julio 13, 2022
A Léimar Padilla le arrebataron el sueño de ser bailarín profesional
El 31 de mayo pasado, el joven de 16 años desapareció y un día después fue encontrado sin vida en un barrio en Quibdó. En esa ciudad van 12 homicidios de jóvenes en lo corrido del año.
Cuando a Ana Rodríguez la llamaron al teléfono a decirle que le habían matado a un hijo le pareció una broma de mal gusto. Malintencionada, de hecho. Justo le acababa de servir el desayuno y le estaba planchando el uniforme del colegio. Apenas colgó la llamada abrió la puerta del cuarto de su hijo Léimar Andrés Padilla Rodríguez, de 16 años, y vio la cama tendida. No había nadie en la habitación. Se imaginó que se había quedado en casa de algún amigo y que llegaría pronto para irse a estudiar. De repente timbró de nuevo el celular y otra persona le dio el pésame. Quedó fría, pero todavía estaba incrédula. Salió de la casa para la Fiscalía de Menores en Quibdó (Chocó), con la esperanza de volver a atravesar la puerta horas más tarde con su hijo a su lado. Pero cuando llegó en la madrugada del 2 de junio, el desayuno seguía servido.
Ese recuerdo le atraviesa la mente todo el tiempo. Como si fuera una escena de una película que quedó en pausa y que terminó sin público, en la soledad. Esa imagen se hizo más viva y dolorosa el pasado 1° de julio, en el malecón de Quibdó, cuando en medio de la conmemoración que le hicieron a Léimar los jóvenes del grupo de danza urbana Choc Exotic Group -sus compañeros de baile-, sonó una canción que se ha vuelto un doloroso himno en Colombia por los asesinatos de líderes sociales y de jóvenes a causa de la violencia. “Madre, no llegaré a la hora de la cena, aparecí en un lugar, que no era mi hogar, dicen que ven mi cuerpo, oigo me están llorando”.
El malecón estaba lleno. Había un centenar de jóvenes con camisetas blancas que llevaban estampado el rostro de Léimar Andrés y una frase que parecía sacada de un libro: “Mi cuerpo dejará de bailar cuando mi corazón deje de latir”. Era el mantra que repetía Léimar desde enero de este año, cuando comenzó a integrar el nuevo grupo de baile que inauguraron ese mes. Esa misma frase es la que tenía en la descripción de su perfil de Facebook, como una premonición.
Esa frase la tiene también tatuada en el brazo izquierdo su amigo y director de la escuela de baile Alejandro, un joven de 17 años que desde comienzos de 2022 puso todo su esfuerzo en ese proyecto en el que ya tienen a más de 60 jóvenes de distintas edades inscritos.El día de la conmemoración, los jóvenes bailaron por casi dos horas seguidas. Lo hicieron en nombre de Léimar, aunque varios de ellos reconocen que tienen temor de lo que pueda seguir pasando en Quibdó con la juventud. En los primeros seis meses del año han sido asesinadas 86 personas en la capital del Chocó, de los cuales 12 de ellos eran menores de edad y adolescentes, según la estadística delictiva de la Policía Nacional. En el resto del departamento han ocurrido otros dos homicidios contra jóvenes: uno en Bahía Solano y otro en el Medio San Juan
Después del caso de Léimar, que ocurrió hace poco más de un mes, han sido asesinados otros dos adolescentes en Quibdó, uno el 4 de junio y otro el 22. Esto sin contar el subregistro a los datos oficiales ni los casos de quienes mueren en centros hospitalarios luego de ser heridos de gravedad. La cifra puede ser mucho mayor, advierte Katherin Gil, del grupo Jóvenes Creadores del Chocó, una organización sin ánimo de lucro que busca ocupar el tiempo libre de los jóvenes y ofrecerles alternativas culturales. “En Quibdó se están ensañando con la juventud y las mayores víctimas son ellos”, dice.
Según el Dane, la ciudad más parecida a Quibdó en número de habitantes es Sogamoso (Boyacá), con casi 118 mil personas, mientras que la capital chocoana tiene poco más de 113 mil. Sin embargo, en lo que va del 2022, en Sogamoso han ocurrido tres homicidios, todos de personas adultas: no hay ninguna víctima menor de edad.
La situación en la capital del Chocó es crítica y el miedo ha acallado a varios liderazgos sociales que lo venían advirtiendo desde 2018, cuando, según ellos, se consolidaron nuevas bandas criminales en la ciudad y grupos urbanos del Eln y otros de las Agc. La denuncia más grande de los jóvenes de Quibdó es que no pueden movilizarse de un barrio a otro a plena luz del día por el riesgo que tienen de cruzar esas “fronteras invisibles”. Muchas que ellos ni siquiera conocen, como el caso de Fernando*, un joven de 18 años que el día de la conmemoración a Leimar llegó con una gorra negra puesta que no se quitó, según él, “por seguridad”. “Acá dicen que quien tenga el cabello largo -como él lo tenía- es un bandolero. Y a uno lo pueden secuestrar o matar por eso, por incumplir la norma de andar motilado”, dijo entre susurros en el malecón.
Fernando* ni siquiera se opone a mantener el cabello corto, pero el día que iba a dirigir el homenaje a Leimar pasó antes por la barbería en el sector El Diamante (un barrio de Quibdó) cuando lo abordaron dos muchachos, igual de jóvenes a él. “Yo estaba esperando el turno en la peluquería cuando entraron dos muchachos en moto y empezaron a amenazar al barbero. Le preguntaron por qué me iba atender a mí si yo no era del barrio. Lo amenazaron con dejarlo ‘sin con qué cortar’. Cuando ellos se fueron me tocó salir corriendo”. Mientras habla, muestra sus rizos. Apenas termina, vuelve a ocultarlos bajo la gorra.
Sobre la persecución contra los jóvenes en Quibdó nadie quiere hablar. Ni el mismo alcalde Martín Sánchez quiso dar una entrevista sobre el tema. En su lugar, habló el coordinador de Juventudes de la Alcaldía, Kéiner Palacios, quien explicó que, en parte, la problemática surge por las actividades de microtráfico y narcotráfico que atraviesan al municipio y a las que quieren involucrar con cada vez más frecuencia a los jóvenes. “A muchos los seducen en los barrios los grupos armados que les ofrecen una oportunidad económica para llevar algo de comida a sus familias. Les ofrecen lo que el Estado no les entrega”.
Además del reclutamiento de menores a esas actividades ilícitas están las venganzas que están cobrando las bandas criminales contra jóvenes que se niegan “a entrar al negocio”. En todo caso, todas son apenas eso: hipótesis. La intervención del Gobierno en Quibdó por lo que ha estado pasando se ha reducido a un Plan de Intervención Integral, anunciado en febrero de este año por el ministro del Interior, Daniel Palacios, quien explicó que consistía en la presencia de más de 160 policías de refuerzo “para combatir el homicidio y desarticular bandas criminales que operan en Quibdó”. Tras cinco meses de ese anuncio, los quibdoseños dicen que la situación ha empeorado.
“Mi cuerpo dejará de bailar cuando mi corazón deje de latir” era la frase insignia de Léimar.Foto: Valentina Parada Lugo
“Es como si el asesinato de Léimar no le hubiera dolido a nadie”
Después de haber puesto la denuncia por desaparición, Ana Rodríguez recibió una llamada de una conocida en el barrio Álamos. Eran las 11 de la noche (del 1° de junio). “Me dijeron que había un cuerpo en el sector de La Arrocera, allá en Álamos, que parecía que era Léimar”.
Llegó a ese barrio desconocido, aun con todas las advertencias en contra de esa decisión y casi a medianoche. “En la mitad de dos casas, como en un potrero, había un cuerpo con unas tejas de eternit encima. Lo reconocí por los zapaticos”. Ana avisó a la Policía, les dijo que había encontrado un cadáver y dos horas después de esa llamada llegaron a hacer los actos urgentes.
A la familia de Léimar no le entregaron la necropsia del cadáver. Tampoco han querido insistir en conocer los detalles de su homicidio. Pero no porque no quieran que se haga justicia, sino porque dicen que en algunos casos es mejor callar que luchar. Lo único que sabe con certeza, porque se lo confirmó uno de los investigadores judiciales en el levantamiento, es que recibió tres impactos de bala en la cabeza y que fue torturado. “No quiero saber nada más”, señala. En ese momento, una mesera de la cafetería en la que estábamos conversando se acercó y le preguntó si ella era la madre del niño que habían asesinado. “¿Ha pasado algo con el caso?”, indagó. Ana solamente sonrió con sutileza.
Para despedirlo, el 2 de junio pasado viajaron hasta San Isidro, de donde son oriundos, un asentamiento en el municipio de Río Quito, al que se llega por el río Atrato a unas tres horas de camino. El ataúd viajó con ellos en una lancha. Allá los recibieron sus familiares y amigos más cercanos. A San Isidro Leimar viajaba cada que tenía vacaciones o cada que podía visitar a los suyos.
Hasta allá también llegaron unos 20 amigos suyos de Quibdó de la escuela de baile Choc Exotic Group y otros del bachillerato. Lo despidieron en un novenario, como es tradición en los pueblos afro. Entre alabaos y hip-hop. Entre los adultos y las mayoras que lo vieron nacer y crecer y que con la música ancestral han resistido al conflicto armado por más de 50 años, y la generación de amigos jóvenes, menores de edad casi todos, que ha crecido bailando música urbana para hacerle el quite a la violencia. Dos ritmos musicales aparentemente distantes, pero que los unieron por Leimar.
El homenaje el pasado 1° de julio en Quibdó terminó con un acto solemne. Todos los compañeros del grupo de baile estaban vestidos de blanco y llevaban una foto de su amigo impresa en el pecho. Levantaron los brazos y rogaron para que esa situación no se repita. Lo hicieron también por aquellos que dejaron de bailar por el miedo a que “les pase lo mismo”. Ana Rodríguez y su hijo mayor Yónier estaban allí, en primera fila de la presentación, abrazados y acurrucados, y pocas veces una frase había tomado tanto sentido como la de la canción: “El llanto de una madre hace más eco que una bala”.
FUENTE: EL ESPECTADOR