diciembre 4, 2017
Cómo educar desde el feminismo, según la escritora Chimamanda Ngozi
Chimamanda Ngozi Adichie es mujer. Es escritora. Es nigeriana. Es negra. En sus narraciones desestigmatiza y humaniza su lugar de origen y sus tradiciones africanas. Es una persona que cree que todos deberíamos ser feministas –término al que se refiere cuando habla de igualdad de género–. Por esta razón, fue acusada de traicionar a su cultura, ya que en su región se considera que el feminismo es cosa de mujeres blancas, burguesas y sin marido. Ella, no obstante, se ha mantenido en su lugar y se reconoce como una feminista negra, africana y feliz que no odia a los hombres.
Nació en la aldea Abba, en Nigeria. Es la quinta hija de un matrimonio de la etnia igbo. A los 19 años se fue a Estados Unidos con una beca para estudiar Comunicación y ciencias políticas, en la Universidad Drexel, en Filadelfia. Hasta entonces, nunca había pensado en sí misma como negra, porque en África todo el mundo era como ella. Sabía que su piel era del color del chocolate, pero nunca le dio mucha importancia. Sin embargo, a su llegada a América, sintió que todas las miradas de los blancos se fijaron en ella. Se dio cuenta de que ese tono que la cubría podía definirla en una sociedad que enmarca las diferencias. En ese instante, entonces, dejó de verse como igbo y pasó a ser una mujer negra, que se siente orgullosa de la historia de la comunidad afroamericana residente en ese país.
En el 2003, mientras continuaba sus estudios, publicó su primera novela La flor púrpura. Una historia que cuenta la vida de una chica adolescente nigeriana que vive en medio de la brutalidad política, la brujería y la religión. Tres años más tarde se conocería su segunda novela, Medio sol amarillo, que transcurre durante la guerra civil nigeriana y fue merecedora del premio Orange de ficción, en el 2007.
En ese momento terminó de confirmar que lo suyo es contar historias. En el 2009 presentó una colección de relatos breves titulada Algo alrededor de tu cuello, y en el 2013 dio una mirada a su propia vida en la novela Americanah, que narra el camino de una joven nigeriana que deja su país de origen por ir a estudiar a la universidad y tener una vida más próspera en los Estados Unidos.
Durante más de veinte años, Chimamanda ha vivido en medio de dos culturas, ha visto cómo las mujeres han sido tratadas por una sociedad que las ha condicionado a las tareas del hogar y que constantemente las expone a micromachismos. Por esta razón, ha trabajado para impulsar transformaciones. Dio una charla TED titulada ‘Todos deberíamos ser feministas’, que se convirtió en un libro que recoge su emblemático discurso sobre lo que significa ser feminista en el siglo XXI. También publicó Querida Ijeawele: cómo educar en el feminismo (Random House, 2017), que presenta quince consejos que esperan reivindicar la formación de los niños en la igualdad, el respeto, el amor por los orígenes y la cultura.
Sus palabras conforman una guía que nos ilumina en tiempos en los que aún nos queda mucho por recorrer para llegar a ser una sociedad igualitaria. Hemos reunido, para usted, algunas de sus ideas. Léalas, mastíquelas, digiéralas y decida si usted podría ser feminista. Si la respuesta es sí, Chimamanda habrá logrado su cometido.
Adaptarse a un mundo diferente
Antes, aquel que lideraba era el más fuerte, hoy lo hace el más creativo, el más inteligente, el más innovador. Y esas características pueden definir tanto a un hombre como a una mujer.
Crecer en libertad
Desde que los niños nacen solemos criarlos bajo la represión del género. Deben tener miedo a la vulnerabilidad y a la debilidad. Ellos deben ser fuertes, porque los hombres no lloran. “Les enseñamos a ocultar quiénes son realmente, porque tienen que ser duros –escribió Chimananda en Todos deberíamos ser feministas–. A las niñas les decimos que pueden tener ambición pero no tanta”. Esas expresiones que relacionan la masculinidad con la fortaleza solo hacen de ellos personas con egos frágiles que se sienten amenazadas frente al triunfo de una mujer. Todos tenemos derecho a sentirnos débiles, a llorar, a expresar lo que sentimos.
“Ante una violación, los nigerianos han sido criados para pensar que las mujeres son cuplables inherentemente. Y los hombres son vistos como salvajes sin control”.
Echar a la caneca los estereotipos
Las mujeres no están obligadas a vestirse como princesas, ni los hombres como machos. Pero tampoco está prohibido, como piensan algunas corrientes feministas, que usemos minifaldas o tacones. Deberíamos vestirnos como nos gusta, como nos sentimos cómodas y confiadas. Tenemos que dejar de vincular una falda corta con la posibilidad de una violación o con una mujer que tiene limitadas capacidades intelectuales.
Criar en equipo
La maternidad no puede condicionar las metas de nadie. Las mamás deben trabajar en lo que les gusta y concederse espacios para fracasar y volver a levantarse. Los padres también son responsables de las tareas de la crianza, y las mujeres, muchas veces controladoras, tienen que aprender a dejarlos. Ser madre o padre es estar en la capacidad de encargarse de los cuidados diarios por igual.
Olvidar los roles de género
Desde que nacemos, el género nos divide. Nos dicen cuáles son los juguetes que podemos usar, cómo vestirnos y las labores que debemos ejercer. Ninguna mujer nace con conocimientos sobre cocina o sobre las tareas del hogar; sin embargo, desde pequeños, llevamos incrustada la relación entre lo femenino, la escoba y el recogedor. A un hombre, por su parte, no tienen por qué gustarle los deportes. Hay que quitarse las camisas de fuerza. Nuestras capacidades frente a un oficio o a un hobby solo dependen de nuestro esfuerzo, de nuestra disciplina y de nuestro interés.
Ser un feminista completo
Esa idea del feminismo condicional no existe. O creemos en la igualdad entre hombres y mujeres o no. Los términos medios no funcionan porque es aceptar que uno de los dos es superior al otro.
Cuestionar el lenguaje
A la hora de hablar exponemos nuestros prejuicios y creencias. Debemos cuidar cada una de las palabras que usamos. ¿Qué queremos decir, por ejemplo, cuando nos referimos a alguien como princesa? ¿Qué le estás comunicando a esa persona? Tenemos que explicarles a nuestros niños que las mujeres no necesitan que las reverencien o las defiendan, solo necesitan ser tratadas como seres humanos iguales, con dignidad y respeto.
Dejar de ver el matrimonio como un logro
“¿Cuándo vas a hacer lo que es verdaderamente importante para una mujer? Casarse”, le preguntaron a Chimamanda en una entrevista. Su respuesta se puede preveer al leer sus libros: el matrimonio no debe ser visto como un logro, no es algo a lo que deban aspirar las mujeres. Tradicionalmente, a las niñas se les ha enseñado que el fin de una vida plena es casarse, en cambio, a los niños no. Al crecer, para ellas es más importante esa institución que para ellos.
Hablar de sexo
El sexo no tiene que avergonzarnos. Hemos mantenido el silencio sobre estos temas porque, desde la cultura y la religión, han pretendido controlar el cuerpo de la mujer. Solemos ser excesivamente vigilantes con las niñas: cuidamos su virginidad, les pedimos que se cubran, les insistimos que cierren las piernas. Las limitamos de tal forma que se ven obligadas a ocultar sus deseos. Les enseñamos a sentir vergüenza, tanta, que ni siquiera están preparadas para decir “No”, cuando se presenta una situación que lo amerita.
Eliminar el micromachismo
Es común que, a la hora de pagar la cuenta, le pasen la factura al hombre. Si una mujer da propina, suele ser a su pareja a la que le agradecen. Eso es el micromachismo y está en cientos de situaciones cotidianas. Si bien hombres y mujeres son diferentes en cuanto a sus hormonas, órganos sexuales y capacidades biológicas, los dos necesitan ser tratados con igualdad. Hoy ya no se vive bajo la ley del más fuerte, sino del que más tiene, y en una sociedad en la que las mujeres se preparan y trabajan en los mismos espacios que los hombres, ellas pueden tener tanto o más que ellos.
FUENTE: CROMOS