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enero 30, 2020

La ginecocracia


La izquierda radical siempre ha abogado por la equidad de género.

La vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, en columna aparecida en este diario, comentaba que en cuestiones de equidad de género el país ha avanzado de manera ostensible, siendo tal asunto prioritario para el Gobierno. Es evidente que el ascenso de las mujeres al poder –es decir, la ginecocracia– crece cada día más: diez de los 18 ministerios los ocupan mujeres; en la Rama Judicial son el 43 por ciento; en el Poder Legislativo, el 48 por ciento. Según el Foro Económico Mundial, en el 2018 Colombia escaló 18 posiciones, ocupando en el ‘Ranking de cierre de brechas de género’ el puesto 22, que es un buen referente para la región. En resumen, las mujeres vienen adquiriendo entre nosotros un merecido protagonismo en el manejo del Estado y en el sector privado, logro no del actual gobierno, sino resultado de una larga lucha, iniciada hace más de un siglo en otras latitudes.

Repasando lo ocurrido, la mujer, en todo el mundo, les debe mucho a los movimientos de izquierda. En 1920 Lenin, en su escrito La igualdad de la mujer, pronosticaba que “el proletariado no puede lograr la victoria completa sin conquistar la plena libertad de la mujer”. Un año antes, en su mensaje ‘El movimiento obrero femenino’ condicionaba la plena emancipación de la mujer, vale decir, la igualdad frente al hombre, a que se consolidara una economía colectiva y a que la mujer participara en el trabajo productivo común. El cumplimiento de tales requisitos iría a significar un cambio profundo en las costumbres y en la organización familiar. Por su parte, Alejandra Kollental, una de las primeras figuras femeninas de la vieja guardia bolchevique, decía que la sociedad comunista había desplazado el yugo doméstico de la mujer para hacer su vida más libre, más rica, más completa y agradable. En el artículo ‘La familia y el Estado comunista’, la Kollental afirmaba que “el pensamiento de la familia encorva la espalda del obrero y lo hace transigir con el capitalismo”. Con esa filosofía comenzó a abrirse paso en el siglo XX la recóndita aspiración de la mujer de avanzada: emanciparse del hombre, de la familia, de todo lo tradicional.

Conociendo estos antecedentes, no es posible aceptar la tesis de la profesora Florence Thomas –aguerrida defensora de los derechos de la mujer–, en el sentido de que el machismo está incrustado en los genes de las izquierdas. Como ella habla de “las izquierdas” de manera indiscriminada, no solo se incluye a la izquierda fundadora del comunismo, sino también a la izquierda izquierda criolla y a la izquierda moderada, lo que es una injusticia. Entre nosotros, la izquierda radical, con José Hilario López a la cabeza, y la izquierda moderada, representada por Alfonso López Pumarejo y los mandatarios liberales recientes, siempre han abogado por la equidad de género.

No es posible aceptar la tesis de la profesora Florence Thomas, en el sentido de que el machismo está incrustado en los genes de las izquierdas

Lo que también es cierto es que las costumbres han cambiado: en la actualidad, la mujer ha dejado de ser únicamente la almáciga de la especie. Hoy es coprotagonista en la suerte de la humanidad. Aquella romántica frase de Emilio Zola en Germinal, “la mujer solo es grande cuando es fecundada, cuando perpetúa la vida”, perdió vigencia por determinación de los movimientos feministas. Ella en realidad dejó de ser la máquina reproductora de antaño, sobre todo en los niveles sociales medio y alto.
Ahora ha saltado a la palestra para competir con el hombre –hombro a hombro– en las múltiples actividades del acaecer social, lo cual –creo– ha sido un gran alivio para este, que durante muchos milenios asumió solitario el papel de protector de la familia y de la sociedad toda.

Hace poco, el expresidente Obama expresó en Singapur que “las mujeres son mejores que los hombres”, frase que para la escritora Claudia Palacios es inconveniente, pues puede trocarse en un bumerán. Para ella es más equilibrado decir que “el aporte de las mujeres es tan indispensable como el de los hombres”. De acuerdo, teniendo en cuenta que la mujer no es tan débil como se creía ni el hombre es tan fuerte como se pregonaba.

FUENTE: EL TIEMPO


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