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diciembre 18, 2017

No estamos locas: el síndrome premenstrual es real


Puede ser tan grave que ha llevado a muchas a quitarse la vida, pero un ginecólogo chileno dice haber encontrado la cura.

El autodiagnóstico

Luisa (Colombia, 34 años)

Un día, a los 27 años, ya no pudo más. Sacó un blanqueador líquido y le agregó creolina, un desinfectante industrial. Hizo una mezcla letal y se la tomó de un sorbo. Quería terminar con esa pesadumbre que la aplastaba y que empezó a reproducirse en su cuerpo desde que tenía 9 años. Estaba cansada de pelear en contra del monstruo que la habitaba. Ese que le robaba la fuerza, que le destrozaba el espíritu, que hacía que se viera gorda y fea, que la llevaba a llorar sin razón alguna hasta secarle todas las ganas. Ese que, durante gran parte del mes, la transformaba en una mujer que ella desconocía. Sería mejor morir que soportar la tortura en la que se había transformado vivir. 

Katiuska (Perú, 34 años)

“Ahí viene ‘Katty bomba’”. Nadie sabía en qué momento iba a estallar. Tenía, de repente, ataques de ira. Tiraba puertas, gritaba hasta perder el oxígeno. Y nunca había una razón de peso. “¡Qué adolescencia!”, pensaban sus padres. Nunca se entendió con ellos, por eso se fue de la casa. Lo nuevos testigos de sus explosiones fueron su esposo y sus hijas. “Mami, ¿cómo te sientes hoy? ¿Estás enojada? ¿Quieres que me quede a tu lado o quieres que me vaya?”. A veces la fatiga reemplazaba la furia. Le dolía cada músculo, cada articulación. No era capaz de levantarse de la cama o de alzar a su niña de cuatro meses. Lloraba a mares. Sentía que el desaliento se lo habían inyectado y ya no podía quitárselo de encima. 

Un monstruo vivía dentro de Luisa. Le robaba las ganas y le destrozaba el espíritu. 

Luisa López y Katiuska Martínez sabían que algo extraño pasaba dentro de ellas, pero no entendían qué.

Para Luisa, todo arrancó con un acné severo, que no solo cubría su cara sino su espalda. En ese momento visitó varios dermatólogos. Como la adolescencia había llegado, además, con un bajonazo emocional, también buscó psicólogos y, eventualmente, psiquiatras. Desde los 19 años le recetaron psicofármacos: dos antidepresivos y un ansiolítico. A veces también tomaba pastillas para dormir. Nada, sin embargo, parecía aliviarla.

Katiuska indagó primero por sus síntomas físicos. Todos pensaban que estaba loca y ella ya empezaba a creérselo, así que al menos trataría su cuerpo, si es que su mente estaba atrofiada. Le picaba la piel, se le caía el pelo y le salían hongos en las uñas, así que fue a donde un dermatólogo. Vivía con el estómago inflamado y con problemas gastrointestinales, así que visitó un gastroenterólogo. Tenía intensos dolores en la espalda, la cara y la mandíbula, así que le hicieron una resonancia magnética. Gastó un montón de tiempo y dinero en exámenes y remedios, y no tuvieron ningún efecto en ella.

Con el tiempo, tanto Luisa como Katiuska fueron entendiendo que sus síntomas tenían una relación con su ciclo menstrual. Antes de la regla, sentían que el mundo se les venía encima. Después, llegaban unos días de paz. Pasaban, de repente, de ese estado de desesperación y ansiedad a una fase de tranquilidad. Para las personas que las rodeaban, esa montaña rusa emocional era sospechosa. Presentían bipolaridad, tal vez. Ellas, al entender su cuerpo, empezaron a programarse. Luisa –quien debido a sus dolencias había tenido que renunciar y trabajar de manera independiente–, dejaba todos los viajes para la semana en la que se sentía mejor. Katiuska –quien trabaja con una organización social en la Amazonía peruana–, en esos quince días programaba todas sus reuniones. Tenían que sacar el mayor provecho posible a esos momentos de calma en los que se sentían productivas. Luego, la angustia, el desgano y el sufrimiento regresaban, junto con las ganas de desaparecer del planeta.

Hay un momento que se repite en la historia de las mujeres con estos síntomas. Es un instante en el que parece que tocan fondo y la desesperación –o la intuición– les indica que tiene que existir una explicación. Entonces, van a Google, describen lo que sienten y lloran una vez más. Ya no por desesperanza, sino porque encuentran una luz. Sus síntomas coinciden a la perfección con una enfermedad llamada síndrome disfórico premenstrual –o síndrome premenstrual severo– y un médico chileno parece haber descubierto cómo curarla.

La última opción. A muchas pacientes el tratamiento hormonal no les sirve y deben recurrir a extirpar el útero.

 

La enfermedad 

 


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