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enero 31, 2018

Los medios en la era del Me Too


Los medios de comunicación no pueden escapar a las reivindicaciones de la sociedad.

Richard Roeper, el crítico de cine del Chicago Sun Times, fue identificado como una de las celebridades que compraron seguidores de Twitter falsos. El periódico lo suspendió, y no se descarta una destitución. ¿Reacción extrema? ¿Castigo acertado? La pregunta se hace inevitable: ¿qué deber tiene el diario cuando uno de los suyos es señalado de un acto indebido, una infracción o hasta un delito? ¿En los tiempos del Me Too, qué hacer cuando un presentador, un periodista o un columnista resulta acusado de acoso sexual? ¿O, incluso, cuando se dan indicios fuertes de su identidad sin pronunciar su nombre? No hay respuestas evidentes, a excepción de una: lo único que el medio no puede hacer es hundir la cabeza en la arena, como el avestruz.

Cuesta creer que una sanción como la que se le impuso a Roeper hubiese podido tener lugar antes del Yo también. La era del Me Too ha convertido la rendición de cuentas en el grito cultural del momento, y los medios de comunicación no pueden escapar a las reivindicaciones de la sociedad.
La falta de Roeper parece menor. ¿No tienen todos los famosos sus seguidores falsos en Twitter? Germán Vargas Lleras, Sergio Fajardo, Piedad Córdoba y Rodrigo Londoño tienen algo en común: alrededor de un 60 % de seguidores reales. Más de 17 de los 42 millones de Donald Trump podrían ser falsos, y se cree que un 15 % de la cuentas de Twitter son bots. La compra de seguidores para inflar cuentas de Twitter es tan común que ni siquiera sorprende, así viole los términos del contrato con la empresa. Pero, en la medida en que un medio basa su negocio en la defensa de la verdad, ¿por qué se equivocaría al exigir que sus colaboradores no engañen, ni en su trabajo ni por fuera de él? ¿No está un empleador en el derecho de pedir una conducta ética dentro y fuera del lugar de empleo?

Nuestros medios de comunicación están llenos de misoginia pública y de acoso privado. Están en mora de trazar líneas rojas.

“Para ser una buen periodista se necesita ser una buena persona”, decía el maestro Ryszard Kapuscinski. “Si se es una buena persona, se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias” para así poder reportarlos con sinceridad y empatía. Uno sospecharía que para practicar cualquier profesión resultaría mejor ser buena persona que mala, pero ¿no es evidente la afirmación para el periodismo? ¿Cómo reportar o comentar sobre el Me Too si uno mismo es un depredador sexual?

NBC despidió a Matt Lauer, el presentador de Today; CBS, a Charlie Rose, que tenía su propio programa de entrevistas; y ABC, a Mark Halperin, analista político, todos por casos de acoso sexual en el lugar de trabajo. A Halperin le rescindieron hasta los contratos que tenía firmados con Penguin para un libro sobre la campaña presidencial de 2016 y con HBO para su dramatización. Cuestión diferente fue lo que sucedió con Glenn Thrush, de The New York Times. A él lo apartaron por unos meses en respuesta a denuncias de repetida conducta inapropiada con subalternas en bares y restaurantes. El periódico anunció que lo restituiría en una posición nueva.

Muchos dirán que el Chicago Sun Times exageró en el caso Roeper. ¿Qué importan unos seguidores falsos cuando la industria periodística parece estar plagada de acosadores? Pero unos y otros importan cuando está en juego la credibilidad.

“El acoso sexual y el sexismo en el que está predicado involucran más que a los acosadores y los acosados”, escribió la abogada Jill Filipovic. “Cuando los acosadores tienen micrófonos, la misoginia privada tiene consecuencias públicas”. Nuestros medios de comunicación están llenos de misoginia pública y de acoso privado. Están en mora de trazar líneas rojas. No es hora de callar. Mucho menos para los medios.

LAURA GIL

FUENTE: EL TIEMPO


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