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junio 19, 2019

Luz de gas, el maltrato machista que nadie parece ver


Los especialistas atienden cada día más casos del abuso de género psicológico llamado luz de gas: muy sutil y difícil de comprender para el entorno y las autoridades

Mireia es el nombre ficticio —por expresa petición— de una mujer de 37 años que durante dos años padeció por parte de su novio maltrato psicológico. En concreto, una forma de maltrato que se conoce como luz de gas. Se trata de un abuso sutil, manipulador, mediante el que se desgasta la estima y confianza en sí misma de la mujer hasta el punto de anularla, de convertirla en un manojo de dudas y miedos.

La victima casi nunca es consciente de estar siendo maltratada. O, al menos, no maltratada tal y como se entiende generalmente el término, ya que no hay una agresión clara. Simplemente, a base de poner en duda todo, discutir todo y menospreciar sus puntos de vista, la mujer va encerrándose en sí misma. Se trata también, en consecuencia, de un maltrato muy difícil de explicar para la víctima y todavía más complicado de denunciar.

Mireia cuenta: “Me lo discutía todo. Todo lo ponía en tela de juicio. Hasta las cosas que no tiene discusión, como mi estado de ánimo o mis sentimientos. Todo era una exageración mía, una invención o una paranoia. Todo estaba en mi cabeza, así que terminé por creérmelo. Terminé por creer que era yo la que no estaba a la altura y, por no seguir decepcionándole, me callaba. Dejé de opinar, dejé de contestar o simplemente de expresar las cosas. Quedé completamente anulada como persona y él tenía el control total de mí”.

Mireia estaba agotada. “Me quedé sin fuerza, sin energía, todo el día pendiente de no enfadarlo, de no decepcionarle. Hasta que comprendí que aquello no era normal, que no podía vivir así y que estaba ocurriendo algo”.

Y cuando Mireia comprendió, se encontró con la incomprensión. “Eso no es maltrato, me decía alguna amiga. Exageras… Eso me hundió más. El peor golpe que recibí fue cuando me animé a denunciar. Cuando ya no podía más porque ya me insultaba, me despreciaba y me generó ansiedad y problemas psicológicos. Fui al juzgado y archivaron mi causa. Que no era maltrato, que no había pruebas…”. Mireia llora. Y, cuando recupera el aliento, añade: “Llegué a pensar: ojalá me abra la cabeza. Ojalá me dé un puñetazo para poder ir al juez sangrando y que lo alejen de mí”.

‘Gaslight’

El nombre de violencia de luz de gas viene de la película Gaslight, de 1944. Es un retrato de la violencia machista psicológica. En el filme, el marido manipula a su mujer con sutileza hasta convencerla de que ella se imagina cosas, recuerda mal las discusiones y hasta le hace dudar de su cordura. En eso, básicamente, consiste este tipo de maltrato psicológico. El abusador altera la percepción de la realidad de la víctima provocando que no sea consciente de que padece un maltrato o una situación que debe denunciar.

Bárbara Zorrilla es psicóloga especializada en atención a mujeres víctimas de la violencia de género. “El abuso luz de gas es una forma de violencia muy perversa porque es continua y se consigue mediante el ejercicio de un acoso constante pero sutil e indirecto, repetitivo, que va generando duda y confusión en la mujer que lo sufre, hasta el punto en que se llega a sentir culpable de las conductas de violencia emitidas por el maltratador y a dudar de todo lo que ocurre a su alrededor”.

“Dejé de opinar y de expresar las cosas. Quedé completamente anulada como persona y él tenía el control total de mí”.

Cuenta Beatriz Villanueva, coach y comunicadora especializada en género, que este tipo de maltrato es tan frecuente como invisible. “Es un tipo de violencia que me encuentro mucho en la consulta. Son mujeres que llegan agotadas. La mayoría llega sin ser conscientes de que están padeciendo maltrato psicológico. Vienen porque están cansadas, bajas, anuladas. Y es hablando, rascando, cuando se dan cuenta de que están todo el día intentando defenderse, intentando hacer valer su punto de vista, pero que no lo consigue nunca. Y llegan a considerar que no vale nada”.

Hace unos días Beatriz charló con una joven que le aseguraba sentirse triste, temerosa, insegura. Pero no asociaba ninguna de esas frustraciones con la posibilidad de estar sufriendo violencia psicológica por parte de su pareja, de quien afirmaba estar enamorada. Beatriz le hizo ver la situación que estaba padeciendo. “Suele haber una incredulidad: ¿yo? ¿maltratada? Pero enseguida, recapitulando, se dan cuenta de que están anuladas por sus parejas. Y que eso las ha exprimido, las ha dejado sin fuerzas”.

El abuso de luz de gas suele responder a un proceso reconocible. “Al principio el abusador manipula constantemente las interacciones con la pareja. Si ella le recuerda algo del tipo “es que me prometiste tal cosa’, él responde con expresiones del tipo: ‘yo no te prometí nada’, ‘¿por qué te inventas cosas?’, ‘¿estás loca?’. También invalida el punto de vista de la mujer cuando expresa sus sentimientos o se queja de algo. ‘Yo no vi eso, eres una exagerada; qué películas te montas; cómo puedes decir eso…’. Todo esto se sostiene con discusiones constantes que desgastan hasta el extremo y dejan sin fuerza a la mujer, que duda de su propio criterio y se siente una persona poco fiable o inútil”.

“¿Cómo ese tío me convenció de que era tonta?”

María tiene 44 años y estuvo 13 con su pareja. Cada uno de ellos sufrió maltrato psicológico y solo en la última fase de la relación fue consciente de lo que estaba padeciendo.

María nació en Ecuador y se trasladó muy joven a España. Nos atiende por teléfono con la condición de mantener su anonimato. Dice seguir teniendo mucho miedo. “Mis opiniones eran siempre sin sentido. ‘Eres de fuera, no tienes ni idea. Es que no sabes de qué hablas’. Al principio me lo decía hasta con educación, pero poco a poco, iba anulando todas mis opiniones. También las que tenían que ver con lo que sentía. ‘Pero qué dices, cómo te vas a sentir así. Eres de fuera, deberías estar agradecida…’. Y claro, yo pensaba: ‘pues es verdad, esto es lo que hay’”.

“Con el tiempo se volvió más violento en la forma de decirlo, me invalidaba todo lo que yo decía de forma agresiva. Pero lo hacía delante de los niños, para que yo no respondiera ni me defendiera, porque él sabía que yo no quería discutir delante de nuestros hijos. Así que me decía que era una inútil o que no servía para alguna cosa y yo me callaba. A fuerza de hacer eso, pues yo terminé por callarme siempre. Porque total, si replicaba iba a ir a peor. Y elegía no discutir”.

“Poco a poco me fui convenciendo de no sabía valerme por mí. Tenía miedo de casi todo. Pero no era consciente de que fuera por su culpa. Me fue anulando como persona. No me atrevía a expresar opiniones delante de él o a discutir algo. Si estábamos con amigos yo estaba callada, no me atrevía ni a reírme si alguien hacía un chiste”.

“Llegué a pensar: ojalá me abra la cabeza. Ojalá me dé un puñetazo para poder ir al juez sangrando y que lo alejen de mí”.

“Lo peor es que creía que él tenía razón, que mis opiniones no valían y que era mejor que estuviera callada. Me eliminó como persona. Yo estaba agotada porque estaba siempre pendiente de no enfadarle, de no discutir. Eso es agotador. Tuve ansiedad y engordé 20 kilos. No podía más”.

Cuenta Beatriz Villanueva que el proceso convierte a la mujer en “una persona insegura, dubitativa, que duda de si está diciendo tonterías. Una persona convencida de que sus opiniones no valen, que teme hablar, discutir, expresar sus puntos de vista…”.

Los últimos años de la relación de María fueron los más duros. “Fue lo que me hizo reaccionar”, explica. “Me empezó a exigir que le tratara de usted y me prohibió conducir. Ahí fue cuando me di cuenta de que eso no podía ser, que eso no es normal. Y pedí ayuda a la familia y la justicia. Lo que pasa es que no me comprendían del todo. No veían claro que eso fuera maltrato. Y la jueza, que era una mujer, archivó mi caso. Ahí me hundí. Me hundí por completo. Menos mal que seguí adelante y por fin él ha recibido una orden de alejamiento”.

“Ahora miro para atrás y me doy cuenta de muchas cosas. De que me hizo llegar a dudar de si yo era una inútil, me convenció de ello. Pero si yo nunca fui tonta. ¿Cómo este tío me convenció de eso?”.

“No hay justicia para mí”

“Seguimos sin identificar la violencia cuando no hay agresiones físicas, sin entender que los efectos del maltrato psicológico pueden llegar a ser devastadores e incluso irreversibles”, explica la psicóloga Bárbara Zorrilla.

En no pocas ocasiones, el propio entorno de la víctima no percibe que esta situación sea un maltrato. En general suele ser interpretado como problemas de pareja o altibajos. Un escenario que empuja a la mujer a encerrarse en sí misma, a no compartir la problemática e incluso, en ocasiones, a convencerse de que, tal y como no dejan de repetirle, no está siendo víctima de un maltrato.

“La propia víctima no es consciente. ¿Cómo me va a maltratar la persona que me ama? Cuando al fin lo comprenden resulta muy doloroso. Es muy duro”, explica Beatriz Villanueva.

Ana, una mujer de 45 años de Valencia, se separó de su ahora exmarido cuando este la agarró del cuello y la empujó contra la pared. Fue solo la punta de un enorme iceberg de sufrimiento psicológico. De hecho, ese empujón, tal y como ella reconoce, fue el desencadenante que le hizo reaccionar tras más de dos años de abuso sutil e incesante.

Uno de los problemas que ahora afronta Ana es que su expareja la sigue acosando. “Me manda mensajes o whatsapps diciéndome que no sé cuidar de nuestra hija y que no valgo para eso. Lo que me decía siempre cuando estábamos juntos. Me manda fotos pornográficas diciéndome que así tendría que ser…”.

“Me dijeron que ahí no había insultos, que tampoco me había pegado. Y que no podían hacer nada. Que eso no era maltrato”

Ana acudió a un cuartel de la Guardia Civil con los mensajes y trató de explicar el maltrato psicológico al que su marido la llevaba sometiendo años. “Pero no me hicieron ni caso. Me dijeron que ahí no había insultos, que tampoco me había pegado. Y que no podían hacer nada. Que eso no era maltrato”. La voz de Ana se quiebra.

Acudió también al juzgado, pero archivaron su causa. “Estoy abatida, tengo ansiedad. No tengo fuerza, ni ganas de arreglarme ni de salir de casa. Logró convencerme de que no sirvo para nada. Y todo sin insultos ni golpes. Así que no hay justicia para mí. No hay justicia…”.

La violencia luz de gas, tal y como explica Beatriz Villanueva, casi nunca requiere del uso de la violencia explícita. Incluso, muchas veces, se reviste de un falso buenismo: “Yo solo quiero ayudar, aunque parece que todo lo hago mal; hazme caso, fíate de mí, es por tu bien…”. Por esta razón, en ocasiones, también los hombres padecen luz de gas por parte de sus parejas. En estos caso todavía es más difícil para la víctima, y sobre todo pare el entorno, detectar que el hombre está padeciendo maltrato.

“La táctica es el afecto intermitente. Muestras de amor y cariño, arrepentimiento, condescendencia y promesas de felicidad futura hacen creer a la mujer que si ella cambia, él también lo hará y que solamente podrá encontrar la felicidad a su lado porque solo lo tiene a él”, explica la psicóloga Bárbara Zorrilla. “La violencia explícita es reprobada y castigada. ¿Cuál es la alternativa? Usar la manipulación, el victimismo. La luz de gas”, añade Beatriz.

Esto desemboca en escenarios muy graves. Muchas mujeres solo son capaces de reaccionar cuando son agredidas físicamente. También, en ocasiones, es cuando el entorno y las autoridades abren los ojos.

Frecuente y entre jóvenes

“Este tipo de maltrato es mucho más frecuente de lo que se ve y percibimos. También en gente joven. Se perpetúa, y responde a los roles que tenemos asumidos en la pareja”, explica Beatriz.

Concuerda la psicóloga Bárbara Zorrilla, que considera que instituciones y autoridades deben mejorar y ampliar su formación en violencia de género: “Las mujeres necesitan que tanto su entorno como la administración pública, a través de sus recursos de atención especializada les ayuden a identificar esa violencia, su intencionalidad, sus mecanismos y sus consecuencias. Para ello hay que seguir trabajando en la sensibilización de la población general y la formación a todos los profesionales que les atienden, no solo en el ámbito judicial, sino médico, policial… para que puedan acompañarlas, ayudarles a construir su relato, dotarlas de credibilidad y devolverles la libertad que les han robado”.


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