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septiembre 13, 2019

¿Empoderamiento o emancipación feminista?


Hace unos días, leyendo el periódico, me encontré con el siguiente titular: “Escuelas de empoderamiento: cuando el feminismo se imparte en un aula.”[1] A continuación, se explicaba que en el País Vasco (Comunidad con mayor número ellas) existen 23 escuelas de “empoderamiento para mujeres”. Son escuelas dependientes de Ayuntamientos de otras tantas ciudades que llevan en marcha varios años, algunas más de diez. Sus actividades se organizan, generalmente, en cursos comienzan en octubre y finalizan cerca del verano.

El uso del término “empoderamiento” me hizo temer que el contenido impartido fuera deficiente. Así lo consideré porque el conocimiento más elemental de feminismo exige concluir que un grupo oprimido, como lo somos todas las mujeres bajo el sistema patriarcal, no puede liberarse de dicha subordinación pretendiendo que cada una de nosotras, individualmente, adquiera poder. Y, menos aún, “empoderarse”, es decir: que cada una de nosotras adquiera ese poder dándoselo a sí misma. Supone una evidente contradicción: Es imposible otorgarse individualmente un poder, que, además, no se tiene. Sería como suponer que cada proletario, sin unir su fuerza con ningún otro, pudiera liberarse de la dominación capitalista sin enfrentarse directamente a ella y sin necesitar, para lograrlo, formar parte del sujeto político revolucionario: la clase obrera.

Pero pensé que quizá no sería del todo prudente rechazar este tipo de formación sólo porque la denominación del proyecto no fuera la más afortunada. Por eso, me interesé por conocer en profundidad los contenidos de los cursos y talleres impartidos. Hay bastante información al respecto en las páginas de los Ayuntamientos responsables. [2]

Tras el análisis de la programación de varias escuelas, me pareció sorprendente que, la teoría feminista, que es el único cimiento de una sociedad igualitaria, ocupe un espacio nimio en los cursos.  Además, en esas pocas clases teóricas, los autores queer, que tan severamente han reaccionado contra la teoría y la agenda[3] feministas, se presentan, sin embargo, como parte substancial de las mismas. Y casi la totalidad de los contenidos restantes están dominados también por los más férreos postulados patriarcales y neoliberales.

Ejemplo de la última afirmación son, a mi juicio, talleres como “Lo queer como detonante para una política radical feminista”, en el que se cuestiona que el sujeto político del feminismo seamos las mujeres; o el de “Crecimiento erótico y empoderamiento de las mujeres con disfuncionalidades orgánicas” a cargo de la asociación Izanez, fundada por un defensor de la asistencia sexual (prostitución) para personas con discapacidad. También, en la mayoría de las escuelas, el “coaching feminista” y el “mindfundless con perspectiva de género” ocupan un espacio significativo en el currículum formativo. En estas últimas actividades, se presenta el feminismo no como una teoría filosófica y política con una tradición de tres siglos y una trayectoria de estudio, análisis y comprensión del patriarcado para neutralizarlo y constituir una sociedad igualitaria, sino como algo puramente emocional, como una estrategia individual: el feminismo como una herramienta personal al gusto de cada consumidora que la utilizará en solitario y sin conciencia de sujeto político del que forma parte.  En consecuencia, lo que se pretende es orientar a cada mujer hacia la consecución de individual de fines intrascendentes, en consonancia con la lógica neoliberal y no con la emancipación, ni individual ni colectiva. De hecho, el taller de “coaching feminista” se presenta así: “Examinaremos y cambiaremos las creencias y valores que nos limitan, aprenderemos a motivarnos y a conseguir objetivos, a gestionar más adecuadamente las emociones y a mejorar la comunicación con nosotras mismas y con las personas que nos rodean. Aprenderemos a utilizar poderosas y eficaces herramientas para el cambio personal, el bienestar y el empoderamiento.” (Escuela de empoderamiento femenino de Abadiño, curso 15/16)[4].

Las 23 escuelas, en sus diferentes cursos, presentan programas similares con decenas de talleres donde el contenido feminista, si es que aparece, lo hace, como vengo sosteniendo, de modo superficial, sin suelo teórico, sin análisis crítico y despolitizado, en el sentido de desprovisto de su capacidad transformadora y de su horizonte de bien común, colectivo.

Una escuela feminista dista mucho, a mi juicio, de esta amalgama de actividades carentes de justificación pedagógica. Enseñar Feminismo es enseñar su historia, desde el primitivo “memorial de agravios”[5] de las mujeres que, sin tener aún conciencia del sistema patriarcal como tal (o de no haberlo conceptualizado) dejaban constancia de la inferiorización injusta que sufrían, hasta su articulación teórica y los éxitos en forma de transformaciones sociales de gran calado que lleva íntimamente aparejados hasta el día de hoy, (a pesar de las “contrarreformas patriarcales”[6] que constantemente hemos soportado).

Aprender feminismo requiere años de estudio y debate, de formación rigurosa. Unas escuelas feministas municipales podrían ser el espacio perfecto para que personas cuya trayectoria personal y/o académica no le hayan permitido acercarse al Feminismo, lo hicieran conociendo de primera mano y con un nivel progresivo adecuado que permitiese conocer sus textos fundacionales, su desarrollo histórico y la necesidad de seguir avanzando con conciencia hacia una sociedad de plena igualdad entre los sexos, y el modo de lograrlo. Todo ello permitiría al alumnado contar con las herramientas necesarias para seguir pensando y actuando en coherencia con unos fortalecidos principios feministas y nos reforzaría a las mujeres como sujeto político con conciencia de su opresión y, por tanto, con capacidad para superarla.

Sin embargo, la realidad, de momento, parece otra. No dudo, siquiera, de la buena voluntad de estas escuelas. Sin embargo, el rigor y la coherencia que ofrece el Feminismo permite exigir una reformulación radical del contenido y los objetivos de estas escuelas. Es fundamental que se imparta más teoría feminista, cronológicamente estructurada y bibliográficamente sustentada. Resultaría crucial que sus contenidos redunden más en la conciencia de colectivo oprimido, abandonando el enfoque individualista. Se debe privilegiar la promoción de debates, lecturas, comentarios de texto, de películas y otros recursos. Y hacerlo en detrimento de actividades que disten de los objetivos del feminismo (no parece que la liberación nos vaya a llegar cuando seamos muy hábiles cosiendo alpargatas, como se propone en uno de sus talleres). También sería necesario eliminar del programa educativo o someter a reformulación crítica aspectos cuyo sustento proviene del neoliberalismo y/o del patriarcado mismo (teoría queer, enfoque regulacionista de la prostitución, el coaching o el término mismo de “empoderamiento”). Asimismo, deberían suprimirse los contenidos que afirman la compatibilidad entre asumir preceptos religiosos patriarcales (sean del credo que sean) con la igualdad entre ambos sexos. Tampoco parece aceptable presentar la “resiliencia” como estrategia feminista y no como lo que es: la legitimación de la resignación ante lo injusto).

En resumen, los caballos de Troya del feminismo son varios y perfectamente organizados. También han logrado colarse en espacios de formación que, por ser públicos y orientarse a educar a la ciudadanía en principios feministas son, por supuesto, no sólo defendibles sino que se debe exigir su proliferación. Pero no a cualquier precio ni de cualquier manera. Sólo para ofrecer a la ciudadanía instrucción feminista rigurosa, amplia, contrastada y efectiva. Lamentablemente, el planteamiento actual es otro obstáculo con el que lidiar. Transformar ese obstáculo en herramienta efectiva es posible y exigible.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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