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octubre 31, 2019

Estudiantes de un colegio cruzan cartas con víctimas de violencia sexual


Jóvenes de una institución educativa en el sur de Bogotá y víctimas de violencia sexual del Cauca se reconocieron por medio de cartas.

Veinte jóvenes de entre 15 y 18 años se acercaron por primera vez al conflicto escribiéndose con las propias víctimas. / Cristian Garavito.

“Hablando de resiliencia, te digo, si fuera tú, no creo que sería capaz de perdonar a esos personajes que te hicieron daño. Cambiando de tema, creo que eres una persona muy luchadora, que la palabra “vida” se te queda corta, porque si tú quisieras, te comerías el mundo”. Y mientras su hija leía estas frases, Olga lloraba. La escuchaba porque no sabe leer ni escribir, pero sí sabe sobre el dolor y el perdón. Olga, la destinataria de esa carta, es una víctima de violencia sexual del Cauca, integrante del grupo Tamboreras del Cauca, una organización que transforma el dolor en arte, usando sus tambores. La remitente era una estudiante del Colegio José María Córdoba, una institución distrital en el sur de Bogotá. No se conocen. Ella nunca ha ido al sur del país y Olga nunca ha visitado su colegio, pero se conocieron a través de la escritura.

Esta historia comienza con el proyecto Reconciliación en la escuela, de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, y con el profesor de Lenguajes de este colegio de Bogotá, Jimmy Lamprea. “Hace un año empecé a conocer los territorios. Tuve la oportunidad de viajar a Neiva y conocer dos veredas y trabajar con niños que son hijos de exguerrilleros. Eso me marco, me llevó a trabajar en la escuela la escritura, la oralidad y la lectura el tema del conflicto, que es tan importante, y hacerlo un proyecto”. Se contactó con la Red y sus coordinadoras a principio de este año, Ángela Escobar y Fulvia Chunganá, decidieron trabajar con él y sus estudiantes de entre 15 y 18 años.

Son estudiantes urbanos, la mayoría siempre ha vivido en Bogotá y hay algunos que son venezolanos. El conflicto no era precisamente un tema que les interesara, que conocieran o que hubieran vivido. Sin embargo, escucharon. Escucharon las historias de Ángela y de Fulvia, de cómo la violencia les atravesó el cuerpo, de cómo resistieron y lo que han hecho para librarse del odio. Y ahí quedó la semilla.

Este semestre, el profesor Lamprea fue un poco más allá. Les dio a conocer a sus estudiantes las historias de las mujeres del Cauca, específicamente las de las Tamboreras. Los chicos y chicas las escucharon de la voz de Chunganá y a través de videos en redes sociales y la obra de teatro que ellas tienen. Y ahí llegó la necesidad de escribirles, de decirles qué sentían.

En clase todos escribieron sus cartas. Bien cuidadas, pensando en cada palabra, en cuál era el mensaje que querían transmitir, y las decoraron. Les dibujaron hojas, flores, les pudieron colores, de modo que las destinatarias sintieran que para ellos era importante que ellas supieran lo que querían decirles.

Entonces les expresaron su admiración por ellas, su reconocimiento a la lucha que llevan e incluso les contaron situaciones personales, a ellas, mujeres que no conocen.

El “profe” Jimmy llevó las cartas a Popayán. Ahí ocurrió la escena del principio. Y ahí las mujeres dijeron: “nosotras les tenemos que responder y tenemos que hacerles saber que esto es importante”. Y también hicieron dibujitos, decoraron sobres y escribieron su agradecimiento, dieron consejos y enviaron abrazos. Y eso a los estudiantes también los hizo llorar.

Un estudiante describió el proceso así: “Lo voy a decir metafóricamente: esto fue como decir: Córtense las venas y vean qué hay en su sangre, su historia y su pasado”. Y a pesar de que muchos estudiantes no conocían a fondo qué pasó en el conflicto, e incluso uno reconoció que no sabía que existía un conflicto en Colombia, otros sí tenían una memoria de la guerra que pudieron entender mejor.

“A mi abuela materna la mató el Ejército cuando mi papá tenía apenas 14 años, vivía en una vereda de Neiva. Desde ese día mi papá yo creo que cambió su manera de ser, porque es una persona muy fría. Él ha aprendido, con lo que pasó, a pensar más. Es una persona que entiende lo que está pasando, y sin rencores, porque dice que cualquier cosa que haga no le va a devolver a la mamá”, dijo un estudiante. Otro recordaba que su madre y a su abuela le habían contado que, en zona rural de Santander, donde vivieron, muchas veces les tocó esconderse porque de un momento a otro empezaban a escucharse tiros. Otro, recordó que su padre le contaba cómo su abuela, en Gachetá (Cundinamarca) tuvo que cocinar para actores armados que invadían su territorio.

Una estudiante más, venezolana, recordó el día en el que sintió la memoria de una guerra que no conoció: “Yo tuve una experiencia… Fue el 24 de diciembre del año pasado y fuimos a Arbeláez (Cundinamarca). Estábamos en la plaza y viendo lo de los diablos, entonces de repente se apagó todo. Prácticamente todo quedó a oscuras y la gente empezó a correr. Yo quedé confundida: ¿Por qué la gente corre? Me halaron y corrimos. Cuando íbamos subiendo una loma se iluminó todo de nuevo. Y me dijeron: “Es que a veces pasa esto y así se mete la guerrilla y entonces la gente corre”. Es una prevención, una respuesta automática. Yo quedé pensando en cómo han normalizado vivir con este miedo”.

Después de cruzar cartas con las sobrevivientes, al menos 20 estudiantes de varios cursos decidieron no quedarse quietos, ni dejarlo pasar ni normalizar más la guerra. Están pensando en cómo organizarse para estudiar mejor el conflicto y lograr que otros se sumen. Asistieron a la exposición El Testigo y al contramonumento Fragmentos, donde las armas fundidas de las Farc hacen el piso del lugar. Incluso, uno de ellos organizó un encuentro con Jesús Abad Colorado en su localidad, Ciudad Bolívar. Y el profe Jimmy se da por bien servido: el interés por conocer su historia quedó sembrado. Una chica lo resume así: “Antes me consideraba una persona insensible. Pensaba que, si no me había pasado a mí, entonces no me importaba. Yo le escribí la carta a una mujer y le conté muchas cosas, también le decía que yo no hubiera sido capaz de perdonar y ella me respondió que el perdón es para uno mismo, porque uno es quien lleva la carga”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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