febrero 8, 2022
Paro Nacional: Las mujeres cuidadoras de las primeras líneas de Usme
Las mujeres cumplieron roles fundamentales de cuidado durante el paro nacional, desde prestar atención médica prehospitalaria hasta incluir una agenda feminista entre los proyectos propuestos por los jóvenes de las primeras líneas. Tras meses del estallido social, ellas siguen impulsando proyectos colectivos para mejorar las condiciones de vida en esta localidad.
“En Usme todo lo hemos conseguido por medio de la lucha social: el agua, las pocas vías, todo”, dice Carolina*, una de las lideresas del colectivo Hijxs de Usminia conformado por las primeras líneas [grupos que salen a las calles a hacer resistencia y a defender a quienes se encuentran en medio de las protestas sociales] de la localidad de Usme.
Andrea Pérez, así como Carolina, ha vivido toda la vida en Usme y conoce las calles y recovecos como la palma de su mano. Ambas también conocen muy bien las necesidades de la localidad número cinco de Bogotá y hacen parte del grupo de mujeres que han apoyado y cuidado a las primeras líneas de esta localidad durante y después del “estallido social”, como llaman los residentes de los barrios a las protestas del paro nacional en 2019 y de 2021.
Durante estas protestas, el país entero fue testigo de la lucha de muchos hombres jóvenes en las primeras líneas que, inicialmente, se organizaron para defender a los manifestantes, y después se convirtieron en los líderes y la cara visible de las marchas. Sin embargo, son muchas las mujeres que han luchado a la par con estos jóvenes mediante labores de cuidado y organización, aunque es una labor que poco se les ha reconocido.
Andrea Pérez llevó al equipo de Colombia+20 a hablar con algunas de ellas para conocer más sobre su labor. Ocurrió el pasado 28 de enero cuando llevaban a cabo actividades de protesta pacífica, como sucede los 28 de cada mes en los distintos puntos de resistencia en Bogotá, como el Portal de las Américas, al suroccidente de la ciudad y la localidad de Usme.
Usme: un contexto de pobreza y resistencia
Antes de ser una de las 20 localidades de la capital del país, Usme era uno de los municipios aledaños al suroriente de Bogotá. Su territorio es 70% rural y desde 2017 es la localidad más pobre de Bogotá, según la Secretaría Distrital de Integración Social. Hay cerca de 20 barrios de invasión, algunos de los cuales tienen casas construidas hace más de 20 años, y cuyos títulos de propiedad no han sido legalizados por las autoridades distritales.
Andrea ha trabajado con líderes de varios de estos asentamientos y consideró importante visitar uno de ellos para escuchar la voz de los líderes comunitarios. Para llegar al barrio La Fiscala Fortuna se deben recorrer las avenidas curvas de Usme, empolvadas por los residuos de las ladrilleras al oriente de la localidad. Sin embargo, los carros no pueden subir al barrio: la vía, además de ser muy empinada, no está pavimentada y los inmensos cráteres que deja la lluvia en el barro hacen que sea imposible subir en cualquier vehículo.
En la parte más alta de la loma, Andrea saludó a Ediee Cortés, líder comunitario del barrio, quién insistió en hacer la entrevista dentro de su casa: una habitación con una cama y un sofá-cama donde vive con su esposa y tres hijas adolescentes. “En barrios como este la mayoría de las familias trabajan informalmente buscando material reciclable en barrios del norte de la ciudad”, afirmó Cortés. Algunas deben llevar a sus hijos mayores a ayudarles porque no consiguen cupos en los colegios locales y no tienen dinero para transportarles a otras sedes más lejanas. Muchas de estas familias también llegaron desplazadas a Bogotá, varias de ellas registradas como víctimas del conflicto, desde diferentes departamentos como Cauca, Valle del Cauca, Chocó y otros más de la región Caribe. En los barrios más cercanos a la vía de salida al Llano hay asentamientos de familias indígenas embera y nasa.
La pandemia por el covid-19 agravó la situación de pobreza general de la localidad y muchos de sus habitantes dependieron de la solidaridad de sus vecinos para comer o conseguir elementos básicos de aseo porque los mercados y auxilios de la Alcaldía no llegaron a todas las familias que los necesitaban, según denuncia Cortés. Andrea Pérez, por ejemplo, perdió su negocio de comidas rápidas en 2020.
De regreso al parque El Cortijo, donde Andrea iba a encontrarse con otros líderes y lideresas para entrevistarlos, pasamos en frente del local que solía arrendar y que ahora está ocupado por otro negocio. Cuando perdió la posibilidad de trabajar, volcó sus esfuerzos a su rol como lideresa social en la localidad y fortaleció su relación con varios de los líderes de los diferentes barrios
El estallido social y las mujeres
Mujeres de la primera línea en UsmeFoto: Gustavo Torrijos Zuluaga
En medio de este escenario, mientras muchas familias apenas empezaban a recuperarse de las consecuencias de la peor fase de la pandemia, se organizó la primera jornada del paro nacional de 2021, el 28 de abril, como respuesta a la reforma tributaria que impulsaba el entonces ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla.
El autobautizado Puente de la Dignidad, que antes se conocía como el Puente de Colsubsidio, fue el lugar donde se reunieron a protestar cientos habitantes de Usme que denunciaban resultar afectados por la reforma, y que, además, estaban cansados de la situación general que vivían en la ciudad por la falta de oportunidades en acceso laboral, educación y otros derechos fundamentales.
“Cuando empezó el estallido social yo vi una nueva necesidad en la localidad y era proteger a esos jóvenes que iban todos los días a luchar y terminaban golpeados, mojados y heridos”, dice Andrea Pérez señalando el lugar, a pocos metros del Puente de la Dignidad, donde ponía su puesto con agua, bicarbonato y leche para atender a los jóvenes que llegaban irritados por los gases o golpeados.
Otras mujeres lideresas de los salones comunales cercanos, que prefirieron mantener su identidad reservada, también abrieron estos espacios para recibir a los heridos, guardar ropa seca para que los jóvenes se cambiaran después de terminar mojados por las tanquetas, y comer algo en las ollas comunitarias de las que también disponían allí. “Cada una veía con una especie de instinto maternal las diferentes necesidades de ellos y gestionábamos lo necesario para atenderlas”, cuenta Andrea.
La labor de cuidado, en principio, fue espontánea. Cada una de las lideresas trabajó de manera independiente hasta que, pasados algunos días de las protestas, se empezaron a conocer, unir esfuerzos y a organizar para trabajar juntas.
Además de este rol de cuidado, otras mujeres que tenían algún tipo de formación en salud capacitaron a otras para que pudieran atender a los heridos. Ese 28 de enero varias de ellas estaban reunidas en el Parque El Cortijo apoyando la organización de un partido entre el colectivo Hijxs de Usminia y la Policía Nacional. En los días de protestas más álgidas tuvieron que atender a compañeros con heridas en los ojos, traumas cerrados y heridas de balas, cuenta Leidy López, paramédica que capacitó y lideró una brigada de salud conformada por otras 15 mujeres.
Jonathan Guarnizo, otro de los jóvenes líderes del colectivo Hijxs de Usminia, fue herido con un arma de fuego en la espalda el 26 de mayo mientras participaba en las protestas como parte de una de las primeras líneas. Él dice que no lo recuerda muy bien pero que, con toda certeza, el cuidado de estas mujeres fue vital para su recuperación: “son unas berracas, las que nos dan de comer y nos cuidan se exponen igual a los gases y al peligro de las balas”, afirma. Además, mientras se estaba recuperando en el hospital, su entonces pareja estaba a punto de tener a su primera hija los y las líderes organizaron un baby shower y gestionaron otros apoyos a su familia. “Todo eso hace parte de cuidarnos entre todos, como comunidad, y hace parte de la resistencia”, dice Andrea.
Reconstruyendo Usme
Carolina, además de ser brigadista durante las protestas, lidera la articulación del colectivo Hijxs de Usminia con los procesos de construcción social de la localidad. Ella hace parte de un equipo que formuló algunas propuestas que buscan atender las necesidades la comunidad: “Tenemos proyectos para restauración del espacio público en algunos parques, otros buscan gestionar la construcción de espacios para las mascotas. Con el Jardín Botánico vamos a hacerle mantenimiento de una huerta comunitaria que hicimos al lado del Puente de la Dignidad, y estamos proponiendo algunos proyectos de articulación con los campesinos que viven en la zona rural de la localidad”, cuenta.
Para el colectivo, es importante devolver a la comunidad este apoyo después de que varias personas se vieron perjudicadas por el paro nacional.
Pancarta en la jornada de protesta pacífica en Usme que representa la lucha de las mujeres de la primera líneaFoto: Gustavo Torrijos Zuluaga
Para Andrea es muy importante visibilizar estos procesos para combatir la estigmatización que persigue a los y las jóvenes de este colectivo. Cuando recorríamos los alrededores del Puente de la Dignidad con Andrea y Jonathan, que empujaba el coche de su hija de seis meses, fuimos parados por alrededor de siete policías para revisar nuestras cédulas y bolsos. “Esto es una muestra de la persecución que se vive. Mientras en la Boyacá atracan todo el día, acá permanecen viendo quién les parece de la primera línea. Y si hay alguien mal parado, sin papeles o con el menor antecedente, se lo llevan”, luego nos dijo Andrea con preocupación. Más temprano ese mismo día, Jonathan le había contado que habían detenido a la esposa de uno de sus amigos en común, argumentando que había participado en actos de vandalismo durante las protestas.
Laura*, otra de las jóvenes lideresas del colectivo usó su experiencia como líder estudiantil para que las protestas no quedaran solo en la manifestación en las calles. “La protesta del paro nacional es mucho más compleja que la estudiantil. Entre los estudiantes hay una estructura muy fuerte que lidera las negociaciones y tiene muchos años de experiencia. Acá, la situación que vivimos fue más espontánea y por eso la labor organizativa es tan importante y a la vez tan compleja”, dice.
Laura además participó en las barricadas de la primera línea, peleando mano a mano con miembros del Esmad. “Son unas duras estas peladas, yo solo iba por los laditos, ellas se daban de frente con el Esmad, y además cuidaban a sus compañeros como hermanitos”, dice Andrea mientras abraza a Laura entre risas. Ella afirma que tuvo que ganarse su lugar en ese espacio predominantemente masculino y por eso, estas mujeres también realizan una labor de capacitación en feminismo e igualdad de género entre sus compañeros. “Es importante que como movimiento desaprendamos muchas cosas inherentes del patriarcado, y podamos construir la sociedad que queremos ver, desde nosotros”, dice Carolina.
Cuando hablan del futuro de este movimiento, en Colombia y en su localidad, todas ellas coinciden en dos cosas. Primero, que están muy preocupadas por la estigmatización y el perfilamiento del que han sido víctimas: “Nos siguen, tienen fotos nuestras, nuestros nombres, saben donde vivimos y vemos carros parqueados frente a nuestras casas. Muchos compañeros están detenidos y sus procesos están muy al margen de la legalidad. No hay garantías judiciales si nos detienen”, denuncia Leidy. A pesar de ello, y esto es lo segundo en lo que todas están de acuerdo, lucharán hasta que sea necesario, protestando y trabajando con la comunidad, como dice Andrea, “hasta que la dignidad se vuelva costumbre”.
FUENTE: EL ESPECTADOR