junio 26, 2020
Feminicidios
Es doloroso ver cómo tras los últimos acontecimientos atroces de violencia contra las mujeres hay quienes aún se atreven a afirmar que los feminicidios no existen. Twitter está plagado estos días con mensajes tan necios y torpes de esos que desde su voraz moral afirman “hay que condenar todos los asesinatos”, “a las mujeres no las matan por ser mujeres”, “el que cometió ese crimen es un enfermo mental”.
Cuánto quisiéramos las mujeres que estos casos fueran eso, excepciones a la regla. Excepciones producidas por monstruos con profundos desordenes mentales, incapaces de discernir entre el bien y el mal. Desafortunadamente, los feminicidios son efectuados por padres, hermanos, amigos, colegas y conocidos. Precisamente, el primer paso para afrontar con seriedad esta problemática es desmitificar la figura del feminicida. El segundo es que los hombres dejen de lado esa absurda victimización y necesidad de protagonismo que se resume muy bien en ese legendario eslogan “no todos los hombres”.
Obviamente que no son todos los hombres, es más está clarísimo que esto no es un asunto que se solucione desde la individualidad -aunque es deber de cada uno cuestionarse la reproducción de sesgos y estereotipos dañinos- el feminicidio, como muchas otras formas de violencia contra las mujeres, es un asunto estructural y sistémico. No es necesario tener un doctorado en estudios de género para comprender el flagelo, únicamente hay que leer las cifras: una de cada dos mujeres asesinadas en el país murió a manos de su pareja, para el caso de los hombres la cifra es uno de cada 20.
Según Naciones Unidas 137 mujeres alrededor del mundo son asesinadas por un miembro de su familia cada día. América Latina es una de las regiones en el planeta más violenta para las mujeres, y Colombia, entre 12 países de la región, cuenta con la segunda tasa más alta de feminicidios por cada 100.000 mujeres según mundosur.org. Esta organización creo un mapa de feminicidios en la región, y preocupa enormemente el subregistro para el caso de Colombia calculado en casi un 170 por ciento.
Asimismo, la crisis producida por el COVID-19 ha aumentado dramáticamente los casos de violencia contra las mujeres y los feminicidios en todo el mundo. Basta con escribir en Google “feminicidios cuarentena” para ver los cientos de titulares que muestran lo dramático de la situación a nivel global: “Repunte de feminicidios durante la pandemia en Argentina”, “La pandemia silenciosa: los feminicidios se duplicaron durante la cuarentena en el Reino Unido”, “México: ya se registran 163 feminicidios durante la cuarentena”, “42 mujeres asesinadas en 68 días de cuarentena (en Colombia)”.
Si bien el reconocimiento del delito de feminicidio sancionado en la ley 1761 de 2015, que lleva por demás el nombre de Rosa Elvira Cely -asesinada, violada y torturada por uno compañeros de clase- ha sido un gran avance en el reconocimiento de la violencia de género y la necesidad de un aborde diferencial, aún existe una brecha gigantesca entre la ley y la realidad. Las leyes son necesarias, pero necesitamos a nuestros y nuestras gobernantes pensando en políticas públicas y designando presupuestos suficientes para garantizar la vida de las mujeres. Esperemos que la crisis actual sirva de catalizador y no de excusa para desfinanciar la lucha contra la violencia de género.
En memoria a las mujeres asesinadas durante la cuarentena en Colombia:
Loliluz, Ellyn, Edenis, Marlly Fernanda, Mery Eslein, Nayibe Geraldine, María Piedad, Katy Johanna, Cindy Vanessa, María Bertha, Alba Lucía, Anyela, Luz Dary, Melba Cecilia, Paloma, Frany Juribi, Yudi Magali, Ana Mercedes, Luz Esmilda, Edith del Socorro, Luz Elena, Michel, Sandra Patricia, Liceth Tatiana, Kelly Yuliana, Luiza Valentina, Mónica, Mayerlys, Inés, Geraldine Yulieth, Luisa Fernanda, Luz Dary, Naylin del Carmen, Olga Lucía, Maira Liseth, Trinidad del Carmen, Ana Elsy, Janeth Adriana, María Nelly, Angie Paulina, Luz Amparo, Paula Esmeralda (Listado citado del artículo de Natalia Arenas en Cero Setenta), Heidy Johana, Daniela, Brandy Carolina y Ariadna.
FUENTE: EL ESPECTADOR