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septiembre 12, 2018

Una experiencia de activismo feminista


En el último año decidí empezar a formarme en Feminismo. Empecé por el curso de Historia de la Teoría Feminista, del Centro de Estudos de Xénero e Feministas de la Universidad de A Coruña, del que salía cada lunes como si me hubiera chutado una sobredosis de empoderamiento. Descubrí a grandes académicas, en especial a Rosa Cobo (escucharla es un regalo), a Cristina Bajo y hasta tuve la oportunidad de asistir a una charla de Rita Segato. Lo repetiría de inicio a fin varias veces.

En primavera participé de varias formaciones online de la Plataforma Ágora online (no es publicidad, nada me une a ellas; pero mi experiencia es que son altamente recomendables y yo agradezco opiniones sobre recursos feministas).

Para una de ellas, “Patriarcado y Neoliberalismo” desarrollé como trabajo final una serie de cuestiones, desde un punto de vista nada científico sino partiendo de que la experiencia personal de cada una de nosotras, aun careciendo de apoyatura teórica y académica (necesaria en cualquier movimiento, aunque no sólo) es fuente de conocimiento y de debate. Laura Favaro me tutorizó en la redacción del trabajo final. Me escuchó y me ayudó con tanto cariño como si nos conociéramos de toda la vida. Tras un feedback “sororo” como un mundo y tremendamente generoso, me animó a publicarlo así que aquí estoy.

Una primera parte del trabajo aborda mi punto de partida, es decir, el conjunto de factores y circunstancias concretas que me atraviesan a mí, mi situación personal – anticipo- privilegiada y rural o semirrural; y mi inmersión en el Feminismo, primero a nivel individual y después a nivel asociativo.

Los dos tercios restantes se refieren a dos de las cuestiones que más me han hecho reflexionar durante el último año: los hombres en el feminismo y la dicotomía punitivis vs. antipunitivismo dentro del feminismo.

Cada tercio se corresponde con una “entrega” de esta reflexión, que no pretende ser más que el relato de una experiencia individual concreta que pueda dar pie a debate, contradicción y construcción.


UNA EXPERIENCIA DE ACTIVISMO FEMINISTA

PARTE I: ASOCIACIONISMO, ACTIVISMO Y FEMINISMO EN EL RURAL: POLAMIÚDA
1. Mi inmersión en el Feminismo: ¿cómo llegué hasta aquí?
Nací en 1.980, en una familia tradicional, estructurada, blanca y acomodada. Físicamente encajo en los cánones de belleza de “lo aceptable”. No tengo ninguna discapacidad. Nadie de mi familia ha sufrido graves injusticias. Nadie de mi familia ha sufrido grandes abusos. Nunca he tenido que pensar en el dinero porque jamás me ha faltado. No me ha faltado nada más que precisamente eso, saber lo que es necesitar, conocer la precariedad, sufrir la marginación.
Además de tener unas profesiones bien remuneradas y de cierto prestigio social que les ha permitido mantener un buen nivel de vida del que yo, sin duda, me he beneficiado; mi madre y mi padre me han dado todo el cariño y todo el amor del mundo. Jamás me han puesto una mano encima, jamás me han castigado y, aunque han condicionado considerablemente muchas de mis decisiones (mucho más de lo que yo espero condicionar las de mi descendencia), en términos generales me han hecho sentir libre, capaz, valiosa y respetada. Me han enseñado a respetar a todas las personas, me han educado en la sensibilidad y consideración hacia el mundo que me rodea y me han infundido humildad. Y mi madre, de forma muy especial, me ha insistido hasta la saciedad para que vuele, viaje, no me ate y, sobre todo, sea autónoma e independiente.

Desde que tuve conciencia de tener ideología me sentí implicada e interpelada por la realidad social menos ventajosa que la mía, por la injusticia y por la necesidad de posicionarme ante la misma; aunque siempre he estado demasiado condicionada por el yugo del deseo de aceptación, de no herir sensibilidades, de ser políticamente correcta…
Adquirí conciencia de ser feminista rondando los treinta.
A mí, como a tantas mujeres de mi entorno, el Feminismo me ha cambiado la vida. Ha cambiado mis convicciones, mis concepciones y mis actitudes. Ha cambiado mi percepción del mundo y de mi lugar en el mismo. Me ha salvado (me ha desprendido de culpas, me ha enseñado a sobrevivir sin la aceptación unánime de mi entorno, me ha dado generosidad, me ha hecho sorora…). Pero también me ha cargado de responsabilidades.

A veces pienso que mi trayectoria vital y mi posición privilegiada (a la que no he renunciado por completo) me incapacitan para posicionarme en contra de todo lo que yo represento.
La obsesión por la coherencia puede convertirse en un arma de doble filo hasta el punto de convertirte en esclava -y no en agente- de la causa que defiendes. Yo he decido ser muy condescendiente conmigo, perdonarme cada día todas mis contradicciones, quererme a pesar de ellas y aceptarme siempre que mantenga la honestidad conmigo misma y con las demás personas.
Por eso, desde la incoherencia y desde la honestidad, pensé que este trabajo era una excusa perfecta para expiar algunos de mis pecados, disculparme por mis privilegios e intentar conciliar los mismos con la práctica del Feminismo Radical. Sin embargo, ante el riesgo de que tal ejercicio me pueda llevar a la redención total y al conformismo, preferí optar por abordar otras incoherencias o dificultades que me incomodan hoy en el activismo feminista, pero no a nivel individual ni por lo que a mí afecten, sino como cuestiones que tambalean de vez en cuando el pequeño asociacionismo y las pequeñas comunidades feministas, en las que también se crea y se recrea el Feminismo.
Quizás la solución pase por no aspirar a encontrar nuestra silla en este movimiento universal tan digno y tan legítimo, sino que la comodidad surja deambulando por el mismo.

“Ni michismi, ni fiminismi”:

En mi familia somos poco detallistas en general. Somos muy cariñosas (incluyo a mi padre), afectuosas,… pegajosas diría yo. Pero detallistas, no. Ni el día de la madre, ni del padre… ni de los cumpleaños solemos acordarnos.
Reproduciendo lo adquirido, jamás he celebrado fechas ni aniversarios con mi pareja. Esta cierta desidia por las cosas que todo el mundo considera importante pero que en mi familia se consideran superfluas, no sólo no me ha avergonzado o incomodado jamás, sino que incluso ha llegado a producirme cierto orgullo. Sin embargo, no puedo evitar que me invada la rabia cuando este mi papanatismo me impide situar y dibujar la línea de mi progresión o de mi posicionamiento feminista; cuando fracaso una y otra vez en el intento de responderme a la pregunta ¿desde cuándo soy feminista?, ¿en qué momento mi mirada se tornó violeta? Es obvio que no ocurrió un día, que al feminismo se transita con tiempo: el que te lleva leer toda la información que has necesitado para convencerte de que no eres tan privilegiada como te creías (o por lo menos no respecto de la mitad que porta pene dentro de tu mundo de privilegios); y el tiempo que te lleva analizar y acreditar que quizás las cosas no son como siempre te las han contado; ni siquiera como tú, directa y personalmente, las has percibido hasta la fecha. Y lo cierto es que a mí me encantaría poder celebrar mi aniversario feminista, porque así sabría qué hecho determinante fue el que produjo el “click”. Así podría perdonarme un montón de cosas que hice/dije/pensé con anterioridad a esa fecha (y que hoy no tengo claros si son/eran perdonables, porque ya me tocaba estar un poco enteradita a esas alturas…).
Aún sin poder celebrar mi cumpleaños feminista, sí procuro darle una vueltecita de vez en cuando a eso de “¿cómo llegué yo hasta aquí?”, “¿qué me aporta el feminismo?”, “¿qué puedo aportarle yo?”, “¿qué es lo que claramente comparto con el feminismo radical?”, ”¿en qué aspectos me aparto, o no me siento totalmente cómoda?”.
No puedo hablar de un hito, de una fecha, ni siquiera de un año en el que yo me reconociera a mí misma feminista, porque sí, yo soy de las que un día no tan lejano dije: “ni michismi ni fiminismi” (mi expresión era más bien la original, la de toda la vida, pero hace ya tiempo que no puedo reproducirla de otra forma). Y no es que cuando yo decía aquella soplapollez no tuviera convicciones absolutamente feministas, no. Es que era de las que se había tragado eso de que las feministas lo que querían era ser reconocidas como más listas, más inteligentes y más poderosas, al tiempo que querían que les abrieran la puerta y las ensalzaran por la calle, para llegar a sus casas y cenarse a algún hombre que tuvieran en el congelador. Y claro, a mí aquello de proclamar la superioridad genérica, al tiempo que se pide condescendencia y paternalismo, y al tiempo que se practica canibalismo, pues no me iba mucho.
No obstante, en mi defensa diré que mucho antes de eso sí tenía sensibilidad feminista y lo recuerdo por aspectos anecdóticos como que desde muy muy joven evité usar calificativos como “puta”, “guarra” o “calientapollas” e invertí siempre esfuerzos por no juzgar ni criticar la libertad sexual de otras mujeres.
Toda mi vida he vivido como las demás: pasando miedo con frecuencia; sintiéndome intimidada en aquellos espacios en los que había pocas mujeres; con la llave en la mano o manteniendo una conversación telefónica ficticia cuando caminaba sola por la noche… o aguantando instrucciones y mecanismos de control de parejas casi desde la adolescencia. Pero ni se me pasaba por la cabeza entonces que tuviera derecho a quejarme por todo eso, ni muchos menos a intentar cambiarlo.

Las primeras noticias del mundo laboral:

Al terminar la carrera y empezar a escuchar sobre las dificultades de algunas mujeres en el mundo laboral (yo iba a trabajar en el ámbito familiar) creo que mi “angelita” (esa pequeño holograma de nosotras mismas en miniatura que se pone sobre el hombro derecho cuando tienes un dilema y discute con su homóloga diabla que está sobre el hombro izquierdo perseverando para llevarte por el mal camino) me dio un par de collejas diciendo “espabila, que esa zona de confort en la que te han hecho creer que vives te tiene abotargada”, y ahí se encendió una primera luz que me hizo plantearme que igual un poco de derecho a quejarnos sí que teníamos. Ver a mis amistades buscando trabajo y respondiendo en esas entrevistas a preguntas tipo “¿tienes pareja?”, “¿vivís juntos?”, “¿piensas tener hijos?”… fue una de las primeras alarmas como mujer adulta. El día en que en una clase de un posgrado en Derecho Privado una compañera (que se preparaba para ser Jueza) dijo que si ella fuera empresaria nunca contrataría a una mujer porque se quedaban embarazadas, supe que el problema era grave, que no se había resuelto con mi generación y que la igualdad real y efectiva que yo había estudiado no era ni lo uno ni lo otro ni de lejos.
Los siguientes años pasaron entre la búsqueda de un espacio laboral, que me llevó a acabar preparando oposiciones y empezar a trabajar en la Administración Pública. Esa Administración que vende Planes de Igualdad, Estrategias, Convenios anuales, bianuales, Protocolos… y que hace que hace para no hacer nada, y que reforma para que nada cambie. Esta hipocresía por parte del propio Estado, maquillada a través de las Instituciones, supuso un acicate importante también en mi proceso de sensibilización.

El 15M y la maternidad:

Después vino el 15M, que a todas las que creíamos en que otro mundo era posible nos cambió un poco la vida (también tiró por la borda muchas ilusiones) aunque sólo fuera por sentirnos acompañadas. Y después, mi maternidad, que probablemente es el punto de inflexión de todo, y la conexión entre lo que fui, lo que soy y lo que seré.

Odio fijar todo ese potencial en la maternidad, porque toda esa narrativa vieja y rancia en la que el mundo de la mujer gira en torno a la maternidad me parece perversa; porque he defendido siempre que ser madre no es intrínseco a ser mujer; que el instinto maternal es algo que nos han vendido a muchas para que no contempláramos otra opción más que la de ser madres, para que no la cuestionásemos nunca, para que no nos planteásemos otras formas de vida completa posibles. Pero lo cierto es que la maternidad, sin ser determinante en la construcción de una mujer, siendo contingente y prescindible, lo cambia todo.

No sólo por la inmediata y vertiginosa sensación que te invade de repente de que ya nunca más serás tú sola, de que ya nunca más serás libre e independiente (si es que alguna vez lo fuiste) sino que ahora hay una vida (¡una vida de un ser minúsculo y vulnerable!) que depende de ti. Porque ahora ya no puedes fantasear con mandarlo todo al carajo e irte a otro continente a buscarte la vida y encontrarte a ti misma; porque ya no te puedes permitir la aventura de dejar tu trabajo y emprender un proyecto arriesgado; porque ya no vas a sufrir sólo lo que te toque a ti y a quienes te rodean, sino que tienes un nuevo punto débil, absolutamente débil, que es el sufrimiento por tu hija, y eso ya nadie lo va a cambiar. (Así lo sentí yo en un principio. En la actualidad me estoy curando porque me lo estoy currando).

Y una vez que con los meses y años ese sentimiento de vértigo se va asentando; cuando empiezas a serenarte, a concederle una dimensión más humana, y te permites una maternidad más prosaica, tu hija empieza el cole, empieza a socializar, a “elegir” cuentos y películas… y el Heteropatriarcado entra en tu casa -que tú creías más o menos a salvo- sin previo aviso. Lo tuve claro. Hay que actuar, hay que activarse.
Y esta es la historia de cómo me convertí en “sujeta activa” a través de la búsqueda de información, formación, sensibilización… leyendo, compartiendo a través del “slacktivism”, pero también del “activismo de bar”, empecé a posicionarme de forma más explícita en todos los foros y contextos que frecuentaba y, en definitiva, adopté una actitud activa. No sólo incluí el discurso feminista de forma transversal en mi vida, en mis relaciones, en mis conversaciones, sino que intenté incluirlo también en mis acciones (v. gr. como no encontraba cuentos infantiles en gallego apartados de estereotipos sexistas, escribí y publiqué uno (“Galofoguete”) junto a mi amiga Inés, que no sólo lo ilustró, sino que me dio el bendito empujón).

  1. De lo individual a lo colectivo:

En los años 2016 y 2017 el feminismo me había colonizado, e invadía, afortunadamente, todas las partes de mi cuerpo y todas las facetas de mi vida; entre ellas la de escribir letras para el grupo de pandereteiras en el que toco, y en el que versionamos canciones tradicionales (en las que el machismo ha campado a sus anchas por los siglos de los siglos…) y otras canciones famosas tuneándolas con letras de nuestra cosecha, en gran parte de reivindicación feminista (aunque no sólo).
Precisamente tras una de las actuaciones surgió una conversación con una vecina, una joven de otra agrupación musical, que escuchando nuestras letras (muy perspicaz ella) detectó que podía tener una aliada para hacer fuerza feminista en nuestro pueblo. De ahí surgió, a finales de 2017, “Polamiúda”, que en gallego adquiere un doble significado: por un lado, una rama pequeña –que pretende convertirse en un árbol fuerte y robusto-; y por otro, hacer algo “polo miúdo” significa hacerlo con detalle, con detenimiento, a conciencia.
3. Algunas de las piedras del camino rural:

Todavía somos pocas y estamos más expuestas:

Cuando una causa se convierte en el centro de “tu” universo, tiendes a caer en la trampa de pensar que, al tiempo, se ha convertido en la causa “del” Universo. Y resulta que no, que no es vírico, es bacteriano. Que el hecho de que tú leas y te informes sobre feminismo, no implica que tus vecinas lo estén haciendo. Que si últimamente conociste a un montón de mujeres feministas no es porque se estén multiplicando por miles sino porque -¡oh, casualidad!- la mayoría de las actividades de las que participas tienen carácter feminista. Que si ves todos los días en las redes sociales reuniones de mujeres feministas, conferencias, charlas, debates, cursos… no significa que la mayoría de tus conocidas estén participando, ni siquiera interesadas; sino que en grandes núcleos de población hay un número suficiente de mujeres feministas como para hacer ruido.

Pues bien, nuestro pueblo no estaba plagado de mujeres feministas, o al menos no con conciencia de serlo, pero haberlas las había. Así que decidimos contactar inicialmente con casi todas las mujeres de nuestro entorno más próximo, y de las que conocíamos o intuíamos que podían tener cierta sensibilidad con la causa. Muchas se unieron, y de esas hoy se mantienen las que tenían mayor sensibilidad o las que tenían más ganas, tiempo, disponibilidad o posibilidades de implicarse. En total somos unas 15 socias activas (muchas más interesadas y apoyando las acciones, pero no trabajan activamente).

En las localidades pequeñas la mayoría de las personas se conocen, con lo cual es difícil pasar desapercibida. Las mujeres que integran Polamiúda saben que están identificadas. Da igual si salen o no en la foto, todo el mundo sabe quiénes somos. Y eso todavía es un problema hoy en muchos sitios a los que el feminismo no ha llegado con la misma afluencia que a las ciudades. Todavía hay quien cree que somos unas brujas histéricas. En nuestras familias, en nuestro grupo de amistades, en el cole de nuestras hijas, en las empresas, en las instituciones…
En la huelga del 8 de marzo hicimos un “parladoiro” (un foro de debate) tras la concentración, y varias mujeres comentaron las presiones que habían tenido en sus casas instándolas a que no vinieran; y muchas más nos anticiparon que habrían querido estar pero no se atrevieron ya que en sus empresas se habían encargado de dejar claro, sutilmente eso sí, la consideración que tendrían a partir de entonces si decidían participar. En la mayoría de los casos tu jefe/a no es sólo eso, sino que es amigo/a de tu familia, compartís amistades y casi seguro es tu vecino/a.

Y eso sin hablar de las víctimas de las violencias machistas, que están doble y triplemente victimizadas porque no quieren ser señaladas con el dedo. Víctimas y verdugos comparten demasiada cercanía.
Esta acritud queda mucho más diluida en una ciudad. Por lo que, cuando desde el feminismo urbano se pide valentía y se pide que nos posicionemos, quizás no se está teniendo en cuenta el “plus” que requiere la plena implicación en el feminismo radical viviendo en un pueblo.

La Teoría Feminista se crea desde otra realidad:

Pero no sólo es la extraexposición que supone el activismo rural, sino que la Teoría Feminista no ha tenido las mismas oportunidades de difusión en el rural.

Leo constantemente como en el rural estamos todas y todos más desfasados, somos más cerradas y más herméticas al cambio. Somos, por un lado, el único posible garante (si es que hay alguno) del mantenimiento de la cultura propia, de costumbres y tradiciones; pero si lo somos es porque nos cuesta prescindir de ellas, incluso de la parte negativa, opresora e indigna de esas costumbres y tradiciones. Es muy urbanita venir a ver “o antroido ribeirao” (una celebración de un carnaval ancestral que se celebra en varias aldeas de A Ribeira Sacra) y comentar después que “cómo son de bárbaros estos aldeanos, que siguen anclados en el s. xviii”. Es complicado avanzar preservando la cultura y usos propios tan sumamente heteropatriarcales al tiempo que se modifican estructuras e incluso se rompen cimientos.

Pero es que, además, en Vigo probablemente encuentres casi todos los fines de semana actos formativos, informativos, lúdicos, culturales… de contenido feminista. Primero porque hay masa activa y segundo porque hay ponentes, formadoras, artistas… que viven en Vigo o alrededores, o que llegan a Vigo (que además tiene muchos atractivos y donde cualquier gallega tiene un mínimo 5 contactos) en un viaje de media hora en tren. Huelga decir que en un pueblo este fluido informativo y esta capacidad de sensibilización, es prácticamente inasumible.
Por eso, cuando desde el feminismo rural trabajamos en red o participamos de un feminismo más global; o cuando leemos o acudimos a actos fuera de nuestra realidad, nos da la sensación de que se habla desde otra perspectiva, y desde realidades que poco tienen que ver con la nuestra. Que se trabaja en abordar dificultades que no son prioritarias para nosotras y que el punto de inflexión esencial, que es la capacidad de difusión y que la sensibilización llegue al pueblo con la misma fuerza y amplitud que en la ciudad, se deja en nuestras exclusivas manos.

Cuestiones que en el movimiento feminista radical ya no son objeto de debate porque se entienden superadas, como la participación de los hombres en el movimiento feminista –que abordaré más adelante-, la mercantilización del cuerpo de las mujeres, el anticapitalismo… Son cuestiones que requieren todavía de pedagogía, divulgación y debate en el rural, porque aquí el mensaje no ha llegado con las mismas posibilidades de arraigar; y somos una parte muy importante del feminismo global.
El Feminismo entiende que da voz al feminismo rural cuando tiene en cuenta la agroecología, la soberanía alimentaria, en empoderamiento de las mujeres agricultoras y ganaderas… Cuestiones esenciales, importantísimas ¡Ojo! Y que requieren sin duda de implicación y de empoderamiento, pero que no es la única realidad de las mujeres rurales. Que somos muchas las que no nos dedicamos a la agricultura y, si nos dedicamos, tenemos otras necesidades y peculiaridades a mayores que nos siguen distanciando de la teoría académica.
En este sentido aplaudo la iniciativa de “Galegas8m” (movimiento que pretende aunar al feminismo gallego) y que hace itinerantes sus reuniones que se celebran en cada ocasión en una localidad, para equilibrar las facilidades y dificultades de participar, seamos de donde seamos. Sólo estamos todas si todas tenemos voz.


REFERENCIAS Y FUENTES BIBLIOGRÁFICAS CONSULTADAS:
– Sobre el activismo y el feminismo en el rural:
(Las actividades divulgativas del feminismo se celebran, paradójicamente, en grandes ciudades, y tienen como único objeto la agroecología)

Nace Ruraltivity, la lanzadera de startups rurales


http://fademurgalicia.es/category/actividades/
– Otros links sobre feminismo rural:
http://www.ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=2880
https://www.diagonalperiodico.net/movimientos/24393-construyendo-feminismo-rural.html
https://elpais.com/diario/2009/02/10/ultima/1234220401_850215.html

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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