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noviembre 6, 2020

“Me llevo la lección de que la paz es posible”: embajador saliente de Francia en Colombia


Gautier Mignot, quien vivió en Colombia tres años, hace un balance del Acuerdo de Paz. Reconoce que si bien hay aspectos por mejorar, como la seguridad de líderes sociales y excombatientes, hay grandes avances con la dejación de las armas y la reincorporación.

En el próximo vuelo humanitario de Bogotá a París se irá Gautier Mignot, el saliente embajador de Francia en Colombia, quien estuvo en el país desde junio de 2017. A partir de entonces, Mignot se caracterizó por ser un diplomático diferente: dejó su cómoda oficina en la capital y se aventuró a viajar por las regiones más alejadas y afectadas por la violencia. Visitó desde la Sierra Nevada de Santa Marta, para estar con los mamos koguis y arhuacos, hasta la selva del Chocó, para dialogar con las comunidades que hasta ese momento no habían conocido a un embajador.

¿Por qué lo hacía? “Para que la gente sienta que no está sola”, dice. Y es que Mignot se convirtió en unos de los grandes promotores del país, un protector de los líderes sociales y un defensor del Acuerdo de Paz firmado en 2016. Asegura que su maleta va cargada de recuerdos, pero no tanto como el corazón. Espera que reciban con cariño a su sucesora, Michèl Ramis, quien será la primera mujer embajadora de Francia en Colombia.

Usted se va justo cuando se cumplen cuatro años de la firma del Acuerdo de Paz. ¿Qué balance hace de la implementación?

Para nosotros es una gran prioridad nuestra relación con Colombia, y creo que es una prioridad para todos los europeos. El sentimiento que me inspira es el de haber vivido un momento histórico para Colombia, pero también para el mundo, porque el proceso de paz en Colombia se ha vuelto un ejemplo para todos. Pocos procesos de paz tienen tanto éxito en las partes claves de la entrega de armas y la reincorporación de combatientes. En la mayoría ni siquiera se llega al 50 %, y aquí hubo este éxito rápido. También puedo mencionar grandes avances, como la implementación de los Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET).

¿Qué aspectos se deben mejorar?

Hay menos avances en otros temas, como es el caso de la sustitución de cultivos ilícitos, reparación de víctimas o reforma política. Y hay desarrollos preocupantes, como es el caso de los asesinatos de excombatientes, líderes sociales y defensores de derechos humanos. Pero hay que tomar en cuenta que este proceso es de largo aliento, requiere tiempo, recursos, voluntad política y la movilización de los actores, incluyendo la comunidad internacional. Es un proceso en el cual todos los aspectos del Acuerdo importan. Estamos confiados en que Colombia siga el rumbo, pero hay que tener paciencia y al mismo tiempo tener una voluntad en todas las políticas públicas para llevar a cabo esta implementación con éxito.

¿Cómo ve las entidades creadas después del Acuerdo de Paz, como la JEP, la Comisión de la Verdad y la Unidad de Búsqueda?

Creo que esas entidades son una parte clave del Acuerdo y que también han sido consideradas como ejemplares en el mundo. Hoy tienen que realizar sus funciones y eso requiere tiempo, recursos y plazos. La justicia, en particular, necesita tiempo y serenidad para servir bien administrada y necesita la cooperación de todos los actores y su apoyo. Entonces, creo que es muy temprano todavía para hacer una evaluación del trabajo de esas instituciones, pero sí hay que apoyarlas. Decir, por ejemplo, que es anormal que la JEP no haya dictado juicio, pues esto no es tan justo. La justicia toma su tiempo, como la toma la justicia ordinaria también.

En tres años usted, seguramente, notó la polarización del país. ¿Cómo cree que se puede superar?

Son los colombianos quienes deben dar esa respuesta a este fenómeno, que no solamente se da en Colombia, sino que lo vemos también en Francia o en Estados Unidos en medio del debate electoral polarizado. Creo que la mejor respuesta a las críticas de cualquier política pública son los resultados, los frutos de esa política. Entonces pienso que hacer visible y evaluar en su momento los resultados del Acuerdo de Paz, que se ha vuelto efectivamente una de las manzanas de discordia en el país.

Como testigo de la implementación del Acuerdo, ¿qué lecciones se lleva con usted sobre este proceso?

Me llevo la lección de que la paz es posible, incluso en un conflicto que parecía durante años inexplicable. Y eso es una gran lección para muchos países que se ven sin salida, sin esperanza para resolver sus conflictos. La segunda lección es que no hay que desfallecer en la implementación, que requiere el esfuerzo de todos. No se trata de un momento mágico en el que las cosas se resuelven rápido. Se trata de un camino que necesita ser recorrido durante años y que requiere la movilización de todos y de todas las políticas públicas. Y, finalmente, la tercera lección que me parece también muy importante es que la comunidad internacional, que está tan dividida hoy, es capaz de unirse para apoyar un proceso como el Acuerdo de Paz en Colombia. Es casi el único tema del Consejo de Seguridad que recibe unanimidad de los 15 miembros.

Una de las grandes críticas al Acuerdo de Paz es que quienes cometieron graves crímenes dicen no en el Congreso. ¿Cómo explicaría este punto pactado al mundo?

Hay que recordar que una condición esencial para la validez de este Acuerdo, a los ojos de la comunidad internacional, especialmente de la Corte Penal Internacional, era la ausencia de impunidad. ¿Por qué? Porque si hay impunidad, quiere decir que en este caso la Corte Penal Internacional va a entrar y tomar en sus manos la justicia sobre esos hechos. Y justamente lo que ha considerado la CPI hasta ahora es que este acuerdo permitía una justicia verdadera, innovadora, transicional.

Obviamente, eso se tiene que llevar a cabo y la CPI va a estar muy pendiente de cómo se va a implementar. Entonces el Acuerdo no prevé impunidad a los ojos de la comunidad internacional. Ahora, uno de los elementos esenciales del Acuerdo es el equilibrio entre la dejación de armas, la reincorporación y la participación política que le ha sido concedida por el Acuerdo. Eso ha sido bueno. Es la lógica del Acuerdo. Probablemente no hubiera habido dejación de armas si no hubiera habido concesiones a la guerrilla.

¿Qué proyecto productivo resalta porque siente que demuestra que el Acuerdo de Paz valió la pena?

Recuerdo mucho la visita que hicimos al ETCR de Anorí (Antioquia), donde apoyamos un taller de panadería y otro de confección donde fabrican mochilas, pantalones, en fin, ropa diseñada a partir de su experiencia como guerrilleros. Eso ha tenido mucho éxito, y ver justamente cómo usar esas habilidades no para la guerra, sino para fines comerciales, para fines de paz. Ver la demanda que hay para esos productos me generó mucho optimismo. La única frustración es que la mochila que logré comprar allá se la robó mi hija.

Otro proceso que acompañó fue la protección de los líderes sociales. ¿Qué rescata de lo que se ha hecho y qué siente que le hizo falta?

Creo que, primero, lo que siento es una gran admiración por esas mujeres y esos hombres, por su compromiso, su valentía, su cercanía con sus comunidades. Ser líder o lideresa para la sustitución de cultivos ilícitos, por ejemplo, hoy es realmente una prueba de valentía. La defensa de los derechos humanos para nosotros también es una gran prioridad en el mundo, y en particular en Colombia. Eso no quiere decir aprobar el contenido que a veces pueden tener rasgos políticos de la lucha de alguno de sus líderes, pero sí reconocer que tienen derecho a defender esas opiniones y que no es aceptable que este compromiso les fuera a costar la vida.

Me llevo un recuerdo muy fuerte en la fiesta nacional que organizamos en 2019, donde habíamos invitado a cuatro de sus líderes sociales que apadrinamos en el marco de la campaña “Defendamos la vida”, que hemos impulsado en el marco de la Unión Europea. Líderes muy representativos de las distintas regiones del país, de las distintas ferias nos acompañaron. Me llevo ese recuerdo muy fuerte de este momento en que los cuatro estaban en el escenario conmigo durante el discurso. Siempre hemos intentado visibilizar su lucha también para protegerlos, para demostrar que no están ignorados. Pero claramente ese es uno de los temas más preocupantes actualmente en Colombia y sabemos que el Gobierno es consciente de esa situación, y no hay que escatimar en los esfuerzos para protegerlos.

Desde que llegó, usted decidió vivir Colombia de otra forma y viajó hasta los lugares remotos. ¿Por qué tomó esa decisión y qué regiones le gustaron?

Desde mi llegada tuve el convencimiento de que había que salir de la capital y conocer esos nuevos territorios, y hacer presencia en ellos; lugares donde durante muchos años era muy difícil visitar. Recuerdo varios que me marcaron. Para mencionar solamente algunos hablaría de las comunidades de los ríos Baudó y San Juan, en Chocó. También en Puerto Milú, en Istmina, donde me dijeron que era la primera vez que un diplomático los visitaba. Eso me emocionó mucho y creo que ahí uno se siente útil. Siente que está llegando donde no pasa a todo el mundo, porque hay lugares donde van muchos diplomáticos desde hace cierto tiempo, pero también hay muchas zonas olvidadas. El Guaviare también me parece una región magnífica, de mucha esperanza. O está el encuentro en la Sierra Nevada (Magdalena), a principios de este año con los mamos koguis y arhuacos. Fue un momento muy fuerte. En fin, podría mencionar más misiones con la JEP para ver entregas de cuerpos en Antioquia de personas desaparecidas.

¿Por qué es tan importante que un embajador esté ahí?

Yo le recuerdo siempre a la gente que no estoy ligado a la autoridad colombiana. No estoy para dar órdenes, para que no haya malentendidos, pero sí es importante para nosotros conocer la realidad del país. Un buen diplomático, creo, es quien conoce la realidad del país y no solamente a través del prisma de los barrios del norte de Bogotá, sino allá en el terreno y hablando con la gente. Me parece que una de las bellezas de la profesión de diplomático es que se puede hablar con todo el mundo, desde el presidente de la República hasta el ciudadano más humilde. Y esta posibilidad hay que ejercerla y, obviamente, visibilizarla. Explicar a nuestra capital cuál es la situación e informar a nuestros diplomáticos que nos representan en el Consejo de Seguridad, por ejemplo. Claro, también desarrollar proyectos en esas zonas, lo cual hemos hecho durante esos años. No simplemente llevar buenas palabras y esperanza, sino a veces también llevar algo de recursos y de apoyos. Pero el hecho de escuchar lo valoran mucho las comunidades. Sienten que existen a los ojos del mundo, que no están olvidadas y eso creo que ya es muy importante.

¿Qué proyectos adelantó como embajador que pueda destacar?

Bueno, un proyecto del cual me siento orgulloso es el Museo de la Memoria de los Montes de María, que inauguramos hace un par de años en el Carmen de Bolívar. Se llama “El Mochuelo”, como el pájaro, que vuela en la región, porque es un museo itinerante. Se ha desplazado ya a varios municipios de los Montes de María. Es un proyecto en el que Francia invirtió medio millón de euros, que ha tomado muchos años salir adelante, pero creo que valió la pena porque recoge realmente el sentir de las comunidades sobre lo que fue el conflicto en los Montes de María. Entonces me pareció un proyecto muy lindo. Aunque hubo muchos más para excombatientes, pero también para comunidades y mujeres víctimas del conflicto, como el que desarrollamos en Caldas, con la lideresa Luz Elena Pérez.

¿Qué momento triste recuerda de su estadía?

El momento más triste, sin duda, fue en la primera semana de mi presencia en Colombia: el atentado del centro comercial Andino, cuando murió esa joven francesa Julie Huynh, quien prestaba un trabajo de voluntariado social en una ONG del sur de Bogotá. Tener que ver el dolor de su madre, que estaba con ella cuando ocurrió el atentado y salió casi ilesa, pero vio morir a su hija. El dolor de sus compañeros de esa ONG, un dolor que compartimos toda la comunidad francesa, muchos amigos colombianos.

Seguimos en contacto con la familia porque ahora está todo el tema de las investigaciones y del juicio del atentado. Y hemos también querido honrar la memoria de Julie y del trabajo de esta vocación de voluntariado social que ella desarrollaba aquí en Colombia, a través del premio que lleva su nombre y que le permite a un joven colombiano y un joven francés viajar a adelantar este tipo de programas.

¿Qué va a extrañar del país?

Muchas cosas. Voy a extrañar las fiestas, las parrandas colombianas. Bueno, no hemos podido tener muchas en estos últimos meses, pero las disfrutamos mucho antes de la pandemia. Sí, muchas cosas, sobre todo la manera de ser de los colombianos, el cariño, el apoyo que siempre nos han brindado aquí en este país, los paisajes maravillosos que se pueden encontrar apenas saliendo de Bogotá.

¿Qué hará cuando regrese?

Ahora regreso a París. Soy diplomático de carrera. Entonces regresó a la Cancillería, pero esperando un nuevo nombramiento. Probablemente al exterior, pero eso tomará un poquito de tiempo, así que mientras tanto voy a estar en París con mi familia.

Supongamos que usted va a París y una persona le pregunta cómo ve Colombia hoy, ¿qué le respondería?

Le diría que vaya, pero casi no necesitaría hacerlo porque Colombia se ha vuelto un país muy atractivo, muy de moda para los turistas franceses. Colombia es un lugar que ha cambiado mucho en sus últimos años, que ha tenido un rumbo positivo, con todas sus dificultades y los problemas fuertes que sigue habiendo en algunas regiones, pero eso le diría, que es un país que vale la pena conocer. Obviamente, la pandemia ha frenado un poco esa dinámica del turismo y también esa dinámica socioeconómica positiva que conocía Colombia y ojalá se pueda recuperar pronto. Aunque hemos trabajado sobre la imagen de Colombia en Francia, el Acuerdo de Paz ha ayudado mucho.

Finalmente, ¿qué se lleva en la maleta?

Mucho exceso de equipaje (ríe). Artesanías, obras de arte. Hoy, por ejemplo, conseguimos una serigrafía de Pedro Ruiz, un gran artista colombiano. Muchos libros también, porque hay autores colombianos magníficos y algunos se han vuelto amigos. Pero lo cierto es que el corazón está aún más lleno que la maleta, lleno de amistades y de recuerdos inolvidables. Aquí volveremos, como simple turista, simple amigo de Colombia y espero que le den a mi sucesora, Michèle Ramis, la primera embajadora en Colombia, la misma bienvenida calurosa.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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