junio 10, 2020
En Colombia hay racismo y tenemos que hablar del tema
Los estudiantes de Pa’lante Pacífico en la Universidad de Los Andes sienten el racismo en carne propia y con este texto alimentan un debate necesario.
La muerte reciente de Anderson Arboleda en Puerto Tejada ha generado una conexión directa con la brutalidad policial hacia la población negra de Estados Unidos, que ha despertado una nueva ola de protestas sociales por la muerte de George Floyd, y una preocupación por la violencia hacia los jóvenes negros en nuestro país. Estas dos muertes simplemente nos recuerdan que es la violencia y discriminación hacia la población afrodescendiente, y en particular hacia los más jóvenes, parte de los problemas por resolver. Mientras se resuelve ante la justicia el caso de Anderson Arboleda, el miedo de los jóvenes negros a la discriminación y la violencia por su color de piel continúa vigente.
En este texto queremos plantear tres puntos. Primero, el racismo y la discriminación en nuestro país es real y, para eliminarlos, hay que comprenderlos desde el contexto social, económico y cultural en que se han ido cultivando por siglos. En segundo lugar, debemos ser conscientes de que más allá de las categorías convencionales de autoreconocimiento (afro, negro, raizal, blanco, mestizo), hay un problema asociado a la tonalidad de piel y al fenotipo o “la pinta” que despiertan los estigmas que alimentan la discriminación hacia personas de piel más oscura. En tercer lugar, abrir oportunidades económicas para los jóvenes afrodescendientes de este país que quieren formarse y romper las brechas que existen hoy va a depender de combatir directamente las formas sutiles o explícitas que estos jóvenes sufren cuando deciden, por ejemplo, migrar desde sus poblaciones de origen para estudiar en las grandes ciudades que históricamente han tenido una población negra casi inexistente en la educación superior. Un ejemplo de ello está en el grupo de más de 20 jóvenes del litoral Pacífico que han logrado acceder al programa de Pa´lante Pacífico de la Universidad de los Andes y han viajado a Bogotá a enfrentarse al reto de una alta exigencia académica y a la vez la complejidad de esta ciudad. Este texto lo escribimos con una de estas estudiantes, proveniente de Quibdó, y recogiendo los testimonios de varios de sus compañeros.PUBLICIDAD
Trataremos de desarrollar estos puntos desde varias voces. En primer lugar, desde la evidencia de encuestas utilizando el tono de la piel como determinante de las condiciones de discriminación que viven las personas de piel más oscura. Por otra parte, desde métodos de campo y recordando un experimento que realizamos hace un tiempo en el mercado laboral donde demostramos la discriminación que sufren las personas negras, y finalmente desde las mismas voces de jóvenes que se han atrevido a migrar del Pacífico colombiano para entrar a la educación superior a formarse y contribuir a cerrar las brechas educativas existentes.
Pigmentocracia en Colombia
Comencemos por la relación entre la tonalidad de la piel y los miedos y oportunidades de los jóvenes. En el contexto latinoamericano debemos enfrentar estos temas desde las particularidades propias y alejándonos un poco de las divisiones de segregación de países en Europa o Norte América. Esto es lo que Edward Telles (Universidad de California) ha llamado la Pigmentocracia en América Latina, y que los profesores Fernando Urrea y Carlos Viáfara de la Universidad del Valle con sus estudios han confirmado para nuestro país. Más que las categorías tradicionales de autoreconocimiento, es la tonalidad de piel la que mejor predice logros educativos, salariales o de ingresos de las personas en nuestra región. Usando esa misma metodología de registrar la tonalidad de piel con una paleta de colores, en la Encuesta Longitudinal de Colombia de la Universidad de los Andes recogimos estos datos para la muestra de 10.000 hogares colombianos. En esa encuesta, en el módulo de jóvenes, les hicimos la siguiente pregunta a quienes tenían entre 10 y 13 años: “¿Evitas pasar por lugares de tu barrio por miedo a ser atacado por alguien?”. En la gráfica vemos los porcentajes de respuestas afirmativas para los cuatro estratos de la muestra y por agrupaciones de la tonalidad de la paleta de colores. Destacamos dos cosas, los temores a ser atacados de las personas de piel negra, y segundo, que este fenómeno se mantiene sin mayores diferencias por estrato socioeconómico.PUBLICIDAD
Estos temores de los jóvenes pueden estar bien arraigados y pueden tener consecuencias sobre sus oportunidades, por ejemplo en el mercado laboral, donde encontrarán barreras de entrada asociadas al color de su piel.
Un argumento recurrente contra esta hipótesis es que es el menor nivel educativo el que realmente genera discriminación laboral hacia las personas negras, sobre todo si tenemos en cuenta que efectivamente sus logros educativos son menores en promedio a los de las personas mestizas o blancas. Para poder separar una cosa de la otra, junto al Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes, en el año 2013 hicimos un experimento en campo para probar esta conjetura y que fue publicado por DeJusticia con el título de “La discriminación racial en el trabajo, un estudio experimental en Bogotá”. En ese experimento enviamos más de 900 hojas de vida, construidas a propósito, para evaluar qué factores determinan que a una persona la llamen a entrevista para ofertas de trabajo de entrada al mercado laboral, a donde la mayoría de jóvenes aspiran comenzar su camino de generación de ingresos. En esas hojas de vida incluimos al azar fotos de personas blancas, mestizas, indígenas y negras, y agregamos un teléfono celular al que los empresarios interesados debían llamar si querían buscar a esta persona para una entrevista. Recordemos que estas hojas de vida tenían aleatoriamente diferentes niveles de experiencia laboral, lugar de residencia y todas ellas tenían el mismo nivel educativo de bachillerato. Después de enviar las hojas de vida comenzamos a recibir las llamadas telefónicas y encontramos que el 19 % de las hojas de vida con la fotografía de una persona blanca generaron una llamada para entrevista, mientras que ese porcentaje fue del 9,1 % para aquellas con una fotografía de una persona negra.PUBLICIDAD
¿Cómo construimos un futuro sin discriminación ni racismo para los jóvenes?
Hemos visto el escenario que los jóvenes negros enfrentan cuando llegan a Bogotá a estudiar o a buscar trabajo, y deben enfrentar un ambiente de estigmas y estereotipos que se han acumulado a lo largo de siglos de exclusión hacia esta población, después de la extracción violenta de cerca de 12 millones de africanos que fueron traídos a la fuerza a las Américas durante cuatro siglos. El texto anexo que recoge las voces de otros estudiantes, escrito por Mayra Catalina Barrios, coautora de este artículo, refuerza lo que los datos de encuestas y experimentos nos dicen.
En un estudio publicado en el 2012 por Daron Acemoglu, Camilo García y James Robinson en el Journal of Comparative Economics, los autores estudian municipios colombianos que tuvieron minas de oro en los siglos 17 y 18 con los municipios aledaños donde éstas no existieron y por ende tuvieron menor presencia de esclavos africanos. Dos y tres siglos después, la herencia de ese proceso esclavista generó que hoy esos municipios muestren mayores niveles de pobreza, menores niveles de asistencia escolar, vacunación y provisión de bienes públicos, además de una mayor desigualdad de la tierra.
Acabar con los estigmas y estereotipos que alimentan el racismo y la discriminación en nuestro país requiere mejores conversaciones para contrarrestarlos, inhibirlos y, sobre todo, prevenirlos. Es necesario aumentar la visibilización del problema, del lamentable nivel de “normalización” que tiene hoy en Colombia y lo que como sociedad estamos perdiendo al excluir de oportunidades educativas y laborales para los jóvenes que descienden de africanos y anhelan entrar a hacer parte del camino de progreso que ha beneficiado a tantos en el interior de Colombia.
FUENTE: EL ESPECTADOR