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septiembre 5, 2019

Clemencia Carabalí ganó el Premio Nacional de Derechos Humanos


Una lideresa que lleva toda su vida defendiendo los derechos del pueblo afro y 22 años luchando en hermandad con las mujeres negras de Buenos Aires (Cauca). Ha recibido múltiples amenazas, pero no detiene el proceso de empoderamiento femenino y la defensa del territorio.

Clemencia Carabalí recibió el premio Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en la categoría “Defensora del año” por su trabajo en defensa de las comunidades negras del Cauca. La ceremonia empezó con un minuto de silencio para recordar a los cerca de 400 defensores y defensoras de derechos humanos que han sido asesinados desde la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc. El premio es otorgado, desde hace ocho años, por la organización Diakonia y la iglesia sueca.

También fueron galardonados la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra, en la categoría “Experiencia o proceso colectivo del año”; la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), en la categoría “Proceso colectivo del año, nivel ONG”; Ricardo Esquivia, en la categoría “Toda una vida”. Esta es una pequeña reseña de la vida de esta mujer negra que ha arriesgado su integridad personal por la defensa de la paz y el territorio.

Cuando Clemencia Carabalí estaba en undécimo grado, a punto de terminar su bachillerato, vio una materia llamada proyección a la comunidad. Ella, nacida en la vereda La Balsa, de Buenos Aires (Cauca), empezó a visitar otras comunidades. Para entonces la idea era orientar a las familias sobre cómo podían construir huertas caseras para mejorar la alimentación de los niños. Vio muchas necesidades básicas insatisfechas y desde ahí, dice, le “picó el bicho”. El bicho del liderazgo.

De eso han pasado 30 años, 22 de los cuales los dedicó, casi de lleno, a trabajar con las mujeres negras de Buenos Aires. Este trabajo dio como resultado la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM), que preside, quienes vivieron y resistieron a la guerra que se ensañó contra ellas y su territorio. 

Carabalí, con su voz dulce y fuerte, con sus mensajes claros y su turbante o sus trenzas, no duda en decir qué motivó su trabajo: “Empieza uno a ver tanta injusticia, tanto dolor, tanta falta de agua, de alimento adecuado y suficiente, y ver cómo la gente en la zona urbana tenía mayores comodidades. Ya un poco con más conciencia empecé a ver cómo desde los entes de poder como que no les importa nada lo que vive la gente en lo rural”. Y ella, rural, lo sabía muy bien. Sin embargo, a esa condición se le suma una más: es mujer. Y otra, es negra.

Lo entendió bien en 1996, cuando empezó a recorrer las comunidades de Buenos Aires conociendo a las mujeres, identificando quiénes eran, cómo estaban, “qué hacíamos las mujeres, qué dificultades teníamos, cuáles eran nuestros sueños”, dice. Y entonces surgió la necesidad de unirse.

Lo dice clarísimo: “De ver lo difícil que nos ha tocado a nosotras las mujeres por enfrentar la responsabilidad del hogar, pero también la de generar recursos económicos, la responsabilidad de cuidar la comunidad y cuidar el territorio. Entonces, particularmente, pensé que era una carga muy difícil y que la única manera de sobrellevarla era acudir a esos sentimientos y a esos lazos de solidaridad que debe haber entre nosotras. De ahí surgió la necesidad de generar una dinámica de mujeres que inicialmente fue pensada para ayudarnos entre nosotras mismas. Un espacio de apoyo mutuo, de fortalecer los lazos de hermandad y esa familia extensa que le llamamos nosotros a la comunidad, en la medida en que, si al hijo de mi vecina le pasa algo, es como si le pasara algo a mi hijo, y ella también lo siente así. Sentíamos que era como una familia en la que entre mujeres tenemos que darnos la mano. “Estamos solas desde afuera, pero entre nosotras podemos acompañarnos”.

Entonces nació la ASOM en 1997. Clemencia Carabalí, “Clema”, como le dicen, empezó a trabajar con otras mujeres mientras construía su familia. Para entonces estaba naciendo su hijo, que ya tiene 22 años. Y desde entonces empezó a notar más fuertemente la presencia armada en su municipio. En ese momento era la guerrilla de las Farc, pero la violencia más dura se dio cuando los paramilitares entraron a disputarse ese territorio en el año 2000. En 1999, según el Registro Único de Víctimas, hubo 133 víctimas en Buenos Aires. Al año siguiente, 5.940. 

Después de que los paramilitares salieron y de que “la cosa se calmó un poquito”, Carabalí empezó un proceso para reconstruir la confianza y las relaciones entre mujeres, entre comadres, a pesar de que en la guerra no se distanciaron por completo. Y no fue fácil, pero trabajaron todas arduamente para reconocerse y reconstruirse, así como para documentar sus historias. Aparecieron los relatos de violencia sexual, cambios en la forma de ejercer la maternidad, racismo, desarraigo y desplazamiento forzado, que también las llevó a ser empleadas domésticas y a vivir ahí otras violencias. Eso Carabalí lo habla claramente. Y también de lo que a ella misma le pasó.

Fue amenazada en múltiples ocasiones y tuvieron que cerrar la oficina de la ASOM en su vereda. Además, sufrió un episodio muy doloroso: la pérdida de un bebé. “Llegaron los paramilitares a la casa tipo 12 de la noche y como no era permitido que uno saliera, que se moviera al médico… La verdad pensé que me llegaron a matar, porque llegaron más de 30 hombres armados a la casa y eso fue terrible. Empecé mi trabajo prematuro de parto, mi esposo no me pudo sacar al médico porque la orden era que no se podía mover uno después de las seis de la tarde, y ya a las seis de la mañana, cuando me pudo sacar, pues ya fue tarde”, dice.

Después de esto, la vida fue cada vez más difícil. Carabalí tuvo que desplazarse de su vereda y, luego, tuvo que salir del país para salvaguardar su vida. Estuvo algún tiempo en Estados Unidos y luego en España haciendo cabildeo a nivel internacional. Pero volvió a retomar sus procesos, a pesar de que las amenazas no cesaron. El 4 de mayo estaba con otros líderes y lideresas, como Francia Márquez, cuando sufrieron un atentado. Después de eso ha sido amenazada en tres ocasiones.
Esta lideresa, que parece no detenerse ante nada, tiene una dupla que le da fuerza: la familia y las mujeres
. Clemencia Carabalí no habla sobre lo que ya se perdió, sobre lo que no fue o lo que no pudo hacer. Ella habla desde la esperanza. “Sé que no es fácil y que en estos tiempos como que reaparece la desesperanza, pero tenemos que persistir, no nos queda otra opción. Creo que las mujeres estamos llamadas a generar un cambio en estas comunidades, en nuestra región y en nuestra Colombia. Este país tiene cosas hermosas, nuestras regiones tienen muchos recursos de los cuales todos pudiéramos vivir y necesitamos reconstruir ese tejido social y seguirles enseñando, seguirles mostrando a nuestras hijas el camino”

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FUENTE: EL ESPECTADOR


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