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diciembre 7, 2017

La primera mujer afro cartagenera que se ordenó como sacerdotisa


Encaminó su vida para apoyar a mujeres que, al igual que ella, se fueron huyendo de la violencia.

“Estoy viviendo un sueño que jamás imaginé que podría soñar”. Así define su vida Ana Victoria Mendoza de Bastidas, la primera mujer negra, cartagenera, ordenada como sacerdotisa de la Iglesia anglicana en Inglaterra.

Vicky, como la llaman, divide sus días entre sus feligreses de una parroquia al noroccidente de Londres y el trabajo en la Comisión de la Verdad, la Memoria y Reconciliación de las mujeres colombianas en la diáspora, organización sin fines de lucro que apoya a connacionales que sufrieron la violencia en diferentes grados y se refugiaron en tierras europeas.

A comienzos de este año, la colombiana se graduó con honores como magíster en Teología en la prestigiosa universidad británica de Cambridge, y en julio pasado fue ordenada sacerdotisa anglicana en la histórica catedral de Saint Paul, donde la realeza británica asiste a sus ceremonias religiosas y la misma donde se realizaron los funerales de la primera ministra Margaret Thatcher y el primer ministro Winston Churchill.

“El día de mi ordenación me parecía que estaba soñando; esta negrita cartagenera estaba allí, en la majestuosidad de ese templo”, rememora.

Semejante título no le llegó del cielo a esta colombiana de 52 años, de una sonrisa amplia, mirada juguetona y voz melódica de buen acento costeño. En su rostro aún lleva las huellas de un vil secuestro, tortura y violación que sufrió hace 25 años a las orillas del río Atrato, en el Chocó, donde trabajaba como bacterióloga tratando de ayudar a las comunidades indígenas emberas a erradicar una epidemia de cólera que azotaba la región.

Ana Victoria, la menor de nueve hermanos varones de un pastor cristiano y una humilde cartagenera, creció y vivió “en la bondad de Dios”, pero nunca se le pasó por la cabeza seguir los pasos religiosos de su padre. Lo suyo era la bacteriología.

¿Quién manda en el Chocó?

A pesar del tiempo, tiene grabados en la memoria y en su piel los estragos de la violencia sufrida cuando apenas comenzaba a practicar su profesión como bacterióloga. Corrían los inicios de los años 90. Le ofrecieron ir a trabajar al Chocó con organizaciones humanitarias. Como estaba recién graduada y llena de ganas de ayudar, aceptó sin chistar.

Vicky, como la llaman cariñosamente, recorría, en lancha las aguas de ese río, que es ‘la autopista’ entre los pueblos pobres de la región, junto a otra joven llamada Helena.

“Aprendimos a conocer la gente por su nombre, nos recibían en sus precarias casas.
Evaluábamos las aguas y les enseñábamos métodos de prevención del cólera. En esos recorridos nos empezamos a dar cuenta de que desaparecían niñas negras e indígenas (…). Descubrimos que había grupos ilegales que estaban traficando con menores para prostitución”.

Una de esas niñas desaparecidas era Kia, una pequeña embera a quien conocían bien porque su hermana había muerto de cólera. “Yo me creía super-Vicky y me fui con Helena a buscar a la muchachita. Nunca se nos pasó por la cabeza que nuestras vidas pudieran correr peligro”, cuenta. Esa zona estaba controlada por grupos ilegales y guerrilleros.

Descubrimos que había grupos ilegales que estaban traficando con menores para prostitución

Por ese atrevimiento de tratar de rescatar a Kia, las dos jóvenes fueron secuestradas, torturadas y violadas por seis días, antes de ser liberadas.

“Nos partieron por dentro y por fuera. Nos hicieron sentir quién mandaba en el Chocó”, recuerda.

“Mi papá me acogió en sus brazos, sin que mediaran preguntas”, recuerda con un dejo de tristeza. A él se lo llevó un infarto a los pocos meses del secuestro.

El sacerdocio como opción

“Opté por el silencio; no quería pensar y traté de enterrar en mi memoria lo sufrido”. Refugiada en estudios bíblicos, comenzó un peregrinaje que la llevó a Bogotá, a Santiago de Chile, a Guatemala y terminó en Londres.

Su plan original era estar unos dos meses en Inglaterra antes de viajar a Suiza, donde tenía previsto participar en unos seminarios de religión evangélica, y luego volvería a Colombia.

El viaje a Suiza se truncó por variaciones en los requisitos para el curso. Decepcionada, Vicky estaba armando maletas para devolverse a Colombia cuando unos amigos de la iglesia le ofrecieron que se quedara en Inglaterra un tiempo más, a mejorar su inglés.

La hospedaron en casa de los padres de unos amigos en un suburbio en las afueras de la capital. “Me dieron vivienda y me pagaron el curso de inglés”.

Así pasó el tiempo, ocupada en sobrevivir a un idioma que no se le hacía fácil. “Sin darme cuenta, me fui quedando, y Londres se volvió mi nuevo hogar. Aquí me sentí a salvo, sin miedo, lejos de lo que había sufrido en el Chocó”, admite la cartagenera, quien obtuvo un título en Estudios Bíblicos, Históricos y Transculturales. “El llamado al sacerdocio me fue llenando el corazón”, dice emocionada.

Para ganarse la vida, Vicky trabajó desde limpiadora de oficinas hasta agente de seguridad de una empresa de despachos internacionales y supervisora de alimentos en Hampton Court, el emblemático castillo real usado por la realeza británica, los ricos y famosos para sus festines.

Asegura que siempre se ha sentido identificada con el precepto de que “el evangelio de Cristo es incluyente, que defiende la Iglesia anglicana”, donde no hay diferencia de género o inclinación sexual. “Todos somos iguales ante los ojos de Dios, y los anglicanos estamos abiertos a recibirlos a todos, sin distinción”.

El proceso hacia su ordenación sacerdotal comenzó con su bautizo, en septiembre del 2011, seguido de dos años de preparación con un guía espiritual, antes de comenzar su magíster en Teología en la Universidad de Cambridge.

Desde muy temprano, cada domingo, Vicky oficia dos misas en la iglesia St Matthew’s Church, en el barrio de clase media y multiétnico de Yiewsley, al noroccidente de Londres, y durante la semana ofrece guía espiritual a los feligreses. Coordina grupos de oración y apoya en trabajo social con jóvenes y ancianos.

Uno de los preceptos religiosos que más le costó interiorizar a Vicky fue el del perdón. “Perdonar no es fácil, es una cosa de todos los días”, comenta sin amargura, serena.

Perdonar no es fácil, es una cosa de todos los días

A través de amigos conoció a Alejandra Borrero, actriz y activista colombiana. Alejandra la empujó a que escribiera su historia, y la convirtió en el famoso monologo Yo soy Victoria, con el que recorre escenarios para denunciar la violencia contra la mujer. En noviembre del 2015 regresó a Quibdó de la mano de la actriz. “Volví al río Atrato, y entre los cantos de las mujeres locales, el calor y amor de la gente, por fin me atreví a perdonar”.

¿Y si viera a los verdugos de su tragedia?

Aun no sé qué haría.

La sanación en la diáspora Vicky ha asumido este año la coordinación en Londres de la Comisión de la Verdad, la Memoria y Reconciliación de las mujeres colombianas en la diáspora, creada en el 2014.

La sacerdotisa cartagenera explica que el trabajo de la comisión tiene un papel sicosocial que busca apoyar a las mujeres que, como ella misma, salieron de Colombia huyendo de la violencia.

“Nos reunimos, hablamos, reímos y hasta bailamos”, explica Vicky, al comentar que la idea es ser un ambiente de sanación, además de documentar las experiencias de la guerra y la migración, facilitar los procesos de integración en los países de acogida, pero sobre todo identificar habilidades y aportar herramientas para el empoderamiento de las mujeres”.

En cosas del amor, Vicky hoy se siente feliz, pues cuenta con Carlos, su esposo, compañero y confidente. Llevan más de una década juntos.

Se habían conocido en Bucaramanga, adonde Vicky había ido a culminar su carrera universitaria. A comienzos del 2000 se reencontró con Carlos por Messenger. Entre mensaje y mensaje, él le pidió que fueran novios. A mediados del 2003, un viaje sin planificar selló el lazo entre Vicky y Carlos, quien dejó su trabajo y sus negocios para seguirla. “Me fui a Colombia soltera y me volví a Londres con argolla de matrimonio.
Ya todo era distinto. Ya no estaba sola”.

¿Qué es la Iglesia anglicana?

​La Iglesia anglicana o Iglesia de Inglaterra fue fundada por el rey Enrique VIII en 1534, en rechazo a la autoridad católica papal de Roma y la declaración resultante de que el rey era la cabeza de la Iglesia en sus dominios.

Aunque sus ritos son muy similares a los del catolicismo romano, se diferencia en que sus sacerdotes y obispos pueden casarse. Además, permite el sacerdocio femenino y de homosexuales.

FUENTE: EL TIEMPO


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