febrero 24, 2020
Silencio
No puede ser que ‘todo el país’ sepa lo de Dabeiba y no esté doblegado del dolor.
Solo se me ocurre, ahora, hacer silencio. Qué más queda. Si en las jornadas de exhumación en el cementerio Las Mercedes del viejo municipio de Dabeiba, en el occidente del departamento de Antioquia, ciertos funcionarios de la JEP han hallado ya treinta cuerpos de posibles víctimas de ejecuciones extrajudiciales –qué clase de estómago tiene que tener una sociedad para haberlas llamado ‘falsos positivos’– con ropas entierradas, con sogas anudadas y raídas, con botas de caucho, con tiros en el cráneo. Son treinta cadáveres detenidos en treinta edades. Hay, entre ellos, un niño de diez años. Y un campesino que hasta hoy es el único muerto identificado, Edison Lexander Lezcano Hurtado, dieciocho años después de haber desaparecido de la vida de sus padres y sus hijos.
Para mí es increíble que esta cultura nuestra que se la pasa hablando de brujerías, de almas del purgatorio y entierros en los patios de atrás, no viva obsesionada con los fantasmas de las personas que fueron disfrazadas de “bajas en combate” por ciertos miembros de la Fuerza Pública empeñados en fingir una guerra dentro de nuestra guerra. Todos esos verdugos que se santiguan ante lo invisible, ante Dios y ante la patria, tendrían que sentirse visitados por los espíritus de los 267 líderes sociales que han sido asesinados desde que comenzaron a implementarse los acuerdos de paz, por las sombras de los 101 colombianos que fueron torturados y acribillados hace veinte años en El Salado, por los 11.751 espectros de las víctimas de las 1.982 masacres que llegó a contar el Centro Nacional de Memoria Histórica cuando todavía lo era.
Habría que grabar en un par de lápidas a la vista de todos las dos mentiras colombianas más enervantes, la tramposa y cínica “todo el país lo sabe” y la mediocre y pedante “esto es lo que hay”, a ver si dejamos de resignarnos a ellas y de regodearnos en ellas, de asumirlas como dogmas de fe. Porque no puede ser que “todo el país” sepa lo de Dabeiba –lo del campesino herido por una mina antipersonal, lo de los 1.500 indígenas confinados en sus territorios, lo de la docena de cementerios clandestinos que niegan los ejércitos legales e ilegales del país– y no esté doblegado del dolor. No puede ser, de ninguna manera, que esto sea lo que hay: ¿este trauma soterrado?, ¿esta negación de que a principios de siglo un puñado de terratenientes se quedaron con las tierras de las 294.408 personas que escaparon de los Montes de María?
Todos los días recibimos, como baldados de agua fría o profecías cumplidas, las noticias turbias de los poderosos de turno: y nuestro horror es lo que pasa mientras el Eln, repelente y obsoleto por naturaleza, sigue haciendo paros armados en pleno siglo XXI como despejándoles la vía a sus enemigos jurados; mientras este gobierno ensombrecido y de espaldas responde soltándole contratos de 900 millones al instructor de la decadente “bodeguita uribista”, y la exsenadora Merlano no solo cuenta, como tantos soplones de tantos mundillos sórdidos, los pormenores de esta ‘política’ que suele dejarse tomar por los carteles de las campañas, sino que, criada por los barones electorales en el “todo el país lo sabe” y el “esto es lo que hay”, encarna a aquellos corruptos que educan a sus hijos en la ética y la palabra de Dios y el mal ejemplo.
Colombia ha sido un bestiario de la guerra: un Estado que no cumple su promesa en feudos y en corredores de la droga. Y que este gobierno de lenguaraces “provida” guarde semejante silencio ante los desmanes de sus funcionarios, y el hostigamiento a los opositores, y las fosas comunes que siguen pendientes, y el regreso de la barbarie en vivo y en directo, lo pone del lado de aquel viejo sino plagado de almas en pena.
FUENTE: EL TIEMPO