Sin embargo, y ante la desprotección, las mujeres y las niñas crean alternativas de resguardo; en esta oportunidad se detectó que lo hacen construyendo narraciones «señalando dónde quedan los lugares de riesgo como una suerte de memoria de la violencia (la cañada, el parque, una calle, un matorral) y crean un relato de restricción: no vayas, no estés, no camines, no salgas», una estrategia que según la investigadora López se une a la de construir un cuerpo común, es decir, que si por algún motivo las niñas tienen que ir a esos lugares «van con otras niñas, con una persona adulta o acompañadas… así como cuando las mujeres vamos juntas al baño, las niñas andan juntas para protegerse».
Aunque una de cada cinco denuncias por presunto delito sexual en el país es realizada por hombres, los agresores y el fenómeno siguen siendo los mismos. Natalia Ortíz Suárez lo confirma cuando «en los casos de denuncias interpuestas por violencias contra niños el victimario es otro hombre, también vemos que varios adolescentes son agredidos por ser de poblaciones LGBTI y es precisamente por llevar un cuerpo femenino o feminizado».
Ante la agresión que produce el rechazo a lo femenino y según las conclusiones más inquietantes del Informe sobre la situación de derechos humanos de las mujeres en territorios de Medellín y Antioquia, las niñas y adolescentes de la ciudad encuentran en la masculinización de sus cuerpos y sus vidas otra estrategia de protección; a través de una relación de opresión y dominio con otras mujeres, según López «estas adolescentes adoptan los comportamientos de los guerreros, a eso es que le llamamos masculinizarse, incluso se ríen de las niñas que son diferentes y hasta llegan a convertirlas en blanco de violencias frente a los integrantes de las bandas. Eso que parece tan horrible es una estrategia de protección de las propias adolescentes que busca que esos grupos las cobijen».
Hasta ahora solo se puede esbozar la realidad de la violencia sexual que afrontan las niñas y adolescentes cada 2 horas en el país, este tipo de violencia conlleva múltiples consecuencias que se pueden proyectar a lo largo de la vida y que incluyen traumas psicológicos, daños en el aparato genital o reproductor y enfermedades de transmisión sexual.
Otro efecto que a veces se desliga del problema social de las violencias contra las mujeres, es el embarazo en niñas y adolescentes, y aunque este fenómeno es multidimensional, es preciso describir que por ejemplo en 2016, se convirtieron en madres 5.525 niñas entre los 10 y 14, edades que en Colombia son consideradas como delitos para desarrollar cualquier acto sexual, debido a que se le otorga la categoría de relación no consentida y por consiguiente se convierte en un delito.
Todas las anteriores consecuencias no son exclusivas de los cuerpos y vidas de las miles de niñas agredidas, sino de la sociedad entera que parece darles la espalda y con esa indiferencia, consentir el problema de la violencia sexual. Es fundamental poner en la conciencia de esta conmemoración, la situación de las niñas, para pensar qué estamos haciendo en cada uno de los lugares de la sociedad para protegerlas y para garantizarles una vida libre de violencias y llena de oportunidades para el futuro.