mayo 27, 2021
Con las niñas no
Como quisiera tener el poder y los recursos para hacerle llegar este documento al Presidente de México, Lic. Andrés Manuel López Obrador. Ayer, no salía de mi asombro cuando oí lo que le contestó el Presidente a una periodista, en la Conferencia de Prensa diaria que es conocida como “La Mañanera” y que alguien me compartió, sobre la venta de niñas indígenas para matrimonios forzados amparados en los usos y costumbres y la autonomía de los pueblos indígenas y el reconocimiento de sus usos y costumbres.
Yo quisiera contarle que hace más de veinte años, el primer rescate que logré fue en Nueva York, y se trataba de dos niñas indígenas de Oaxaca, de una comunidad Mixteca, de 8 y 9 años de edad que eran explotadas en la prostitución en un burdel. Cuando se hizo el operativo de rescate y pude hablar con ellas, me contaron que su padre las había vendido a un señor que no era de la comunidad y que ese señor se las había llevado hasta Nueva York. Tomamos el avión escoltadas por agentes del Gobierno de los Estados Unidos y cuando llegamos a México, nos estaban esperando del DIF, quienes se llevaron a las niñas y las mandaron a su casa, con su padre. Cuando había transcurrido un mes de su regreso a México, me avisaron las compañeras de Nueva York que las niñas estaban de regreso en el burdel. Tuve que regresar a Nueva York, y el día que las rescataron, me contaron que esta vez las habían vendido por dos chivos y dos cartones de cerveza, ya no las traje de regreso a México. Y al pasar de los años me regalaron su testimonio que aquí les comparto:
…”Hace como diez años, cuando teníamos 8 y 9 años, mi papá nos vendió. Nacimos en una comunidad Mixteca, muy pobre, en el Estado de Oaxaca. Acabamos en la Ciudad de Nueva York, en un prostíbulo, siendo explotadas sexualmente, a nuestra corta edad. Cuando llegamos allá, casi no hablábamos español, y mucho menos inglés. Un día la CATWLAC y otras organizaciones de la Ciudad de Nueva York, llegaron con la policía, y nos sacaron de esa pesadilla que para nosotras significaba todo lo que nos hacían los señores malos de ese lugar y también las personas que nos tenían encerradas. Casi no nos daban de comer, y si no queríamos ir con los señores, nos golpeaban, nos castigaban, nos metían palos en la colita.
Con señores de la Embajada de México, nos trajeron a México y el DIF nos mandó de regreso a nuestra casa. Mi papá se enojó mucho y en menos de dos semanas nos volvió a vender por dos chivas y dos cartones de cerveza y nos dijo que no nos quería volver a ver ahí. No supimos cómo, pero la CATWLAC se enteró que estábamos nuevamente en el mismo burdel en Nueva York y volvió a llegar por nosotras con la policía, pero esta vez no nos trajeron a México. Nos llevaron a un hogar sustituto, y ahí nos mandaron a la escuela, aprendimos a hablar inglés y español bien, tenemos la residencia, y estamos estudiando en la universidad. Cada vez que vienen las personas de la CATWLAC a Nueva York, nos visitan, y están al tanto de nosotras.
Tenemos muchos años de tener terapia psicológica, y aún todavía cuando nos acordamos de los horrores que vivimos y de cómo nos despreciaba y humillaba nuestro padre, sufrimos mucho. Nos cuesta todavía permitir el contacto con hombres. Todavía ninguna de las dos tenemos novio. Queremos trabajar en una organización que apoye a las niñas en prostitución, sobre todo las niñas indígenas que traen de México a esta Ciudad en la que nos reubicaron.
Todavía en las noches tenemos pesadillas, y despertamos gritando, sudando mucho. Se nos ha hecho muy difícil superar esa experiencia y toda la violencia que vivimos sobre nuestros cuerpos e integridad física de niñas.”
Después, hace como diez años me contacto la abogada del Centro Tlachinollan de la Montaña de Guerrero, por la compraventa de niñas indígenas, les comparto el testimonio de las niñas que pudimos rescatar:
“Éramos tres amigas muy unidas, de 12 y 13 años de edad, que nacimos en un pueblo indígena de Guerrero, que todavía se rige por los usos y costumbres. Un día, una señora que conocimos afuera de la escuela, se acercó a nosotros y nos dijo que si no queríamos trabajar en Cuernavaca, en un restaurante, para que les ayudáramos a nuestros papás. Como éramos muy pobres, las tres aceptamos y nos fuimos con esa señora. Pero nos llevó a la casa de Don Carmelo y ahí nos tuvo encerradas, nos decía que todavía no encontraba dónde colocarnos. Un día llegó un señor y me dijeron que me fuera con él, luego supe que a cada una de nosotras nos entregó a un hombre distinto.
A mí, Margarita, me llevó un señor a una Comunidad y me entregó a su hijo de 15 años, y le dijo, mira hijo lo que te compré. A partir de ahí, el muchacho me dijo que era su mujer y empezó a violarme, me exigía que le diera de comer, que le lavara la ropa. Cuando llegó el mes, le dije que cuándo me iban a pagar, pero me dijo que si quería más, que ya me estaban dando casa y comida, y que como yo era su mujer, que me portara bien, o me iba a pegar. A Rosa se la entregaron a un señor que le exigía que limpiara su casa, le hiciera la comida, le lavara su ropa y la golpeaba con un fuete. Le daba tales golpizas que le abrió la espalda. También la violaba y le decía que era de su propiedad, que para eso la había comprado. De Clavel no sabemos nada. Nuestros papás nos empezaron a buscar, y llegaron a la casa de la Señora y de Don Carmelo, y levantaron un acta con la Autoridad Municipal, en la que la señora declaró que nos habían vendido por $40,000.00 pesos. La Autoridad le exigió que dijera a quiénes nos habían vendido, y sólo pudieron encontrarnos a nosotras dos, a Margarita y a Rosa. Hoy todos están en la cárcel, pero no han querido decir qué hicieron con Clavel. No la han encontrado. Y dicen que lo mismo hicieron con otras 40 niñas.
Yo, salí embarazada, y ya no me quiero regresar a mi comunidad. Me van a mal ver, así que para no darle vergüenza a mis papás, les dije que mejor me quedaba con el muchacho, que al fin no me trataba tan mal.
Rosa, está muy triste, llora todo el tiempo. No se puede contentar. Está muy marcada de la espalda y todo el cuerpo.
Éramos unas niñas con muchas ilusiones, con ganas de progresar y ayudar a nuestras familias y hoy, ya no tenemos esperanzas, nos destruyeron la vida. Extrañamos mucho a Clavel…. Y como estos, tenemos muchos otros testimonios.
Nunca voy a olvidar la primera vez que llegué a San Juan Chamula, en Los Altos de Chiapas, ya hace algunos años, y cuando llegamos a la Iglesia de San Juan Bautista, me abordó un niño como de 12 años que trabajaba como guía de turistas y me explicó los colores de la iglesia, sobre todo el ribete azul de la barda que rodea el atrio y las torres de la iglesia, el sincretismo de las dos culturas que iba yo a encontrar dentro de la iglesia y terminó su perorata diciéndome, “aquí se venden niñas, las hay desde cinco mil pesos”. Yo, un poco sorprendida, le pregunté si él no tenía hermanitas y me contestó que si y que las quería mucho. Yo le pregunté y tú no vas a extrañar a tus hermanitas cuando las vendan, y me contestó, “si, mucho, porque son las que me lavan mi ropa, limpian mi cuarto y me dan de comer, pero qué quiere que haga, si así son las cosas por aquí”.
Y es que la pregunta que le dirigió la periodista al Sr. Presidente fue puntual, “qué tiene de conocimiento de la venta de niñas indígenas y si considera que una situación como ésta deba seguir vigente, escudándose en usos y costumbres, y la duda aquí es quién defiende a estas mujeres y niñas indígenas. Pero la respuestas, me dolió mucho. Nunca pensé que fuera a responder así, cuando tiene un compromiso probado con los pueblos indígenas y con las personas más vulnerables y quiénes más vulnerables que las niñas indígenas. El Presidente afirmó que él había vivido seis años con los pueblos indígenas, pero qué pueblos indígenas, hasta donde sé fue con los Chontales y otros pueblos indígenas de Tabasco, que fue a donde dirigió el Instituto de Pueblos Indígenas del Estado de Tabasco, y no de todo el país.
Y quiero aclarar que es una práctica común en los pueblos indígenas de los Altos de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz e Hidalgo, y se tienen sospechas que se practique en algunas comunidades de Puebla, también.
Es por eso que su respuesta, hablando de que lamentaba que esto esté sucediendo y que es reprobable, pero que no se debe estigmatizar a los pueblos indígenas de México porque en los pueblos indígenas hay una gran reserva de valores culturales, morales, espirituales, y que por tanto esta idea de que en las comunidades indígenas suceden estas cosas, (como si no sucedieran desde hace muchos años), alegando que no corresponde a la realidad, que esa concepción es bastante clasista y racista, afirmó que no es un asunto generalizado, pero la periodista no dijo que era generalizado. Y después construyó un discurso sobre la desintegración familiar, la falta de valores y la criminalidad, que nadie le estaba preguntando. Dejo ver, crudamente su misoginia y su ignorancia a las leyes, la propia Constitución y los tratados de derechos humanos, especialmente de los derechos de la niñez y de las mujeres. Él siempre dice que nadie debe estar por encima de la Ley, pero creo que su respuesta viola las leyes vigentes y que está muy lejos de darse cuenta de las tragedias que viven las niñas que les ruegan a sus padres que no las vendan y cómo son tratadas y violentadas en las casas de quienes las compraron.
Publicaron Animal Político, el País y Reforma: “No somos animales (…) Los animales son los que se venden”, sentencia una indígena mixteca de 23 años –vendida a los 14— de la Comunidad Juquila Yuvinami, en el municipio de Metlatónoc, del Estado de Guerrero, uno de los más pobres en México.
Es la suma de la pobreza, la misoginia, la falta de oportunidades, lo que ha ido desvirtuando el uso y costumbre de la dote, hasta haberse convertido en una operación económica comercial, con la que los padres de familia ven una oportunidad de recuperar lo que invirtieron en la alimentación y vestido de las niñas, sin importar que las reducen a ser un objeto transable un artículo que se vende y se compra.
Pero, aún peor, se atrevió a decir que este es un problema generalizado que en todas las clases sociales se venden niñas y en todas las clases sociales y tal vez en las clases acomodadas se da peor la pérdida de valores debido a la desintegración familiar y al dinero. ¿Qué nos quiso decir? Que no importa el maltrato y la violación a los derechos humanos de las mujeres, que ellas deben seguir atadas a sus entornos de violencia…, poniendo por encima el concepto idealista de familia, por encima del respeto a los derechos humanos de las mujeres y las niñas.
Ojalá, el Sr. Presidente, nos diera la oportunidad de explicarle que eso es trata de niñas y es también matrimonio forzado, con el propósito de allegarse recursos económicos o en especie. Su tono, en cierto momento llegó a ser amenazador. Y no creo que sea justo que la ignorancia de esta realidad justifique su tono y su respuesta.
Presidente, la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas establece como edad mínima para el matrimonio los 18 años cumplidos, los mismo está establecido en la Ley General de Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes, ahora sólo falta que los Pueblos Indígenas, que llevan a cabo esta práctica, entiendan que los usos y costumbres son válidos cuando no violan derechos humanos de las mujeres y las niñas y que las Autoridades Tradicionales son responsables por omisión de la trata y los matrimonios forzados que son delitos graves que se castigan con cárcel. Que es necesario que así lo manifieste para que se oiga claro y fuerte desde el Palacio Nacional y cuando visite las comunidades indígenas de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Hidalgo y Puebla.
Las dotes o pago que cobran los padres por “las niñas novias” oscila entre 39,000 y 359,000 pesos y las venden a partir de los 9 años o cuando tienen su primera menstruación.
Y tiene razón, no es una práctica generalizada, porque en México hay casi 620 municipios indígenas de los cuales 420 se rigen por usos y costumbres reconocidos por la constitución.
Que es necesario que nadie se sienta avalado por el Presidente de la República para sostener esta práctica de mercantilización de las niñas indígenas que en ocasiones son llevadas a Ciudad Juárez y Tijuana y las encontramos como niñas esposas en situación de explotación de la prostitución.
Teresa C. Ulloa Ziáurriz
Directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe, A.C. (CATWLAC por sus siglas en inglés).
FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA