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febrero 27, 2019

¿Qué hacer? Una pregunta difícil


No podemos confundir violadores con autores de feminicidios. Son perfiles masculinos distintos.

Encontrar respuestas al debate sobre las violencias sexuales, los feminicidios y las espeluznantes cifras de abusos sexuales contra niñas y niños no es nada fácil. En general, nos referimos a una sociedad enferma, a un Estado indolente, a una justicia poco eficaz y desbordada o, incluso, a las consecuencias de 50 años de un conflicto armado que rompió el tejido social y familiar. Y, sí, probablemente todas estas explicaciones son válidas, aun cuando no nos permiten avanzar fácilmente en soluciones y respuestas concretas. Y cuando cada 20 minutos una niña es violada, y cada día una mujer es víctima de feminicidio, no podemos quedarnos con explicaciones y soluciones a medias.

Quizás falta una pregunta que, personalmente, siempre me ha inquietado y se podría formular así: ¿quiénes son estos hombres? ¿Cómo han sido su infancia, su familia, su padre, su escolaridad; en qué circunstancias se despiertan estos deseos, estos instintos de matar, de violar? O, en otras palabras, ¿qué desencadena de repente esta furia que parecería imposible de contener?

Son muchas preguntas que merecen nuevas miradas, y sobre las cuales aún tenemos pocas respuestas, aun cuando sabemos desde hace tiempo que la violación forma parte de una práctica cultural patriarcal que sirve para reafirmar el control de los hombres sobre los cuerpos tradicionalmente subordinados de las mujeres. Una práctica que se ha encontrado en todas las guerras del mundo como manera de humillar al vencido, a su familia y a su comunidad.

Por supuesto que no podemos confundir los violadores de niñas, de niños, adolescentes y mujeres con los autores de feminicidios. Son dos perfiles masculinos distintos. Los autores de feminicidios saben por qué matan: matan por una clara razón de género. Matan porque no logran aceptar o asimilar que las mujeres han cambiado, que las mujeres han aprendido la autonomía, han abierto la puerta de sus casas, han salido a la plaza pública y, peor aún, están construyendo una complicidad entre ellas que hoy día las lleva a una cierta idea de felicidad. Para los hombres, los aportes del feminismo encarnan una ruptura que se hizo relativamente rápido y los atrapó en su rutina de mandos, celos y de amos de este mundo y, por ende, de amos de las mujeres de este mundo.

Me parece más difícil, en cambio, encontrar algún indicio de explicaciones relativas a los violadores. Aun cuando siguen existiendo muy seguramente algunos parecidos con los autores de feminicidios. Porque además muchas violaciones terminan en asesinatos. Pero me inquietan sobremanera los violadores de niñas, de niños.

¿Qué buscan en ese aún frágil cuerpo que someten a sus más violentos y desenfrenados instintos? ¿Qué significa para ellos penetrar con afán esta carne tierna que no resiste, sin una caricia, sin una sola palabra y que muchas veces los lleva a matar para borrar simbólicamente el hecho?

Y, de nuevo, vale la pregunta: ¿quiénes son estos violadores y qué hemos hecho para que esto suceda, qué falto en sus vidas, qué es lo que no entendimos o hicimos para que esto ocurra? En espera de urgentes estudios para comprender esta enfermedad sociocultural, lo único que nos queda por ahora es parafrasear a Georges Moustaki cuando, sobre este mismo tema, nos recuerda en una canción que hace tiempo nuestro barco hace agua por todas partes y que “(…) Víctimas o criminales, todos estamos concernidos. / Y si hay un culpable, estamos todos condenados”.

* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

FUENTE: EL TIEMPO


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