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abril 25, 2019

Almas que Escriben, el libro de las víctimas que no se puede perder


Madres que se quedaron si hijos e hijos que se quedaron sin padres. Mujeres que se salvaron de la muerte. Hombres que murieron en una guerra en la que no decidieron participar. Estas son algunas historias de este libro de 13 relatos que muestran el horror de la guerra.

Dicen que los libros los hacen los autores, en parte, para hacer catarsis de sus vidas. Algunos prefieren decir que sus escritos solo hacen parte de su gran ingenio. Otros, en cambio, lo reconocen y asumen que sus frases no son más que unos sentimientos arrancados, de vivencias alojadas en recuerdos engavetados que sólo pudieron salir, con un intenso dolor, a empujones de palabras.

Él me contestó que era comprensible por el dolor que en ese momento estaba pasando. Pero nadie entiende este dolor de madre hasta que lo vive; cuando muere el esposo hay una viuda, cuando mueren los padres hay huérfanos, ¿y qué nombre le damos a los padres que pierden a sus hijos? No hay nombre”, escribió Ana Aidée Forero Yepes, madre de un soldado asesinado en combate en Arauca.

El fragmento hace parte del libro Almas que escriben, un intento de las víctimas del conflicto armado por mostrar sus vivencias, alejarse del olvido y sembrar empatía en quienes no han padecido las secuelas de la guerra. También se trata de un diálogo entre improbables, entre gente de culturas diferentes que se tuvieron que unir por un hilo violento que los atravesó.

Familiares de personas dadas por desaparecidas, víctimas de la bomba del Club El Nogal o del atentado al avión de Avianca, familiares de integrantes y comandantes de la extinta guerrilla de las Farc o del Eln, víctimas de las ejecuciones extrajudiciales o mal llamados “falsos positivos”, son algunos de los escritores y escritoras, quienes durante siete meses se reunieron, sagradamente, los sábados, en jornadas de ocho horas, para aprender a narrar un dolor que hasta el año pasado había sido silencio.

“Nos hermanamos en la diferencia alrededor de un mismo objetivo: construir un libro que hablara de nosotros, del daño que nos produjo el conflicto armado, que contara la verdad, nuestra verdad y que rindiera homenaje a las personas que ya no nos acompañan físicamente”, dicen autores y autoras en la primera parte de texto, que no sólo se destaca por la emoción de su lenguaje, sino también por su edición impecable, con fotografías, mapas y poemas de quienes decidieron contar su historia y rendirle un homenaje a quienes ya no están, pero aún los acompañan.

Aunque muchos pensarán que este ejercicio es sanador, quienes escribieron este libro dejan claro que no lo es. No hay palabras que curen lo incurable. Pero es evidente que sí es un vehículo para dar nuevos significados a sus experiencias y a sus relatos, y contárselos a los demás. Lo ven, entonces, como “un proceso de auténtica reparación a través de la escritura”.

Así se evidencia, por ejemplo, en el relato de Claudia Baracaldo Bejarano, una de las autoras y quien fue secuestrada y violentada por actores armados en el Amazonas: “Fue así como llegó el mal llamado «consejo de guerra» y me conde­naron a morir fusilada. Sólo guardaba la esperanza de que en cualquier momento me rescataran, pues ya había denunciado ante las autoridades que estaba siendo amenazada y presionada para abandonar el Amazonas, pero pasaron los días y nadie se dio cuenta de que aquella maestra que vivía sola no llegó a dormir. Nadie me extrañó, así como nadie escuchó mis denuncias, nadie investigó, me abandonaron a mi suerte”.

Y así como las letras ayudan a una reparación de decenas de víctimas, también se convierte en un mecanismo para acabar con los imaginarios y prejuicios que solamente agudizan las formas violentas. María Doris Tejada Castañeda, madre de uno de los mal llamados ‘falsos positivos’, en su relato cuenta su larga lucha de más de 10 años para honrar el nombre de su hijo, quien hoy sigue desaparecido. Ha escrito su historia. Ha tejido. Hasta se ha tatuado a su hijo en su brazo.

Me dijeron: «Doris, te tengo buenas noticias, sí te podemos hacer el rostro de tu hijo, ven mañana mismo al estudio y lo hacemos». No le conté a nadie de mi familia y al otro día me fui para Bo­gotá. El tatuaje sería abajo del hombro, en el brazo derecho. El trabajo comenzó a las cuatro de la tarde y terminó a las nueve de la noche. Esas cinco horas fueron de mucho dolor, porque duele, claro que duele, y bastante. En un momento me dio la pálida y tuve que pedir una pausa. Cuando acabaron de hacer el tatuaje y lo vi, me sentí muy feliz. Se parecía mucho a Óscar, era como ver una foto. Desde entonces, mi hijo no está solamente en mi corazón y en mi mente, también lo tengo tatuado para siempre en mi piel. Es una forma de sobrellevar su ausencia”, dice su relato.

Pie de foto: María Doris Tejada Castañeda se tatuó a su hijo, Óscar, quien fue víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Cortesía

 

Mariana Schmidt, editora de Almas que Escriben, asegura que no se trata de un libro con una mera descripción de los hechos, como siempre sucede cuando las autoridades, los medios de comunicación o los investigadores cuentan o estudian la violencia. Por el contrario, y eso es evidente en el libro, es un acto de valentía y respeto, un descubrimiento de sí mismos y también del otro, que se traduce en narraciones cargadas de emoción y de decisión de sobrevivir a los pesos insoportables del dolor y de compartirlos, incluso, con los contrarios.

Claudia Baracaldo Bejarano, Ana Aidée Forero Yepes, Alexander Mauricio Mesa Ramírez, Sandra Milena Sandoval, María Doris Tejada Castañeda, Miguel Antonio Vargas Rojas, Mary Mar, Martha Luz Amorocho Micán, Blanca Nubia Díaz Vásquez, Mónica Yarima Lara Agudelo, Luis Rodrigo Piamba Pusquin, Luz Mary Torres de Gómez, Rosa Lilia Yaya Cuervo son las Almas que Escriben. Pero también las que siguen llorando a sus muertos y sus recuerdos, las que continúan exigiendo verdad y justicia, las que no se doblegan a la indiferencia de un país que, en reiteradas ocasiones, le ha dado la espalda a ocho millones de personas que lidiaron con la guerra.

El libro, que se lanzó este martes y se realizó con el apoyo del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, se lee en una sentada. Está lleno de reflexiones, de observaciones empáticas, de amor. Los relatos son cortos y precisos. A pesar de que ninguno había escrito, sus narraciones están bien estructuradas. Quizá la realidad no necesita de correcciones. 

FUENTE: EL ESPECTADOR


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