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octubre 11, 2021

Reflexiones frente al espejo


Las canas son motivo de preocupación y de conversación entre amigas, hermanas, madres e hijas y hoy incluyen insultos de los varones en las redes sociales, uno muy reciente a Margarita Rosa de Francisco porque “parecía una abuela”. ¡Y qué si así fuera! Ma-ra-vi-llo-so. A ellas las canas las envejecen y afean – ¿Son feas las abuelas? – y a ellos los hace interesantes, otra construcción más de una sociedad excluyente y discriminadora, hipócrita y misógina, que afortunadamente cambia poco a poco, muy poco a poco.

Y ¡Oh! Un triunfo estético, de “empowerment” de las feministas, de mujeres académicas, del cine, teatro, el arte (en general las del campo lo han tenido asumido). Es una aceptación del cambio paulatino de los seres humanos, además de otros factores como el paso del tiempo o el de nosotras por el tiempo.

Hace muchos años recibí una llamada de mi madre, que mija, que cómo está, y los niños, que si las niñas, mis estudios, que si ya tenía trabajo estable, cómo estaba mi ánimo… en fin de todos esos asuntos que conversan una madre y una hija. Le comenté que se me estaba cayendo el cabello ¡Ese bendito exilio! Exclamó. Una amiga me había recomendado la gena y en ello andaba, pero como siempre a las mamás no les falta un remedio para cualquier mal del cuerpo o del alma, me dijo, échese cebolla cabezona… Colgando teléfono y manos a la obra. Nunca supe cuál de las dos funcionó o las dos al tiempo o quizá el cambio de circunstancias porque en ese entonces acepté la propuesta de trabajar como corresponsal internacional para una agencia de prensa.

Con el tiempo la gena se convirtió en necesidad para no dejar raíces y después empezaron a aparecer canas, que, aunque fuesen tres, yo veía un montón, así que el producto se convirtió, sin mucho esfuerzo, en parte de mi cotidianidad, pero pasados los años, en cansancio. Me pregunté: ¿cómo hacen las que se aplican químicos?

Además del envejecimiento “… la comunidad científica lleva tiempo preguntándose qué extraño mecanismo causa la decoloración súbita del cabello. Un equipo de neurólogos de la Universidad de Harvard parece haber dado con la respuesta: la culpa la tiene nuestro sistema nervioso simpático, que, ante un episodio intenso y prologado de estrés, dejaría a los folículos pilosos sin melanocitos, las células responsables de la pigmentación del pelo”, nos comenta la National Geographic.

Por las razones que sean, las canas para las mujeres no han estado en los cánones de belleza que incluyen la eterna juventud impuesta durante cientos de años y vaya sorpresa, en detrimento de la comodidad y la salud de las mujeres. ¿Recuerdan aquel corset de siglos pasados? ¿El impedimento para dejar crecer los pies a las mujeres en China? ¿La exigencia de un determinado volumen del cuerpo, las tallas…?

Recuerdo a un joven alumno que me dijo: un problema de las feministas es que siempre repiten lo mismo. Ajá, posiblemente hasta que no cambiemos esta cultura, estas estructuras, seguiremos diciendo lo mismo, tomando conciencia, profundizando, teorizando. Y sí, toca repetirlo: siempre el cuerpo de las mujeres ¿Por qué? Tanto si hablamos de estética, como de salud, de violencias, como de la guerra y otros enunciados más de hondo calado.

Algo más para repetir joven alumno: necesitamos mujeres con autonomía, con la suficiente capacidad de tomar decisiones (cambio de estructuras que lo permitan) sobre su cuerpo y su vida, una alta autoestima que le permita verse hermosa frente al espejo. La belleza como la verdad, no es una, es variada, diversa y subjetiva.

El cuidado personal, la buena alimentación y buenas condiciones de vida (¿En este país? eso sí quién sabe), alimento para el espíritu (sigan sumando), proyectan luminosidad, frescura, belleza sin importar la edad, cabello rubio, castaño, negro o canas ni los surcos sembrados de experiencias.

Si mirásemos con calma y respeto a la naturaleza, entenderíamos con sabiduría los cambios en ti y en mí, pero la orden es: producción, producción, consumo, consumo, no lea, no piense, no sienta, nada de reflexión y menos, estar en contra de lo establecido.

No somos hijas e hijos de este sistema, somos un producto, no obstante, en cada momento la vida nos convoca con luna o sin ella o con el mundo patas arriba, la vida te invita a ti cualquiera sea tu género a construir nuevas formas de vernos y relacionarnos. Y cómo no, a escribir versos que buenos o regulares te pasean por los vericuetos del alma.

Al invocar este deseo, llegó a mi memoria Tulia, una mujer del campo que se instaló en mi vida: Los nudos/ se acomodaron en sus manos/ para atar el tiempo/. Miles de lluvias caídas/ destiñeron su cabello/. Con sus gafas/ intentaba mirar/ por si algo había dejado atrás.

Nota: Al finalizar este artículo recibí una invitación para el Congreso del desaprendizaje. Será una reflexión sobre democracia y “aprendizajes” “que, en realidad, son costumbres y actitudes que requieren una reflexión profunda para reconocer aquellas prácticas que afectan la manera en la que nos relacionamos con los y las demás”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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