septiembre 24, 2019
Feminismo indígena contra la violencia y por la paz del Cauca
A través de las Escuelas itinerantes de formación Mujer y familia, mujeres indígenas nasa aprenden sobre la justicia propia, sus derechos y se capacitan para hacer incidencia política por la paz. El conflicto las ha golpeado y a través de este empoderamiento quieren seguir luchando por la verdad y la no repetición.
Dentro de las comunidades indígenas las mujeres son dadoras de vida, cuidadoras, administradoras del hogar, productoras y, en menor medida, lideresas o autoridades. Nubia Yandé Camayo, una mujer del resguardo Paniquitá, en Totoró (Cauca), es todo lo anterior. Sin embargo, el proceso para ser una autoridad le costó varias discusiones, porque era lo único que los mayores, hombres, no reconocían como una actividad que ella podía ejercer. Cuando en su vereda le pidieron que los representara en el cabildo, los mayores protestaron: «Para qué se va a ir allá una vieja que no va a hacer nada, esas viejas allá nada más van a buscar mozos, a ir a esas mingas y lo que hacen es descuidar a la familia», recuerda que dijeron.
Y por llevarles la contraria, por demostrar que sí podía y que ser mujer era más que cuidar a su familia, asumió el cargo y fue a los espacios de deliberación. Era alguacil y continuó ejerciendo su mando, aunque no tenía las herramientas necesarias, porque nadie se las había enseñado. No sabía cómo redactar un derecho de petición o cuáles eran sus derechos, qué podía exigir y qué debía dar. Ese conocimiento era reservado de los jurídicos y, en gran medida, de los hombres.
Pero el conocimiento en las comunidades indígenas no se puede guardar porque “en cualquier momento usted vuelve y se siembra”, dice, o sea, en cualquier momento muere. Y el conocimiento no se transmite.
Mientras Yandé Camayo hacía cuestionamientos sobre ese conocimiento que debía tener, conoció a Nelly Valencia Yule, mayora (se llama) del resguardo El Peñón, municipio de Sotará (Cauca). Valencia hacía parte del proceso Escuelas itinerantes de formación Mujer y Familia, que desarrollaba el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric) con el apoyo de la agencia de cooperación alemana GIZ. Este proyecto se trataba de recorrer los resguardos nasa para reunir a las mujeres y trabajar tres puntos: el reconocimiento de lo que les sucedió en la guerra, el aumento de su participación política y la garantía de sus derechos.
Valencia, que habla claro y preciso, dice que, finalmente, lo que buscaban era empoderar a las mujeres porque “si yo me empodero, mi familia se va a beneficiar. Por eso decimos que cuando se invierte en las mujeres, se invierte en la sociedad, porque somos transformadoras y lo replicamos todo”. Entonces, las escuelas aprovecharon y potencializaron el conocimiento y la sabiduría de las mujeres y jóvenes dándoles las herramientas para trabajar por sus derechos. En estas escuelas, que eran talleres en distintas veredas, se abordaron temas como la justicia propia, el derecho propio, el derecho mayor, y también el del mundo occidental, es decir, la justicia ordinaria. Además, se trabajó por la participación política de las mujeres y jóvenes y en los procesos de construcción de políticas públicas.
Así como estas escuelas itinerantes, el GIZ apoyó otros proyectos que trabajaban por los mismos fines en otras partes del país, como en Norte de Santander, Caquetá, Córdoba, Atlántico y Meta. Estas experiencias quedaron escritas en el libro Junt*s transformamos a Colombia, que presentaron en Bogotá y al que asistieron Nubia Yandé y Nelly Valencia. Ahí explicaron qué hicieron y para qué.Colombia2020 pudo conversar con ellas sobre, por ejemplo, el fin último de la escuela itinerante.
Nelly Valencia en la presentación de la publicación Junt*s transformamos a Colombia.Cortesía GIZ
La respuesta de Valencia fue esta: “La idea era salir de un mundo de violencia en el que vivimos las mujeres consciente o inconscientemente”. Esa violencia sucede diariamente en los entornos familiares, pero sucedió ferozmente en el conflicto armado, en el que ellas fueron violentadas de todas las maneras posibles.
¿Qué les hicieron a las mujeres en la guerra?
Nelly Valencia lo dice: “La violencia que existe desde que yo tengo uso de razón siempre ha afectado a las mujeres porque se nos ha afectado el vientre y uno no quiere seguir pariendo hijos para que se sigan confrontando y sean enemigos, porque hombres y mujeres salen de nuestros vientres, entonces uno se repiensa si el seguir pariendo sigue construyendo en este país o qué es lo que hay que hacer. Sin sentirnos culpables de parir, porque no podemos sentirnos culpables de lo que uno u otro haga.
Entonces las mujeres siempre hemos sufrido porque el conflicto armado se lleva a nuestros hijos, entonces se lleva una parte de nuestra vida. Se llevan a nuestros hermanos, que hacen parte de nuestra sangre. Se llevan a nuestros compañeros, que son con los que decidimos estar para formar una familia, mueren, desaparecen, pisan una mina y no pueden realizar los trabajos del campo. Y cuando se construye una vida en el campo, de un momento a otro te toca salir, porque te sacan y no hay garantías para que uno se quede.
En el amor a la vida hay que salir, ir a buscar a otras partes un poco de estabilidad”.
Pero no solo eso. La violencia ha sido también contra sus cuerpos. “Entonces las mujeres hemos estado en ese proceso (la guerra) sufriendo porque no hemos tenido un momento de paz, de tranquilidad. Porque sumado a todo eso se construye en nuestros cuerpos un botín, porque nos violaron. Porque para que nuestros compañeros se quedaran quietos o para que no siguieran avanzando en los procesos de la organización, entonces nos violaban delante de ellos, para que vieran. También porque hay muchos hijos de violencias sexuales”.
Esto, lo han ido documentando para entregarlo al sistema de justicia transicional, y viene según ella de todos los actores armados, legales e ilegales. Ellas quedaron en medio del conflicto y no pudieron avanzar en prácticamente ningún proceso. “Las mujeres nos desarrollamos en ese mundo de miedo y protegiendo como la gallina a los pollitos, pero nos quitaron muchos pollitos. Por eso nosotras decimos que nos sigue doliendo el vientre. Porque hablamos, pensamos y sentimos desde acá (se toca el vientre). Por eso es por lo que somos tan abrigadoras”.
Por “abrigadoras” se refiere al poder que tienen las mujeres, y las mujeres indígenas en especial, de armonizar los espacios, retomar la vida después del dolor y continuar. Sin embargo, ese camino está plagado de esas otras violencias que suceden en la familia: mujeres violentadas sexualmente y maltratadas por sus compañeros, cosa que también les pasa a sus hijos e hijas. Por eso es importante que mujeres jóvenes como Nubia, que continuó siendo autoridad del territorio, incluso con una representación mayor, conozca cómo ayudar a las otras mujeres. Porque entre mujeres es menos difícil.
La lucha es por la armonía
En el pensamiento indígena existen cuatro principios: unidad, territorio, cultura y autonomía. Y la familia va anclada a cada uno de ellos. Por eso Nubia Yandé siempre habla de su esposo, de su hogar, del apoyo que tuvo de él para continuar su liderazgo y de la lucha por la igualdad. “Lo que aprendemos lo replicamos en nuestras casas, ellos (sus esposos) tienen que ir al lado de nosotras, no adelante ni atrás”.
Y así puede lograrse una armonía. Sin embargo, esa idea ha sido una de las más complicadas de ejecutar, pero se han inventado estrategias para bajar el machismo que descubrieron cuando empezaron a conocer sus derechos, pero siempre había estado ahí.
Las mujeres, al principio, no hablaban en las escuelas y mucho menos en los espacios de decisión. Entonces, dice Yandé, empezaron a proponer para sus voces fueran escuchadas, pues “antes solo era en el murmullo, no hablábamos en público, sino que yo le decía a mi compañera, y ella a otra y así hasta que llegaba la voz a un hombre y él era el que hablaba”. Para romper el miedo y la timidez se inventaron las llamadas comisiones: grupos de cuatro o cinco mujeres que conversan y deliberan, nombran una representante y esta expone sus puntos, de modo que todas puedan escuchar los puntos de vista de todas.
“Y eso funciona porque cuando yo siento que soy importante, entonces puedo transformar mi familia, puedo enseñarle a mis hijas y a mis hijos. Ya no vamos a replicar eso de que las mujeres son tímidas, de que calladitas nos vemos más bonitas”, dice Yandé.
Entonces aparece el último problema. ¿Cómo involucran a los hombres, que son quienes ejercen la violencia? Nelly Valencia dice que están intentado una estrategia que va en dos líneas: sanar y prevenir. “Nosotras desde el programa empezamos a hacer unos ejercicios que queremos potencializarlos ahora y les llamamos Encuentros de mujeres solamente para hombres. Van solamente los hombres y ahí los escuchamos. ¿Por qué es este hombre violento? ¿Qué desconoce o qué calla? Hemos hechos tres ejercicios y queremos invitar más hombres porque ¿qué hacemos con empoderarnos solas si ellos desconocen o no aceptan que queremos buscar el equilibrio, que queremos hablar de lo complementario y lo duales, pero no solo en la casa sino por fuera? Desde ahí trabajamos con ellos incluyéndolos porque son los principales agresores y violentadores de las mujeres. Escuchándolos: ¿cómo creció? Porque esto es generacional, ¿cómo vamos a romper eso cuando viene un historial en hombre de 40 años? Trabajamos con ellos, pero sobre todo se trata de hacer prevención en los niños, porque si no siempre vamos a estar sanando acá y acá empieza la semilla a germinar por donde no es. Se busca prevenir con niños y jóvenes y con los adultos sanar, atender o sancionar”.
Sus retos siguen siendo muchos. El mayor, quizás, es que los hombres acepten que las mujeres tienen capacidades y que “debemos empezar a combatir ese miedo de ellos a que las mujeres lleguemos a estos espacios. Mientras tanto seguiremos caminando así porque va a haber esa competencia de que en estos espacios caben o no caben las mujeres. Si no nos miramos como competencia sino como promotores de bienestar comunitario, vamos a lograr el equilibrio, a eso le estamos apostando hombres, mujeres y niños”.
FUENTE: EL ESPECTADOR