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marzo 7, 2019

De ser eco a ser grito: el 8 de marzo


Doctoranda en Políticas de Igualdad, Licenciada en Historia del Arte, Técnica en Igualdad, Activista, Ingobernable, Investigadora y Mujer.

Siglos de cultura patriarcal, de sometimiento, desequilibrio y desigualdad nos han mantenido silenciadas a las mujeres y tan solo permitiendo dar un discurso repetitivo y reiterativo inventado por el androcentrismo, para ensalzar y potenciar las cualidades masculinas e invisibilizar las necesidades femeninas. Resulta nauseabundo que cuando las mujeres hemos reclamado igualdad y reivindicado tener protagonismo en el espacio público algunos sectores, intimidados por ello, hayan dicho que gritamos, voceamos, escandalizamos, “estamos con la regla” o somos la “Kale Borroka”, todo un despropósito misógino que revela el temor a perder a la servidumbre que hemos sido las mujeres.

El patriarcado precisa poder, sumisión, sometimiento, esclavitud y silencio por parte de quienes creían eran concubinas de su harén, en el mejor de los casos nos han permitido ser sus ecos, y resulta interesante profundizar en el origen de los conceptos.

Muchos artistas, entre otros el prerrafaelista inglés John Waterhouse, se inspiraron en la leyenda de Eco para concebir una de sus obras, en este caso un óleo sobre lienzo hoy en la Walker Art Gallery ejecutado en 1903. El cuadro se titula “Eco y Narciso”, leyenda relatada en “Las Metamorfosis de Ovidio”, y ejemplificante de las diferencias vitales que hemos vivido por razón de género: mientras en un bucólico bosque Narciso, indiferente ante la presencia de Eco, se enamora de su propia imagen, ella con un cuerpo absolutamente cosificado, calla, observa y  espera.

Como todas las mujeres que aparecen en las pinturas, salvo que sean brujas, locas, viejas o rameras, Eco es inmensamente bella, dulce, plácida, serena y por supuesto muestra su seno al voyerista espectador. Narciso broncíneo, musculoso y cubierto no precisa mostrar ningún atributo para ser bello.

En  la mitología Eco  era una ninfa que resaltaba entre el resto por sus palabras, su entonación, su expresión que regalaba a los oídos que la escuchaban, sus frases se asimilaban a canciones , sus oraciones a poemas, su virtud estaba en el habla. Zeus, el dios de los dioses, la sentía embelesado, lo que molestaba a su mujer Hera. Así pues, y celosa castigó a Eco quitándole la voz y obligándole a repetir la última palabra que repetía la persona con quien mantenía conversación. Los celos de Hera, provocados por las incesantes infidelidades de su esposo quitaron a Eco su preciado don, su capacidad de expresarse, de relacionarse y de tener iniciativas el resto de su vida. La sometieron y apartaron en un recóndito campo.

En absoluta soledad, y paseando por la ladera, Eco vio a Narciso, un pastor hijo de la ninfa Liríope y del dios rio Céfiso, del que se enamoró como ya habían hecho muchas mujeres y a las que había rechazado.

Eco  le fue siguiendo sin que él se diera cuenta. Cuando se decidió a acercarse las palabras se negaron a salir de su boca y se ocultó detrás de un árbol seco. Entretanto Narciso hablaba con las flores del bosque: – Hermosa flor, flor olorosa… – Rosa, -repitió Eco-. Narciso escuchó la voz de Eco y gritó: – ¿Hay alguien por aquí? – Aquí, aquí, -respondió la ninfa-. Narciso, al oír a Eco, contestó: – ¿Quién se oculta cerca de ese árbol seco? Y la bella ninfa salió de entre los árboles con los brazos abiertos diciendo: – Eco, Eco. Cuando se encontraron, Eco abrazó a Narciso, pero éste la rechazó y le dijo: – No pensarás que yo te amo… – ¡Yo te amo!, ¡yo te amo!, -le contesta Eco-. Entonces gritó Narciso: – No puedo amarte. – Puedo amarte, -repetía con pasión Eco-. Narciso huyó entre los árboles diciendo: – No me sigas, ¡adiós! – Adiós, adiós, -contestó Eco-. La menospreciada Eco se refugió en el espesor del bosque. Consumida por su terrible pasión, deliró, se enfureció y pensó: «Ojalá cuando él ame como yo le amo, se desespere como me desespero yo».

Némesis, diosa de la venganza, escuchó su ruego. En un tranquilo valle había una laguna, de aguas claras, que jamás había sido enturbiada, ni por el cieno, ni por los hocicos de los ganados. A esa laguna llegó Narciso y, cuando se tumbó en la hierba para beber, Cupido le clavó, por la espalda, su flecha del amor,… lo primero que vio Narciso fue su propia imagen, reflejada en las limpias aguas y creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser real, ajeno a sí mismo. Se enamoró de aquellos ojos que relucían como luceros, de aquellas mejillas imberbes, de aquel cuello esbelto, de aquellos cabellos negros. Se había enamorado de… él mismo y ya no le importó nada más que su imagen. Permaneció largo tiempo contemplándose en el estanque y poco a poco fue tomando los frescos colores de esas manzanas, coloradas por un lado, blanquecinas y doradas por otro, transformándose lentamente en una flor hermosísima que al borde de las aguas seguía contemplándose en el espejo del lago. En el mismo instante que Narciso se transformó en flor, Eco se desmoronó en la hierba, muerta de amor. El cuerpo de Eco nunca se pudo encontrar pero por montes y valles, en todas las partes del mundo, aún responde a las últimas sílabas de las voces humanas. Esas últimas sílabas son las que el patriarcado nos ha impuesto repetir a las mujeres como si fuéramos un fenómeno acústico de sus propias voces.

Siglos de silencio, de obediencia, de leyendas, mitos y tradiciones que han condenado a las mujeres a recluirse en un rincón apartado en el ámbito privado parecen haberse empezado a esclarecer con las oleadas feministas que han devuelto la voz al género femenino, que a gritos reivindica la igualdad. Curioso concepto el de grito, puesto que el mismo patriarcado lo asocia a la histeria, la falta de control, el emocionalismo y sentimentalismo que también nos estigmatiza a las mujeres, cuando realmente el grito, que etimológicamente,  procede del latin quiritare hace referencia a llamar en auxilio y, precisamente los quirites eran los ciudadanos,  civiles o paisanos romanos que se oponían al ejército y a los soldados en la antigua Roma. Quirino, dios de la guerra, les protegía. Así pues y más de 20 siglos después nos encontramos con formas de expresión propias de las clases oprimidas frente a las dominantes, de la sociedad frente al poder. Y lo hacemos en el Quirinale, antigua colina de Roma y,  metafóricamente,  hoy espacio público dónde demandar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.

El 8 de marzo de 1857, en Nueva York, cientos de mujeres de una fábrica de textiles se manifestaron por las calles de la ciudad clamando que sus salarios eran menos de la mitad de lo que percibían los hombres por la misma tarea. La jornada terminó con 120 mujeres asesinadas en la marcha y a la fundación, por las supervivientes,  del primer sindicato femenino.  En 1975 la ONU oficializo la fecha del 8 de marzo como Día internacional de la MujerDesde entonces,  y con más fuerza en los últimos años,  para nosotras esa fecha es un referente en la visibilización de  la vulnerabilidad política, económica y social que vivimos, las desigualdades e injusticias que soportamos en un sistema patriarcal y capitalista en el que,  pese a quien le pese, la mujer avanza acompañada de padres,  hijos, parejas y hombres solidarios,  sensibilizados y conscientes de la necesidad de igualdad que precisamos en esta lucha necesaria y beneficiosa para unas y todos.

En masa, con sororidad, empoderadas y firmes en nuestras convicciones y creencias el 8 de marzo las mujeres dejaremos de ser ecos y pararemos ese mundo de cuidados y atenciones a que se nos ha relegado y que además de no ser remunerado ni reconocido es la base del buen funcionamiento y equilibrio social.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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