enero 11, 2018
¿Quiénes son? ¿Las leyeron?
Les dejo la tarea de buscar las historias de estas mujeres apasionadas por la escritura.
Arundhati Roy, Zeruya Shalev, Assia Djebar, Dorothy Parker, Lilli Jahn, Ingeborg Bachmann, Erika Mann, Anna Akhmatova, Milena Jesenska, Else Lasker-Schüler, Karen Blixen, Astrid Lindgren, Beatrix Potter, Johanna Spyri, y faltan muchas más. Todas son compañeras de oficio de Virginia Woolf, de Selma Lagerlöf, de Colette, de Sylvia Plath, de Elsa Morante, entre otras mujeres; y también, si nos remontamos en el tiempo, de Hidelgard von Bingen (siglo XII) o de Christine de Pizan (siglos XIV-XV).
Las 14 primeras mujeres nombradas son todas escritoras, y, aun cuando son desconocidas para el gran público, al apropiarse un poco de sus vidas se descubre que son mujeres extraordinarias que buscaron liberarse por medio de la palabra y de la escritura en una feroz cultura patriarcal, es decir, en un mundo de hombres que las ocultó, las silenció y no les permitió habitar nuestras bibliotecas.
Y antes de revelarles algunos datos de la vida de solo un par de ellas, pensé en lo que nos enseñó la gran Virginia Woolf a propósito de lo que era necesario para ser escritora: tener una habitación propia, alguna independencia económica, probablemente no casarse, no tener hijos y romper con los estereotipos de género.
Durante siglos, escribir era considerado una profesión o un oficio impropio para una mujer. Y si bien los tiempos han cambiado, algo queda en los imaginarios colectivos. El techo de cristal no es solo una expresión del universo laboral; existe para las escritoras, para las músicas y, en general, para las artistas, pintoras o escultoras.
Durante siglos, escribir era considerado una profesión o un oficio impropio para una mujer. Y si bien los tiempos han cambiado, algo queda en los imaginarios colectivos.
Pensemos un minuto en la vida de Camille Claudel, a la sombra del ‘gran’ Rodin, o del talento casi desconocido de Clara Schumann, esposa del célebre Robert Schumann.
Es interesante señalar que Virginia Woolf no tuvo hijos y que, y como nos lo recuerda Esther Tusquets en un escrito titulado ‘Las mujeres, la literatura y la peligrosidad’, “no debe ser casual que ninguna de las cuatro grandes novelistas inglesas del siglo XIX, George Eliot, Jane Austen y las hermanas Emily y Charlotte Brontë, tuviera hijos o que santa Teresa fuera una religiosa”.
Podríamos añadir a sor Juana Inés de la Cruz y a tantas otras. En cuanto a Simone de Beauvoir, todos y todas conocemos su historia. Sí: techo de cristal, que para todas estas mujeres fue más bien un techo de cemento.
Y a propósito de las escritoras que nombré al inicio de esta columna, les puedo contar, por ejemplo, que Assia Djebar (Argelia, 1936) decía que “escribir sobre uno mismo conlleva peligro de muerte” y tuvo que cambiar de nombre para no herir a sus padres musulmanes. En 1980 renunció a su puesto en la Universidad de Argel y abandonó definitivamente el país, “porque yo, una mujer, quería escribir”.
Fue elegida miembro de la Academia Francesa en 2005. Les confieso que no tenía idea y nunca había leído nada de ella; sospecho que es difícil encontrar un libro de ella en una de las librerías bogotanas.
En cuanto a Milena Jesenska (1896-1944), quizás algunos de ustedes la conocen porque es la famosa Milena de ‘Cartas a Milena’, de Franz Kafka. Las que ella dirigió a Franz se perdieron; sí, justamente las cartas de ella se pierden, mas no las del gran Kafka. Cartas, folletos, escritos periodísticos; reportera política, entre otras actividades, Milena fue deportada en 1940 a Ravensbrück, donde murió cuatro años más tarde. Sobre las otras, les dejo la tarea de buscar las historias de estas mujeres apasionadas por la escritura y ocultadas por un mundo de hombres.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
FUENTE: EL TIEMPO