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junio 29, 2021

‘Ni una más ni una menos’, un libro que revela las bases culturales de la agresión a las mujeres


Cuando decidió escribir un libro sobre el feminicidio, la primera pregunta que se planteó el periodista Yeiver Rivera fue cómo un hombre podría abordar una problemática donde sus congéneres resultan ser los victimarios. “Cuando un hombre se sienta a escribir e investigar este tipo de situaciones, muchas miradas se ciernen sobre él por parte de otros hombres y de la sociedad en general”, escribe en la introducción de su libro ‘Ni una más ni una menos, la ruta del feminicidio’ (2018).

En efecto, perteneciendo a la sociedad colombiana donde existe un machismo estructural, comenzar a estudiar un fenómeno como el feminicidio —que se cobra anualmente las vidas de 66 mil mujeres en el mundo—, buscando las causas más tempranas de estos asesinatos de género, el periodista necesariamente se enfrentó no solo a un comportamiento violento protagonizado por hombres y padecido por mujeres de todas las edades; en el fondo, descubrió que la propiciadora de los feminicidios y todas las formas de maltrato a la mujer, no es otra que su cultura: un sistema de creencias, costumbres y comportamientos heredados, y bajo los que son educados hombres y mujeres, estos con la idea de dominio y ellas como un ser inferior sometido a la voluntad del otro. Esta cultura misógina permite que los hombres sean victimarios, en la mayoría de casos impunes, y que las mujeres terminen como víctimas silenciosas.
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“Los feminicidas son hombres frustrados a fuerza de negarse a sí mismos, hombres heridos de muerte por sus fracasos y sus resentimientos, hombres educados en la lógica del machismo y de la derrota de los demás como única victoria posible; que se dan el permiso de ser victimarios como si ser hombre fuera lo único que les quedara para prevalecer. Y en este libro uno los ve, los tiene en frente. Y se prepara para reconocerlos en las calles con sus pechos inflados y sus pasos sobre los charcos”, escribe Ricardo Silva Romero, acerca de ‘Ni una más ni una menos’.

PUBLICIDADEsa desviación social que permite creer a un hombre que tiene el derecho a abusar de una mujer y hacerla desaparecer por una afrenta a su ego, como comprueba Yeiver Rivera en su libro, se encuentra en los hogares y en la primera crianza que muchos reciben en Colombia. Por ello, su investigación se convirtió también en un profundo examen de consciencia, puesto que solo asumiendo una perspectiva crítica de su propio comportamiento como hombre, reconociendo las taras machistas que heredó y se manifiestan “a diario con palabras, gestos, miradas, humillaciones y quizás hasta tarareando una canción”, solo así podría ser sincero con las mujeres que lo leyeran y hacer un aporte valioso a la comprensión, y particularmente a la prevención, de este flagelo.
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En este sentido, ‘Ni una más ni una menos’, parte del seguimiento a tres casos estremecedores de feminicidio, uno en Colombia y dos en México, analizando el ‘modus operandi’ de los asesinos, según testimonios y evidencias de medicina legal. Así logra establecer algunos momentos y comportamientos que serían las señales de alerta para reconocer a un feminicida en potencia, señales reiteradas que las víctimas no identificaron a tiempo, y a las que sus familiares y en muchos casos las mismas autoridades fueron indiferentes. También analiza el caso de Kelly Méndez, en Bogotá, quien sobrevivió milagrosamente a un intento de feminicidio, y sumado a esto fue obligada a pasar por un indignante proceso judicial donde, pretendiendo hacer justicia a su favor, fue revictimizada y expuesta de nuevo a la violencia del victimario. Por esta razón, el periodista también dedica algunos capítulos a analizar las fallas recurrentes de la justicia colombiana frente a la violencia de género, así como las leyes que castigan a los hombres. Igualmente, plantea cómo las instituciones de salud son fundamentales en la prevención y reconocimiento temprano de violencia contra las mujeres.

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https://2084cc9e164fad6176c03e58c0f9d6d2.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.htmlNo obstante el aparato legal que sustenta a ‘Ni una más ni una menos’, y que es un recurso indispensable para que las mujeres conozcan de qué forma las protege el estado y la constitución, el libro aborda todo esta información desde la perspectiva de la psicología forense, la sociología y la antropología, evidenciando las conexiones que nuestra sociedad mantiene con la cultura patriarcal, pero que, como el autor sostiene, actualmente están desapareciendo, gracias al reconocimiento y aceptación gradual del ideario feminista. Es precisamente esa crisis del machismo uno de los móviles de la violencia contra las mujeres.

“Dentro del ámbito sociológico, se explica que el feminismo ha estado ligado a las concepciones patriarcales y al sentir de las mujeres empiezan a adquirir un estatus público, dentro de sus concepciones machistas, los hombres no permiten que su trono se vea amenazado y por consiguiente viene la represión para que esto no pase”, afirma Yeiver Rivera.

Aunque el libro fue publicado en 2018, el debate sobre la prevención del feminicidio y la protección urgente de mujeres vulnerables nunca ha perdido vigencia, por el contrario, con la llegada de la nueva normalidad impuesta por la pandemia hubo un incremento de la violencia contra las mujeres en hogar. El Observatorio Feminicidios Colombia reportó a final de 2020 un total de 230 mujeres asesinadas dentro de estas circunstancias, en su mayoría los feminicidios ocurrieron en el Valle del Cauca, Antioquia y Bogotá. Para lo que va del 2021, en abril ya se habían reporta 208, esto es un incremento aterrador que debería ser otra prioridad para el estado colombiano, así como las muertes por Covid-19. Pero los feminicidios aún no son parte de la agenda pública, solo eventualmente ante la monstruosidad de un asesinato todos enfocan su mirada, pero pocos como Yeiver Rivera la sostienen el suficiente tiempo para comprender que el problema parte de nosotros mismos, de nuestra indiferencia y de no reconocer que seguimos reproduciendo una cultura en la que se ocultan los feminicidas.
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Desde su apartamento en Bogotá, el periodista y también autor de varios poemarios como ‘Pasión hecha palabra’ (2006) y ‘Palabra libre’ (2008), habla de cómo el machismo se camufla en la cultura, por lo que es fundamental educarse en una lectura crítica de las expresiones artísticas para caer en mensajes degradantes o que fomenten el abuso a las mujeres. También describe otra realidad, aún más ignorada que la de las mujeres violentadas, que descubrió en sus investigaciones: la de los hijos que quedan huérfanos y vulnerables tras un feminicidio.

—Me parece que su libro no solo es bueno, sino necesario…

Lamentablemente este tipo de libros son necesarios, me gustaría que en algún momento perdiera su vigencia, que la terrible realidad de la que habla ya no existiera.

—¿Hubo alguna motivación particular para investigar sobre los feminicidios y escribir este libro?

https://2084cc9e164fad6176c03e58c0f9d6d2.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.htmlNo hubo un factor específico, pero en el 2016 cuando finalmente publiqué un libro que se llama ‘Viví en el Bronx, testimonios del horror’, que se lanzó después de la intervención que tuvo este lugar en Bogotá, entonces empecé a analizar varios temas para una nueva investigación, que también tuviera un enfoque de prevención como en ese libro. Allí surgió el tema del feminicidio que empecé a investigar en el 2017, durante ese año recorrí varias regiones del país, entre esas el Valle del Cauca.

Precisamente en Cali realicé una entrevista a una familia que había sufrido una pérdida por cuenta del feminicidio, con ellos tuve el primer contacto con las historias de estas mujeres víctimas, y con el dolor y las lesiones que dejan estos crímenes. Pero no quise dedicar el libro solo a la situación colombiana, sino mostrar lo que ocurre en diferentes países de América Latina, por eso incluí las historias de dos mujeres asesinadas en México. Esto acompañado de datos, cifras y estadísticas de una veintena de países en todo el mundo. Lo repito, lamentablemente el feminicidio o femicidio, como se conoce en Panamá o Argentina, se presenta en muchos países donde existen diferentes legislaciones frente al hecho.
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—¿Qué descubrimientos hizo sobre las causas del feminicidio desde la psicología forense?

Esta área de investigación ha venido trabajando durante muchos años, porque la violencia de género no es algo nuevo, pero ahora ha cobrado más importancia, ya que a partir de la psicología forense se puede entender con más claridad por qué se presentan hechos como el feminicidio y por qué existe una permisividad cultural frente a ellos. Ese silencio, el no actuar cuando se presentan casos de violencia en los hogares y en otros espacios, pero también el tema de igualdad de género a temprana edad, aún hoy vemos que en las casas cuando se acaba de comer, a los niños los mandan a jugar y a las niñas a lavar los platos, la pregunta es ¿por qué los dos no juegan y se ayudan con los oficios domésticos? Se trata de un tema cultural que no se puede cambiar de la noche a la mañana, y psicológicamente estos comportamientos definen la personalidad de los menores, algo que luego será trasladado a las instituciones educativas y en las relaciones con sus amigos. De esta forma los niños van creciendo con la idea, implícita o explícita, de que son superiores y que tienen la razón en todo lo que hacen.
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—Un problema que sufren los familiares de las víctimas, y las víctimas mismas cuando sobreviven, es que el sistema judicial los somete a un proceso doloroso y humillante…

Las denuncias, en muchos casos, cuando no se hacen a tiempo, o cuando las autoridades encargadas no están capacitadas y no conocen la ruta de atención, resultan muy complicadas de resistir, dificultando que se haga justicia. Por eso la mayoría de los casos de feminicidio quedan en total impunidad, hay un porcentaje de impunidad que supera el 85%.

—¿Por qué decidió abordar el feminicidio no solo desde el ámbito judicial, sino también desde lo cultural?

La parte cultural es fundamental, porque si logramos establecer una cultura de la no agresión, sino cambiamos el comportamiento violento de las generaciones que nos han precedido, entonces todas estas violencias que nos lesionan, no solo el feminicidio, no dejarán de presentarse. Con los diferentes especialistas que entrevisté para mi libro discutíamos sobre la necesidad de tener dos generaciones educadas en la no agresión para evidenciar los cambios culturales que se están gestando en este momento, esto se lograría gracias a quienes trabajamos en la prevención de estos fenómenos de violencia.
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Por otro lado, la cultura es donde más está arraigado el machismo, tanto en hombres como en mujeres, todos hemos sido criados bajo esa percepción de los géneros, viendo como las mujeres eran reprimidas por nuestros padres o abuelos, o por nuestras madres, entonces aún luchamos contra esa cultura. Recordemos que hace solo 64 años las mujeres obtuvieron su derecho al voto en Colombia, para mi papá y mi abuelo era normal que las mujeres no votaran, por eso nosotros tenemos que cambiar esa percepción cultural.

Considero que en ese machismo acendrado en nuestra cultura se encuentra la falsa justificación que tienen los feminicidas para considerar como una propiedad a la mujer, y como muchos han expresado antes de cometer sus crímenes, decirle a su víctima: “Si no eres mía, no serás de nadie”. Esa idea de propiedad, de que la mujer les pertenece y por lo tanto pueden hacer con ella lo que quieran, debemos cambiarla desde el nivel cultural. Por eso las organizaciones de mujeres que vienen trabajando en este tema, buscando que no solo haya leyes para proteger a las mujeres y castigar el feminicidio, sino que se establezca una cátedra de género en las escuelas del país.
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—En su investigación encontró un sistema judicial débil y victimizante para las mujeres agredidas que esperan protección y justicia…

La falencia más clara es que los códigos penales en América Latina, incluido el de Colombia, tienen un diseño para sancionar y no para prevenir. Y hay instituciones que deberían estar enfocadas en realizar prevención, pero no lo hacen. El tema de la judicialización es muy complejo, porque cuando una mujer llega a poner una denuncia lo primero que le aconsejan es conciliar con el agresor, o la disuaden de la gravedad del hecho y la mandan de nuevo para la casa, como si la violencia fuera algo pasajero. Y sabemos de casos realmente impactantes y que delatan la ineficiencia del sistema judicial, como sucedió hace un par de años en Cali, donde una mujer alcanzó a denunciar a su expareja por violencia, y a los pocos días de ser asesinada por este, finalmente le llegó una citación para que fuera a confirmar la denuncia.

Por otro lado, tenemos que el proceso judicial vulnera a las mujeres y las revictimiza, por ejemplo cuando las interrogan y los servidores de justicia asumen una posición machista con preguntas como: “¿Y usted le qué le hizo a él para que le pegara?”, “¿Por qué andaba sola a esa hora de la noche en la calle?”, “¿Por qué andaba vestida de esa forma?”. Esto quiere decir que los estereotipos machistas siguen teniendo efecto en los despachos judiciales, provocando que muchos procesos no avancen o que las víctimas prefieran guardar silencio antes de someterse a estas humillaciones. De eso deriva tanta impunidad, puesto que muchas mujeres no denuncian por temor al mismo sistema de justicia. Y las que denuncian pasan por una tramitología impresionante, donde pueden tener problemas familiares y laborales, puesto que nadie les cree. Entonces todo esto hace que los procesos se dilaten tanto que cuando ya hay una sanción es porque ha ocurrido lo peor, el feminicidio. Y esto solo en algunos, lamentablemente son más los que quedan en la impunidad.
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—Hay otra tragedia que continúa posterior a un feminicidio y hacia la que usted llama la atención, la tragedia de los niños y adolescentes huérfanos por estos hechos…

El feminicidio es una doble tragedia para las familias, porque se pierde a una madre de forma violenta, y al mismo tiempo quedan unos niños huérfanos, que en muchos casos no se sabe al cuidado de quien. Cada año tenemos más huérfanos, mi pregunta es: ¿Quién se está encargando de ellos? ¿Quién les brinda ayuda y atención a estos menores? La Ley del feminicido, la 1761, se ha quedado corta en ese sentido, porque legisla en torno al fenómeno, pero no sobre sus efectos y las consecuencias que esto trae a los niños que caen en la orfandad. El estado no tiene políticas claras para atender a estos niños en temas de educación, seguridad social, y principalmente en términos de salud, porque en algunos casos estos menores presencian la muerte de su madre a manos de su padre, o de un cónyuge, generando profundos traumas psicológicos que deben ser atendidos de inmediato, pero si el estado no les brinda esta posibilidad, van a crecer con este dolor que es muy difícil de comprender para cualquier persona, que la madre haya sido asesinada por su padre.

Para decirlo con una frase horrible: estos niños ven al mismo tiempo que su madre va a la tumba y su padre a la cárcel, si es judicializado. Muchos de estos menores pasan a manos de los abuelos, o familiares cercanos como tías o padrinos, otros van para el Instituto de Bienestar Familiar o Instituciones de cuidado infantil, pero qué está haciendo el estado para que ellos crezcan con una salud mental estable y puedan discernir su dolor de formas edificantes, qué está haciendo para que al crecer no sean reproductores de más violencia. Conozco el caso del estado argentino que aprobó la Ley Brisa que busca la reparación social y económica para menores víctimas de violencia familiar o de género, de esta forma los acogen y les dan acompañamiento. En Perú también se están implementando algunas políticas de ayuda a esta infancia, en México algunos estados han venido reconociendo esta problemática para empezar a corregirla, algo que espero se empiece a hacer pronto en Colombia. Por eso, actualmente estoy trabajando en una investigación que documente esta problemática en el país y pueda servir para adelantar políticas, y una legislación que ampare a estos menores.

FUENTE: EL PAIS


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