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mayo 18, 2020

¿Por qué el trabajo realizado por las mujeres no es valorizado?


La actual pandemia nos deberá permitir avanzar en nuestra lucha por una sociedad más igualitaria.

Hace unas semanas, la revista ‘Forbes’ publicó un artículo sobre las razones por las cuales las mujeres líderes estarían gestionando mejor la crisis del coronavirus. La autora, Avivah Wittenberg-Cox, argumentaba que las líderes de Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Islandia, Finlandia, Noruega y Dinamarca le estaban mostrando al mundo estilos de liderazgo más empáticos. Concluía diciendo que había que dejar de decirles a las mujeres que se comportaran como los hombres para ser exitosas porque lo que estas líderes estaban demostrando es que las mujeres tienen estilos de liderazgos diferentes y que más bien son los hombres los que deberían aprender de ellas.

Este artículo fue replicado por los periódicos más leídos del mundo. Lo que ninguno menciona es que Wittenberg-Cox es la directora de una empresa de consultoría sobre equilibrio de género. Es decir, su trabajo consiste en decirles a las empresas que las mujeres son, por naturaleza, más compasivas y empáticas, y por esto deberían tenerlas en sus juntas directivas. Pero esta no deja de ser una idea sexista.

Lo sorprendente es que sea esta noticia sobre las mujeres la que más haya repercutido en la opinión pública, cuando lo realmente impactante, durante la pandemia, ha sido ver la importancia que tienen las actividades del cuidado para la reproducción del capital.

La economía del cuidado ha sido un concepto elaborado por las economistas feministas, recogiendo los antiguos debates del feminismo sobre el trabajo doméstico. Se refiere a todas aquellas actividades relacionadas con la reproducción de las personas.

Los debates históricos sobre el trabajo doméstico pueden ser divididos en dos grandes vertientes (no significa esto que sean las únicas vertientes que existen). La primera es una crítica feminista dentro del marxismo: la teoría de la reproducción social. Según las feministas marxistas, Marx describió cómo el trabajador se ve obligado a vender su fuerza de trabajo para subsistir y cómo este es explotado por el capitalista para aumentar sus ganancias, pero no explicó cómo esta fuerza de trabajo llega al mercado.

El trabajador tuvo que nacer, ser cuidado, amado, alimentado y educado. Todas estas actividades se desarrollan en la esfera privada, conocida como el ‘hogar’. De esta manera, la esfera de la reproducción de la vida está íntimamente ligada con la esfera de producción del capital. Los cambios en una esfera tienen efecto en la otra. Sin este trabajo cotidiano, la economía no podría funcionar y el sistema colapsaría.

En los años 70 surgió otra vertiente, motivada por las experiencias al interior de los partidos comunistas y los movimientos de izquierda de la época. Si la liberación de las mujeres llegaría con el advenimiento de la revolución, ¿cómo explicar las múltiples experiencias de machismo vividas por las mujeres en estas organizaciones consideradas revolucionarias? Ultrajadas por las actitudes machistas de sus ‘camaradas’, las mujeres decidieron organizar movimientos de mujeres y pensar en sistemas de opresión basados en el género.

Surge aquí la idea de que el patriarcado es un sistema de opresión autónomo y paralelo al sistema de opresión de clase. Más adelante, el feminismo liberal se aprovechará de esta separación analítica para poder hablar de “lucha contra el patriarcado” sin vincularla a una crítica al capitalismo, como lo expliqué en una anterior columna.

Así, cuando nos dicen que la economía está paralizada por causa de la pandemia, esto no es del todo cierto. Lo está en la esfera de producción del capital, pero en los hogares el trabajo de cuidados se ha multiplicado y, como siempre, está recayendo sobre los hombros de las mujeres.

Según la Encuesta nacional de uso del tiempo, realizada por el Dane, las mujeres, en promedio, dedican diariamente más del doble del tiempo dedicado por los hombres al trabajo de cuidado no remunerado; en las áreas rurales es el triple. Con la pandemia, esos números se han incrementado. El cierre de las escuelas implica que niñas, niños y adolescentes tengan que quedarse en casa, aumentando así el número de horas dedicado a su cuidado; esto sin contar que, en los hogares más pobres, los cuales no cuentan con los medios digitales necesarios para pasar a la educación virtual, este tiempo es mayor. Según datos de la Cepal, en 2017 solo el 52,2 por ciento de los hogares de América Latina y el Caribe tenían acceso a internet.

En el caso de la salud, el debate es particularmente importante, pues en el contexto de la pandemia se hacen visibles las consecuencias de los recortes en la salud pública. Dichos recortes inciden directamente en la vida de las mujeres, quienes son las que más cuidan a los enfermos. Cualquier reducción del gasto social del Estado tiene profundas repercusiones en la vida de las mujeres. Vemos claramente cómo toda acción en la esfera productiva repercutirá en la otra esfera, la de la reproducción de la vida, siempre en su detrimento.

A la mayoría de los gobiernos de América Latina no les interesa el bienestar de las familias, por eso mantienen los salarios en unos niveles tan bajos que solo permiten que estas puedan subsistir, lo cual repercute en su calidad de vida y en sus tiempos de ocio. La actual pandemia no solo nos deberá permitir visibilizar y valorizar el trabajo del cuidado, también nos deberá permitir avanzar en nuestra lucha por una sociedad más igualitaria.

FUENTE: EL TIEMPO


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