abril 25, 2019
La belleza digital
La belleza de consumo es la que hoy vemos repartida en datos, en mera información pornográfica.
“Hasta la belleza cansa”. Si no estoy mal, esa frase está en una canción de José José. A partir de ese enunciado aparentemente inofensivo se puede construir toda una teoría sobre la experiencia estética que ahora relaciono con el libro La salvación de lo bello, del filósofo coreano Byung Chul Han. Si quieren saber cómo hace la belleza para cansar, este pensador asiático les da unas buenas guías.
No sé si José se refiere directamente a la belleza que no les alcanza a las mujeres para inspirar deseo y amor duraderos, o al hastío que puede llegar a producir la belleza en general; sin embargo, voy a referirme a la segunda opción. ¿Cuándo puede lo bello cansar? Según Chul Han, cuando lo bello se convierte en un producto para ser consumido, se agota en el ‘me gusta’, se limita a ser un objeto de agrado y produce el mismo hartazgo que comer en exceso. La temporalidad de la belleza de consumo es la inmediatez, la fugacidad, un presente vacío que no da lugar a ningún recuerdo, es el olvido instantáneo; por eso, su dinámica es la reiteración. La belleza de consumo es la que hoy vemos repartida en datos, en mera información pornográfica, satinada, sin sombras, explícita. La belleza digital, plana, tersa, filtrada, negadora de todo accidente, se opone a la contradicción y al drama de la belleza natural que supone una herida, una cicatriz, un peligro, lo atroz, es decir, lo sublime, lo que la sobrepasa. La belleza digital ni siquiera está muerta porque nunca estuvo viva. En la estremecedora obra del fotógrafo Joel Peter Witkin, por ejemplo, la muerte física es recreada al utilizar pedazos de cuerpos muertos en sus bodegones, revelando así la forma más extraña de belleza que jamás haya visto. Lo insólito es que esas imágenes respiran y dialogan, son natural y escabrosamente estéticas, un misterio que devora la atención de cualquiera que se asome a ellas. Las creaciones de Witkin pueden no gustar, pero no exactamente cansar. Lo que Chul Han llama belleza digital es aquella que no narra, que no sugiere la tragedia de su inminente impermanencia, de su desastre, y que no inspira deseos de demorarse en ella. La belleza natural puede ser insoportable por lo sublime, pero la digital, refiriéndose directamente al caso de las selfis, reproduce el tedio de la autocomplacencia en esos rostros higiénicos y desechables que no miran ni le sonríen a nadie.
FUENTE: EL TIEMPO