febrero 28, 2019
Bienvenidos al club de los hombres feministas
Ni fútbol, ni política. Estos varones se reúnen en Huelva y hoy hablan de ternura
Cada uno llega con algo de comida y de bebida, como siempre. Dejan las viandas en la cocina. Han previsto una tarde para ellos. Sería como esas reuniones solo para hombres que había hasta hace unas décadas en el espléndido casino de Aracena (Huelva). Una logia confidencial de paso exclusivo a caballeros donde las fuerzas vivas se reúnen para discutir de sus cosas. Sería algo así si no fuera más bien lo contrario. Bienvenidos (y bienvenidas) a la reunión de un club de hombres feministas: el grupo Viento fresco de Aracena.
Viernes tarde en la finca de La Solana, a seis kilómetros de Aracena, el municipio que da nombre a la Sierra de Aracena, de 8.040 habitantes, donde los siete viven desde hace décadas. Van dejándose caer uno tras otro. Llegan en coche al terreno de Ángel Rey, pediatra recien jubilado. Alejo Durán, celador licenciado en Psicología y Antropología, y Pedro Martín, jefe de compras de un hotel ya retirado, llevan desde las cinco en la casita, preparando la leña de la chimenea para echar una mano a Rey. Fuera huele a mimosa. Manuel, el técnico municipal que pide figurar sin apellido; Juan Manuel Franco, al que todos llaman Mame y que tiene un negocio en el pueblo o Miguel Sánchez, director de teatro, se suman a la cita. El psicólogo Pablo García llega el último. Y, como los anteriores, reparte besos y abrazos al llegar en este grupo de hombres de entre 56 a 64 años.
Una vez al mes se juntan para hablar más desde el corazón que desde la cabeza, explorando eso que se conoce como nuevas masculinidades; rechazando eso otro de la masculinidad tóxica.
Alude cada uno a su experiencia como parte de un trabajo de reflexión que promueven colectivos como Ahige —la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, a la que pertenecen— y que buscan no solo su cambio interior sino apoyar “las justas reivindicaciones de las mujeres contra el sexismo” o combatir la violencia de género. No hay datos oficiales de cuántos son —centenares de grupos, según distintas fuentes— pero sí coincidencia en que estos grupos viven un resurgir con el impulso del movimiento de las mujeres y frente a la respuesta de otros hombres que se sienten descolocados.
Alrededor de la chimenea tendrán dos horas para abrirse en canal. En este club las conversaciones son confidenciales. Solo están vetados dos temas: fútbol y política. Todos acuerdan previamente el asunto de debate. Este viernes 15 de febrero, en el que han abierto la puerta a una reportera y un fotógrafo, eligen hablar de cuidados. Un trabajo invisible, y mal o nada pagado, al que las mujeres destinan el doble que los hombres, según el INE.
El director de teatro, Miguel Sánchez, dirige el calentamiento previo: ejercicios de respiración, movimientos de cuello. Y un juego que marca la dinámica posterior: “Contamos hasta 50, cada uno un número. Puede haber intervalos, el caso es no pisarse”. Ni se pisan en el recuento ni en lo que hablan después. En este grupo, se dialoga por turnos sin que nadie interrumpa a nadie. Y dicen cosas como estas:
—Ni me he cuidado ni he cuidado a nadie nunca.
—Cuando aprendí cómo cuidar a mi madre fue muy satisfactorio.
—Las mujeres enseguida se llaman cuando creen que otra necesita cuidado. Entre nosotros está mal visto.
—Cuando alguien me trata con cariño me siento muy bien. El aprendizaje merece la pena.
—Mi padre hasta el último momento no permitía verse vulnerable.
—En lo que fallo es en la ternura.
— Te oigo decir ternura. Y yo me pregunto… ¿cuándo fue la última vez que yo hablé con ternura?
Alejo Durán, el que propuso la idea hace casi una década, suele echar mano de una imagen poderosa de la naturaleza para explicar de qué va este grupo: la migración de los ñus en el Masai Mara, en Kenia. A veces hay que esperar horas. O días. Pero cuando el primero se lanza cuesta abajo, ya no hay marcha atrás. El resto le siguen a la carrera, levantando una polvareda en el que supone uno de los espectáculos más hipnotizantes del mundo. Un efecto cascada en el que se reconocen: “Esto no lo había hablado yo nunca”. Los expertos defienden que el sexismo tiene un impacto diferente en hombres que en mujeres, por eso prefieren reunirse solos. Las reuniones de ellas son para empoderarse; las de ellos, para explorar sus sentimientos.
En este círculo de hombres han hablado ya casi de todo: de sus padres —uno de los temas duros, que les llevó más de una sesión— y de sus hijos, de sus madres y de sus hijas. De las mujeres con las que conviven, del sexo que a veces puede no apetecerles tampoco a ellos, de los amigos con los que nunca se habla de cosas personales, de esa “soledad masculina” que otros no sabrían ni siquiera reconocer.
“Yo empecé en el grupo sin tener ni idea de dónde me metía ni a qué”, admite Pedro Martín. “Hombres por la igualdad me sonaba a chino, la verdad”, explica frente a la fachada de la casa. Pero se fio de Durán por la amistad que les une desde hace décadas. Y echaron a rodar hace ya nueve años. Hasta hoy.
Con episodios en medio que ahora creen que no se repitirían. Como aquella mañana que celebraron en el instituto de Aracena unas jornadas de puertas abiertas para contar qué hacen. “Éramos solo los del grupo y a media mañana se presentó un hombre de una cierta edad. Y se quedó allí”, resume Martín. “Luego supimos que era gay y pensaba que nuestro grupo era para relacionarse a nivel sexual”.
Los primeros grupos de hombres comenzaron en España en la década de los 80 del pasado siglo, explica el antropólogo, escritor y especialista en género y masculinidades Ritxar Bacete. “Tiene que ver con la democracia, grupos de mujeres y los compañeros”. Cuenta Bacete que el punto de inflexión, cuando dejaron de ser grupos para “desprogramar” y pasaron también a ser hombres contra la violencia de género, fue el asesinato de Ana Orantes (1997), quemada por su exmarido frente a la puerta de su casa en Cullar Vega (Granada) tras contar su calvario en televisión.
El reloj marca las 21.00. La reunión casi acaba. Cierra uno que sigue hablando de ternura.
—Yo vivo solo. A veces le digo a mi periquito: ¡qué bonito! y me doy cuenta de que sienta muy bien.
Se ponen en pie, en círculo como una melé de rugby. Se abrazan y se besan. Ponen la mesa y abren los tuppers con comida. Empieza la cena. Ya pueden hablar de fútbol. Pero no lo hacen.
FUENTE: EL PAIS