marzo 19, 2020
La “infancia trans”. Una ola de pacientes, un mar de consecuencias
Grupo feminista radical, apartidista, de ambito estatal. Divulgar el feminismo y promover y realizar acciones para la abolición de la prostitución, el alquiler de vientres, la pornografía y género
La «infancia trans» es un concepto nuevo, cada vez más comúnmente conocido, e incluso aclamado, y que, lamentablemente, parece que tiende a cegarnos. Bajo un paraguas de supuesta aceptación y el marco de la diversidad, se está normalizando la medicalización y patologización de actitudes y gustos en la infancia (que se consideran incongruentes para con el sexo de la criatura), hasta el punto de aceptar intervenciones invasivas en edades muy tempranas y, lo que es peor, sin llegar a entender sus consecuencias.
Pero, sobre todo, la “infancia trans” esconde, tras de sí, una incógnita. Nadie sabe concretar muy bien de qué se habla, exactamente, cuando se utiliza el término “trans”, a qué se refiere y qué conlleva: si estamos hablando de algo normal o un trastorno, si ha de utilizarse medicación o cirugías para su tratamiento, por qué se produce.
no están conformes con los roles sexuales que les son asignados (a un niño, que tiene que ser “masculino”, comportarse “como un hombre”; a una niña, que tiene que ser delicada, dulce, “femenina”, etc.)
Cuando se habla de “niñez trans” hablamos de infantes y adolescentes que no están conformes con los roles sexuales que les son asignados (a un niño, que tiene que ser “masculino”, comportarse “como un hombre”; a una niña, que tiene que ser delicada, dulce, “femenina”, etc.) y que, por ende, realizan una “transición” social (la gente les llama con un nombre del sexo opuesto, cambian su identidad registral, se visten con ropas “masculinas” o “femeninas” – se comportan y hacen lo contrario a lo esperado por su sexo) y, si ese malestar continúa, y acuden a los servicios médicos (Unidades de Identidad de Género, las Gender Clinics en los países anglosajones) y empezar su transición hormonal (frenar la pubertad si aún no se ha dado, administrarles hormonas del sexo opuesto para “feminizar” o “masculinizar” su aspecto,…) e, incluso, quirúrgica (realizar una cirugía genital estética que aparente los genitales externos del sexo opuesto, llegando a extirpar sus órganos genitales sanos, tanto internos como externos y, por lo tanto, dejándoles infértiles y con una función sexual, como poco, reducida).
Como podemos observar, la “transición” a la que se someten estas criaturas, siendo menores de edad, no es inocua, ni mucho menos. Sobre todo, cuando cada vez hay más casos de niños y, especialmente, niñas, que obtienen este diagnóstico – ha habido un aumento del 1,500% de niñas diagnosticadas en países como Suecia1 desde que los criterios utilizados para ello son más laxos, digamos; por no decir más sexistas (véase DSM-V; Disforia de género).
la “transición” a la que se someten estas criaturas, siendo menores de edad, no es inocua, ni mucho menos.
Considerando las consecuencias y magnitud de las repercusiones que conlleva el tratamiento (desde el síndrome de ovario poliquístico en niñas que reciben testosterona, al incremento del riesgo cardiovascular y patología tromboembólica en niños que reciben estrógenos), parecería lógico que se intentara restringir a los casos en los que verdaderamente fuera imprescindible; a poder ser, habiendo buscado previamente alternativas que respeten y aboguen por su bienestar psicológico, físico y social.
Sin embargo, los tratamientos que se están ofreciendo a día de hoy en muchos países (y a lo que parece que también nos dirigimos en España) no tienen eficacia demostrada. No hay estudios fehacientes a largo plazo que demuestren el beneficio de las estrategias denominadas “terapia de afirmación” (GAMC, Gender Affirmation Medical Care) – que se basan en que, cuando una niña, niño o adolescente dice “sentirse» o “identificarse” con el sexo opuesto, ha de embarcarse en una vía de tratamientos médicos y quirúrgicos para “reasignar” su sexo SIN posibilidad de evaluación ni tratamiento psicológico integrado concomitante.
Tampoco tenemos una idea clara de la seguridad con la que éstas puedan llevarse a cabo, puesto que nunca se han realizado tan prontamente en la infancia. Hay profesionales que, actualmente, lo tachan de ser una “terapia experimental”2.
No hay estudios fehacientes a largo plazo que demuestren el beneficio de las estrategias denominadas “terapia de afirmación” (GAMC, Gender Affirmation Medical Care) – que se basan en que, cuando una niña, niño o adolescente dice “sentirse» o “identificarse” con el sexo opuesto, ha de embarcarse en una vía de tratamientos médicos y quirúrgicos para “reasignar” su sexo
De hecho, en otros países, en los que se implementa la vía “afirmativa» como única vía de atención sanitaria (llegando a considerarse la terapia psicológica como una forma de “terapia de conversión”) ya se están revelando las problemáticas derivadas de este abordaje:
En un artículo de 2015, se intentó comprobar si la supresión hormonal con análogos de gonadotropina (lo que se llama comúnmente “bloqueadores hormonales” o “supresores puberales”) mejoraba la función global (psicológica, educativa,…) de adolescentes que presentaban disforia de género.
Este texto, en el que se proponía que estos tratamientos de supresión hormonal podrían mejorar el bienestar psicológico en prepúberes “trans», y que fue utilizado como argumento a favor de este tratamiento en clínicas como Tavistock (Reino Unido),
estaba sesgado, puesto que se atribuía el beneficio de la supresión hormonal a ésta, cuando también recibieron atención psicológica; y el grupo que no recibía el tratamiento hormonal era un grupo con peor condición basal psicológica, pudiendo explicar así los peores resultados en la evaluación psicológica.
Además, cuando se realizó el apropiado análisis estadístico, se vio que las diferencias entre recibir tratamiento de supresión hormonal o no recibirlo no eran significativas 4. Por lo tanto, el artículo no aportaba ninguna evidencia a favor del uso de supresores hormonales como tratamiento en pacientes con disforia.
Hace poco, la BBC cubría una noticia que rezaba “Ensayo con bloqueadores hormonales siendo investigado” (5), porque tras disminuir la edad de administración de estos medicamentos (a los 11 años ya están disponibles), y aunque aún no se conocen todos los datos, se dieron casos de pacientes en que, durante la toma de los mismos, “se incrementaron las ideas de suicidio y autolesiones”. Estas diferencias tampoco son estadísticamente significativas, pero tratándose de hechos de tal gravedad, como la ideación suicida, debería hacer saltar las alarmas; especialmente, cuando se trata de infantes y adolescentes.
Es más, uno de los reguladores de la propia clínica ha dimitido (6) porque, según él, “están acelerando la transición de personas jóvenes”7. Hay también padres y madres de pacientes con disforia que temen que sus hijos e hijas adolescentes “no están recibiendo la evaluación psicosocial compleja que necesitan”.
Uno de los grandes problemas que suscita este abordaje es cómo se relega y llega a desaparecer el abordaje psicológico de la disforia. A día de hoy, en España, la evaluación psicológica (desde la fase inicial del diagnóstico hasta el seguimiento postquirúrgico) se considera “básica y fundamental, debiendo hacer un extenso diagnóstico diferencial”(8), ya que “un diagnóstico equivocado es un factor predictivo de arrepentimiento posterior tras el tratamiento de reasignación sexual y de la evolución posterior”9.
Asimismo, en los países cuyas leyes abogan por la vía “afirmativa” y descartan el tratamiento psicológico, están empezando a brotar centenares de casos de de-transiciones (10) (personas que se arrepienten de haber iniciado tratamientos hormonales y, a veces, quirúrgicos, y desean volver a tener el aspecto y desarrollo mental, físico y sexual previo a los mismos).
en los países cuyas leyes abogan por la vía “afirmativa” y descartan el tratamiento psicológico, están empezando a brotar centenares de casos de de-transiciones
Por último, nadie parece hablar del abordaje conservador que se realizaba antes de las leyes de identidad de género (que han propiciado la mayor precocidad e “invasividad” del tratamiento médico y quirúrgico de la disforia). En los primeros estudios en pacientes con disforia, se veía que el 60-90% de niños y niñas con disforia de comienzo en la infancia dejaban de encontrarse mal con su sexo en la adolescencia sin tener que pasar por ningún tipo de transición hormonal ni quirúrgica11,12.
Por desgracia, se está impidiendo activamente que infantes y adolescentes se sientan conformes con su sexo y acepten sus propios cuerpos. Esto es, en realidad, una de las consecuencias inevitables de la “afirmación” y la deriva “despatologizante»: se considerará “ir en contra de su identidad” y, por tanto, un delito de odio, decir que el que una persona no acepte su propio cuerpo como suyo es una patología, o cuando se trate como un trastorno.
¿Es ésta la solución que queremos? ¿No preferimos dejar que los niños puedan vestirse de rosa, y las niñas jugar a fútbol?
De nuevo, en uno de los estudios más actuales13, dos terceras partes de los niños y las niñas con disforia desistían en la adolescencia y en la edad adulta. A su vez, resulta curioso que, entre quienes desisten, hay un porcentaje mayor de pacientes que, en la adolescencia, manifiestan orientaciones sexuales no heterosexuales. Es decir, que hay un porcentaje importante de niños
y niñas que serán, respectivamente, hombres gais y mujeres lesbianas o personas bisexuales que, mediante la “transición”, pasarían a ser heterosexuales.
Ante esto, resulta fundamental hacerse algunas preguntas pertinentes:
– ¿La disconformidad con los roles sexuales puede ser mayor cuando se es homosexual y no se tienen referentes homosexuales?
– ¿Es posible que, en la infancia y adolescencia, algunas personas homosexuales, ante la homofobia, reaccionen con una respuesta de rechazo hacia sus propios cuerpos y su propia sexualidad?
Además, en una sociedad homófoba y sexista, ¿es seguro que, ante la inconformidad con la masculinidad y feminidad, forcemos una transición social/hormonal/quirúrgica con consecuencias probablemente irreversibles, y así acabar con la incomodidad que le genera a la sociedad un niño que juega con princesas o una niña “marimacho”?
¿Es ésta la solución que queremos? ¿No preferimos dejar que los niños puedan vestirse de rosa, y las niñas jugar a fútbol?
Referencias
1. https://www.theguardian.com/society/2020/feb/22/ssweden-teenage-transgender-row-dysphoria-diagnoses-soar
2. https://www.dailymail.co.uk/news/article-6897269/Workers-transgender-clinic-quit-concerns-unregulated-live-experiments-children.html
3. https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S174360951534443X
4. https://www.jsm.jsexmed.org/article/S1743-6095(19)31424-9/fulltext
5. https://www.bbc.com/news/health-49036145
6. https://www.theguardian.com/society/2019/feb/23/child-transgender-service-governor-quits-chaos
7. https://www.theguardian.com/society/2018/nov/03/tavistock-centre-gender-identity-clinic-accused-fast-tracking-young-adults
8. https://www.endocrinologiapediatrica.org/revistas/P1-E12/P1-E12-S510-A283.pdf
9. https://www.wpath.org/media/cms/Documents/SOC%20v7/Standards%20of%20Care_V7%20Full%20Book_English.pdf
10. https://www.thestranger.com/features/2017/06/28/25252342/the-detransitioners-they-were-transgender-until-they-werent
11. http://www.sexologytoday.org/2016/01/do-trans-kids-stay-trans-when-they-grow_99.html?m=1
12. https://www.transgendertrend.com/children-change-minds/
13. https://www.transgendertrend.com/wp-content/uploads/2017/10/Steensma-2013_desistance-rates.pdf
FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA