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octubre 9, 2018

El minuto de silencio y el aplauso ante la desesperación y el vacío: el 25 de noviembre


Estamos en la cuenta atrás para los preparativos del que cada año se asemeja más, a falta de añadirle “fun, fun, fun….”, a  los villancicos navideños del 25 de diciembre, pero adelantados un mes. Anticipándome  en el tiempo no puedo dar una cifra exacta de mujeres asesinadas o víctimas de la violencia, pero si pronosticar como un año más que, una fecha dramática la aprovecha el gobierno, los partidos políticos e instituciones para posar ante las cámaras y mostrar unas condolencias  que únicamente ponen de manifiesto su incapacidad para abordar la violencia que sufrimos las mujeres. Aún así y sin pudor,  aprovechan la ocasión para posar y ser protagonistas de imágenes semejantes a la toma de posesión del cargo.

Por qué un minuto de silencio? Por qué un 25 de noviembre? Echemos un repaso a la historia.

El fin de la Primera Guerra en noviembre de 1919 se celebró en toda Europa con un festín en el que participaron millones de personas celebrando el fin de las hostilidades que habían tenido lugar durante cuatro largos años, y que se había llevado la vida de más de 10 millones de personas. El periodista y soldado australiano, residente en Londres, Edward George Honey en el 11 de noviembre y en un periódico local sugirió la idea de homenajear a las víctimas guardando cinco minutos de silencio.

La idea no tuvo demasiada repercusión hasta que meses más tarde la rescató el sudafricano James Percy Patrick quien,  en una carta dirigida al entonces rey Jorge V, la volvió a proponer, despertando en el monarca gran entusiasmo y elevándola al resto de países de la Commonwealth. Aunque reducidos a dos, a las 11 horas del dia 11 del mes 11, los países anglosajones paran sus relojes en unos emotivos y estrictos minutos de silencio.

En esta tradición de guardar silencio se han postulado muchos movimientos sociales y culturales, entre ellos el feminismo. En el Primer encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Bogotá en 1981, se estableció en honor a las hermanas Mirabal que el día de su asesinato (el 25 de noviembre) se conmemorase el Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer.

Patria, Minerva y Maria Teresa Mirabal fueron tres hermanas dominicanas que tras ser violadas y torturadas fueron asesinadas por rebelarse ante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.  Criadas en un hogar acomodado, estudiaron internas en un colegio religioso dónde destacaron por su inteligencia e interés. Cuando Trujillo llegó al poder la familia Mirabal perdió casi toda su fortuna y ellas empezaron su militancia en un grupo de oposición al régimen llamado “Agrupación política 14 de junio”. Dentro del grupo se las conocía como “Las mariposas”. La militancia les supuso la persecución, el encarcelamiento y, al final de una emboscada, la muerte.

En mayo de 1960, teniendo entre 26 y 36 años, Minerva y María Teresa fueron juzgadas por atentar contra la seguridad del estado dominicano y condenadas a tres años de prisión. Tres meses después, y para demostrar su “generosidad”, Trujillo ordenó que fueran liberadas a la par que se las utilizaba para advertir a los y las rebeldes.  No habían pasado ni dos semanas de la salida de prisión y ambas hermanas continuaron siendo perseguidas. Según cuenta en sus escritos Victor Alicinio Peña Rivera, entonces teniente, recibió de Cándido Torres Tejada (capitán del Servicio de Inteligencia Militar) la siguiente orden:

“(…)  que dispongas el traslado a Puerto Plata de los esposos de las Hermanas Mirabal, la justificación del traslado será el descubrimiento de armas clandestinas dirigidas al movimiento que ellos encabezan, la idea es que ellos nos ayuden a determinar si las personas apresadas las pueden identificar como miembros del movimiento, una vez terminado esto les puedes decir que serán regresados a Salcedo de nuevo. Una vez trasladados les prepararás una emboscada en la carretera a las Hermanas Mirabal, deben morir y se simulará un accidente automovilístico, ese es el deseo del jefe.”

Así, el 25 de noviembre, funcionarios de la policía secreta interceptaron el vehículo en que se trasladaba a las hermanas. Tras violarlas las ahorcaron, apalearon y finalmente lanzaron dentro del automóvil por un precipicio simulando un accidente.

Por ello, y desde hace aproximadamente 35 años cada 25 de noviembre tenemos la costumbre de guardar ese minuto de silencio en homenaje a las mujeres víctimas de violencia de género.

El silencio implica reflexión, meditación, condolencias y propósito de enmienda. El silencio es respeto, homenaje, responsabilidad y determinación de soluciones. El silencio es la antesala de la reacción al duelo, del nuevo comienzo, de la recapacitación. Eso es para mí el silencio, y en el más absoluto silencio a consecuencia de la desesperación, el terror y el vacío permanecen las víctimas de violencia machista no solo un minuto, sino la mayor parte de sus vidas.

Como historiadora del arte, feminista   y vorazmente sensibilizada con el terrorismo de género, me conmueve, y espero que a vosotras también compañeras, la obra realizada entre 1799 y 1801 por el  artista suizo establecido en Gran Bretaña,  Johann Heinrich Füssli “El Silencio” que,  en un  en un óleo sobre lienzo en un formato de 63,5 x 51,5 cm., transmitió de forma sublime el sentir femenino de la palabra. La obra, que hoy se expone en Kunsthaus (Zürich),  mejor que cualquier fotografía,  expresa el pozo, el aislamiento, la soledad y el dolor en que se encuentran sumidas cada día más mujeres comprobando que ante las violencias machistas nadie pone soluciones. Adentrando en los sentimientos, éste precursor del romanticismo inserta la imagen de una mujer en un mundo terrorífico y nocturno, oscuro que busca despertar en el espectador la emoción y la subjetividad con raíces en la irracional realidad.

Sin precisar de color ni de formas, Füssli nos propone una única figura rotunda y luminosa que se difumina con el fondo oscuro. Su postura denota la ambigüedad de sentimientos desde el abandono al ensimismamiento, desde su interior hacia el exterior, desde lo fantasmagórico hasta lo real. Su cuerpo grande esconde el rostro en una cabellera que busca en sí misma la respuesta a su existencia.

Es la imagen del abatimiento, la parada al borde del precipicio, la desesperación ante la incomprensión, la reclusión en la profundidad de un mundo que resulta insensible ante la angustia. Aturdida, conmocionada y confundida la mujer de Füssli, derrotada, acepta que ha vivido una mentira, la mentira de su maltratador, la mentira de quienes la animaban a denunciar, la mentira de quienes le prometían soluciones, la mentira de quienes le auspiciaban que el miedo iba a terminar. “El Silencio” del pintor suizo es el de las mujeres  que desconsoladas no creen en la justicia y únicamente les queda sobrevivir en el Hades, en el fracaso y la decepción ante un sistema que las envía al foso, dónde la acompañan la culpabilidad y el autocastigo, dónde respiran inertes.

 Resultado de imagen de El Silencio, Óleo sobre lienzo, Kunsthaus, Zürich.

Henry Füssli; El Silencio, 1799-1801; Óleo sobre lienzo, 63,5 × 51,5 cm . Kunsthaus, Zürich.

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​Ante estos sentimientos de abandono y frustración las Instituciones españolas  “celebran” cada 25 de noviembre  éste día,  de forma más esperpéntica cada año.

Las  mujeres en España vivimos una tortura continua, una escalada de violencia y un círculo del que las mismas instituciones nos impiden salir. En radio y televisión de vez en cuando nos invitan a denunciar y cuando lo hacemos nos encontramos  que nos obligan a vivir con el maltratador, con custodias compartidas impuestas o con la pérdida de la misma que es entregada a los violentos.

A las mujeres que denuncian se les aplica el SAP.

A las mujeres que denuncian públicamente las llaman “putas”.

A las mujeres que denuncian las revictimiza el sistema.

A las mujeres que denuncian, los más generosos, les conceden una orden de alejamiento que,  sin ningún control, es el aposento de su asesinato.

Las mujeres que denuncian sufren el maltrato institucional, son la cara de la pobreza, de la depresión y la ansiedad,  las que pierden la dignidad en las colas de centros benéficos y  asociaciones pidiendo algo que echar a las bocas de  sus hijos e hijas.

Las mujeres que denuncian aumentan su situación de riesgo porque a partir de ese momento no solo su agresor abusa de su vulnerabilidad, lo hacen también los servicios de atención, las periciales psicológicas y las sentencias condenatorias.

Las mujeres que denuncian sufren la estigmatización social acuden a solicitar la RAI, con suerte consiguen trabajos precarios y si ella entran en la brecha salarial. A las mujeres víctimas, en una doble moral que habla de discriminación positiva les regalan algún punto para opositar y en esa doble moral al maltratador lo invisibilizan, protegen incluso ponen a su disposición más mecanismos para extorsionar y maltratar a la mujer. Las mujeres se ven inmersas en una espiral de violencia junto con sus hijos e hijas.

364 días al año de violaciones, de agresiones, de malos tratos físicos y psíquicos, de permisividad ante la trata de mujeres, de tolerancia  hacia el proxeneta, de transigencia al violento, de apoyo a campañas que cosifican a las mujeres, de  pretender dar valor económico a los úteros, de proponer que nuestros cuerpos o nuestros  vientres sean de alquiler.

364 días de desprecios, de ignorar a la que sufre, de pasearla por los tribunales de justicia, de manipular las cifras, de decir que el presunto  asesino parecía un buen padre, un agradable vecino, un hombre bueno.

364 días escuchando que somos histéricas, que no hay recursos, que pidamos cita previa, que el señor o la señora tal están ocupados, que la noticia no tiene cabida en la prensa, que no hay personal para dar cobertura a la noticia.

364 días de acusaciones, de ser “bichos”, “zorras”, de tacharnos por ser “emocionalmente dependientes”, de fustigarnos por ser enfermas, patéticas, locas, de permitir que lo hagan los machistas y de potenciarlo el patriarcado.

Días, noches, semanas, meses de dolor y desesperación que maquillamos con tapaojeras y ocultamos  con la barra de labios y lápiz de rímel. De hacer piruetas para llenar el carro de la compra, de  descolgar  los teléfonos pidiendo ayuda y al otro lado de la línea alguien escuchar “Señora, acuéstese y descanse…”

Y llega el día 365, el 25 de noviembre.  Como por arte de magia la tortilla da la vuelta. Los medios de comunicación salen a la caza de la noticia, a ver cuál de todos consigue la más escabrosa. De la nada salen voces de abusos sexuales, historias del pasado, recordatorios de lo que “no tuvo que haber hecho”, testimonios macabros, recetarios,  entrevistas con profesionales, estadísticas, voces apagadas, mujeres heroicas. Encorsetados y con sus mejores galas, cual falleros y falleras en el día de San José,  todos y todas las que tienen la responsabilidad de buscar soluciones, se ponen sus mejores galas para salir en la foto de la plaza de  su pueblo que “guarda el minuto de silencio”. En las ciudades aparecen encabezando procesiones, en las primeras filas  portando,  como si de una imagen de semana santa se tratara,  la sábana de la vergüenza, la sábana que lleva inscrita una frase, una fecha que caduca al minuto dos y utilizan lo mismo que a las víctimas para lavar sus conciencias. Transcurrido el minuto alzan sus rostros cabizbajos y, sonrientes, piden un aplauso, y empiezan a aplaudir. Me resulta perturbador.

A quien aplauden? A las mujeres muertas? A las que van a morir? A los asesinos vivos? A los y las hijas huérfanas? A los legisladores? A los ejecutores? A la judicatura? Para quién es ese hipócrita aplauso?

Francamente, no lo entiendo. No termino de comprender quien es merecedor de aplausos ni como, habiendo hecho caso omiso a las víctimas,  se atreven a guardar el minuto de silencio.

Esos y esas bienpensantes, bienparlantes e indecentes,  con su silencio empiezan a denotar el vacio de su transcendencia, la realidad de su estúpido existir. Su teatralidad demuestra la falta de sensibilidad, la insolidaridad  más profunda, la cobardía en la multitud, el grosero y público desprecio hacia la realidad que sufrimos las mujeres.

Tras años y años de callar y guardar silencio ha llegado el momento de que las mujeres griten, voceen y  bramen su dolor y lo hagan irrumpiendo entre quienes hipócritamente hacen la pantomima del silencio. También ha llegado el momento de que quienes tienen la responsabilidad de actuar lo hagan, y  todos los días y den soluciones  en vez de guardar silencio.

El machismo está matando a mujeres, a sus hijas y a sus hijos. Déjense de fotos, de teatros, de payasadas, dejen de burlarse de las mujeres, de legislar lo que van a ser incapaces de ejecutar. Olvidense de justificar la violencia, de buscar atenuantes, de culpabilizar a las víctimas, no desempolven sus rancias chaquetas para el acto ni nos intenten convencer de que les importamos. No vivan de nuestra angustia ni de nuestro dolor. No se corrompan también con ello y mucho menos se les ocurra decir o sugerir que vivimos en un estado de igualdad.

Es momento de que las mujeres tomemos conciencia de los que somos y el trato que recibimos por razón de género. Es momento de sororidad, de empoderamiento, de unión, de apartar motivos personales y luchar por la causa común. Es momento de cambiar el silencio por la cacerolada, el mutismo por el alboroto, la sumisión por el desplante. El machismo es el virus más feroz del patriarcado, su mortal y mortífera enfermedad.

El minuto de silencio es centenario, las hermanas Mirabal forman parte de la dramática leyenda, la realidad supera la ficción y el arte expresa la conmoción del alma. Todo transcurre, todo diluye,  todo pasa y nuestras vidas continúan peligrando  en el punto de mira del machismo, en su bajeza, cobardía y misoginia.

Señoras, es nuestro turno.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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