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julio 13, 2018

¿Qué pasó con la carroza trans?


El primero de julio sucedió algo muy importante en Colombia: la comunidad LGBTTTIQ salió a las calles bajo el eslogan #NiUnPasoAtrás, en una de las marchas del Orgullo más grandes que se han dado en todo el país. Las razones fueron muchas, la primera, que Colombia está cambiando y que ya no solo hay aceptación y tolerancia, sino también celebración de la diversidad. La segunda, que estamos entrando a un gobierno de extrema derecha que ha dejado claro que los derechos de la diversidad sexual no son su prioridad. La marcha fue apoyada por varias Alcaldías y la de Bogotá permitió que el desfile se hiciera con carrozas, lo cual, sin duda, le subió el volumen a la marcha. Y sirvió para que las marcas aprovecharan los discursos de los derechos humanos para vender, porque, que nadie diga que la comunidad LGBTTTIQ no consume. Y digamos que ok, el capitalismo es así y no nos lo vamos a sacudir con una movida de hombros, si igual nos van a vender cervezas azucaradas, tanto mejor si lo hacen sin homofobia.

Pero, en medio de la algarabía del Orgullo, la carroza de la comunidad trans brilló por su ausencia. La carroza cumplía con la infinita lista de requerimientos y permisos necesarios para desfilar, ya la Alcaldía les había hecho cambiar la carroza cuatro veces, y cuatro veces obedecieron, ya sabemos que existir real o simbólicamente en Colombia es todo un trámite. Esta carroza se hizo con las uñas (largas y de todos los colores), porque las marcas se tragan eso de la homosexualidad mientras sea heteronormada y mainstream, pero pautar con las trans era un riesgo comercialmente innecesario.

El día del desfile, los organizadores les dijeron que la carroza trans, la tercera carroza, no salía porque “tenía una llanta lisa”. Ahí se quedó parqueada la comunidad trans en resistencia hasta que les dijeron que su resistencia estorbaba mucho y no dejaba pasar a las otras carrozas. Cuando, después de rogar y negociar, les dijeron que la carroza sí podía salir, descubrieron que les habían robado todo: el sonido, la decoración, todo. Mejor dicho, ya ni había con qué salir. Se supone que cada carroza debía estar custodiada por gestores de convivencia del Distrito, pero solo en la carroza trans falló dicha custodia.

Seguro que muchos y especialmente el Distrito dirán que esto no es más que una serie de eventos desafortunados. ¡Qué vaina! ¡Pa’ la próxima! Pero como esta es una columna de opinión, voy a permitirme la suspicacia pública de decir que tantas trabas burocráticas y desavenencias espontáneas se ajustan a los intereses de una agenda política. ¿Acaso no es así, siempre, en toda Colombia? En Colombia la Policía no le pide a uno “los papeles” porque quiera ver los papeles, sino para encontrar o crear un obstáculo que luego pueda capitalizarse en ganancia. Ahora, ¿agenda de quién? Ni idea, la transfobia es un mal que ataca a líderes, mandos medios, mandaderos, es imposible saber en cuántos eslabones de la cadena generó espanto la existencia de una carroza trans.

Al final, lo sucedido fue una perfecta metáfora de cómo nuestros modelos de poder y exclusión se reproducen en los movimientos humanos. Dentro de la comunidad LGBTTTIQ, los más visibles, por supuesto, son los hombres, blancos, educados, cisgénero, que ocupan plazas públicas y nuestras narrativas de ficción. También es más fácil si, por más homosexual que seas, igual cumples en tu vida el script de la heteronorma, que te hará “gay sí, pero un o una ciudadana respetable”. Luego está el privilegio maravilloso de ser cisgénero, que abre todas las puertas, especialmente las de los baños. Y, finalmente, aunque no menos importante, está la clase: bien dice el adagio popular que una cosa es ser gay y otra ser marica. Y todas estas jerarquías se notaron en el desfile. Tanto así que la carroza trans, la que representaba todos los márgenes: de género, de identidad, de clase, de “respetabilidad”, fuera precisamente la que quedara frenada, olvidada, invisibilizada en medio de la fiesta.

Esto es gravísimo. Es un problema de libertad de expresión. Es un problema de representación y justicia. Y es un problema de estrategia: porque la veta más poderosa de los antiderechos es esa que es abiertamente transfóbica, que usa el argumento de que “la biología es tu destino” para atacar a toda la comunidad de la diversidad sexual y a todas las formas de feminismos. Las personas trans ponen su vida en riesgo para recordarnos a diario que nuestros derechos no emanan de nuestros genitales. Qué mal nos queda invisibilizarles, desprotegerles y dejarles vulnerables, cuando su reclamo por existir es la mera esencia de esa igualdad en la diversidad por la que tantos años hemos luchado.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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