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marzo 26, 2019

Género


Año 2019 y el feminismo parece encontrarse en uno de sus mayores momentos de expansión social. Las calles se llenan de mujeres de todas las edades y circunstancias que gritan y reivindican sus derechos como personas que son aplastados cada día por un sistema opresor como es el patriarcado. Sin embargo, en medio de esta vorágine eufórica, se empiezan a alzar discursos que cuestionan los pilares más básicos del movimiento feminista. Se nos dice que el sujeto político del feminismo debe ser cuestionado. Se nos exige amparar todo tipo de problemáticas y circunstancias en vez de introducir aquel en las demás luchas. La lucha feminista tiene que servir para todo y debe poner por delante cualquier tipo de interés sobre los derechos de las mujeres bajo el paraguas de una muy mal entendida interseccionalidad.

Es así como la agenda de la igualdad entre hombres y mujeres, que siempre ha caracterizado al feminismo, está siendo fagocitada por un concepto distinto que es el de diversidad. De la mano de autoras postfeministas como Judith Butler nos llega un nuevo frente que no es otro que el de las identidades de género (un concepto que en sí mismo es anti feminista pues supone clasificar a las personas por el instrumento opresivo de construcción cultural que es el genero y que sirve para mantener un sistema jerárquico sexual).

Esta idea entiende no solo que el sexo es un elemento irrelevante a la hora de establecer el concepto de mujer y hombre, sino también que existen muchas otras identidades de “género” que se encuentran entre lo que denominan un continuo que cubre todo el espectro que va desde el estereotipo más extremo de la masculinidad al contrario femenino y que representan, a su vez, el verdadero contenido de lo que entienden por hombre y mujer.

Esta idea está calando profundamente en los discursos que se presentan como feministas de las últimas décadas y, además, están comenzando a tener reflejo en la legislación con importantes y graves consecuencias para la lucha y realidad de las mujeres de todo el mundo pues supone negar directamente el sujeto mujer y hombre como realidades históricas y sociales unidas al sexo para pasar a conceptualizarlas como identidades que dependen de la propia palabra de quien las sostenga.

Como resultado se llega a la distinción entre personas “cis” y personas “trans”, según estas identidades coincidan o no con la identidad tradicional que le corresponde con su sexo.
En relación con el contenido del concepto hombre y mujer desde estas teorías podemos distinguir varias posiciones y todas ellas tienen en común la idea de negación de la variable sexo en la ecuación.

La primera de ellas es la que sostiene que mujer es igual a feminidad. Seguramente no tenga ni que decirlo, pero como actualmente no se puede dar nada por hecho me veo en la obligación de ponerlo de relieve. El feminismo lleva siglos luchando por desligar a las mujeres del género. Género no es ser mujer, género es masculinidad y feminidad, construcciones culturales que son consecuencia de una politización jerárquica entre los sexos. Es decir, género y sexo no son lo mismo, pero no existe el género sin el sexo porque no es más que el resultado de su politización. En otras palabras, la feminidad se impone a la mujer para subyugarla y naturalizar su posición social a través de la socialización pero no la define. De la misma manera que los hombres no son hombres por ser más o menos masculinos. Negar la condición de hombre o de mujer por el hecho de no encajar en el estereotipo de género siempre ha sido algo sexista y para nada feminista. Es un retroceso que se venda la misma idea pero retocada con la negación política del sexo.

El feminismo lleva siglos luchando por desligar a las mujeres del género. Género no es ser mujer, género es masculinidad y feminidad, construcciones culturales que son consecuencia de una politización jerárquica entre los sexos.

Mujer y hombre son palabras que sirven para conceptualizar el hecho de ser un ser humano que pertenece a un sexo o a otro. El sexo tiene una transcendencia política en sí misma que no puede obviarse exista o no el patriarcado. El dimorfismo sexual existe como un hecho necesario para la reproducción humana y esto tiene consecuencias, en primer lugar, para el propio individuo y, como consecuencia, en la sociedad. El movimiento feminista persigue abolir el género como construcción social opresiva para crear una sociedad igualitaria que integre las diferencias sexuales entre hombres y mujeres de tal manera que no existan diferencias políticas (no me refiero con esto a ninguna esencia biológica, de la cual tiendo a huir, sino al hecho pura y simplemente físico).

El patriarcado se ha construido, mediante el género, sobre esta dualidad sexual y no sobre el conjunto de estereotipos que rodean a la feminidad y a la masculinidad en cada época y que son aplicados a los sujetos por sus genitales de forma aleatoria. Por lo tanto, pasar a definir a las mujeres como lo femenino con la diferencia, respecto el discurso de siempre, de que se niega el carácter político del sexoes negar su historia, su opresión y convertirlas en aquello que el sistema que las oprime ha preparado para ellas. Es negarles la posibilidad de igualdad. Cabe mencionar que se hace un uso parcial y superficial de lo que es el género puesto que, como decíamos, es la propia politización del sexo por lo que el concepto de género que se maneja desde esta postura incluye únicamente aquellas conductas femeninas que tienen que ver con la estética y la conducta que forman parte de la potencialidad humana en general y no del sexo. El feminismo apuesta por un sistema en el que las conductas son humanas y no de uno o de otro sexo. En el que la personalidad no define a los hombres ni a las mujeres, y en el que el hecho de ser mujer y hombre tampoco limita su personalidad y capacidad intelectual.

El feminismo no puede aceptar conceptos como “cis” para nombrar a las mujeres porque supone reconocer que lo somos por identificarnos con el sistema de violencia contra el que luchamos.

Por otro lado, la otra postura que encontramos es aquella que niega cualquier referencia determinada que permita conceptualizar nada. Es simplemente el uso del vocablo mujer sin contenido alguno. Suelen utilizarse definiciones circulares como “mujer es sentirse mujer” o “sentirse mujer es lo que cada uno sienta”. Si ser mujer es lo que cada uno o una “sienta” es imposible compararlo con absolutamente nada y establecer un elemento en común más allá de la propia palabra y por lo tanto no es un concepto que nos permita dar respuesta a la situación política de las mujeres.

Si permitimos que el ser mujer o ser hombre sea algo que se determina por cada sujeto individualmente estamos negando y haciendo saltar por los aires todas y cada una de las normas, medidas y avances que hemos conseguido en el ámbito de la igualdad de sexos. Cuestiones como la violencia de género, que se fundamentan en el aparato estructural patriarcal que otorga una superioridad social a los hombres, en la que la violencia sobre las del otro sexo se da como medio para mantener el sistema de división sexual simplemente dejan de tener ninguna virtualidad puesto que mujer y hombre no responde a una cuestión sociobiológica sino mental individual.

El feminismo no puede aceptar conceptos como “cis” para nombrar a las mujeres porque supone reconocer que lo somos por identificarnos con el sistema de violencia contra el que luchamos. La lucha feminista no es una lucha sobre la identidad ni del deseo, es una agenda política que persigue acabar con una situación social universal de desigualdad por razón del sexo.

Hace unas semanas escuchaba en la radio como se mencionaba que el “sujeto mujer” se quedaba pequeño para dar respuesta a todas aquellas identidades políticas que se manifestaban como algo distinto. Yo me pregunto, ¿Cómo el sujeto político mujer se le puede quedar pequeño a alguien? ¿Cómo se puede quedar pequeño ser mujer si se entiende que las mujeres son seres humanos infinitos en su potencialidad pero que tienen una característica en común que es el sexo?. La categoría mujer solo se queda pequeña cuando se define a las mujeres por el género. A quienes sostienen esta premisa el feminismo les dice que es el género, esas cadenas que nos han puesto históricamente, lo que se nos queda pequeño a las mujeres y no al revés.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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