junio 18, 2019
Las mujeres también creaban manuscritos de lujo en la Edad Media
Partículas de lapislázuli halladas en el sarro dental de una mujer del siglo XI relevan el papel que las féminas tuvieron en la producción de textos sagrados ilustrados
Tenía entre 45 y 60 años cuando murió, alrededor del año 1000 o 1200 de nuestra era. Y por lo que revelan sus huesos, tuvo una vida exenta de trabajos físicos exigentes. No sufrió traumatismos ni infecciones que dejaran huella, tampoco heridas importantes, algo no muy frecuente en aquella época. Seguramente, perteneció a la nobleza, fue culta y tal vez, monja, y su vida estuvo vinculada a un monasterio religioso en Dalheim, en Alemania.
Y sin embargo, B78, como la han bautizado los científicos, es sumamente excepcional. Y es que en sus dientes esconde la primera prueba directa de que las mujeres en la Edad Media tuvieron un rol importante y temprano en la creación de manuscritos, baluartes de la transmisión de conocimiento y cultura. Ellas también produjeron textos y los iluminaron bellamente, usando para ello pigmentos poco habituales y lujosos, como el azul ultramar, obtenido a partir de la piedra semipreciosa lapislázuli, reservados para los artistas con mayor pericia.
Así lo ha descubierto un equipo internacional de investigadoras de la Universidad de York y del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, que han publicado su hallazgo en la revista Science Advances. Su trabajo es uno de los primeros que documenta científicamente el papel que las mujeres tuvieron en la creación de textos sagrados en la Europa Medieval.
En 2004, estas científicas encontraron partículas de color azul en el sarro de los dientes de una mujer enterrada en un pequeño cementerio junto al monasterio de Dalheim, que desapareció en un incendio en el siglo XIV. Vieron que las partículas databan de entre 997 y 1162. Al analizarlas mediante distintos tipos de espectrografía, se percataron de que eran pigmentos de azul ultramar, el más caro usando en el medievo, comparable al oro, y que estaba reservado solo para manuscritos muy lujosos y para escribas e ilustradores sumamente talentosos.
Ese azul ultramar, intenso y brillante, el mismo pigmento que caracteriza la obra del artista holandés barroco Johannes Vermeer, autor del famoso cuadro ‘La joven de la perla’, se obtenía moliendo y purificando cristales de lazurita del lapislázuli, que era extraído de minas de Afganistán. Desde allí arribaba a Europa a través de rutas comerciales de larga distancia que empezaron a comercializar bienes exóticos. No obstante, se desconoce cuándo y cómo se introdujo por primera vez en el continente europeo.
“Fue una sorpresa por completo: a medida que la placa dental se iba disolviendo, se iban liberando cientos de diminutas partículas azules”, explica en un comunicado la primera coautora del trabajo, Anita Radini, de la Universidad de York.
Seguramente, consideran las investigadoras, la mujer al pintar los textos humedecía con la boca la punta del pincel que usaba para así afinar la punta, una acción que repetiría con frecuencia. De ahí el patrón de las partículas azules que han visto en el sarro de la mujer: en lugar de aparecer amontonadas, están sueltas y tienen la apariencia de polvo azul dispersado por distintas zonas de la placa dental.
“Examinamos muchos escenarios para tratar de entender cómo este material pudo incrustarse en el sarro de los dientes de esta mujer. Basándonos en la distribución del pigmento en la boca, hemos concluido que el escenario más probable es que ella fuera quien utilizara el pigmento para pintar y chupara la punta del pincel mientras lo hacía”, explica la coautora del trabajo Monica Tromp, del Instituto Max Planck.
Los resultados de este trabajo cuestionan la idea de que eran los hombres, sobre todo los monjes, quienes producían los manuscritos iluminados. En la Edad Media, los libros en general se solían crear en los monasterios y estaban destinados a ser usados por monjes y nobles. Algunos de ellos estaban embellecidos con pinturas y pigmentos extraordinarios, como pan de oro y azul ultramar.
Sin embargo, averiguar la identidad de quienes los elaboraban resulta complicado porque con frecuencia los escribas no firmaban su trabajo. Menos aún las mujeres. De hecho, antes del siglo XII menos del 1% de los libros en las bibliotecas de los monasterios llevaban títulos o nombres de mujer. De ahí que se hubiera asumido que eran los monjes los encargados de los manuscritos. Esta investigación desafía esa idea y revela que también las mujeres eran cultas, además de productoras y consumidoras de libros.
“La historia de esta mujer podría haber quedado escondida para siempre sin el uso de estas técnicas, lo que hace que me pregunte cuántas más mujeres artistas podríamos hallar en los cementerios medievales si tan solo mirásemos”, cuestiona Christina Warinner, autora sénior del trabajo e investigadora del Instituto Max Planck. Un ejemplo de cómo la ciencia puede ayudar a reescribir de forma más precisa la historia de la humanidad.
FUENTE: VANGUARDIA