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febrero 1, 2019

Feminicidio: flagelo que se ensaña contra las niñas latinoamericanas


Siete diarios del GDA se dieron a la tarea indagar sobre estos crímenes en sus países.

Ser niña en Latinoamérica es tener miedos absurdos: a que un hombre te aborde en la calle principal de una ciudad o en un trayecto rural, a quedarte sola en la casa con un familiar masculino, a ir a una cita médica y que el doctor sea varón, a gustarle al profesor de primaria o al vigilante del colegio, a tener ojos muy lindos, un cabello muy llamativo, una forma de caminar cadenciosa. Pero esos miedos no son infundados.

En los últimos seis años, 614 niñas y adolescentes de siete países de la región fueron asesinadas por nacer mujeres. Sin embargo, esta cifra no refleja la verdad del flagelo porque los asesinatos de niñas no siempre son investigados, y cuando lo son, no necesariamente los tipifican como delitos de género.

Sofía Cobo Téllez, investigadora del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), en México, explica que, aunque existen los tipos penales, “no se habla de feminicidio infantil, se habla de homicidio de niñas”.

Pues bien, solo en tres países de la región (México, Colombia y Costa Rica), entre 2013 y 2017, se tiene registro de 2.113 homicidios de niñas y adolescentes. De ellos, solo 172 se están investigando como feminicidios, esto equivale al 8 por ciento.
Estos datos fueron recopilados por periodistas de siete medios de la región adscritos al Grupo de Diarios de América (GDA) y que accedieron a buscar información en diversas fuentes para intentar mapear una violencia que crece.

Lo que se puede decir es que la mayoría de los cuerpos fueron hallados dentro de su propia casa, pero también hubo levantamientos en casi todos los sitios que frecuentaban las niñas: escuela, parque, centro de salud, calle, tienda y transporte público.

La mayoría de los casos no tienen sentencia, y los presuntos responsables son padres, padrastros, tíos, novios, exnovios, hermanos, primos, vecinos, amigos, conocidos, desconocidos. Cualquiera.

De los siete países analizados, El Salvador es el caso más sorprendente. Con una extensión de apenas 21.000 km² y algo más de 6 millones de personas, este país aportó las cifras más altas de feminicidios de niñas. De 2013 a 2018 hubo 157 niñas y adolescentes asesinadas por ser mujeres. Pero solo 33 personas han sido detenidas por feminicidio y feminicidio agravado.

En Argentina, un promedio de 28 mujeres menores de edad son asesinadas cada año, lo que equivale a dos o más feminicidios por mes, y en la mitad de los casos los presuntos responsables son familiares o conocidos.

Casos aterradores

Y si el volumen aterra, el caso a caso es descorazonador.

Emanuelly Agatha da Silva, de 5 años, fue asesinada por sus dos padres en marzo de 2018, en Brasil. En el mismo año, Orlando Francisco Quirós Torres fue condenado a 35 años de cárcel en Costa Rica, tras golpear hasta la muerte a su bebé de cuatro meses y once días de nacida el 14 de enero de 2017. A María Laura Cabrera, una niña de 14 años de la provincia de Santa Fe (Argentina), la asesinó su novio, quien es inimputable porque también era menor de edad.

El escrutinio de las cifras dibuja violencias que van más allá de la muerte y tienen que ver con el contexto de desigualdad económica, inequidad social y desprotección de los derechos de los niños, aunados al machismo. Un ejemplo: duele comprobar que en esta parte del mundo también hay niñas casadas y saber que una de ellas fue asfixiada por su esposo, hace solo dos meses y veinte días, en su casa en el estado de Minas Gerais (Brasil).

En México, de 43 casos de feminicidios de niñas y adolescentes entre 2013 y mediados de 2018, aportados uno a uno por las fiscalías de 28 estados, solo ocho han resultado en una condena. Pero tres estados, donde se concentran los otros 46 casos, no entregaron información de los procesos.

En Brasil, la cifra oficial es de 66 feminicidios. En ese país, solo nueve de las 27 unidades federativas entregaron la información solicitada. Otras seis dijeron que no podían saber la edad de la víctima, una más respondió que los casos estaban bajo secreto judicial, y otra argumentó que no había feminicidios de niñas. El resto ni siquiera respondió.

El panorama para Colombia no es alentador. En tres años, de 2015 a 2017, 356 niñas fueron asesinadas, según el Instituto de Medicina Legal. En el mismo periodo, la Fiscalía abrió 64 procesos por feminicidio contra menores de edad, un delito tipificado en el artículo 104A del Código Penal. Esto significa que solo el 18 por ciento de los asesinatos de niñas fueron o están siendo judicializados como delitos de género. De ellos, el 64 por ciento no ha llegado a la ejecución de penas (41 procesos), y siete indiciados están en averiguación.

Además, los datos confirman que en el país la impunidad se extiende más allá de la misoginia mortal contra menores de edad, hasta cubrir todas las violencias de género. La Fiscalía ha abierto 67.207 casos por violencias sexuales contra niñas y adolescentes entre 2013 y 2017, de los cuales el 82 por ciento continúan en etapa de indagación y el 5,4 por ciento está en ejecución de penas.

Entre esos delitos hay desde actos sexuales hasta matrimonio servil y esclavitud sexual, pasando por violación, demanda de explotación sexual comercial, inducción a la pornografía e, incluso, facilitación de medios de comunicación para ofrecer servicios sexuales con niñas.

Este es el panorama que justifica los miedos de las niñas latinoamericanas. Protegerlas es una urgencia en la región.

El asesinato de Fátima horrorizó a todo México

La última vez que Lorena escuchó la voz de su hija de 12 años fue el 5 de febrero de 2015 en la mañana, cuando la niña le dijo que tenía que ir a la escuela o se le haría tarde. Ocho horas después, la niña ya no volvió.

Fátima vivía con su madre en una comunidad de 300 habitantes donde todos se conocen, en la parte alta de Naucalpan-Toluca (México).

El día de la tragedia parecía normal, pero a las 2:15 de la tarde, cuando la menor regresaba de la escuela, nadie pudo ir por ella a la parada del autobús. Solo tenía que caminar un tramo enmarcado por casas que conocía desde pequeña. Le faltaron 12 metros para estar a salvo.

A las 3:40 de la tarde, Fátima no había llegado a su casa, y nadie entendió la desesperación de Lorena cuando salió a buscarla.

Cuando la angustiada madre llegó al primer punto del camino, se detuvo para observar una pequeña casa. Allí tenían que haberla visto. Pero no. Fue entonces a buscar a una compañera de Fátima.

Y cuando la niña le dijo que esa pequeña casa al inicio del camino fue el punto en el que se separaron, su corazón comenzó a acelerarse cada vez más y a presentir lo peor.

La amiga de Fátima y su madre se devolvieron hasta la casa y enfrentaron a los dos hermanos que vivían allí. La compañerita de Fátima aseguró que los dos hermanos y otro hombre vieron a la niña y que, incluso, la chiflaron. Ya no era solo un presentimiento.

Lorena sabía que alguien había lastimado a su hija. Pero los hombres lo negaron todo y luego dos de ellos huyeron.

Entonces, Lorena entró a aquella casa con la esperanza de que tuvieran retenida allí a Fátima. Recorrió cada habitación, y nada. Llegó a la parte de atrás, donde encontró una imagen que le decía todo. La ropa de los tres hombres estaban entre un charco de lodo y sangre.

La voz comenzó a correr: “Se robaron a Fátima”. Las campanas de la iglesia repicaron. Todos los vecinos salieron a buscarla. En los matorrales, en un río cercano, en las alcantarillas.

A las 5:30 de la tarde hallaron rastros de sangre en una zanja. Era un hueco que habían cavado y medía cerca de 1,20 metros de profundidad. Lorena alcanzó a ver la mano y un tenis de una niña. Sus temores se confirmaron. Las fuerzas se le terminaron.

Sus otros hijos y su esposo llegaron al sitio para ser testigos de lo que le habían hecho a Fátima. “A mi hija, estos cobardes, misóginos, la destrozaron”, clama Lorena con dolor y rabia en la voz.

Mientras tanto, los vecinos alcanzaron a los tres hombres y los golpearon. Los querían linchar, pero Lorena intercedió y pidió que los entregaran a las autoridades.

El cuerpo de la niña presentaba múltiples heridas, fracturas y contusiones causadas por golpes que le propinaron, incluso con pesadas rocas. Además, la necropsia reveló que había sido víctima de violación. En palabras de su madre, “la trataron como basura”.

Casi cuatro años después de este horrible asesinato que conmocionó a los mexicanos, uno de los feminicidas está condenado; otro, en proceso, y el menor de edad se espera que salga libre en el 2020.

Pero la familia de la pequeña Fátima quedó rota, destruida. Todos tuvieron que huir de la pequeña y apacible comunidad donde vivían.

“Nos han baleado la casa y nos amenazan de muerte dentro de las salas de audiencia”, cuenta Lorena. Aun así, la familia no renuncia a buscar justicia.

FUENTE: EL TIEMPO


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