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noviembre 16, 2018

Ida Vitale, la alquimista uruguaya de las letras


Dueña de un estilo poético exigente pero accesible, la escritora Ida Vitale, recompensada este jueves con el premio Cervantes, es el último referente de la legendaria “Generación del 45” de las letras uruguayas.

Trece días después de cumplir los 95 años, Ida Vitale se levantó el jueves a regar sus plantas en su departamento de Montevideo, desde donde se puede ver el río de la Plata. Una llamada telefónica interrumpió el ritual matutino. Del otro lado de la línea alguien le informaba que había ganado el más alto reconocimiento de la lengua española.

“Amanecí con la vida cambiada”, dijo a la AFP esta mujer de pelo blanco y baja estatura, cuya vitalidad hace honor a su nombre. Aún trabaja frente a su computadora rodeada de notas y acude a todo tipo eventos literarios en Uruguay, a donde regresó después de vivir 27 años en Texas, y tras la muerte en 2016 de su segundo esposo Enrique Fierro

Hace unas semanas sorprendió a un pequeño grupo de poetas que la esperaban para una cena a la que había sido invitada. De pronto la vieron aparecer caminando en medio de la noche en las solitarias calles de Ciudad Vieja. “Había llegado sola, en autobús”, narró uno de ellos, maravillado.

En los últimos años los premios le cayeron en cascada. Además del Cervantes, en 2015 recibió el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y en 2018 el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, entre otros.

Considerada por algunos una “esencialista”, Vitale “tiene la capacidad de unir un discurso sencillo o accesible con un discurso cargado, muy poético. No es una poesía difícil, pero tampoco tan sencilla ni sumamente popular como fue la de Mario Benedetti”, explicó el escritor uruguayo Horacio Cavallo, al describir la escritura de esta alquimista de las palabras.

La “generación crítica”

Ida Vitale, nacida en una familia cosmopolita y culta de Montevideo, conoció de niña a Alfonsina Storni, un día que la poeta argentina acudió a una charla a su salón de clases.

Cuando sus padres se separaron, siendo niña, vivió muy cerca de una tía que le leía en la mesa mientras ella comía tanjarinas. A los 12 años se devoró “Guerra y Paz” de León Tolstói, un libro que encontró cuando limpiaba un estante de su casa.

“No te puedo decir lo que era una motivación, leía bastante, más prosa que poesía. Donde el lenguaje brille, basta”, dice ahora la escritora. Su primera publicación “La luz de esta memoria” (1949) fue con la editorial artesanal La Galatea, de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer, una pareja de amigos.

Se reunían los domingos para hacer lo que Ida llama “la experiencia de Gutenberg” porque “hacer una página nos llevaba una tarde entera, incluyendo el té”.

Con Díaz y Berenguer formaron parte de la Generación del 45 o “crítica”, integrada además por escritores uruguayos de la talla de Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Maggi o Mario Benedetti. También fue amiga cercana y colega de otros anteriores, como Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti.

Después de ese primer libro “estuve 10 años sin escribir, sentía que estaba lejos de lo que quería hacer”, relata la autora, sobre el lapso que tardó para publicar “Palabra dada” (1953).

Intelectual sin etiquetas

Vitale, que estudió la carrera de Humanidades, trabajó en diversos medios impresos de su país y México, incluso como editora de secciones culturales, una actividad que la llevó a conocer a Jorge Luis Borges y a Julio Cortázar.

En 1950 se casó con Ángel Rama, considerado uno de los principales ensayistas y crítico latinoamericano, padre de sus hijos Amparo y Claudio, en una época en la que vivía en la efervescencia intelectual de su país.

Algunos años después se separó y contrajo matrimonio con Fierro, 18 años menor que ella y con quien en 1974 partieron al exilio hacia México presionados por la dictadura militar en su país.

Muy rápido, en tierras aztecas se integró al círculo más cercano del premio Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz.  Esta cercanía con Paz le valió la crítica de algunos compatriotas, empezando por Benedetti, que antes de partir a México, en un encuentro en Buenos Aires le advirtió que se distanciara del mexicano.

“A mucha honra yo integraba al grupo de Octavio Paz”, dice Ida que rechaza las etiquetas ideológicas y asegura que no salió para “convencer a nadie”.

Después de su estancia en México volvió un breve periodo a su país para partir nuevamente en 1989, está vez a Austin, a donde Fierro había sido invitado como académico de la Universidad de Texas. Ahí ella se dedicó a escribir y a la traducción, la otra de sus pasiones.

“El Pacto de la Serpiente” del italiano Mario Praz, es la traducción que más ha disfrutado pero confiesa haber “rezongado” mucho cuando le tocó traducir a la francesa Simone de Beauvoir.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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