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septiembre 6, 2019

Casi todas las familias iraquíes cuentan con un desaparecido


En Irak, país atormentado por las guerras desde 1980, hay 1,3 millones de desaparecidos, según las estimaciones oficiales. Para el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), el fenómeno es tal que todas las familias en Irak, sin excepción, tienen a un desaparecido o conocen a alguien que desapareció.

La mesa del salón de Samya Jasro es un santuario por los desaparecidos, con velas parpadeantes y fotografías desgastadas de 26 familiares iraquíes de los que sigue sin noticias desde hace 35 años.

“Me paso la vida esperando. El día que me muestren los restos, podré por fin pensar que están muertos”, afirma Samia Jasro, una kurda de 72 años, en su casa de un barrio acomodado de Bagdad.

En Irak, donde las guerras se suceden desde 1980, hay 1,3 millones de desaparecidos, según las estimaciones oficiales. Numerosas familias esperan noticias de un pariente ejecutado, muerto en detención o que, un buen día, se evaporó. En la familia, en sentido un amplio, de Jasro, son unos 100.

Esta exdiputada, que formó parte del Parlamento electo tras el derrocamiento del régimen de Sadam Husein durante la invasión estadounidense de 2003, asegura que lo único que el dictador les podía reprochar es su pertenencia a la minoría faili (kurdos chiitas). 

“No he sido yo quien pidió a Dios nacer kurda y chiita en Irak, entonces ¿por qué nos han castigado por ello?”, lamenta. Su marido Saadun está sin noticias de su hermano desde finales de los años 1980.

Samya y su marido ya tienen sus años y están preocupados. “Nos moriremos y nuestros descendientes ¿sentirán la misma urgencia?” de actuar, se pregunta ella. La lentitud de la burocracia iraquí aviva las llagas de una herida que nunca se ha cerrado.

Con la vuelta de una calma relativa, las familias de los desaparecidos esperaban convertirse en una prioridad de las autoridades. En vano. No se ha hecho nada, se queja Jasro, que asegura que el presupuesto destinado a la causa es de “cero dinar”.

Y eso que es una tarea gigantesca. Se siguen encontrando fosas comunes. Algunas contienen los restos de víctimas de los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI), expulsado del territorio que ocupaba en Irak a finales de 2017. En otras, los de víctimas iraquíes o extranjeras de las campañas de Sadam Husein. 

Actualmente Kuwait está identificando los restos encontrados en el sur, probablemente de una cincuentena de sus ciudadanos desaparecidos después de que Irak invadiera el territorio en 1990.

Para el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), el fenómeno es tal que todas las familias en Irak, sin excepción, tienen a un desaparecido o conocen a alguien que desapareció.

“Estas familias merecen que se hagan más esfuerzos para un día, quizá, cerrar el dosier”, afirma Salma Awdah, portavoz del CICR en Bagdad.

Ronak Mohamed tiene 63 años, de los que lleva 37 esperando a su marido. Un día, aquel empleado de la compañía petrolera nacional de Kirkuk se fue a trabajar y nunca volvió. Nadie ha confirmado su muerte.

“Lo único que me queda de él es su reloj y su alianza”, lamenta su mujer mostrando las fotos en blanco y negro de la boda. Tuvo que educar sola a sus tres hijos.

La más pequeña tenía tres semanas cuando desapareció. “Sólo conoce a su padre por las fotos y a veces sueña con él”, cuenta la madre.

Unas casas más lejos, en el barrio de los antiguos prisioneros de guerra y de familias de desaparecidos, Zineb Jasem piensa en el pasado y se hace preguntas.

En 2014, el Estado Islámico secuestró a su madre. Iba a llevar ropa a una zona rural y debía traer frutas y verduras, pero los yihadistas detuvieron el autobús en el que se subió.

“Incluso nos llamaron para preguntarnos si nuestra madre suministraba información” sobre el Estado Islámico a las fuerzas de seguridad, recuerda esta iraquí de 40 años. “Así fue como nos enteramos de que la habían secuestrado”.

Al principio “pensábamos, quizá vuelva mañana”. Cinco años más tarde, sigue sin llegar y su hija está deprimida. En el pequeño taller que habían montado juntas, reina el silencio. Zined Jasem nunca volvió a usar la máquina de coser con la que fabricaban ropa.

FUENTE: EL ESPECTADOR

FUENTE: EL ESPECTADOR


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