñas. Las personas “soy abolicionista + pero…” dan a entender que hay que atender discursos contrapuestos, como los conservadores o los neoliberales, que pretenden validar una práctica de sumisión y violencia. Cuando se explica y aclara que la equiparación no ha lugar porque salvo la abolición (es decir, la ilegitimación jurídica de ese mercado) otras opciones conculcan derechos humanos, democráticos y constitucionales, o se recuerda algo tan básico como que no es pertinente hablar de libertad en un sistema basado en la desigualdad y la coacción que escamotea recursos, formación, oportunidades, etc. a las mujeres, da lo mismo: siguen con el famoso “debate” dando a entender, además, que las personas que no justificamos tal comparación somos poco flexibles.

sin puteros no existiría la “oferta” de mujeres a su servicio.

La realidad es que cuando conversamos con personas “soy abolicionista + pero” el diálogo parece destinado a embarrancar. Están los izquierdistas que suele esgrimir la cantinela del “trabajo sexual”, cuando no “los derechos” de las mujeres prostituidas (… para continuar siendo agredidas y explotadas). Curiosamente, para estos luchadores los prostituidores, proxenetas o puteros, son invisibles, ni se mencionan, no existen. Sin embargo, no hay que olvidar que sin traficantes y sin puteros no existiría la “oferta” de mujeres a su servicio. En su argumentario persiste, de fondo, el mito de la “libertad de elegir” y suelen sacan a relucir el famoso “debate” con las posturas regulacionistas, como si hubiera que llegar a un posible consenso (¿?). Incluso, podemos toparnos con enormes contradicciones: izquierdistas que abogan por introducir cambios democráticos en el sistema jurídico, en el caso de una (posible) ley abolicionista consideran que tal norma no serviría para gran cosa. En esta cuestión la ley no educa, no contribuye a la democracia. En estos grupos no faltan mujeres, profesoras o académicas, que se declaran feministas, militantes de partidos o de diferentes asociaciones y, además, “soy abolicionista + pero…” que pueden ilustrarnos sobre la existencia de trabajos académicos en los que (¡oh casualidad!) se mantiene y justifica el mercado de mujeres y menores… Intentando quizá dar fuste al famosos posible “debate”, o invitándonos a reconsiderar nuestra posición ante la mención de tamaña autoridad intelectual. Como si desconociéramos el grado de desafección de la academia por el pensamiento crítico (salvo contadas excepciones) o el compromiso social; un medio tecnocrático cautivo de sus soliloquios y, por contra, muy atento a cualquier ocurrencia que huela a mercado y business. O como si el hecho de que trabajos científicos apuesten por la compra y consumo de seres humanos pudiera conferir respeto y autoridad al discurso proxeneta … Pero, ¿dónde estamos? Gentes que se declaran de izquierda y feministas manejan, sin grandes contradicciones al parecer, una doble verdad: dicen luchar por una democracia más consciente y sólida aquí y ahora pero sólo a medias: la brutalidad del sistema prostitucional parece considerarse ajena a una convivencia en igualdad. En definitiva, estas buenas gentes que se definen “soy abolicionista, pero…“obstruyen, de facto, las posibilidades de avanzar hacia la comprensión del problema o el desarrollo de proyectos de formación y de organización que vayan en la dirección respetuosa con los derechos humanos.

Para una persona abolicionista, a secas, el debate tendría que girar en torno a cómo nos organizamos, cómo nos ponemos de acuerdo, etc., para afrontar las múltiples dimensiones de un grave problema político, social, educativo y cultural que dé salida de forma eficaz y que acabe con el sufrimiento de muchas vidas de mujeres y menores. Y que, además, corrompe y lamina una convivencia en libertad e igualdad. Por ejemplo, podemos discutir cómo difundir, explicar, aplicar… la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional de la PAP  y exigir su cumplimiento a un gobierno que la conoce desde 2020. En definitiva, habría que considerar cómo abordar de forma urgente una estructura de poder que contradice el espejismo de que vivimos en igualdad. A nuestro entender, ese sería, para una persona que no admite cosificar a la mitad de la humanidad, el único debate posible.

La magnitud del sistema prostitucional como eje del patriarcado y como negocio del totalcapitalismo es una realidad feroz ante la que mucha gente opta por no indignarse o ni siquiera considerar; prefieren mirar para otro lado. Por todo esto, cuando alguien confiesa “soy abolicionista + pero…” es conveniente ponerse en guardia. Es más, podría proponerse que estas personas se documenten, reflexionen y aclaren sus ideas. Da la impresión de que en este, como en otros ámbitos, sujetos de izquierda y/o feministas confunden deseos con derechos. El abolicionismo apuesta por ilegitimar una práctica de violencia y poder que subsume a la mayoría de mujeres sin recursos del Sur global y víctimas de un continuum de agresiones en el infierno prostitucional. Defender el derecho de todas las mujeres a no ser mercantilizadas y explotadas no implica, como insinúan estas personas, que aquellas “que quieren”, o aquellas “que eligen” ese “trabajo” no puedan seguir haciéndolo.

Habría que sugerir a las personas “soy abolicionsta + pero…” que hicieran un esfuerzo de honestidad intelectual y política: es a todas luces insuficiente impugnar las relaciones capital/trabajo y detener los análisis de poder frente a los depredadores sexuales, frente a la explotación sexual que es, además, explotación clasista y racista. No es difícil comprender que los intereses de puteros, macarras, proxenetas, tratantes de seres humanos y otros delincuentes no pueden cursar con el respeto a los derechos de aquellas mujeres a las que trafican, explotan, violan y humillan. Sin embargo, esta parece una tesis indescifrable para algunas personas que, para más inri, nos invitan a creerlas cuando se declaran feministas y/o de izquierda.

Es, además, incongruente defender los derechos humanos y, al mismo tiempo, no impugnar de forma rotunda, sin “peros”, la violencia sexual contra las mujeres: el sistema prostitucional constituye la agresión más grave que atenta contra atribuciones básicas

Es, además, incongruente defender los derechos humanos y, al mismo tiempo, no impugnar de forma rotunda, sin “peros”, la violencia sexual contra las mujeres: el sistema prostitucional constituye la agresión más grave que atenta contra atribuciones básicas, como la dignidad, la integridad física, mental o emocional de las personas. Y esto no es opinable, está empíricamente demostrado y reconocido. Acoso y violencia sexual son delitos y es aberrante que se trivialicen y se intenten vender como jolgorio, diversión y hasta como “transgresión” en el medio prostitucional. Porque no es lógico refutar el orden neoliberal y los discursos que lo fundamentan y, al mismo tiempo, invocar el mito de la libre elección de las mujeres para ser traficadas, explotadas, mercantilizadas. Y conviene recordar a estas personas que es un desatino defender una democracia en igualdad, es decir, compuesta por sujetos, varones y mujeres con autonomía y, al mismo tiempo, permitir o legalizar la posibilidad de convertir en objetos sexuales a la mitad de la población.

Que la izquierda ha sido teórica y políticamente miope o ciega frente a la dominación masculina no es nuevo como demuestran los análisis de Heidi Hartmann, Rosa Cobo o Ana de Miguel; sin embargo, la reacción patriarcal actual señala la deriva profunda de una izquierda cuyos posicionamientos ante la jerarquización sexual y la desigualdad (o ante la misoginia trans) recuerdan sospechosamente los conservadores, bien invocando mitos como el de la libertad de elegir o bien sugiriendo supuestas “transgresiones” en las relaciones de poder y violencia machistas. Con la diferencia de que las posturas conservadoras o neoliberales no suelen manifestarse como «soy abolicionista + pero…»

No hagan perder tiempo y energía, porque para las personas abolicionistas, a secas, hay mucho trabajo por delante en un país en el que la “cultura de la violación” está escandalosamente normalizada,

Dada la situación, quizá sea excesivo solicitar un posicionamiento coherente a gente que se dice de izquierda y/o feminista, que no navegue entre una cosa y su contraria aduciendo, perversamente, una falaz idea de apertura. Pero quizá pueda pedirse que se abstengan del “sí pero no” en un ejercicio de decencia. No hagan perder tiempo y energía, porque para las personas abolicionistas, a secas, hay mucho trabajo por delante en un país en el que la “cultura de la violación” está escandalosamente normalizada, un país que cuenta con un porcentaje de depredadores sexuales alarmante y con una indignante parsimonia de los poderes públicos ante la violencia sexual.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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