Menú

Entérate

marzo 26, 2020

La yegua


De mi piel para adentro galopa una yegua por fin liberada de su deseo de juventud.

Me duermo siempre muy temprano, solo que ahora, entrando en franca menopausia, la huelga de hormonas no me da respiro, y su protesta me hace despertar varias veces en la noche, con la piyama emparamada. No es tan simple como tener calores y esos otros síntomas banales que enlistan en cualquier búsqueda de Google. Yo describo mi nuevo estado como un anhelo de la sangre; un clamor de la bilis o un río interno que ha resuelto correr en un sentido inverso al que tenía; una sensación de que falta un mineral o un metal en alguna célula, o en todas.

Es un saber recóndito de los órganos que mi pensamiento entiende como una rebelión feroz, una enfermedad o un duelo. Evidentemente, es el anuncio del último tramo del camino. También parece que dentro de mí habitara un duende que se burla y me cambia las reglas del juego cuando creo que he ganado la apuesta que habíamos casado; en ese momento siento frágiles las articulaciones, el corazón y mis emociones.

Por estos días de cuarentena, dentro de mi cuerpo amanece y anochece distinto que en el afuera; también su atmósfera es íntima e independiente. El sol puede brillar intensamente en la punta de las hojas de los árboles, mientras en las selvas de mis venas y tripas llueve para arriba y a cántaros. Otras veces salgo a caminar por la casa o al jardín, durante una noche cerrada, y veo soles resplandecientes en las estrellas.

De mi piel para adentro galopa una yegua por fin liberada de su deseo de juventud, pero que no sabe a dónde dirigirse con el poder de su nueva verdad; solo pega la carrera y se detiene a su gusto, sin “razón”. (¡Qué razón podrá haber en lo natural y en lo salvaje!). Cuando la yegua encuentra un buen prado, se queda plácidamente pastando; pero, de pronto, sin aviso, parece que se acordara de perseguir su destino y olvida el verde y el alimento, y sale desbocada como una madre loca buscando un hijo perdido.

No basta un jinete de fuertes brazos para dominar el animal cuyo comportamiento y lenguaje enrevesado no comprendo. Se necesitan reemplazos químicos, venenos o quizás ayudas más sutiles y aromáticas, un té calmante, una voz interna suave, rezos, meditaciones o un silencio compasivo mientras la tormenta amaina, pues esto es lo que me han dicho otras mujeres que han sentido el golpear frenético de los cascos de la yegua: “no es fácil, pero tranquila; eso, como la pandemia, también pasará”.

FUENTE: EL TIEMPO


Más Noticias