diciembre 7, 2020
En Buenaventura, niños y jóvenes tienen espacios protectores contra la violencia
Al menos 300 niños, 40 padres y 36 profesores se las ingenian para mantener la paz en sus comunidades en Buenaventura. Su solución: el respeto, el diálogo y el territorio.
Lilibeth*, una niña de diez años, se despierta todos los viernes a las ocho de la mañana. Peina su cabello afro y hace sus tareas. A la 1:30 p.m. se cambia rápidamente y se pone una camiseta azul que en su espalda la identifica como “participante”. Ya organizada, sale de su casa frente al mar, ubicada en el barrio Alberto Lleras Camargo, en Buenaventura (Valle de Cauca). Sale inquieta porque hace un mes hubo una balacera en esta zona y, desde entonces, las calles poco a poco se han ido vaciando, pues varios vecinos se han desplazado a otros sitios de la ciudad.
Aunque tiene miedo, eso no le impide seguir motivada con su encuentro con otros catorce niñas y niños que, desde agosto, asisten con ella a los talleres del programa “Territorio y Protección para la Niñez”, un espacio coordinado entre la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Fundación Espacios de Convivencia y Desarrollo Social (Fundescodes), donde los alejan de las dinámicas de violencia. Allí juegan y hacen actividades lúdicas. “Me gusta venir porque aprendemos sobre el respeto, el diálogo y el empoderamiento de nuestro territorio”, asegura.
Ella es una de los 300 niños, niñas y jóvenes que, desde hace cinco meses, se benefician de este programa de protección a la niñez bonaverense, pertenecientes a los barrios La Isla de la Paz, La Cima (comuna seis), San Francisco (comuna siete) y Lleras (comuna tres), donde una o dos veces a la semana se reúnen en las casetas comunales de sus barrios, cumpliendo las medidas de bioseguridad. Los encuentros son liderados por madres y jóvenes integrantes de las mismas comunidades, quienes además, reciben la guía de Fundescodes para planear los temas de cada reunión. Dichas comunas están amenazadas por la presencia de grupos armados que se disputan el control del territorio y uso de las vías fluviales para el tráfico de armas y drogas.
Aunque históricamente Buenaventura ha sido golpeada por las acciones de grupos armados, como el Frente 30 de la entonces guerrilla Farc-EP y el Bloque Calima, de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016, entre el Gobierno colombiano y las Farc, la violencia se reconfiguró con la presencia de nuevos actores que recrudecen aún más la situación de seguridad.
Según la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), hoy en Buenaventura hay, al menos, seis grupos armados ilegales: “La Empresa, que surgió tras la desmovilización del Bloque Calima; La Local, formada a partir de una fracción del Clan del Golfo; Gente del Orden y Frente Unido del Pacífico, que surgieron de miembros y colaboradores de las Farc que no se vincularon al proceso de paz, el Eln y el Clan del Golfo. Todas estas tienen presencia en la zona urbana y las últimas cuatro, en la zona rural”.
Desde ACNUR afirman que esta situación deja a los niños como uno de los actores más vulnerables en la zona. Por eso, el proyecto “Territorio y Protección para la Niñez” busca responder a esta problemática y proteger los entornos de los menores de edad en sus barrios y colegios.
El trabajo se adelanta a través de tres líneas de acción: el primero arrancó a principios de este año con un diplomado en el que 36 personas, entre docentes y líderes comunitarios, reforzaron las maneras como deben relacionarse con los menores en entornos educativos. Esto, a través de un convenio con la Pontificia Universidad Javeriana.
Una de las docentes vinculadas al diplomado es Jéssica Córdoba, quien reconoce que antes de participar en este espacio no sabía cómo reaccionar ante alguna situación que atente contra la integridad de los niños. “A nosotros, nos han impartido muchos temas importantes como la protección de los niños, sobre sus derechos y sobre cómo ayudarlos y eso es importante porque muchos trabajamos en zonas donde se pueden ver muchos tipos de violencias. En esos casos es necesario que uno sepa cómo puede ayudar a un niño y a su familia”, aseguró. Además, reconoció que Fundescodes ha sido un lugar primordial para brindar guías y soluciones a diferentes situaciones con los menores.
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El segundo aspecto es el trabajo directo con los menores, que consiste en la visita periódica a dichas comunidades para posibilitar talleres y espacios donde los niños aprendan sobre el diálogo, el respeto y la apropiación de su territorio:
Lilibeth acababa de hacer su turno en el juego del avioncito, ahora seguía otra compañera: Manuela*, quien tiene 12 años. Cogió la moneda de $500 que servía como “piedra” para lanzar hacia los 10 espacios que tiene el juego y que habían sido delimitados con una cinta adhesiva blanca. La arrojó y cayó en el puesto número 6, al caer ahí debía contestar una pregunta: ¿Cuál era su lugar favorito?
“El lugar que más me gusta es mi cuadra, porque tienen la costumbre que cuando llega diciembre, todos nos ponemos a decorar la calle”. Sus amigos celebraron la respuesta diciendo, entre risas, que sí era así, y recordaban escenas de cuando ponen “bonita la cuadra”.
Alfonso,* por su parte, confesó que su lugar preferido era su casa, porque ahí se sentía muy bien “y porque estoy con mi familia”. Las actividades de ese encuentro eran alrededor de los sitios de su barrio, cuadra o ciudad que querían y debían cuidar.
Con encuentros como este, los niños y niñas reconocen su entorno y refuerzan actitudes positivas como la escucha, el diálogo y la búsqueda de soluciones donde todos logren sentirse bien. Lo que se busca en cada reunión, es que los niños y niñas se sientan en un lugar seguro, en un espacio protector para jugar y aprender que pueden ser mediadores y posibilitadores de paz en sus casas y barrios.
La tercera línea de trabajo son los encuentros con 38 madres y dos padres de familia para no solo incentivar el cambio en los más pequeños, sino también en sus familias.
Frente este último aspecto, Mauricio Pozo, dinamizador del trabajo con las madres y los padres, explica que estos juegan un papel fundamental en este proceso: “Para poder trabajar con los niños, también debemos trabajar con los adultos que les rodean, así el proceso es más rápido. Eso también nos asegura que dicho cambio perdure en la comunidad”.
Blanca*, madre de la comunidad de la Isla de la Paz, asegura que en estos espacios ha visto un cambio, pues “nuestros hijos deben aprender a conocer y defender sus derechos”. Hoy lo sienten más propio, a pesar de las circunstancias.
Y es que han visto la violencia de cerca. El 27 de enero de 2018, el líder comunitario Temístocles Machado, quien luchaba por la defensa de sus territorios, fue asesinado.
Este proyecto estará vigente hasta finales de 2020. Por eso, ACNUR y Fundescodes planean nuevos proyectos que garanticen la continuidad de los procesos ya obtenidos. Pues, “con ellos, el futuro puede ser diferente, porque ellos van a cambiar las comunidades donde viven. Con sus conocimientos todos sabemos que harán cosas grandiosas”,dice la profesora Jéssica Córdoba, quien representa el sentir que todos los involucrados en este proyecto también tienen.
Ahora Lilibeth está pensando que las clausuras se acercan y confiesa que se siente tranquila porque tanto ella como sus compañeros ahora saben cómo ser “buenos mediadores para que no nos peleemos” y agradece haber entendido mejor su territorio y que la violencia no es bienvenida en su zona. Sin embargo, solo le preocupa una sola cosa, ha escuchado que para ese evento harán una obra de teatro y no sabe qué papel le tocará. “En la última obra que yo hice, mi mamá me tomó muchas fotos con el traje y cada vez que puede, me las muestra y nos reímos de esas fotos”. aseguró entre risas.
FUENTE: EL ESPECTADOR