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noviembre 19, 2018

Las hijas de nadie


La Oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas explica lo perjudicial que son los estereotipos de género para los derechos humanos al expresar: “un estereotipo de género es una opinión o un prejuicio generalizado acerca de atributos o características que hombres y mujeres poseen o deberían poseer o de las funciones sociales que ambos desempeñan o deberían desempeñar. Un estereotipo de género es nocivo cuando limita la capacidad de hombres y mujeres para desarrollar sus facultades personales, realizar una carrera profesional y tomar decisiones acerca de sus vidas y sus proyectos vitales”.

¿Qué piensa usted? ¿Estamos de acuerdo con esta definición? Podrá ser perfectible, pero me atrevo a asegurar que hoy en día todas tenemos conocimiento sobre el daño que pueden causar los estereotipos de género. Si esta afirmación fuese cierta, entonces ¿por qué en el año 2018 muchos países e instituciones públicas están promoviendo los estereotipos de género utilizando argumentos, tanto de derechos humanos como de justicia social?

Nos dice una adolescente: “¡Soy Jazz! Desde que tengo conocimiento, mi color favorito ha sido el rosado. Entre mis actividades favoritas se encuentran: bailar, cantar, hacer piruetas, dibujar, jugar soccer, nadar, usar maquillaje y pretender que soy una estrella pop. ¡Y me gustan mucho las sirenas! Mis mejores amigas son Samantha y Casey. Siempre nos divertimos juntas. Nos gusta usar tacones y vestidos de princesas. También nos justa hacer maromas y subirnos a trampolines. Pero yo no soy como Samantha y Casey. Porque tengo un cerebro de niña en el cuerpo de niño”.

¿Qué quiere decir esa última oración? ¿Qué quiere decir que existen cerebros de niñas y cerebros de niños?
Carismática y energética, Jazz ha sido convertida en una estrella de televisión en los Estados Unidos. Tiene su propio reality show en el canal TLC, es modelo y frecuentemente aparece en la portada de revistas para adolescentes. Esta cita es parte de su libro infantil titulado Soy Jazz en el cual explica: “En mi niñez, casi nunca jugaba con carritos ni herramientas ni superhéroes. Solo princesas y disfraces de sirena. Mis hermanos me decían eso eran cosas de niñas. Mi hermana dice que yo siempre me la pasaba hablando sobre mis pensamientos de niñas y sobre mis sueños de niñas y de cómo algún día yo sería una mujer muuuuuuuuy hermosa”.

¿Con qué sueñan las niñas? ¿Cuáles pensamientos son los de niñas?
Al momento de la publicación del libro, Jazz era menor de edad e incluso ahora, Jazz es una persona muy joven (tiene 18 años), así que el enfoque de este análisis no es Jazz, sino el discurso que personas adultas han construido alrededor de personas menores de edad, como Jazz, que expresan disforia de género.

Vengan mujeres, que este tema no se va a resolver hasta que lo resolvamos, y ya de por sí, hemos perdido demasiado tiempo esquivando el asunto.
¿Qué es la disforia de género? Disforia de género es una condición que provoca angustia en algunas personas que sienten que la expresión de género que quieren presentar y su sexo biológico se encuentran en discordancia. Es un sentimiento agudo de que se ha nacido “en el cuerpo equivocado”. Como argumenta el artista y activista británico Jonathan Best, hace apenas una década, entendíamos la disforia de género como una condición legitima que afecta primordialmente (pero no exclusivamente), a personas que se identifican como trans. Pero desde ese entonces las políticas de género han experimentado una transformación severa, ya que, tal y como analiza Best, “actualmente están siendo dominadas por personas que consideran la disforia de género como un término arcaico y medio vergonzoso. En vez de hablar de disforia de género, se ha creado un nuevo término: identidad de género”.

Sustituir un término por otro representa un problema y no semántico. El porcentaje de la población mundial que sufre disforia de género es probablemente muy minúsculo, aunque tangible (porque se puede diagnosticar), pero la identidad de género, supuestamente, habita en el interior de cada ser humano vivo (¿en nuestro cerebro? ¿en nuestra alma?): el rango poblacional pasa a ser 7.7 billones de personas.

Bajo esta nueva estructuración, se entiende que la identidad de género triunfa, tanto por encima del sexo biológico, como por encima de la construcción social del género, y es considerado “el único determinante de que una persona sea mujer u hombre: entendiéndose que lo único necesario para ser mujer u hombre, en todo contexto y circunstancia, e inmediatamente, es un sentimiento. No es necesario tener un diagnóstico de disforia de género, ni mucho menos un proceso de transición”, explica Best.

Desarrollar políticas públicas en base a sentimientos intangibles, especialmente cuando estos entran en conflicto con políticas públicas construidas en base a realidades materiales (sexo, edad, estatus económico…) representa una encrucijada más o menos grave. Pero esto lo vamos a ignorar, porque en este artículo lo que más me interesa saber es: ¿dónde quedan las personas con disforia de género en este nuevo escenario?
A pesar de que la mayor parte de la atención mediática respecto a este tema la reciben personas que, como Jazz, nacieron varones, llegó el momento de que analicemos lo que confirman las estadísticas: que la praxis de las políticas de identidad de género la representan, en su gran mayoría, niñas y adolescentes que sufren disforia de género.

En algunos países, como Inglaterra, se ha visto un incremento exponencial, donde el 70% de menores de edad que presenta “problemas de género” son niñas y adolescentes, quienes son referidas a centros médicos para “recibir tratamiento”. Si en el 2009 habían 40 niñas y adolescentes siendo tratadas en “clínicas de género”, en el 2017 esa figura ha escalado a 1,806 hembras menores de edad : un incremento de un 4,000% en menos de una década. La Oficina de Igualdades del gobierno británico expresó sobre el asunto: “Tenemos evidencia de que esta tendencia se esta presentando en otros países también. Todavía no sabemos por qué está ocurriendo ni el impacto a largo plazo”.
La inmensa mayoría de personas trans adultas no reciben ningún tipo de tratamiento hormonal ni quirúrgico. Entonces, ¿por qué la insistencia, con celeridad y agresividad, de que debemos encaminar niñas, niños y adolescentes hacia una trayectoria medica irreversible? ¿Por qué de repente hay tantas niñas y adolescentes llenando las salas de espera de “clínicas de género”?
La doctora e investigadora estadounidense Lisa Littman, académica de la Universidad de Brown en Estados Unidos, también se ha interesado por el tema y a finales de agosto publicó un estudio científico sobre la disforia de género en niñas y adolescentes.
Usualmente, la disforia de género precede la autoidentificación en cualquier categoría de género distinta a la asignada al nacer y empieza temprano. Es decir, el sentimiento de angustia e incomodidad con el sexo biológico se presenta durante un largo tiempo, antes de que la persona anuncie “soy trans” o “soy no binarie”. Pero lo que Littman encontró en su investigación es que, contrario a como se ha observado anteriormente en la disforia de género, las niñas y adolescentes que fueron parte de su estudio están experimentando una disforia de género acelerada (Rapid Onset Gender Dysphoria), la cual parece responder a los patrones de un contagio social y que presentan una comorbilidad con otros temas delicados como la depresión, la ansiedad, el espectro autista, la violencia sexual, el abuso de sustancias y la orientación sexual lésbica. Recordemos que en los diagnósticos del espectro autista, las niñas y adolescentes suelen ser infrarrepresentadas, precisamente por el papel que juegan los estereotipos de género entre el personal médico.
La mitad de la población adolescente del estudio de Littman había sufrido un evento traumático recientemente, como la muerte de un pariente o abuso sexual. La mayoría de esas adolescentes había declarado su orientación sexual como lesbianas, previo a declararse trans. Su autoidentificación como varones ocurre luego de que las adolescentes pasaran mucho tiempo en foros en línea (como Tumblr o Reddit) para adolescentes trans, y esa autoidentificación se manifestó muchas veces entre grupitos de amigas que se declaraban varones al mismo tiempo.
Decir que algunos activistas promotores de políticas de identidad de género quisieron crucificar a Littman cuando publicó su estudio, es menospreciar el asunto.
¿Por qué? Porque el concepto de la disforia de género acelerada, sugiere que el género puede ser influenciado por nuestro mundo circundante, y por lo tanto… construido socialmente. Obviamente, no podemos permitir que se exponga ninguna falla en el marco que sustenta una teoría avasallante, ¿verdad?

Un número significativo de activistas hizo con Littman lo que hacen con cualquier mujer que saque la cabeza en este tema: una campaña de difamación contra ella y una avalancha de presión a su empleador, en su caso la Universidad de Brown, para que reniegue tanto de ella, como de su estudio. Littman no ha sido la primera en cuestionar la manera en que niñas y adolescentes presentan disforia de género de manera acelerada. El problema es que ella fue la primera que pudo demostrarlo dentro de una academia y lo normal es que ese tipo de investigaciones se veten.

Sus conclusiones tampoco fueron una anomalía. El endocrinólogo Michael Laidlaw explica: “Un estudio sobre los servicios de identidad de género en Finlandia informa que “el 75% de adolescentes han recibido o están recibiendo actualmente tratamiento psiquiátrico por razones aparte de la disforia de género”. El mismo estudio demostró que el 26% se encontraba dentro del espectro autista y que un porcentaje desproporcionado de niñas y adolescentes (87%) estaban siendo referidas a las clínicas, en comparación con los porcentajes anteriores. Esto confirma los resultados del estudio reciente de Lisa Littman que mostro que un porcentaje similar (62.5%) de adolescentes afectadas tenía “una condición psiquiátrica o discapacidad del desarrollo neurológico anterior a ser diagnosticadas con disforia de género”. Ella también reporta un numero desproporcionadamente alto de hembras afectadas (83%) en comparación con varones”. En Inglaterra, la “clínica de género” Tavistock and Portman reporta que un 35% de niñas y adolescentes diagnosticadas con disforia de género se encuentran en el espectro autista. Le invito a leer este párrafo de nuevo y a analizarlo con detenimiento.
La respuesta de los ejecutivos de la prestigiosísima Universidad de Brown ante la campaña de difamación contra su propia investigadora fue una demostración internacional de cobardía al retirar la noticia sobre el estudio de Littman de su página web y básicamente pedir disculpas porque los resultados no le gustaron a un colectivo en particular, quienes podrían interpretar que el estudio “invalidaba sus perspectivas”, según expresó el comunicado de la academia. Ese mea culpa de la universidad, tan vergonzoso, ante la presión de los activistas, hizo que les saliera el tiro por la culata: el estudio se esparció como la pólvora, alcanzando audiencias que quizás nunca se hubiesen interesado en el tema.

Yo no fui la única en darme cuenta de que muchos de los activistas que presionaron a la Universidad de Brown eran personas que nacieron varones. Esto debe llamarnos a reflexionar. Como explica la periodista británica Janice Turner: “el movimiento trans esta liderado en su mayoría por mujeres trans, quienes nunca han pasado por la vorágine que es la pubertad femenina, con todas sus certezas intensas, pero pasajeras. Muchas hacen la transición luego de tener hijos e hijas. ¿Qué les importa la fertilidad de niñas y adolescentes con problemas?”
Activistas promotores de las políticas de identidad de género incentivan a que personas jóvenes interpreten cualquier incomodidad que sientan con su cuerpo como un signo de que son trans. O como mínimo, no binarias. Cualquiera de las dos (o 71) identidades puede encaminar niñas y adolescentes vulnerables en una ruta que empieza con los bloqueadores de la pubertad y termina con su esterilización irreversible. Es decir, una solución médica, quirúrgica y permanente para una situación o social o psicológica.

Los bloqueadores de la pubertad no son “un botón de pausa”, como alegan algunos doctores, porque una vez se inicia ese proceso, en un 100% de casos de niños y niñas estudiados, este tratamiento se convierte en el preludio de las hormonas del sexo opuesto (testosterona para niñas/estrógeno para niños). Sin bloqueadores de la pubertad, un 85-90% de casos estudiados de menores de edad que se identifican como trans, desisten antes de los 18 años y encuentran conformidad dentro de su sexo (en su mayoría como mujeres lesbianas u hombres gays), mientras que el porcentaje restante continúa su proceso de transición. Pero si se añaden los bloqueadores de la pubertad a esta ecuación, tenemos un 100% de niñas, niños y adolescentes convencidas/os de que su cuerpo y su mente se encuentran en incongruencia permanente. Es decir, pocas veces hay marcha atrás porque una vez esa adolescente tiene barba y una vagina simultáneamente, la confusión y la angustia respecto a la disonancia entre su sexo y su género no solo continua, sino que se intensifica. ¿Qué usted cree que esta pasando ahí?

Mientras más aprendemos sobre este tema, más evidencia tenemos de que aquí hay algo que no cuadra bien. Si el género es tan fluido y esto es un tema de libertad, ¿por qué la insistencia y la presión política para medicalizar niñas, niños y adolescentes que, en su mayoría, se arrepentirán de haberse medicalizado? ¿Por qué la rigidez desalmada de manipular emocionalmente a padres desesperados y madres desesperadas , convenciéndoles de que es preferible tener “un hijo vivo en vez de una hija muerta” (en alusión a que la niña cometería suicidio), si no apoyan tratamientos médicos experimentales, con efectos secundarios no definidos?
En estos momentos, Suecia se encuentra en las fases preliminares de un proyecto de ley que permitiría a personas menores de edad (15 a 18 años) recibir cirugía genital y tratamiento hormonal, sin necesidad de consentimiento de la madre o el padre. En algunos países, usted puede perder la custodia de su hijo o de su hija si se niega a entregarle esa persona menor de edad, quien se encuentra bajo su cargo, a compañías farmacéuticas para que experimenten con su salud (usted incurre en “abuso” y “negligencia”). Si las feministas estamos equivocadas y esta es la nueva frontera de los derechos humanos, entonces tendremos que reconceptualizar muchas cosas.
¿Si la adolescente demirogenero (me lo acabo de inventar) debería tener derecho absoluto sobre su autonomía, porque no lo tendría la adolescente bulímica? Tanto una como la otra, consideran que el bisturí representa el único obstáculo entre su salud mental y su felicidad. Lo único que separa el cuerpo de ambas de ese instrumento es un conjunto de decisiones de personas adultas que, en un caso han decidido que el tema debe tratarse con mucho cuidado y siempre bajo supervisión adulta, mientras que, en el otro caso, la sociedad está siendo adoctrinada para justificar que mientras menos obstáculos separen menores de edad y quirófanos, mejor.
Entre ambos casos, la opción más saludable seria apoyar la cirugía de la adolescente con el problema alimenticio, porque si ella se hiciese una liposucción, sabemos casi con certeza, que engordará otra vez. La adolescente con disforia de género, al contrario, se enfrenta a la eventualidad de una histerectomía para prevenir el riesgo de desarrollar cáncer del útero (su anatomía no está preparada para aguantar tanta testosterona), un prolapso vaginal, un incremento exponencial del riesgo de desarrollar problemas del tracto urinario, enfermedades cardiovasculares (como los coágulos de sangre y apoplejía), una disminución drástica de la mineralización de sus huesos y osteoporosis temprana. Así como hoy vemos un incremento de adolescentes siendo referidas a “clínicas de género”, en 10 años veremos un incremento de jóvenes que presentan osteoporosis a los 25 y necesitan remplazo de la cadera a los 26.
La gente dirá que todo esto es muy extraño y se preguntará qué es lo que está pasando. Y yo voy a recordarme de mujeres como Lisa Littman.

Los bloqueadores de la pubertad impiden la fertilidad porque las gónadas nunca llegan a madurarse. Si su cuerpo (si, el suyo) no hubiese atravesado la pubertad, sus gametos permanecerían inmaduros. Gametos inmaduros que nunca llegaron a desarrollarse no puede fertilizar ni ser fertilizados. Aparte de que, desconocemos todavía el impacto que tiene consumir hormonas del sexo opuesto (post-bloqueadores), en cantidades industriales y durante años, en el sistema reproductivo humano.

Tenemos que hablar sobre sexo. La sexualidad humana no funciona independientemente de nuestros órganos reproductivos. Los bloqueadores de la pubertad podrían causar un daño irreversible al funcionamiento y desempeño sexual, ya que los órganos sexuales no llegan a desarrollarse, y en demasiados casos, nunca se desarrollarán, porque ese cuerpo continuará atrapado en la etapa del desarrollo humano (entre 9 y 11 años) en la que se inició el tratamiento. El pene, los testículos y el escroto de un varón no han tenido la oportunidad de alargarse y crecer. El clítoris y los pezones de las hembras tampoco. Experimentar con niñas y niños en este tema nos esta presentando el prospecto de miles de personas cuya adultez estará marcada por una disfunción sexual irreversible y por la imposibilidad de disfrutar de un orgasmo, si así lo quisieran. ¿Cómo usted se sentiría si la posibilidad de experimentar un orgasmo le fuese arrebatada fulminantemente y de por vida?

Y como en este tema la población demográfica que está llenando las “clínicas de género” son niñas y adolescentes, tenemos que aplicar una perspectiva feminista y preguntarnos: ¿qué quiere decir que niñas y adolescentes que rechazan las imposiciones de la feminidad están siendo convertidas en receptoras de sexualidades ajenas sin potencial para el disfrute sexual propio?
Los bloqueadores de la pubertad no son nuevos. Se vienen usando desde hace muchos años para tratar la pubertad que empieza en un período considerado “demasiado temprano”, por ejemplo, niñas que se desarrollan a los ocho o nueve años. Incluso en ellas, los efectos secundarios han sido desastrosos. Aparte de que, todavía no sabemos los efectos secundarios que tienen ni estos ni las hormonas del sexo opuesto en el desarrollo cerebral y cognitivo de niñas y niños durante una fase delicada para su desarrollo neurológico.
Todo esto es muy caro. En Estados Unidos, resulta casi imposible poder costear el tratamiento sin seguro médico. Los mismos doctores que trabajan en “clínicas de género”, como el Dr. Rob Garafalo, director del Programa de Desarrollo de Sexo y Género del Hospital Infantil Lurie, en Chicago, explican que los bloqueadores de la pubertad cuestan alrededor de $1,200 dólares al mes (inyectados) y pueden costar de $4,500 a $18,000 dólares al mes (implantados). El estrógeno te sale de entre $4 y $30 dólares, al mes. Mientras que la testosterona varia entre $20 y $200 dólares.

Explica un analista e investigador estadounidense que tuvo que escribir sobre este tema bajo el anonimato:
“Utilizando estos costos, y tomando como ejemplo una persona de diez años, el costo total de la transición de alguien que empieza con bloqueadores de la pubertad con 10 años hasta que tenga 16, sería de $86,400 dólares. Actualmente una clínica de género, como Lurie, cuenta con 725 niños, niñas y adolescentes, quienes reciben tratamiento por disforia de género, y esto nos revela una suma de $62 millones de dólares, sólo prescribiendo Lupron (bloqueador de la pubertad) a cada uno de esos 725 menores de edad. La transición es un negocio bastante caro”.

En tiempo real, estamos atestiguando cómo se crea un negocio bastante lucrativo medicalizando menores de edad perfectamente saludables, para convertirles en pacientes/clientes de por vida. Esta es una visión del género diseñada para el sistema capitalista. ¿Por qué acabar con la opresión, si podemos mercantilizarla?
Los tratamientos médicos y hormonales no deberían ser la ser única opción para niñas, niños y adolescentes que presentan disforia de género. Al contrario, debería quizás ser la última opción. La doctora Sasha Ayad es una de tantas psicólogas y profesionales, que están recomendando precaución y prudencia a la hora de tratar niñas y adolescentes vulnerables, en un clima hostil, que insiste en medicalizarlas lo más pronto posible. Hasta la fecha, la mayoría de doctores y doctoras han utilizado, como ella, “el modelo watchful waiting” (espera vigilante), en la que no se suprime ni se regaña a la persona menor de edad mientras esta explora su expresión de género, su incomodidad con su sexo y se trabaja en aquellos factores de comorbilidad que mencionábamos al inicio de este artículo. Cuando la persona llega a la adultez, es libre de decidir optar por tratamientos hormonales, cirugías o simplemente vivir con la expresión de género que considere adecuada para si misma.

Pero la presiones, antidemocráticas y autoritarias, para seguir “el modelo afirmativo” de género se intensifican. Este es un modelo que insta a que toda persona adulta con un deber de cuidado hacia un o una menor (maestro, doctora, entrenadores…), debe estar atenta a cualquier indicio de que la persona menor de edad demuestre “inconformidad con su género” y afirmarla en el sexo contrario. Esto es un poco extraño, porque demostrar “inconformidad con su género” es el pan nuestro de la niñez, ya que esa experimentación es lo natural hasta que el proceso de socialización es internalizado. Pero hace pocas semanas, la reconocida Academia Americana de Pediatría adoptó una política que promueve el modelo afirmativo, y denostó contra el modelo que aboga por prudencia en este tema.
Afirma Ayad:
“Yo entiendo las presiones que sienten las y los terapeutas por parte de sus instituciones para que hagan lo políticamente favorable. Muchas y muchos tienen familias de las que son responsables y tienen una presión financiera para “no meterse en problemas”. Pero, todas y todos hemos jurado que mantendríamos estándares éticos altos y continuar promoviendo el modelo afirmativo, socava nuestros deberes morales y profesionales. Yo me pregunto, ¿de qué sirve tener una carrera ayudando a las y los demás si tengo que decir mentiras todos los días sobre el daño que se les está causando? Y, ¿cuál será el impacto colectivo y acumulativo de mentir y guardar silencio sobre este asunto, a largo plazo?”

Tenemos que hablar sobre algo que también se solidifica mediante el modelo afirmativo: la heteronormatividad. Bajo este modelo, una niña que rechaza estereotipos de feminidad es transformada en un varón que se adhiere a los estereotipos de la masculinidad. La Alianza de Derechos Lésbicos es una organización que ha alzado la voz para mostrar su preocupación por la invisibilizacion del lesbianismo en medio esta emocionante revolución de género. En un comunicado, la Alianza expresó:
“Hasta hace pocos años, a las niñas se les permitía ser ‘marimachos’: tener pelo corto, usar pantalones, jugar con juegos y actividades que han sido considerados del dominio de los varones, sin tener que escuchar que deberían cambiar su sexo. Muchas de estas jóvenes se definen como lesbianas cuando llegan a la adolescencia. Esto ya no es permitido. Los entrenamientos escolares que grupos transgénero ofrecen en las escuelas, le están enseñando al profesorado que estas niñas y adolescentes están experimentando una ‘confusión de género’ y deben ser guiadas y apoyadas para que se autodefinan como varones.
Adolescentes lesbianas que no se adhieren a los estereotipos de feminidad (las llamadas ‘marimacho’), están sufriendo bullying, siendo estigmatizadas, aisladas y presionadas a que transicionen socialmente, ya que ser un varón trans es ahora considerado como una identidad más positiva y más moderna. Pueden ser incentivadas en sus escuelas, y por sus pares, a que utilicen vendajes en los senos, los cuales acarrean problemas para respirar, entre otras complicaciones médicas. También están siendo incentivadas a que transicionen medicamente, sin consultar con sus padres y madres”.

Una adolescente lesbiana que sufre bullying por su orientación sexual y/o su rechazo a los patrones de la feminidad, está creciendo en un ambiente que le dice que ambos factores son síntomas de que ella es, en realidad, un varón. La adolescente lesbiana se convierte entonces, en el muchacho heterosexual, y en ese proceso, la heteronormatividad es restaurada. Toda amiga lesbiana de más de 45 años con quien he conversado sobre este tema me dice exactamente lo mismo: “Raquel, si todo esto estuviese pasando cuando yo era adolescente, ahora mismo estuviera llena de hormonas, con una histerectomía y una doble mastectomía”.

La revista Rolling Stone, igual que muchos medios de inclinación progresistas, se sorprenden y ven con agrado que partes de los Estados Unidos donde hay gran concentración de sectores conservadores y religiosos, hayan “aceptado” con los brazos abiertos que tantos niños, niñas y adolescentes se declaren como trans.
“En todo el Bible Belt, la niñez transgénero está encontrando aceptación y apoyo en zonas tradicionalmente conservadoras”, narra la escritora Sarah Netter. “Están siendo recibidos con brazos abiertos”. ¿No me diga? ¿Familias que pondrían el grito al cielo si su hijo les informa que es gay, se muestran eufóricas ante la posibilidad de que su hijo gay no es un hijo gay, sino que es una hija heterosexual? Eso no es aceptación. Eso es rechazo hacia todo lo que rompe con la heteronormatividad.
Cabe destacar que es perfectamente coherente que una persona religiosa interprete las cosas de esta manera, porque muchas religiones contemplan y promueven esa idea de “las almas femeninas” (una mujer es una mujer porque tiene una esencia femenina) y “las almas masculinas” (los hombres son hombres porque tienen una esencia masculina). Las incoherentes somos quienes se supone que no creemos en almas estereotipadas, pero ahora estamos abogando a favor de los cerebritos de colores y mientras más rápido admitamos que en este tema hemos metido la pata hasta el fondo, más fácil resultará salir de este lío.

Muchas de las niñas y adolescentes que terminan en “clínicas de género” son personas que han demostrado un potencial enorme. “Siento que nuestras niñas más brillantes, creativas y únicas están siendo cooptadas en medio de esta vorágine de confusión”, lamenta Ayad. Es una tragedia que están siendo encaminadas hacia una ruta que no aliviará los cuadros que subyacen en sus nuevas identidades y que probablemente desarrollarán un conjunto de efectos secundarios, y de por vida, que los agravará.

La salud de las niñas y adolescentes que presentan disforia de género está siendo sacrificadas ante el altar de la diversidad y la inclusividad, por parte de personas adultas que no analizan este tema con cautela, y yo me pregunto, ¿para complacer a quién?
Si analizamos las políticas de identidad de género con detenimiento, nos damos cuenta de que quienes sufren exclusión son mayoritariamente las hembras, quienes están siendo excluidas y exiliadas de sus propios cuerpos. ¿Porque tantas niñas y adolescentes están recibiendo el mensaje de que sus personalidades, en el inmenso mar de posibilidades que las aglomera, no caben dentro de su propio sexo? ¿Por qué tantas niñas y adolescentes quieren escapar de sí mismas?
Honestamente, y aquí entre nos, ¿por qué no querrían hacerlo? ¿Qué pasa en la mente de una niña cuando se aproxima a la adolescencia? En un sistema patriarcal, ella se observará a sí misma siendo vista a través de la mirada masculina. Se dará cuenta de que incluso antes de que cupiera en su uniforme escolar, millones de hombres alrededor del mundo ya la habían convertido a ella, la adolescente en el uniforme, en su fantasía sexual y objeto masturbatorio. Ella entra en la etapa en que se da cuenta, usualmente de manera subconsciente, de que, como ser humano, pasa de sujeto a objeto.

Una guía elaborada para escuelas en Inglaterra recomienda que niñas y adolescentes con disforia de género, quienes estén utilizando vendajes en los senos, deben tener acceso a recesos extras durante las clases de educación física porque estos les restringen la respiración:
“Los vendajes les pueden dar calor, son incomodos y restrictivos, pero son muy importantes para su bienestar psicológico. Puede que algunas clases de educación física sean difíciles, ya que causan dificultad para respirar, problemas en el esqueleto y desmayos”.

Que innumerable cantidad de niñas se hagan daño a sí mismas cuanto les cae encima la adolescencia, como una piedra, es un secreto a voces. Lacerarse, vomitar, comer poco o nada… mientras menos, mejor. Pasar día tras día alimentando un odio potente hacia este nuevo cuerpo con nuevas caderas y nuevos senos, con sangre que sale de un canal que una no sabe muy bien ni cómo funciona y ovarios que demandan su atención, sí o sí, cada vez que les da dismenorrea, es una ocurrencia diaria en demasiados hogares. Fomentar odio hacia ese cuerpo que ya no le pertenece a cada niña, sino al patriarcado y a los hombres que les gritan en la calle es tan normal como respirar. Y los hombres que les gritan en la calle saben perfectamente cuanto ellas odian ese cuerpo, precisamente, porque a ellos les gusta. Y que ellos sepan que tu cuerpo existe para el consumo ajeno hace que tú odies ese cuerpo muchísimo más.

Esa ira no puede salir hacia afuera porque esa adolescente, probablemente, no sabe ni qué es el patriarcado ni cómo funciona: así que sólo puede canalizarse hacia adentro, e internalizarse. Todo eso es viejo. Lo nuevo es que, en vez de agarrar a esas niñas y adolescentes de la mano y acompañarlas, con compasión y paciencia, mientras navegan una etapa que aparenta ser imposible, alrededor del mundo miles de personas adultas están agarrándolas de la mano y llevándolas a la puerta de un cirujano que promete arreglarlas, de una vez por todas.
A través de la historia, la sociedad siempre ha sabido qué hacer con las niñas y adolescentes “que presentan problemas”. Con las que se salen de control y crean líos, porque no siguen los parámetros. O, mejor dicho, las que no saben disimular tan bien como las otras, que no se adhieren a la feminidad. A esas las mandaban a vivir con parientes lejanos, o a conventos. Las internaban en centros psiquiátricos. “Ella ya no está, se la llevaron”, decían las familias sobre aquella problemática que ya no representa un problema.

Este artículo va dedicado a la reencarnación moderna de esas niñas y adolescentes. A esas mismas que hoy nos dicen que somos una basura transfóbica de mierda, y que bueno que somos todas unas malditas viejas caducadas porque vamos a morir pronto, con todo este odio que llevamos dentro… a esas también se las están llevando. Pero tarde o temprano la mayoría de esas niñas y adolescentes van a volver, y traerán consigo una inmensidad de preguntas e inquietudes. Cuando lo hagan, ¿qué les vamos a decir?

FUENTE: EL ESPECTADOR


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